Quod si vivere in delectatione est Peccātum gloria est infernum.

El Tacto del Pecado

He aquí el Pecado, enarbolado en el Ser y en el Sentir, encumbrado en su gloria y en ella, sacralizado.


martes, 30 de mayo de 2017

PeccatoFilia...


Me declaro súbdita de tu Pecado. 
El Mío. 
Acólita desgarrada de tu Filia. 
Mi Delirio. 
De cada verso de tu saliva, 
de cada brida de tu mente. 
Mi calima. 

Codicio, 
en el latido de mi boca, 
el vibrar de tu ser; 
la carne de tu hechura,
cada hebra de espuma que de ti tilde.
Pergamino expuesto sobre la desnudez de mis Sentidos. 

Pecado de Sierpe Somos 
en esta enredadera de pieles y sudores. 
Ebrios, ajumados y dipsómanos 
deleitémonos de esta Perversidad de SerNos. 

domingo, 28 de mayo de 2017

Plétora y Raudal...

Con la sonrisa de mi infierno 
puedo volar hasta alcanzar (Tu) Cielo...
Segmento plateado de mis manos
alumbrando el suelo
en mi voluntad abierta.

Expuesta,
me muestro
a la Intención
de Tu Libre Albedrío.

Ciega mi luminaria 
en los velos brunos
de Tus Pensamientos. 
Enhiestos los pulsos.
Los sentidos sin ajorcas,
avivados en su plétora.

Ebria la razón.
Legítima la Entrega.
Raudal soy.
Tuyo... Tuya.


lunes, 15 de mayo de 2017

Anuda-Dos...

Llegar a casa después de una dura jornada la hacía sentir reconfortada. Era un punto y aparte.
Aún no se había bajado de los tacones cuando el móvil sonó en su bolso. Respiró hondo. No deseaba llamadas de esas que solía hacerle el jefe fuera de horas porque si era así, no se la cogería pero se sintió aliviada al reconocer que se trataba de un mensaje.
Era de Él. 
Respiró hondo. Se habían visto a la hora de comer y no habían pasado cuatro horas mas gustaban de saberse, de estarse y serse...

- Espérame…

Así de escueto. Así de simple. Así de claro. No eran necesarias más palabras. Esa tenía su propia connotación y su margen de tiempo.
Sabía que tenía el justo así que empezó a prepararse sin dilación.

Como si de un ceremonial se tratara lo hizo. Los gestos estaban perfectamente definidos, y las pautas intachablemente precisadas.
Regia en sus formas y constante en su actitud, había aprendido a madurar sus impulsos y a digerir mejor su paciencia.
                                                                  
En la planta superior estaba el salón de juegos, el Templo. Lo dispuso todo, asegurándose de que estuviera en orden.
Como en un altar, ella sería al tiempo, la adorada y la ofrenda.
Ofrenda para Él pero, también, para sí misma.
Había aprendido a esperar, a adoptar las posturas adecuadas para aguantar el tiempo necesario y recibirLe en total entrega a pesar de los momentos transcurridos.


Respiraba hondo buscando la calma, y aguardaba arrodillada sobre un gran y mullido cojín, frente a una silla vacía. En sus manos, a modo de voto, el pañuelo de seda.

No hacía demasiado Él la había involucrado en el arte de atar. Algo sencillo de entrada para experimentar unas sensaciones impensables hasta ese momento en su piel y en su mente. Él le transmitía, la hacía sentir, y ambos caminaban juntos en ese sendero ante un infinito horizonte.

Pacientemente, Le tejería una tela de araña en la que quedaría presa, devorada por el arte de Quien sabe, de Quien confía, de por Quien se entregaba a ojos cerrados, a mente abierta, a pecho latente…, con el alma acariciada.
Por el Arte de la Mano de su Hombre.

Sonrió al oír Sus pasos subiendo la escalera.
Percibía el recorrido de su propia sangre por las venas, la excitación dilatándose desde sus pensamientos hasta la punta de los dedos de sus pies. Un estremecimiento de pasión, de deseo, de Amor.
Y el sonido de los pasos más cerca, el aroma a madera y ámbar de su perfume, penetrándola.

Una caricia en la mejilla. Lenta, acompasada…, erizando su piel y sus instintos. La elevación del rostro para verse nombrada en la mirada masculina. Y su cuerpo tintineaba como las llamas de las velas que iluminaban la estancia por la emoción y paz que Él le transmitía, sabiendo que esas mismas sensaciones, aunque las callara, se las producía a Quien enfrente tenía. Unas palabras, unos besos de esos que derriban cualquier muralla, unas caricias de las que enervan la piel… que Ella sentía en lo más profundo de su ser.



Las lianas se convertían en nudos de serpientes con la parsimonia de una ceremonia ancestral, deslizándose sobre su piel, midiéndola, hipnotizando sus sentidos…, dejando que Él se recreara en la magia de ese momento... 

miércoles, 10 de mayo de 2017

No solo Tú...

Me gustan los pequeños detalles que pueden hacer un momento eterno. Además, Él sabe que me gusta tener iniciativa. Por lo que preparé minuciosamente todo el ritual para agasajarlo. Me incliné por lo más sencillo: Una cena en su restaurante favorito: Discreto, elegante, de diseño minimalista y donde Él está bien “considerado”.
Recuerdo una de nuestras primeras veces y la complicidad entre Él y el maître. Aquellas miradas y gestos eran de dos personas que se conocían bien por lo que deduje que aquello había sucedido alguna otra vez.

Me encargué de elegirLe la ropa que más acorde iba a la ocasión y la que más Le gustaba: Su camisa blanca, impecable e inmaculada; su pantalón de raya diplomática; sus calcetines y sus zapatos brillantes, colocados a los pies de la cama; su cinturón, enrollado, y, de igual modo, su foulard. Me encanta cómo se maneja con los pañuelos. Le da un toque informal que me vuelve loca. Y la americana y el chaleco, prenda imprescindible en Él, colgados de una percha en la manilla del armario ropero.

Tenía tiempo y necesitaba relajarme. Llené la bañera y me sumergí.  Enseguida me vino a la mente una visión de Él. PensarLe y relajarme son dos acciones contrapuestas. No puedo evitar tener la sensación de que me toca o me susurra, o que el agua es Sus Manos Maestras. Siempre que me acaricio en su ausencia, logre o no llegar al clímax, recuerdo aquella ocasión, ingenua yo, en la que se me ocurrió hacerlo y contárselo después, como algo gracioso, como algo que le podría gustar. Sí, le gustó pero “no puedes hacerlo sin Mi permiso”, me dijo. Aquello me cabreó muchísimo pero no tanto como me excitó.

Me gusta estar perfecta para Él. Por dentro y por fuera.

Desnuda, caminé hasta el dormitorio. Me senté sobre la cama donde estaba mi ropa interior –negra porque Le gusta- extendida junto a la Suya. Me pasé mi braguita y escuché la llave. Se aceleró mi pecho. Me alcé sobre los zapatos y fui a recibirLe.


Mi sonrisa ocultaba no solo mi inquietud por la sorpresa sino, también, mis ganas continuas de Él. Me quedé de pie. Manos a la espalda y esa mirada complaciente fija en Él.

Sentí Su Mano en mi mejilla y luego en mi mentón, elevando mi rostro para poder asentar Su Mirada en la mía.
Me traspasa su intensidad, ese matiz verdusco del marrón de Sus Ojos. Unió Sus Labios a los míos y penetró mi boca con Su Lengua, recorriéndola en su totalidad. Me muero cuando me besa así, con esa violencia que casi me adormece la boca. Hace que tiemble entera, que desee que no termine jamás. Y cuando me abraza utilizando ese gesto casi seco, de un “ven aquí” pegándome a Su Cuerpo para sentirLe, me derrito. Es mi vicio. Es algo casi delirante.

- Mi gata…Mi leona… -musitó, pasando Su Brazo alrededor de mi cintura, aupándome y así pude susurrarLe mi ronroneo, mi maullido. Sé que eso Le pone a mil. Y es lo que yo necesitaba de Él.
- Tengo una sorpresa para Ti –le dije.
- ¿Sí? ¿De qué se trata? –me preguntó mientras Le ayudaba a quitarse la americana.
- Ven –Le tomé de la mano para llegar hasta la habitación- He pensado que podríamos salir a cenar, si a Ti te parece bien.
- Me parece una idea estupenda.
- Gracias –le sonreí.
-¿Me ayudas? –Parecía una pregunta pero no lo era. Hizo ademán de desabotonarse la camisa. Y así procedí mientras quería saber más de mi idea. Le conté todo menos mi sorpresa.

Cuando tuve que deshacerme de su ropa interior empecé a estremecerme más. Sé que Su Sexo es mi locura. No estaba erguido del todo pero se notaba cierta excitación. Le miré, buscando su consentimiento. Afirmó con un gesto y me situé a sus pies, dejando mi cara a la altura de Sus Caderas. Comencé a acariciárselo, despacio, sin dejar de mirarLe, como sé que Le gusta; hasta que logré poner Su Miembro erecto y firme. Lo percibí creciendo entre mis manos mientras ya salivaba para recibirlo en mi boca. Lo elevé entre besos y lamidas… Cada lengüetazo iba rítmico a su respiración, al movimiento leve de Su Cuerpo sin llegar a embestirme pero apurando la entrada, induciéndome.

 Y era así cómo yo alcanzaría mi premio de aquella tarde.




Me mantuvo la cara sujetándome la barbilla mientras calentaba su pene. Hizo ramal de mi melena y me aproximó a Él con fuerza. Su Balano se hizo sitio entre mis labios hasta que todo el tronco tomó la profundidad de mi garganta. Es repentinamente agónica esa sensación de arcada que me suele costar controlar cuando Su Gesto es tan directo. Afiancé mis manos en Su Trasero y empezó a bombear en el interior de la boca mientras me decía esas palabras que venidas de Él suenan excitantes, deliciosas…, como un rugido.
Mi boca exudaba una densa saliva. Notaba el lagrimeo de mis ojos mezclándose con mi saliva. Su Carne se hacía invasora de mi cavidad sin piedad alguna. La mantenía dentro, ahogándome el aire, soltando suave para volver a irrumpir.
Arreciaba su movimiento y el sentimiento reflejado en Su Cara, el placer que emergía en jadeos, el apretar de Sus Dientes en cada embate, la fuerza de Su amarre… y yo, entregada, de rodillas ante Él, entre sus piernas, disfrutando de la profanación de mi boca, del gusto de Él como la mansa hembra que se Le da plenamente a la que no da tiempo a pensar, solo a actuar de forma instintiva, primitiva.

Sí, soy Su gata, Su puta leona… Y me encanta serlo. Me hace digna de ese apelativo. Me hace Única pues a nadie llamó así. Gata cuando quiere jugar. Leona cuando somos dos titanes en plena lucha de deseo. La misma hembra en Sus Manos. La misma mujer. La misma esencia que se moldea a Su Voluntad sin dejar de ser propia.

Mi premio ya es Él pero siempre hay un aliciente más.
Se apartó de golpe. Se inclinó y me besó a boca abierta, dándome el aire que me faltaba, compartiendo nuestras salivas. Me levantó con energía y me inclinó sobre la cama. Unas palmadas sonoras en mi trasero. Alerta, mujer.

- Te voy a follar como me gusta –roncó a mi oído mientras tiraba de mí, obligándome a arquear la espalda. Prendió de mi braga, metiéndomela como una correa entre mis labios mojados. Me echó lo brazos hacia la espalda y me sujetó fuerte de la muñecas.  Un par de palmadas más-. ¡Levanta el culo, joder!



Me penetró decididamente, empezando a moverse sobre mi cuerpo entregado, agitándolo el son de Sus embates. Podía escuchar el sonido de las pieles en fricción, sus quejidos de empuje, ese eco de mi trasero recibiendo su acometida. Estaba salvaje, rudo, egoísta, y lo deseaba así en esta ocasión. Me sentía usada y eso provocaba en mí una excitación extra.
Mi interior parecía explotar.  Sabía que Él aún aguantaría un poco pero yo estaba ya al límite.

- ¡Córrete, vamos, hazlo! –reclamó sin dejar de taladrarme. Me había soltado las manos. Notaba las Suyas apretando mis nalgas, cacheteándolas… Amasando, tomando fuerza de combate hasta que me vertí. No por eso amainó su gesto. Empezó a bombear todavía más, mientras yo pensaba que no terminaría de correrme.
Volvió a sorprenderme. De nuevo se apartó. Me cogió con nervio y me postró de rodillas en el suelo. Tomó Su Polla entre las manos, y sabía que se venía.

Su bálsamo derramado sobre mí, en cada parte de mi cuerpo, a modo de bautizo, de bendición. Rellenar mi boca hasta explosionar… Intentar no perder ni una gota. Relamerme de gusto y rugir sin dejar de mirarLe. ArañarLe la piel y saber que Su Mano se estamparía en la  mía.

El carmín de mis labios se perdió en Su Miembro, dejándolo marcado. Y Su Simiente se convirtió en el manjar más delicado del día. Nada mejor que oírLe gemir guturalmente mientras pronuncia mi nombre. Nada más agradable que compartir un beso blanco, fruto del deseo de ambos. O sentir la usurpación de Su Lengua en cada recoveco de mi boca, reventando en mis dientes mientras su germen se diluye entre nuestras lenguas.

Se arrodilló frente a mí y me abrazó con la misma ternura que rudeza había empleado en follarme. Me sentí tranquila, agotada y reventada, pero cuidada. Él es así. Los dos jadeantes, con Su Sabor en la boca, con Su Semen escurriéndome, tocándonos a los dos… pero qué importaba. Era, es, algo nuestro.
Sentir su calor, sentirme entre sus brazos, acunada en ellos mientras mi aliento se recupera, mientras la fiebre de mi sexo y de mi piel se calma, mientras mi temple se recompone… Esa sensación es maravillosa. No puedo menos que darle las Gracias.

- Vamos a ducharnos, cielo… Y luego a cenar.

Aproveché que seguía en la ducha y me contaba no sé qué para regresar al dormitorio.
Había comprado un vibrador de esos de control remoto inalámbrico. Le entregaría este en el momento de subirnos al coche. Pasaría inadvertido entre las llaves... Aunque eso, a Él, sé que le daría igual. Es un canalla y lo sabe. Aquella vez que me dijo que si no sabía que era un Dominante iba a comprobarlo…
Metido en mis entrañas y con el mando en su poder, podría delirar en cualquier momento, ponerme a maullar como una felina en celo. Arañar la mesa como una leona rabiosa. ¡Diez velocidades! ¡Qué locura! Y seguro que  Él sabría regocijarse en ello.
Me puse el huevo vibrador. Respiré hondo y me sentí muy nerviosa. Antes y después de la follada.

Le ayudé a vestirse. Después, simplemente, Él observó cómo lo hice yo, paso a paso… Sin perder detalle sobre mí. Sabiéndolo, me recreé en cada movimiento. Sé que Le excita, que disfruta... Y le doy lo que quiere... y quiero.



Me tomó de la mano y no me soltó ni cuando salimos de casa. En el ascensor fue tierno. Jugaba con mis dedos entre los suyos. Se acercaba, me besaba en la mejilla. Tiraba de mí y llevaba mi brazo sobre mi espalda para pegarme contra su pecho. Besaba mis labios con su sonrisa... y dibujaba la mía.

Cuando llegamos al coche, antes de entrar, mientras Él me mantenía la puerta del vehículo abierta para que yo me metiera, le entregué el mando.

- ¿Qué es?
- Una pequeña sorpresa. Ábrelo y lo sabrás- sonreí. Quería ver su cara y esperar su aceptación.
- Mi puta leona –dijo suave pero al tiempo con tono profundo. Tomó mi rostro entre Sus Manos y me besó. Primero en la frente. Luego en la mejilla y, sin despegar sus labios de mi piel, llegó a mi boca-. Gracias, cielo... Tenemos toda la noche. Primero un cóctel, luego la cena… No solo tú tienes planes... 

Le delataba aquella media sonrisa.
Temblé...

Atrás...




La táctica del Pecado es enredarse hasta hacerte sucumbir.

La táctica del Pecado es enredarse hasta hacerte sucumbir.
Llegar al final tiene su interés. Puedes sorprenderte con sus pasos.