Me gustan
los pequeños detalles que pueden hacer un momento eterno. Además, Él sabe que me
gusta tener iniciativa. Por lo que preparé minuciosamente todo el ritual para agasajarlo.
Me incliné por lo más sencillo: Una cena en su restaurante favorito: Discreto, elegante,
de diseño minimalista y donde Él está bien “considerado”.
Recuerdo una
de nuestras primeras veces y la complicidad entre Él y el maître. Aquellas
miradas y gestos eran de dos personas que se conocían bien por lo que deduje
que aquello había sucedido alguna otra vez.
Me encargué
de elegirLe la ropa que más acorde iba a la ocasión y la que más Le gustaba: Su
camisa blanca, impecable e inmaculada; su pantalón de raya diplomática; sus
calcetines y sus zapatos brillantes, colocados a los pies de la cama; su
cinturón, enrollado, y, de igual modo, su foulard. Me encanta cómo se maneja
con los pañuelos. Le da un toque informal que me vuelve loca. Y la americana y
el chaleco, prenda imprescindible en Él, colgados de una percha en la manilla
del armario ropero.
Tenía tiempo
y necesitaba relajarme. Llené la bañera y me sumergí. Enseguida me vino a la mente una visión de Él. PensarLe y relajarme son dos acciones contrapuestas. No puedo evitar tener
la sensación de que me toca o me susurra, o que el agua es Sus Manos Maestras.
Siempre que me acaricio en su ausencia, logre o no llegar al clímax, recuerdo
aquella ocasión, ingenua yo, en la que se me ocurrió hacerlo y contárselo después,
como algo gracioso, como algo que le podría gustar. Sí, le gustó pero “no
puedes hacerlo sin Mi permiso”, me dijo. Aquello me cabreó muchísimo pero no
tanto como me excitó.
Me gusta
estar perfecta para Él. Por dentro y por fuera.
Desnuda,
caminé hasta el dormitorio. Me senté sobre la cama donde estaba mi ropa interior
–negra porque Le gusta- extendida junto a la Suya. Me pasé mi braguita y
escuché la llave. Se aceleró mi pecho. Me alcé sobre los zapatos y fui a recibirLe.
Mi sonrisa ocultaba no solo mi inquietud por la sorpresa sino, también, mis
ganas continuas de Él. Me quedé de pie.
Manos a la espalda y esa mirada complaciente fija en Él.
Sentí Su
Mano en mi mejilla y luego en mi mentón, elevando mi rostro para poder asentar
Su Mirada en la mía.
Me traspasa
su intensidad, ese matiz verdusco del marrón de Sus Ojos. Unió Sus Labios a los
míos y penetró mi boca con Su Lengua, recorriéndola en su totalidad. Me muero
cuando me besa así, con esa violencia que casi me adormece la boca. Hace que
tiemble entera, que desee que no termine jamás. Y cuando me abraza utilizando
ese gesto casi seco, de un “ven aquí” pegándome a Su Cuerpo para sentirLe, me
derrito. Es mi vicio. Es algo casi delirante.
- Mi gata…Mi
leona… -musitó, pasando Su Brazo alrededor de mi cintura, aupándome y así pude
susurrarLe mi ronroneo, mi maullido. Sé que eso Le pone a mil. Y es lo que yo
necesitaba de Él.
- Tengo una
sorpresa para Ti –le dije.
- ¿Sí? ¿De
qué se trata? –me preguntó mientras Le ayudaba a quitarse la americana.
- Ven –Le
tomé de la mano para llegar hasta la habitación- He pensado que podríamos salir
a cenar, si a Ti te parece bien.
- Me parece
una idea estupenda.
- Gracias
–le sonreí.
-¿Me ayudas?
–Parecía una pregunta pero no lo era. Hizo ademán de desabotonarse la camisa. Y
así procedí mientras quería saber más de mi idea. Le conté todo menos mi
sorpresa.
Cuando tuve
que deshacerme de su ropa interior empecé a estremecerme más. Sé que Su Sexo es
mi locura. No estaba erguido del todo pero se notaba cierta excitación. Le
miré, buscando su consentimiento. Afirmó con un gesto y me situé a sus pies,
dejando mi cara a la altura de Sus Caderas. Comencé a acariciárselo, despacio, sin
dejar de mirarLe, como sé que Le gusta; hasta que logré poner Su Miembro erecto
y firme. Lo percibí creciendo entre mis manos mientras ya salivaba para
recibirlo en mi boca. Lo elevé entre besos y lamidas… Cada lengüetazo iba
rítmico a su respiración, al movimiento leve de Su Cuerpo sin llegar a embestirme
pero apurando la entrada, induciéndome.
Y era así
cómo yo alcanzaría mi premio de aquella tarde.
Me mantuvo
la cara sujetándome la barbilla mientras calentaba su pene. Hizo ramal de mi
melena y me aproximó a Él con fuerza. Su Balano se hizo sitio entre mis labios
hasta que todo el tronco tomó la profundidad de mi garganta. Es repentinamente
agónica esa sensación de arcada que me suele costar controlar cuando Su Gesto
es tan directo. Afiancé mis manos en Su Trasero y empezó a bombear en el
interior de la boca mientras me decía esas palabras que venidas de Él suenan
excitantes, deliciosas…, como un rugido.
Mi boca
exudaba una densa saliva. Notaba el lagrimeo de mis ojos mezclándose con mi
saliva. Su Carne se hacía invasora de mi cavidad sin piedad alguna. La mantenía
dentro, ahogándome el aire, soltando suave para volver a irrumpir.
Arreciaba su
movimiento y el sentimiento reflejado en Su Cara, el placer que emergía en jadeos,
el apretar de Sus Dientes en cada embate, la fuerza de Su amarre… y yo,
entregada, de rodillas ante Él, entre sus piernas, disfrutando de la
profanación de mi boca, del gusto de Él como la mansa hembra que se Le da
plenamente a la que no da tiempo a pensar, solo a actuar de forma instintiva,
primitiva.
Sí, soy Su
gata, Su puta leona… Y me encanta serlo. Me hace digna de ese apelativo. Me
hace Única pues a nadie llamó así. Gata cuando quiere jugar. Leona cuando somos
dos titanes en plena lucha de deseo. La misma hembra en Sus Manos. La misma
mujer. La misma esencia que se moldea a Su Voluntad sin dejar de ser propia.
Mi premio ya
es Él pero siempre hay un aliciente más.
Se apartó de
golpe. Se inclinó y me besó a boca abierta, dándome el aire que me faltaba,
compartiendo nuestras salivas. Me levantó con energía y me inclinó sobre la
cama. Unas palmadas sonoras en mi trasero. Alerta, mujer.
- Te voy a
follar como me gusta –roncó a mi oído mientras tiraba de mí, obligándome a
arquear la espalda. Prendió de mi braga, metiéndomela como una correa entre mis
labios mojados. Me echó lo brazos hacia la espalda y me sujetó fuerte de la
muñecas. Un par de palmadas más-. ¡Levanta
el culo, joder!
Me penetró
decididamente, empezando a moverse sobre mi cuerpo entregado, agitándolo el son
de Sus embates. Podía escuchar el sonido de las pieles en fricción, sus
quejidos de empuje, ese eco de mi trasero recibiendo su acometida. Estaba
salvaje, rudo, egoísta, y lo deseaba así en esta ocasión. Me sentía usada y eso
provocaba en mí una excitación extra.
Mi interior
parecía explotar. Sabía que Él aún
aguantaría un poco pero yo estaba ya al límite.
- ¡Córrete,
vamos, hazlo! –reclamó sin dejar de taladrarme. Me había soltado las manos. Notaba las Suyas apretando mis nalgas, cacheteándolas… Amasando, tomando fuerza
de combate hasta que me vertí. No por eso amainó su gesto. Empezó a bombear
todavía más, mientras yo pensaba que no terminaría de correrme.
Volvió a sorprenderme.
De nuevo se apartó. Me cogió con nervio y me postró de rodillas en el suelo.
Tomó Su Polla entre las manos, y sabía que se venía.
Su bálsamo
derramado sobre mí, en cada parte de mi cuerpo, a modo de bautizo, de
bendición. Rellenar mi boca hasta explosionar… Intentar no perder ni una gota.
Relamerme de gusto y rugir sin dejar de mirarLe. ArañarLe la piel y saber que
Su Mano se estamparía en la mía.
El carmín de
mis labios se perdió en Su Miembro, dejándolo marcado. Y Su Simiente se
convirtió en el manjar más delicado del día. Nada mejor que oírLe gemir guturalmente
mientras pronuncia mi nombre. Nada más agradable que compartir un beso blanco,
fruto del deseo de ambos. O sentir la usurpación de Su Lengua en cada recoveco
de mi boca, reventando en mis dientes mientras su germen se diluye entre
nuestras lenguas.
Se arrodilló
frente a mí y me abrazó con la misma ternura que rudeza había empleado en
follarme. Me sentí tranquila, agotada y reventada, pero cuidada. Él es así. Los
dos jadeantes, con Su Sabor en la boca, con Su Semen escurriéndome, tocándonos
a los dos… pero qué importaba. Era, es, algo nuestro.
Sentir su
calor, sentirme entre sus brazos, acunada en ellos mientras mi aliento se
recupera, mientras la fiebre de mi sexo y de mi piel se calma, mientras mi
temple se recompone… Esa sensación es maravillosa. No puedo menos que darle las
Gracias.
- Vamos a
ducharnos, cielo… Y luego a cenar.
Aproveché
que seguía en la ducha y me contaba no sé qué para regresar al
dormitorio.
Había
comprado un vibrador de esos de control remoto inalámbrico. Le entregaría este
en el momento de subirnos al coche. Pasaría inadvertido entre las llaves...
Aunque eso, a Él, sé que le daría igual. Es un canalla y lo sabe. Aquella vez
que me dijo que si no sabía que era un Dominante iba a comprobarlo…
Metido en
mis entrañas y con el mando en su poder, podría delirar en cualquier momento,
ponerme a maullar como una felina en celo. Arañar la mesa como una leona
rabiosa. ¡Diez velocidades! ¡Qué locura! Y seguro que Él sabría
regocijarse en ello.
Me puse el
huevo vibrador. Respiré hondo y me sentí muy nerviosa. Antes y después de la
follada.
Le ayudé a vestirse.
Después, simplemente, Él observó cómo lo hice yo, paso a paso… Sin perder
detalle sobre mí. Sabiéndolo, me recreé en cada movimiento. Sé que Le excita, que disfruta... Y le doy lo que quiere... y quiero.
Me tomó de la mano y no me soltó ni cuando salimos de casa. En el ascensor fue tierno. Jugaba con mis dedos entre los suyos. Se acercaba, me besaba en la mejilla. Tiraba de mí y llevaba mi brazo sobre mi espalda para pegarme contra su pecho. Besaba mis labios con su sonrisa... y dibujaba la mía.
Cuando llegamos al coche, antes de entrar, mientras Él me mantenía
la puerta del vehículo abierta para que yo me metiera, le entregué el mando.
- ¿Qué es?
- Una pequeña sorpresa. Ábrelo y lo sabrás- sonreí. Quería ver su
cara y esperar su aceptación.
- Mi puta leona –dijo suave pero al tiempo con tono profundo. Tomó mi rostro entre Sus Manos y me besó. Primero en la frente. Luego en la mejilla y, sin despegar sus labios de mi piel, llegó a mi boca-. Gracias, cielo... Tenemos toda la noche. Primero un cóctel,
luego la cena… No solo tú tienes planes...
Le delataba aquella media sonrisa.
Temblé...
Atrás...