Quod si vivere in delectatione est Peccātum gloria est infernum.

El Tacto del Pecado

He aquí el Pecado, enarbolado en el Ser y en el Sentir, encumbrado en su gloria y en ella, sacralizado.


domingo, 29 de marzo de 2015

Encumbrada en ti...


Tras mis maldiciones y mis gemidos, que no lamentos, llega mi silencio, como en oración conversa ante Mi Dios, te demando para sentirte en cada uno de los pliegues de mi piel, para agarrarte dentro de cada una de las arrugas de las sábanas que se encogen y eterizan dentro de los aprietos de mis manos, dentro de las lágrimas que se desnudan en mis ojos, fruto de la gloria y la dicha que crecen en mi cuerpo ante cada continúa acometida, ante cada golpe de tu entrega… que no es tormento, ni suplicio ni tortura  sino la grandeza de tu deseo de darme de todo más y el esplendor de tu dignidad en el amor que por mí sientes.


Y en el  hircismo que te envuelve, con el que  sin decir nada te voy vistiendo y engalanando, haces de la mujer tu hembra, la que te hace temblar, desear y amar… Y tú, en tu hombría dominante me haces más grande, más única…, en Tuya…, porque en tu “eres Mía” está mi Yo y mi Tú.


Y, al final, en ese abrazo que envuelve toda la lujuria, todo el deseo, toda la carnalidad sentida y deseada, reclamada y concedida…, derramado ya tú en toda mi piel, en todo mi “yo”, besándonos en la plenitud de nuestro encumbramiento, con tu esencia y la mía en fusión sacralizada; enclavada yo en la cruz de tus brazos y arropado tú en las cadenas de mis sentidos, de los flagelos de mis brazos y de mis piernas… Solo entonces, únicamente entonces, mi alma se libera en ti y la tuya se hunde en la mía: Únicas… Una.

sábado, 14 de marzo de 2015

... Y por dejarse llevar.

Empujadas en medio de aquella marabunta de gente que se dirigía hacia el gran salón de baile, quedamos separadas pese a mi empeño por tenerla cogida del brazo. Yo salí por un lado. Ella por el otro y un abismo entre ambas.
Por más que grité su nombre, asustada, a ella le pareció importarle muy poco aquella situación. Levanté la vista sobre la galería superior. Había una parte arqueada que servía de perfecta atalaya para ver todo lo que acontecía en la estancia. Un numeroso grupo de hombres –intuí que lo eran por el modo de vestir pero algunos iban ataviados con la maschera nobile, por lo que era complicado averiguar si lo que había debajo era un hombre o una mujer. Tuve la sensación de sentirme observada pero, por qué iba a serlo si había tantas mujeres a mi alrededor sobre todo con aquellos escotes que dejaban poco al bello arte de imaginar.

Me sentí confundida y aturdida. Aquellos segundos de oleaje humano me llevaron hasta el otro extremo de aquella parte del salón, muy alejada del  lugar por el que había entrado. Sentí que todo el mundo me observaba, que yo, obsesionada y aterrada, era el centro de atención. Pero no lo era.
Y ni rastro de Valentina que, a buen seguro no me echaba para nada de menos, mas yo temía por ella. Me quité la máscara un segundo. Me molestaba y mi agitación me hacía sudar.

- Balli? – me preguntó aquel enmascarado a mi oído. Me sobresalté. Me aparté de él en un simple movimiento y le miré. Era alto y vestía elegantemente con una casaca de tela adamascada en tonosagrisados, rematada con detalles dorados y pasamanería. La camisa  se dejaba unas chorreras por la pechera y terminaba anudada al cuello con una gran lazada que se sumaba a aquella. Me tendió su mano, que agitó para apartar las puñetas que sobresalían de la manga. Un anillo con una enorme piedra roja lucía en el dedo corazón de aquella mano. Sus ojos, al otro lado de la máscara, eran de un negro tan profundo como el ébano, como una de esas noches oscuras donde la luna no brilla. Tenía una sonrisa bonita, muy masculina, embaucadora, solemne
La capa negra y el bastón le daban un toque distinguido que se veía remarcado por aquel sombrero.

- No –balbuceé, negando también con la cabeza-. Grazie. No, non ballo –rematé, intentando alejarme pero me cogió de la mano. Lo hizo con fuerza pero, al tiempo, con delicadeza.

Me apretó contra su pecho. Le sentí a mi espalda. La respiración se me cortó y me quedé estoica. Percibí su aliento, quemándome el cuello. A nadie llamaba la atención. Tenía ganas de gritar, ganas de salir corriendo de ahí pero tenía los pies clavados al suelo y el resto del cuerpo agarrotado. 
- Qualcuna di così incantevole come te non può stare da sola stanotte -su mano pasó desde mi espalda hasta un costado mientras él giraba a mi alrededor, como observándome, como un zorro estudiando el gallinero. Luego se detuvo sobre mi vientre hasta llegar al otro costado y, entonces, percibí el sonido de la música que hasta entonces parecía haber cesado.

Solo podía ver su sonrisa y el embrujo de aquellos ojos negros. Giré y giré, pasos hacia adelante; pasos hacia atrás, a su merced, envuelta en una especie de trance en el que las lámparas de araña del techo parecían ser mi única referencia.
Y sobre el fondo de los clavicordios, de los violonchelos de los violines y demás instrumentos, le oí pronunciar su nombre: Davide.

Davide, Davide, Davide, Davide, Davide, Davide, Davide, Davide, Davide, Davide, Davide, Davide

Replicó una y otra vez como una campana en mi cabeza.
Las voces altas, las risas escandalosas Nada me parecía normal. Seguramente porque jamás antes había estado en una situación ni lugar semejantes.

Y bebí.
Y no debí hacerlo.
Y comí.
Y tampoco debí hacerlo.
Y me dejé besar.
Y no debí dejarme.
Me dejé llevar fuera del salón.
Y no debí abandonarlo.

Me quitó despacio la máscara y el collar que yo me había colgando sobre la frente a modo de corona, me tocó la piel.  Creo que podía escuchar los latidos de mi corazón y la respiración cortándome las vías respiratorias.

Con el reverso de los dedos de su mano derecha me acarició el rostro, mientras con la otra hacía repicar los dedos en la puerta con un ritmo similar al trote de los caballos. Con las yemas rozó mis labios, suavemente al principio; apretando después, viéndome en la necesidad de separarlos. Estaba realmente asustada y, en cambio, era imposible abandonar aquella sensación. Era como si el riesgo, como si el peligro, como si el mismo miedo que estaba sintiendo me hicieran permanecer quieta, a la merced de aquel desconocido.

Su boca se posó sobre la mía. Aquel roce, aquella forma de pasarla sobre mis labios; el tacto húmedo de su lengua me hicieron flaquear y él me cogió para llevarme en brazos hasta aquella enorme cama de la que no me había percatado hasta que me depositó sobre ella. Quedé tumbada a lo ancho.
Permanecí inmóvil, observando cómo se desprendía de la casaca y la dejaba colgada del palo de la esquina de la cama; cómo se quitaba despacio, sin dejar de mirarme desde el otro lado de la máscara, la camisa: botón a botón; como hacía lo mismo con los zapatos y luego con el pantalón Y fue la primera vez que vi a un hombre desnudo tan cerca de mí.

No sabía dónde mirar pero los ojos se me iban a lo que tenía entre las piernas. Aquel trozo de carne, de músculo, erecto y grueso, que apuntaba hacia mí y me pareció enorme.

Se tumbó a mi lado, despacio y calmado, como disfrutando de aquella experiencia. Estaba claro que andábamos en gran desventaja. Él, maestro, diestro y seguro. Yo, virginal e ingenua, inexperta y asustada.
Perfiló mi cuerpo con una mano; desde mi rostro hasta donde ya no le daba la largura de su brazo, pasando por mi pecho, por mi vientre, por encima de mi sexo Y me giró, dejándome boca abajo. Y yo, obedecía. Obedecía como si tuviera que hacerlo, como si mi papel fuera ese: el de dejarme hacer para descubrir.
Desabotonó la parte posterior de mi vestido y acarició la piel que quedaba al descubierto. Volvió a girarme para quedar boca arriba y me lo fue quitando: Primero, las mangas, luego el resto. Me quedé con mi ropa interior, con aquella tela ajustada sobre el pecho por medio de una cinta que se anudaba al frente.
Un movimiento rápido y cambié de postura para poder apoyar mi cabeza en los almohadones. Reptó sobre mi cuerpo. Podía percibir el calor de su aliento aún por encima de la tela y sentí un extraño cosquilleo en todo mi cuerpo y, lo que más me sorprendió, un pálpito en mi sexo, la sensación de sentirme mojada.
Me quitó los zapatos, con delicadeza, dejándolos caer al suelo. Siguió con mis medias. Deshizo la lazada que sujetaba la primera a mi muslo y la fue retirando muy despacio, besando mi carne: Besos cortos, con sonido Y cayó al suelo. Hizo lo mismo con la otra y asió mi pie, obligándome a levantar un poco la pierna izquierda. Su ascenso, igual que el descenso: un continuo listado de besos que se alargó hasta el hueco de mis piernas. Dí un respingo e intenté apartarlo.

- Ssshhh- siseó, mirándome. Me apartó las manos, dejándolas paralelas a mi cuerpo.

Me besó la frente y mis párpados cerrados; el perfil de mi nariz, la barbilla; mi cuello, con los labios separados y húmedos; la garganta y el nacimiento de mis pechos. Desarmó la lazada que cerraba aquella abertura de botones pequeños: Estos, uno a uno.
Pasó, ligera, la palma de una mano sobre uno de mis pechos, como si no quisiera tocarlo del todo, como el suave aleteo de una mariposa sobre una flor; luego, un par de dedos, dibujando la aureola que se abría alrededor de la cumbre erecta. Después, con la yema de uno de ellos, tentó la pequeña cima que tembló tímida cuando fue sacudida
A continuación, le sucedió lo mismo al otro.
Y mis ojos observaban aquel rostro enmascarado, los gestos de la mano, la erección de su miembro: El primer miembro desnudo que veía al natural.

No acertaba a articular palabra. No sé por qué mi reacción era tan silenciosa y sumisa. Nunca un hombre me había tocado y mucho menos cómo lo estaba haciendo Davide.
Sus dedos palpaban mi piel, erizándola, despertado en mí sensaciones que jamás hubiera imaginado. Sentí mi cuerpo temblar. Sentí ganas de gritar Y un gemido se escapó de mi boca cuando su mano se abrigó entre los labios de mi sexo. Su movimiento era lento, de abajo hacia arriba, rozando a milímetros mi piel, percibiendo mi vello como una capa protectora.

Tumbado a mi lado, no dejaba de besarme: suave, despacio. Con los labios, con el roce de su lengua, con su nariz, con su aliento.
Mi boca se entreabría y pasaba la lengua por mis labios. Lamía el aire y respiraba agitadamente. Dí un sobresalto cuando sus dedos, después de abrir mis labios y rozar largamente aquel botón vibrante y virgen, se introdujeron en el sepulcro que era el canal casto de mi sexo.

- Ssshhh –volvió a sisearme, posando un dedo de su mano libre sobre mis labios.

Seguía sintiendo ganas de gritar y las lágrimas empezaron a discurrir por mi rostro mientras el vaivén de aquellos dedos jugando en mi interior me hacía elevar las caderas y prensar las telas de la cama con mis manos.

Al quitar la mano sentí alivio y falta al mismo tiempo. Davide ascendió sobre mi cuerpo hasta que su pecho quedó sobre el mío. Me secó las lágrimas con sus dedos, con una ternura similar a la de una madre con su hijo. Me calmó con palabras, con siseos mientras su sexo, aquella empuñadura recia y potente, la sentía rozarse entre mis muslos, y aquel contacto duro y persistente chocando contra mi perla, la que él había dejado sensible y receptiva. Y de pronto, sentí como la pared en la que habían vagados sus dedos se abría a su sexo. La sensación no era la misma.Los dedos parecían fluir a pesar de la resistencia primera. Ahora, el calado era más hondo y más rasgado, incluso incómodo a pesar de la lentitud de la arremetida. 
Su pecho sobre el mío, subiendo y bajando. Mis piernas, abiertas, acogiendo un cuerpo desconocido, el primer cuerpo. Su rostro, tan cerca del mío que podía percibir el aliento atosigado de aquella posesión.
Me aferraba a sus brazos con fuerza, estirándolos. Intentaba controlar mi respiración insistida, percibir aquella sensación desconocida para mí: Aquella pléyade de emociones, de estremecimientos, de espasmos que me hacían convulsionar de pies a cabeza.
Mi cuerpo se entregaba, sin reservas, en un fuego que me quemaba las entrañas.

Y cuando se detuvo pensé que todo había acabado, que el fluido que corría entre mis piernas era el fruto de su pasión. Era mi pasión: el efecto de aquellas sacudidas que me habían confundido por segundos y avergonzado por minutos.

Sonrió ante mi perplejidad, sin explicaciones, sin objeciones. Y me invitó a colocarme boca abajo, con mi pecho pegado al colchón, sin protestas.

Sus manos empezaron a dibujar arabescos sobre mi piel, desde la nuca hasta el final de la espalda donde las curvas de mis posaderas, blancas y suaves, fueron deleite para hombre de amante virgen. Las tomó de abajo hacia arriba, elevándolas, y llevando su sexo henchido, grueso y erecto, entre las brevas, hundiéndolo sin penetrar del todo, acariciándose, frotándose Recorriendo desde los belfos, labios hinchados de mi sexo, hasta esa parte de mi cuerpo que no sabía también pudiera dar placer para, al final, clavarse en mí, venciendo sus caderas sobre las mías, escuchando el chapoteo de los dos cuerpos al rozarse. 
Aquella posición me gustó. Me recordaba a la de copulación de los animales. Me sentía especialmente sensible y aquellos embates que me obligaban a sujetarme con las manos, a clavar las rodillas en la cama, a morder las sábanas porque no quería gritar. Aquella excitación provocaba en mí unas infinitas ganas de jadear, como si me falta el aire
Y sentí el calor de algo quemándome la piel de mi espalda mientras oía como Davide gemía y respiraba fuerte, desbocado para dejarse caer a mi lado un rato después.
Y yo me dejé caer también, con las rodillas entumecidas, con las entrañas ardiendo, con el aire agotado, con la confusión de aquel maravilloso momento donde había entregado mi pureza a un desconocido.

- Dobbiamo rivestirci, mia dolce e virginale donzella.
- Ti rivedrò?
- Tutto è possibile –dijo, puesto en pie mientras se pasaba los calzones
Me vestí ante él, sin vergüenza. Creo que la había perdido para siempre. Me abotonó el vestido y me ayudó a colocarme el collar entre los mechones de mi pelo alborotado.
Se comportó como un caballero de esos de ensueño.
Me pareció maravilloso, único, distinto mientras me aguardaba delante de la puerta.
Tomados de la mano, salimos de la habitación, descendimos una escalera por la que no habíamos subido para llegar hasta ahí. Cruzamos varias salas vacías, escuchando al fondo el sonido de la fiesta.
¿Y Valentina? Me pregunté de pronto. Me había olvidado por completo de ella.

- Devo trovare a Valentina. Non mi potrei perdonare se le succedessi qualcosa.
- Se qualcosa le avessi successo, sono sicuro che non ci saranno lamenti.

Llegamos hasta el salón donde seguía el baile, las risas, el ir y venir de enmascarados y enmascaradas, de parejas abrazadas sin pudor Sentí mi mano floja, sin la sujeción de la mano masculina y me giré para buscar a su dueño.
No estaba y me sentí perdida en medio de aquella algarabía de gente. Se había ido sin despedirse. Se había llevado la flor más preciada del jardín de mi padre y no había dicho absolutamente nada.

En mi desconsuelo, en mi rabia y, en parte, en mi decepción, capté con la vista a Valentina y me dirigí hacia ella. Estaba pletórica, reía como una loca y no paraba de bailar.
- Finalmente ti trovo! –le dije, abrazándola.
- Dov’eri?
- Mi sono persa per di là… Non lo so Stai bene? –pregunté, observándola detenidamente. Todo parecía en orden.
- Sì! E tu? Sembri imbarazzata
- Ero preoccupata per te.
- Sto bene Ah, guarda! Un misterioso cavaliere mi ha dato una nota per te.
- Per me!? Chi? –Y enseguida me vino a la mente Davide, pero no creí que pudiera ser posible. Una nota en un baile Algo extraño cuando no conoces a nadie. La tomé de su mano y la abrí, leyéndola para mí.
- Di chi è? Cosa scrive? Dimmi!... Dimmi!
- Valentina! –protesté.

(3)
Y final.

Traducción de los diálogos.
Se os abrirá en otra ventana.

Y agradecerte, Almi, tu apoyo en la conversión de los textos pues sin tu ayuda me hubiera resultado complicado hacer unos diálogos reales y naturales.


La táctica del Pecado es enredarse hasta hacerte sucumbir.

La táctica del Pecado es enredarse hasta hacerte sucumbir.
Llegar al final tiene su interés. Puedes sorprenderte con sus pasos.