Lleno la boca con mis dedos imitando el pulso de tu hombría, mecida entre mis dientes y mi aliento, golpeada contra el paladar, mientras mi otra mano vuela libre sobre mi cuerpo, haciendo crecer a su paso estas ganas de sentirte atrapado en mí (aunque no estés presente).
Lamo mis yemas. Cierro los ojos y mis gemidos chocan contra mi carne (tu carne) mientras mis piernas se abren al rugido de tu aliento, etéreo pero que me quema, y mi mano libre vuela sobre mi monte que brama salvaje, ansioso, dispuesto… pero mis pezones reclaman como corderos a punto de ser degollados.
Bajo por mi cuello dejando mi boca huérfana. Mis pechos erguidos detienen la bajada. Palpo, tiento como si no pudiera hacer otra cosa. La palma acaricia mis pequeñas cumbres que se erigen como dos clavos ardiendo. Se hacen presas de mis dedos, de su furia, de su avidez, de ese hambre que pienso es tan tuyo como mío…
Mis pliegues se abren a mis dedos. Mi perla tiembla y se yergue. La sepulto bajo mi mando, dibujando círculos sobre ella, yendo de arriba abajo, hurgando, removiendo las entrañas, sacando la esencia que impregna mis dedos y que se densa pensando en tu lengua, en ese híbrido entre demonio y dios que me hace enloquecer, que me hace poner de rodillas para suplicar tu no rendición, entregándote la lascivia húmeda de mi carne, orando y maldiciendo tu no presencia ahí…
Mi cuerpo se erige. Hundo mi rostro sobre la sábana. Los dedos, dos, tres, horadan mi húmeda oscuridad. Mi garganta traga saliva entre las letras de tu nombre… Enmudezco mordiendo la tela mientras aprieto mis entrañas para sentir(Te), para no dejarme ir ya…
Como un deseo hecho realidad, como de la nada, apareces ahí, sin darme cuenta, hasta que tu aliento me quema y tu lengua acompaña a los movimientos de mi mano. Grito… y gimo… O gimo y grito…, envuelta en tus embates, en tu saliva…
Cruelmente, te detienes. Me apartas. Tiras de mí.
Tus manos aprietan mi carne, amasan mis glúteos, palmean. Resuena como un chasquido, como una pequeña tempestad que me empapa toda… pero no me dejas. Me dominas. Me impides en mi libertad. Y me embistes, duro, erguido, rudo, salvaje…
Con la medida justa tomas a la Hembra esperando se haga jirones de placer. Cabalgas no en ella, en mí, abriéndome, follándome hasta el alma, esa alma que se hace víscera y fuego, que engendra más placer del que se pueda imaginar…, asiéndome las manos a modo de riendas, de timón de mando, desbocándome, emergiéndome a la deriva de todas estas sensaciones que me hacen temblar... como a ti…
Me llenas de ti y tú te empapas de mí. Te bañas en el caudal tibio, a presión, que te hace arremeter con más fuerza mientras mi cuerpo se vence. Mi espalda es un arco donde te destensas, donde, fiera, te vuelves manso.
Abro los ojos. Me miras. Tu esfinge está sudada. Tu cuerpo todavía late agitado. Tu boca sedienta pide mis labios. El abrazo nos cobija…
La tormenta se sosiega después de haber descargado su furia, sus truenos y rayos como maldiciones de dioses que se han vuelto mortales… y sus cuerpos... Nuestros cuerpos, sentimientos y sensaciones en
resonancia.