Abandono la venda y mis párpados descansan.
Serena es mi mirada perdida de tus ojos...
Y mientras mi cabello cuelga empequeñecido
sobre el nudo que cubre mi espalda,
y mis brazos refugian la turgencia de mis pechos,
mis manos se entrelazan en el vértice herrado de mis caderas...
Y frente a mí, agrandada en la fuerza del deseo,
se tiende erguida la figura de quien domina, de quien manda y sujeta,
de quien como arpones sobre mis pezones
rígidos, agudos, sofocados y excitados...
sus dedos actuaron.
Y yo, con aires de Reina inclinada, de mirada baja y sentido altivo,
con acatamiento y tributo homenaje de respeto,
forjo en sentimiento aquello que nadie me roba:
la magia que inclina a la voluptuosidad, que inspira y deleita el momento
en el que el hombre de mirada que ordena y manda,
se pierde sigiloso a mi espalda;
y tan sutil como delicado, tan decidido como enérgico,
con ambas manos destensa la gruesa cuerda de esparto
que a mi cuerpo compadece.
Y yo, turbada, entregada y callada,
parezco y soy el alma de un estremecimiento,
sensación de emoción intensa,
cuyo interior desvirgado por enésimo tiempo,
de manantial a cascada de placer se ha desbordado.