Vestida con mi desnudez
y en plegaria silenciosa os aguardo, Mi
Señor,
plena de entrega y deseo.
Hundidas mis rodillas en el suelo,
símbolo de mi reverencia a vos,
rectos los anclajes de mis hombros,
enervados mis senos para vos
y mis manos postradas sobre los velamen de mis
muslos,
atiendo con fingida calma el enaltecimiento de
vuestras órdenes
mas no hay tales sino silencio y,
desde la pleitesía de mi baja mirada,
como espuma sobre la arena,
señal de respeto merecido,
atisbo vuestros pies.
Como sierva vuestra me inclino a besar y
agasajar
como solo vos alcanzáis.
Carne de Pecado soy
y dispuesta a complaceros
estoy.
Cuerpo entregado,
Mente consentida,
Alma dispuesta…
Y os hacéis Carne, Señor.
De las cumbres de vuestros mástiles,
entre las velas oscuras que os cubren,
emerge digno y erguido
gallardete que me señala.
Mi boca anhela ser tierra en la que penda,
se enarbole y bata,
desde mis bordes hasta mis adentros.
Y vuestras manos me dominan y dirigen,
prendidas en los arreboles de mis mejillas
y en las olas de mis cabellos,
hasta que mi tierra, húmeda, embebida y
exhausta,
bendecida sea, honrada es,
por las blancas y espumosas aguas de
Vuestra Gracia Plena.
Tuya soy, Mi Señor de las Aguas.
Tierra siempre virgen que a vos se entrega
sufrida.