Quod si vivere in delectatione est Peccātum gloria est infernum.

El Tacto del Pecado

He aquí el Pecado, enarbolado en el Ser y en el Sentir, encumbrado en su gloria y en ella, sacralizado.


viernes, 28 de marzo de 2014

Mojados en placer...


Lo cierto es que desde que se ha separado de Marina, Lucas ha dado un cambio de 180º. Se le ve más dinámico, más alegre, más pasional... en todos los aspectos. El laboral, el que más desconozco, según mi marido, no puede irle mejor. No sé mucho de Marina desde que entonces. Tampoco he sabido mucho más de ella antes pero no dejábamos de ser "amigas". Me había limitado a estar en mi lugar. Cuando se separa una pareja y los dos son amigos, lo mejor es no meterse porque, al final, quien acaba perjudicado es uno mismo. En este caso, podría ser yo y, de rebote, afectar a Nacho.
Ella se había ido a otro piso que tenían en la ciudad. Él se había quedado en el que habían compartido durante los últimos años. No quedaba rastro, al menos a primera vista, de que allí hubiera estado Marina.
Pero, bueno, son detalles que no vienen al caso.

Cuando entré en el cuarto de baño, después de un buen rato recostada en el sofá, me quedé impresionada de cuánto se lo había currado Lucas en esos momentos. La bañera no llegaba a estar llena del todo y rebosaba espuma. Había un aroma a "spa" que me encantó... La luz apagada y aquellas velas encendidas sobre la tapa del inodoro y sobre la encimera del lavabo... A veces me ha dado por pensar que realmente está enamorado de mí pero no sé si estaría dispuesto a robarme de mi marido. Me he percatado de que está mucho más pendiente de mí, como más desinhibido, aunque sigue siendo un hombre muy prudente cuando Nacho está presente o las circunstancias así lo requieren.
Después de un polvazo como el que habíamos tenido hacía un rato, no pensé en que tuviera ganas de más pero aquel ambiente creado con la tenuidad de la luz de las velas, aquel aroma tan sensual de las sales, esencias o jabón que hubiera utilizado... eran una invitación para disfrutar de una cita sumergida en la pasión, lujuria, desenfreno...
No faltaba detalle: Ni dos copas altas, ni una enorme cubitera con una botella de cava, ni un original plato con fresas, muy apetecibles; un bol transparente con nata... Me maravilló aquel detalle del candelabro. Sabe que me gustan muchísimo y colocó aquél justo en el punto donde no pasara inadvertido para mí. Las llamas de las largas velas tintineaban reflejándose en el espejo.
El reflejo Lucas en aquel espejo parecía una sombra que se proyectaba desde no sé dónde. Le sonreí. Me sentí tremendamente halagada. En ese momento no pensé en mucho más. Había logrado evadirme de mis más bajos instintos sexuales para recrearme en un aspecto romántico que no suelo vivir al lado de Nacho, y eso que es muy detallista pero no lo expresa en juegos como Lucas. Me hace igual de feliz pero no cabe duda de que me evoca mucho estas cosas. Mas no deja de ser un juego altamente peligroso.

- ¿Quieres música? -me preguntó acercándose. Todavía estaba desnudo aunque se había anudado una toalla alrededor de la cintura. Yo llevaba su camisa blanca. El perfume que él utilizaba me venía a vaporadas.
- Te lo has currado, Lucas.
- No creas. He estado dos días mirando por internet... y me he visto, como un sanselo*, la peli de Pretty Woman.
- No te creo.

Conectó el hilo musical y nos dejamos llevar. Probé de aquel cava. Estaba en su punto de frescura. Tomó una fresa. No eran muy grandes, adecuadas para tomarlas de un solo bocado. La mojó en su copa y me la dio a probar, quedándose en los dedos con apenas un trocito que se tomó él, chupándoselos con suma delicadeza y provocación, sin dejar de mirarme. Reconozco que me sentí tímida, tanto que crucé la camisa sobre mi pecho. Lucas esbozó una sonrisa. ¡Dios, su sonrisa me mata! Apenas nos separaba un paso. Él lo asaltó. Su pecho quedó pegado al mío. Me abrazó rodeándome la cintura. Nos besamos. Nuestras lenguas volvieron a jugar pero no era aquel juego salvaje y desenfrenado de antes, sino un ritmo lento, pausado, más sensual que pasional...
Su camisa se perdió espalda abajo, cayendo arrugada en el suelo. Sus manos recorrieron mi piel, de arriba hacia abajo, de derecha a izquierda; despacio, sin prisas, sin detenerse ni en mis pezones -aunque las palmas de sus manos percibieron su tirantez- ni en mi sexo, a pesar de que me estremecí cuando apretó suavemente entre mis piernas. Apoyó ambas en mis glúteos. De pronto, se removió con fuerza. Me tomó de la muñeca y llevó mi brazo sobre mi espalda. Su mano libre, como una garra abierta, me tomó una nalga, como si me fuera a rasgar... Su boca presionó la mía perdiendo aquella ternura para ganar en puro deseo.
Pude sentir la punta de su polla acariciar los labios de mi vagina. Expiré un gemido al notar su glande. Queríamos follar otra vez. Quería que volviera a introducir su magnífico instrumento en mi interior, centímetro a centímetro, dejando que se ajustara como un guante a su miembro... Pero todavía no. 
Alargó la mano hasta que un dedo alcanzó mi ano. La piel estaba suave. El gel que me había aplicado y los flujos de nuestras corridas me habían dejado la zona como el culito de un bebé. La fuerza de su dedo hacia el interior me hizo poner de puntillas. Mordí su labio superior y él me levantó un poco más el brazo como signo de advertencia. Tuve la sensación de ser una delincuente retenida por algo... Mi delito... ¿Saber ser puta? ¿Saber comportarme como una auténtica guarra y hacerlo gozar como nadie? ¿Tener el morbo de ser una mujer prohibida, de ser la mujer de su mejor amigo? ¡A saber!

Me giré para quedar de espalda a él, dejando libre toda la parte frontal de mi cuerpo: mis pechos, mi cintura, mis caderas... mis muslos... y mi trasero pegado a su pubis. Mis tetas se pusieron duras, un poco menos que su polla. La podía percibir a pesar de la toalla que nos separaba. Yo me inclinaba. Yo me echaba hacia atrás, jugando un poco; hasta que él decidió que lo hiciera hacia delante, pasando las palmas de las manos, una detrás de otra, como siguiendo un camino de miguitas desde la nuca hasta los glúteos. Amasó mis nalgas formando círculos, las separó; rozó mi ano y pasó los dedos hasta mi coño mojado y suplicante... Levanté una pierna, apoyándome en el borde de la bañera y sujetándome en el lavabo. Sus dedos fueron abriendo los pliegues de mi sexo. Lo hizo lentamente, palpando superficialmente hasta alcanzar mi clítoris. Suspiré de excitación cuando aplicó su lengua, sus labios... Sentí la tirantez de la piel al forzar su apertura y eso me excitó mucho. Me preparó durante unos minutos antes de indicarme que me sentara. Así lo hice. Frente a él, quien se quitó la toalla y vi la prominencia de su polla, palpitante, mirándome inquisitiva... Sabía qué debía hacer, qué quería... Y estaba dispuesta a hacerlo... Me gustó ver aquella zona completamente depilada. 
Abrí mis manos, separando y doblando los dedos a modos de horca para arañar, suave y pausadamente, desde sus pectorales hasta las caderas, acercándome peligrosamente a su sexo, sin llegar a tocarlo. Seguí por las caderas, hasta los muslos, y terminé sobre su pubis, intercalando los roces de las uñas con  los de las yemas o, incluso con los reversos de los dedos.  Su polla tenía vida propia. Sonreí tímidamente al verla palpitar. Toqué sus testículos y terminé recorriendo todo el tronco. Tanteé un poco, haciéndole "la cobra" para incitarlo más. Me la metí casi entera en la boca, poco a poco. Y del mismo modo, la saqué para empezar de nuevo pero centrándome más en su capullo. Le miraba. Me gustaba ver cómo iba cambiando su expresión conforme se iba excitando más. Me mojé los dedos de mi mano libre y acompasé el juego de mi boca con los dedos en mi coño... Apretó los labios y empujó mi cabeza para que me tragara su miembro algo más...
Me propuse hacerle un buen trabajo, así que puse todo mi empeño, mi boca, mi lengua y mis manos en masajear su polla; en besarla, por arriba, por abajo... en subirla en bajarla... En sus testículos... Puse tanto entusiasmo que en uno de los viajes tuve una arcada.

- Calma, cielo... calma... - me susurró minutos antes de decirme que quería follarme ya. Me dí la vuelta y me puse en pompa. Le brindé mi trasero y mi llovedizo coño. ¡Dios, cuando sentí aquel instrumento meterse poco a poco en mí, creo que tuve una acometida de orgasmo! Su arrastre tenía la magia del tiempo que no apremiaba.

Me cogió en sus brazos y, en volandas,me dejó de pie dentro de la bañera. El agua estaba perfecta, apetecible, idónea... Me senté en el borde, en uno de los extremos que tenía aquella especie de encimera. Cogí mi copa y bebí un sorbo mientras Lucas terminaba de meterse en el agua. Cuando me ofreció otra fresa con nata, negué con la cabeza...

- Prefiero comer otra cosa...
- ¿Cómo qué? Tal vez pueda ofrecértelo...
- Seguro que sí... -respondí alargando la mano hasta coger su miembro erecto en ella, pero no me dejó seguir. Apartó la bandeja y se sentó sobre varias toallas al borde de la bañera. Me volvía loca de deseo ver su polla menearse libremente, con aquella erección que yo estaba deseando vencer en mí. Se acomodó y tiró de mi mano. Me giró para darle la espalda. 
- Agáchate un poco y ven a follarme...

Él permaneció sentado mientras yo, antes de sentarme como yo quería y pensaba, permanecí dándole la espalda. Hizo que me sentara, que levantara mis piernas y pasó su pene desde atrás hacia delante, golpeando mi clítoris con su glande, haciendo que mi coño se mojara más y más...
Acoplada a su polla, me movía hacia delante y hacia atrás, sujetándome a ambos lados de la bañera. Las suyas me recorrían despacio... buscando mis tetas, que se movían en vaivén al ritmo de mis envites. Pero me gustó más y fue genial cuando me ayudó a sentarme a horcajadas sobre él cara a cara, cuando me sujetó para poder clavarme su polla otra vez, cuando me ayudó asiéndome de mi culo. Me encantó que me rodeara fuerte con sus brazos, que me besara de aquella manera y cuando le dio el arrebato de ponerse en pie y, casi sin soltarme, colgada, avenirnos de nuevo para follar de pie. Eso solo pasa en las películas y con un tiarrón que levanta cada día yo qué sé cuántos kilos. Por un momento temí por nuestro equilibrio pero solo fueron unos segundos. Me sentí como en un tíovivo... Sobre un tío muy vivo...
La calma vino un poco después, cuando me sentó en donde él lo había hecho. Abrí bien mis piernas, ofreciéndole mi depilado coño. Me hizo una comida con la que me sacó gritos y gemidos y una tremenda corrida que le salpicó todo el rostro. Aún así, no paró y siguió frotando mi clítoris con muchísima energía. Por un momento pensé que iba a perder el conocimiento. Llevaba sobreexcitación, sobrealiento, hiperventilaba... Reconozco que me volví loca, que adopté posturas y acciones que en otro momento no hubiera sido capaz de hacer. Pero Lucas estaba disfrutando creo que más que yo.

Cogí mis tetas. Las apreté y dejé que su polla se frotara entre ellas y lograba tocarla con mi lengua cuando asomaba. Estaba siendo muy, muy desinhibida, digamos que me sentí muy puta... y salimos beneficiados los dos...
- Deja... yo las cojo... -me indicó sobreexcitado. Las tomó entré sus manos y me azotó los pezones suavemente, como quien da una bofetada con las yemas de los dedos. Mi excitación era tal que creo, que de haber hecho más hincapié en el gesto, no hubiera notado la fuerza de ese gesto.
Su semen saltó sobre mi escote, llegando a regar un poco la cara. Él mismo se encargó de que no me llegara más arriba. Golpeaba su glande contra mis pezones, dejando escurrir hasta la última gota. El masaje posterior puso mis pezones casi al límite. Ahora, roce de su piel casi me dolía.
Necesité el baño y el cava, devoré las fresas (menos unas pocas que decidí compartir con Lucas), y casi me comí la nata... Y no comí más porque no me dejaron... Pasamos después casi una hora a remojo, abrazados, besándonos, diciéndonos cosas... hablando de trivialidades y de temas más serios... sin importarnos que el agua se fuera quedando fría o que la espuma desapareciera por completo... hasta que el tiempo sí apremió...
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*Sanselo: Bobo, tonto, alelado, pasmarote, corto de ideas, pasmado, sin gracia...
(Vocablo de mi tierra)

miércoles, 26 de marzo de 2014

Sedúceme...


La seducción es el acto de seducir, de inducir y persuadir a alguien con el fin de modificar su opinión o hacerle adoptar un determinado comportamiento según la voluntad del que seduce. Aunque suele emplearse para referirse a intentos de conseguir interacciones de tipo sexual, se emplea también en español para referirse a intentos de atraer, físicamente o a una opinión. 
El término puede tener una connotación positiva o negativa, según se considere mayor o menor cantidad de engaño incluido en la acción. 
Etimológicamente, "seducir" proviene del latín seductio, (acción de apartar). Y según el DRAE, en su primer acepción, seducir es "engañar con arte y maña", aunque al tratarse de un término tan emocional cada autor ha acuñado su propio término. Recientemente el escritor Arthur Love se ha referido a la seducción como "el arte de hacer feliz a la mujer". Como dijo Erich Fromm, también requiere arte y esfuerzo. 
Así, pues... Engáñame y hazme feliz...
Fuente: Wikipedia.

sábado, 22 de marzo de 2014

La Fantasía de Lucas...

¿Por qué no atender su fantasía? Si a él le apetecía afeitarme el coño, por qué no dejarle... Al fin y al cabo, era algo que me podía satisfacer también a mí. Por un momento me acordé de aquella película erótica de Bigas Luna, "Las edades de Lulú", obra original de Almudena Grandes, en la que la protagonista se deja depilar el coño. Una salvedad, ella es una niña sumisa que se pierde en los deseos de él. Yo, le dejo cumplir sus deseos pareciendo sumisa.
Me dejé hacer. Dejé que me desnudara con total delicadeza, besando mi piel conforme la iba descubriendo, dejándome tan solo con mis medias de medio muslo. Y se detuvo, como un maestro ante un boceto, a estudiar mi sexo, a distraerse entre los vellos que lo cubrían, a deslizar su mano abierta sobre mi pubis...
Extendió una toalla sobre la mesa, alcanzó un cuenco con agua tibia, la crema de afeitar, una barra de jabón y su brocha... una tijera y una navaja con un paquete de cuchillas nuevas...

- ¿A dónde vas con tanta parafernalia?
- Tú déjame hacer que sé lo que me hago -aseguró-. Me gusta comer un coño bien rasurado.
- ¡Te habrás quejado de mi, acaso! -protesté. Sabía que no me iba a quedar callada.
- El tuyo me pierde, bonita.

Lucas separó mis piernas, me las flexionó ligeramente y me dejó así. Retrocedió unos pasos y lo vi delante de mí con la cámara en la mano.

- ¿Qué vas a hacer? -le pregunté extrañada, incorporándome un poco
- Ssshh... no te muevas. Voy a hacerte una foto.
- ¿Estás tonto?
- No. Quiero que veamos el antes y el después...
- ¡Tú estás agilipollado! -Y se echó a reír sin abandonar su intención. En el fondo, qué podía pasar, ¡que se la enseñara a Nacho como aquél que no quiere la cosa y con algo se suerte no reconociera el coño de su mujer...! No me iba a poner a pensar.
- Te lo voy a dejar como el de una nena... A Nacho le va a gustar... -dijo ayudándome a incorporarme un poco, dándome instrucciones de cómo quería que me supiera para hacer aquella foto. Quería mi coño encuadrado entre los dedos índices y pulgares de mis manos.
- ¡No sabía que fueras tan cabrón! -Él se carcajeó pero lo hizo de tal manera que me temblaron todos los cimientos.
Luego, me sirvió una copa, brindamos, nos besamos y empezó su cometido, tomando una instantánea conforme avanzaba el proceso.

domingo, 16 de marzo de 2014

Polvo y final...

Había llegado ya el último día. Y éste había salido estupendo. El mejor de todos los que llevaba ahí y decidí bajar a la playa para tomar un poco el sol. Cierto era que no había mucha gente. Un par de señoras mayores que paseaban junto a la orilla y unas más jóvenes tomando el sol un poco más allá. 
La cala era pequeñita, agreste y salvaje; pequeña porción de arena y un agua impecablemente transparente que dejaba ver los bancos de pequeñas rocas que quedaban bajo ella. 
Esa mañana estaba sola. Jose tenía otras cosas que hacer pero aún recordaba, entre las líneas del libro que estaba leyendo, sus jadeos y embestidas de la noche anterior. Se supone que yo había venido para descansar, para tomarme un respiro pero, en realidad, increíblemente, había llegado para follar como una loca con un desconocido, con alguien con quien, a toda seguridad, no volvería a ver en mi vida.
Anduve por la orilla, me dí unos cuantos baños a pesar de que el agua todavía no estaba muy apetecible pero el sol picaba y, en cierto modo, se agradecía. Subí al chiringuito a comer y me fui a la habitación a darme una ducha. Cierto era que no sabía muy bien qué iba a hacer aquellas últimas horas. Dejé la habitación en penumbra y me tumbé sobre la cama. Leí los mensajes que tenía en el móvil. Un par de Nacho y el doble de Lucas. Verdaderamente, no estoy siendo demasiado justa con Lucas en los últimos tiempos. Sí, me gusta. Es un tipo genial. Es un buen amigo. Folla de vicio pero... Es demasiado complicado para mí. A pesar de ello, caigo y caigo siempre. Decidí llamarle aunque no estaba segura de ser una buena idea. Me lo cogió a la primera. No se oía nada de fondo, salvo el paso de algún coche.

- Hola, cielo -me dijo con un tono de lo más tierno. Me sonreí y pasados las cuatro primeras frases hablando de lo más intrascendente del mundo; de esas cosas que no llevan a ninguna parte pero rellenar el espacio-. Te echo de menos. Tengo ganas de follarte. Me tienes muy olvidado últimamente.
- ¿Tú crees?
- Yo sé -aseguró-. Eres como una gata mala. Juegas, te cansas, me das el zarpazo y te vas... Yo me quedo con las marcas y con las ganas... -Me eché a reír pero tenía mucha razón.
- ¿Dónde estás?
- En el despacho. Tengo muchas cosas que hacer. Se han ido todos a comer pero yo me he quedado para preparar unas cosas. He comido aquí.
- ¿Y el postre?
- No lo tenía pensado... pero, tal vez... a ti se te pueda ocurrir algo -insinuó-. ¿Dónde estás tú?
- En la cama... Medio a oscuras...
- ¿Desnuda?
- Completamente desnuda -acentué, sintiendo como mi coño lubricaba con la sola idea de la tentación y del saber qué iba a suceder a poco que me dejara. De mi boca salía esa sonrisa pícara que se sabe de un éxito previo y seguro.

martes, 11 de marzo de 2014

Cita explosiva...

No me apetecía pasar sola aquellos días pero mis amigas se habían rajado al final. Nacho no podía acompañarme. Ir con Lucas era imposible y con cualquier otro, más. Así que decidí ir sola. Ya tenia planificada la idea desde hace tiempo. Había reservado una habitación en un hotel pequeño cerca de la playa. No me gusta en demasía la playa pero me había informado de que era un lugar tranquilo aquél, además, todavía era temporada baja y no había tanta clientela. Así que hice mi maleta. Nacho me llevó hasta la estación de tren. Un largo viaje de varias horas y llegaría a mi destino.

- Disfruta y aprovecha estos días para olvidarte de todo -me dijo antes de besarme , casi a punto de subirme al tren.

En mi destino me esperaba el coche de alquiler con el que acudiría hasta el pueblecito elegido: Un lugar de pescadores, de pocos habitantes por esa época, de pequeñísimas calas enrocadas y entre pinares. Una combinación perfecta de montaña y mar. Mi hotelito era un encanto: Paredes encaladas en blanco, ventanas azules, balcones al vacío de un acantilado rocoso... mar turquesa, barquitos pesqueros...

Me sentí diferente desde el mismo momento en el que puse pie en tierra. 
Mi habitación no quedaba a la zaga: Una amplia cama, como había solicitado, un baño estupendo, un balcón en el que poder comer, prendido en la altura que ganaba la roca...El rugido del mar lo inundaba todo. No era demasiado grande pero no necesitaba más.

martes, 4 de marzo de 2014

El guiño de Qadesh...


Creo que es cierto eso de que todo y todos estamos interconectados, a no ser que todo sea una casualidad pero yo no creo en las casualidades. Tengo claro que las cosas pasan y existen por alguna razón que está más o menos a nuestro alcance, al menos del mío. 
Y curioso me parecía que Pablo no hubiese dado señales de vida en más de quince días... A no ser que nuestra relación sea quincenal, denominación evidente después de un corto estudio temporal... Sin embargo, me citó en aquella exposición de arte egipcio. Recuerdo lo qué sucedió en la última exposición a la que acudí -perdí mis bragas y un poco de mi poca vergüenza-. Él es el único que me las ha destrozado y el único que se las ha guardado... No sé si es fetichismo, alguna clase de parafilia o bien, ganas de jorobar sin más para hacerme llegar a casa sin bragas. Eso me hizo pensar en algunas de mis tácticas de sorpresa. Recuerdo que en varias ocasiones, mientras mantuve relación con el Macho Alga, hace ya un tiempo, no habían sido dos las ocasiones en las que me había presentado en la cita sin ellas para gusto y delirio de él. ¿Por qué no repetir las cosas que tan bien habían funcionado en su momento? En algunos aspectos, el Macho Alfa (a quien debo agradecer el relucir de la puta que llevo dentro) y el abogado tienen algo en común.
Así que ahí me presenté, no teniendo demasiado en cuenta las" instrucciones" que me había dado. Las cosas son como son: a mí me cuesta olvidar que me gusta llevar las riendas (aunque creo que, en algún momento, las he entregado, tal vez con el único consentimiento del puro interés). Y él me habla de negociación... ¿Negociación? ¿Negociar conmigo? ¿Mis reglas o sus reglas? Las mías son más bien inegociables... Y, sobre todo una: mi coño no tiene amo.

Entré a la exposición con la invitación que me había hecho llegar: hombres encorbatados y los que no, muy apañados, mujeres más o menos etiquetadas, y digo bien, etiquetadas. Salvo por eso, algo de lo que enseguida me olvidé, lo que estaba viendo me parecía de lo más interesante. Me apasionan estos mundos antiguos, llenos de sabiduría e inteligencia que, en la mayor parte de las ocasiones, nos dan maravillosas lecciones de conocimiento y orden social, amén de salvajadas que no son tan diferentes de las de ahora. Comprobé la hora. Pasaban quince minutos de la hora acordada. Sabía que iba a llegar y que lo haría en el momento más inesperado. 
Me situé ante aquella piedra plana, para decirlo de un modo vulgar: Isis y Osiris, dos serpientes enfrentadas. Tenían cierto misterio. Según el catálogo tenían su historia, y me enfrasqué en la lectura, perdiendo la noción de la realidad que me rodeaba.
Seguí caminando mientras tanto, hasta que me choqué con un caballero (amablemente le pedí disculpas por mi despiste). Y me fijé, entonces, en aquella pintura. Primero no me dí cuenta pero me llamó la atención la posición arrodillada de la egipcia. Claramente se trataba de una felación.

Se situó detrás de mí. Esta vez sí supe que era él. Reconocí su perfume y me dejé embriagar por él. Noté su cuerpo pegado al mío, más sensación en mi piel que consistencia, pero sí la presión de sus manos a ambos lados de mi cadera.

- ¿Interesante? ¿Estás tomando nota?
- Mucho y no necesito tomar notas -respondí sin girarme y dibujando una leve sonrisa entre mis labios-. ¿Por qué me has citado aquí? ¿O acaso se trata de que eres tú quién debe tomar nota? -pregunté sabiendo que se sonreiría.
- Sé que te gustaría y porque si me surgía algo en el último momento que me retrasara un poco, tú estarías entretenida y en tu salsa. 

Estuvimos disfrutando de la exposición durante una hora más. No me apetecía pasar de largo pero me dí cuenta de que iba siempre un par de pasos por delante de Pablo que, desde su distancia, parecía no perderse detalle alguno de mí.

- ¿Te espera tu marido en casa?
- No, no me espera -respondí sin dar más explicaciones. Llevaba desde la mañana fuera y no volvería hasta el día siguiente pero era un dato que a él no le interesaba en absoluto.

Antes de salir, no sé si por casualidad o como una señal, Qadesh. La verdad es que no la reconocí ni sabía bien quién era pero, ciertamente fue una llamada.  Qadesh, Hator o Sejmet, cualquiera podía ser ella. Sí, la diosa con serpientes, sobre un león, con flores de loto... la del placer sexual... Parecía hacerme un guiño.

Subimos a su coche y me acomodé en el asiento. Mientras conducía, a no sé dónde, su mano no se conformó con posarse sobre mi muslo, sino en buscar el surco entre ellas hasta llegar a lo que no esperaba. Aunque intentó disimular no pudo evitar que en su rostro se reflejara la sorpresa. Sonrió con picardía mientras nuestras miradas se encontraban.

- ¡Vaya! No me lo esperaba... Sí que esperaba que no me hicieras caso pero creo que algún día lo harás.
- Igual desistes -ironicé. Él me miró con cierta autoridad, como reclamando la osadía que había tenido al proclamar aquéllo.
- No me conoces lo suficiente.
- Ni tú a mí...
- Tal vez mejor de lo que tú crees.  -Y su sonrisa inundó todo el espacio, llenándolo de puro erotismo. Tanto que me estremecí, sintiendo unas tremendas ganas de gritar y de comérmelo en aquel momento. Abrí mis piernas y dejé que su mano se introdujera entre mis labios, percibiendo la humedad que por ellos resbalaba. Rozó mi clítoris.

Se me escapó un gemido al tiempo que el respingo por notar al suave pellizco que las yemas de sus dedos le propinaron. Bajo mi vestido, los pezones erectos marcaban su hinchazón y el canalillo de mis pechos se agitaba perdido entre la delgada línea de aquel escote. Parecía no importante el hecho de estar entre tanta gente, en un carril del centro de la ciudad en hora de auge circulatorio. Y a él parecía importarle todavía menos cuando su mano, con sus dedos preñados de mi jugo, se los llevó a la boca  y los lamió, descaradamente, a lo largo de su parte interna... Luego, me los puso a la altura de la mía, rozando mis labios, provocando que la abriera... Dejé que fuera él mismo quien los moviera dentro, percibiendo todo el sabor de mi sexo excitado sin dejar de notar como éste, seguía supurando aquellos jugos de los que mi boca disfrutaba.
Sé que lo que quería es que no me adelantara a sus pensamientos... Pero ¿y si piensa demasiado despacio? ¿Qué problema hay? Tampoco a mí me costaría demasiado dejar que los mostrara y hacerle ver que era espontáneo... Pero eso sí que me resultaba algo más complicado. Así que, mientras él conducía hacia no sé dónde, me acomodé mucho mejor en mi asiento. Me levanté la falda para que no pudiera perderse nada (y yo pudiera abrir más mis piernas). Iba a subir una pierna al salpicadero pero era demasiado evidente, así que apoyé mi pierna derecha en alguna parte y la izquierda, la acerqué, peligrosa, pecaminosa e intencionadamente, hacia él. Mi sexo percibió el cambio de temperatura al separar las piernas y aprecié la sensación de un reptar líquido descendiendo hacia mi ano. Cuando mis dedos llegaron a la zona se empaparon del líquido cremoso de esencia a mujer.
Seguí acariciándome y frotando mi coño entre exagerados y no tan exagerados gemidos que se acoplaban a la música que sonaba como ambiente, terminando por anularla. Introduje mis dedos, lentamente, sin dejar de mirar a Pablo que, a duras penas, podía mantener la mirada en la carretera.

- Sigue así hasta que pare en algún sito y no te corras por nada del mundo...

Tendría que centrarme en hacerlo muy, muy despacio, ganando tiempo; recrearme en mí misma y volverlo loco a él. Aquel vestido que me había puesto no permitía demasiadas artes sobre mis pechos. Dejaban ver solo la parte central, el estrecho canal entre mis senos pero creo que tenía bastante recreación con mi húmedo coño y el juego de mis dedos entrando y saliendo o tirando suavemente de mi clítoris.
Miré entre sus piernas. Era evidente el juego hinchado de sus huevos y la erección de su polla tirando de la tela del pantalón, luchando por acoplarse, por buscarse un mejor sitio. Podía definirla desde la base hasta la punta.
Me situé apoyando la espalda en la puerta del copiloto para poder posicionarme de tal forma que pudiera tocarlo con uno de mis pies. Continué dejando que mis dedos entraran y salieran intercambiando ritmos suaves y constantes, lentos con aquellos otros de repentina aceleración... Y mi pie llegó a frotarle por encima del pantalón. Estaba duro, tremendamente excitado. Su pecho subía y ascendía en respiración entrecortada. Sus manos permanecían quietas sobre el volante. Las mías, menos paradas que las de él, se entretenían en mi sexo, en mis piernas, en deslizarse sobre mis tetas -lastima que no pudiera sacarlas de debajo del vestido- y en introducir los dedos mojados con sabor a mí, una y otra vez en mi boca.

Pude notar bajo la presión de mi pie, el palpitar de su polla, como si tuviera vida propia. En realidad la tenía. Ella reaccionaba a mi. Él parecía intentar controlarse. Me extrañó esa actitud suya. Se supone que él es que quiere mandar o, tal vez, era una forma de decirme "a ver qué es lo que sabes hacer"; aunque no creo que fuera necesario demostrarle demasiadas cosas a pesar de que nunca estaba conforme del todo. Yo siempre estoy "abierta" a sugerencias.
Creo que captó la idea. Y si había alguna sugerencia, ésta era la de follarme allí mismo. De haber podido, hubiera parado el coche en seco, echado el freno de mano y abalanzarse sobre mí sin ningún tipo de preámbulo; comerme la boca y comerme el coche, empaparse de mí y beberse todo lo que lograra sacar de mí. Pero...

No sé por dónde fuimos ni sé a dónde llegamos. La puerta de un garaje se abrió. Estaba en la planta calle de un edificio de cuatro plantas. Me chocó que el garaje fuera individual pero no me detuve en esas cuestiones. Estaba lo suficientemente caliente para desear que me follara cuanto antes. Estaba muy húmeda, digamos que casi chorreaba y que me faltaba un "ya" para correrme...
Bajó la persiana del garaje, encendió la luz interior y apagó el contacto del coche. E hizo lo que o esperaba. Se echó sobre mí nada más soltar el volante y fueron sus dedos los que empezaron a entrar y salir de mi coño mientras los míos, con aroma y sustancia, se colaban entre sus cabellos, acercando su cabeza a mi escote, sintiendo su lengua en mi canalillo, como los picaflores cuando buscan el néctar de las flores. Su lengua subía y bajaba por la abertura. Mientras, yo le dí libertad a su polla y ésta me lo agradeció húmedamente, recibiendo una caricia que ligeramente mojó mi mano, lo que me sirvió para lubricarla más, desde la punta hasta los testículos, entreteniéndome con ellos y repetir la operación... Abajo... Arriba...Arriba... Abajo...

Pellizcó mis pezones por encima de la tela, pues la tirantez del escote no le permitía pasar bien la mano. Abrió la puerta del copiloto y me indicó que saliera. Así lo hice, notando como un camino húmedo se abría a lo largo de mis piernas. Me quité el vestido y lo tiré al interior del vehículo mientras él  se abría la camisa. Me acerqué al capó. Estaba caliente, tal vez demasiado... Y dí un respingo. Se quitó la chaqueta y la puso sobre el coche sin dejar que me acercara. Sus manos aprisionaron mis tetas, las masajearon con autoridad y decisión antes de sacarlas del sujetador. Mis pezones estaban tan sensibles por la excitación que cualquier caricia parecía dolerme. Si eso fuera poco decidió usarlo de canica. Su dedo corazón se volvió catapulta en su mano y el dedo pulgar le dio la fuerza necesaria para golpear.


Gemí, placer y dolor al mismo tiempo. Mis dientes se apretaron y mi boca se abrió a continuación cuando él, con la mano libre, sujetaba mi rostro con fuerza. Su lengua me penetró con avidez mientras me separaba las piernas con la suya.

¿Qué había que le impidiera hacer lo que quisiera? Me empujó contra el capó del coche. Me vi ahí boca arriba, con las piernas abiertas y los pies apoyados en el guardabarros. Se inclinó y empezó a chuparme con ganas, con toda la sed del mundo. No dudo que algo saciara pues para entonces estaba tan mojada que chorreaba. Con la misma energía con la que chupaba, me levantó para cambiar de postura. Mi situación era de pleno sometimiento. Mi pelo presa de una de sus manos, con la cara pegada al capó, con mi vientre sobre la caliente chapa y mi culo en pompa, como si me fueran a registrar. Me separó de nuevo las piernas, empujando con su pie los míos sobre aquellos tacones. Quería una puta y la tenía a su merced, muriéndose de gusto por que la follaran cuanto antes. Me dio un azote con la mano, de abajo hacia arriba. Pude oír el ruido del chasquido. Me puso en alerta. Sus dedos recorrieron el estrecho canal que separaba mis nalgas. Las apretó, volvió a palmotear ambas y volvió a tocarme el coño para extender mis flujos a modo de lubricante.


Me la metió hasta el fondo, una y otra vez, mientras yo solo me defendía con gemidos que se enfatizaban con algún que otro grito incontrolable. Sí, no soy lo que se dice escandalosa pero me dejo oír en ocasiones... Le acompañé en sus movimientos y me gustaba la sensación de vacío y de plenitud cada vez que la sacaba por entero y la metía de golpe otra vez.
Yo ardía, él se quemaba. Yo quería más... Él intentaba alargar, cuanto más mejor, la tortura que padecíamos y cuando ya notó que me iba a ir, frenó en seco. Juré y maldije con las mejores palabras que conocía. No son muchas pero se hacen sentir.
Su pantalón en el suelo hizo de alfombra a mis rodillas. Su polla, tremenda polla, quedó ante mis ojos; tan cerca  que pude percibir el aroma a sexo y lujuria. Mi boca no se lo pensó. Abierta como el animal más salvaje, atacado por el hambre, la abalancé sobre aquel miembro que me llamaba en palpito. Las manos de Pablo sujetaron mi cabeza impidiéndome recular y obligándome a tragar su miembro casi de una tacada. Sentí una ligera arcada pero era tan algo mi grado de excitación que me las arreglé para respirar y tragar al mismo tiempo. Me comporté como una auténtica perra o como la puta que quería. No me venía grande ese papel. Venía con ensayos aprendidos y no me molestó, a pesar de ciertos apuros, que llevaran tanto poder sus manos y su cuerpo. Creo que tenía mi rostro algo desencajado y debió de compadecerse de mí o premiarme por mi entrega sin tanta protesta habitual. 

Me levantó tirando de mi pelo al tiempo que del brazo y me volvió de bruces sobre el capo del vehículo. 
Esperaba otra vez algún cachete en mi culo pero no fue así. Me levantó el trasero, lo acarició, resbaló sus manos desde él hasta mis hombros, suave y delicadamente, recreándose; hasta que tomó mis caderas con ambas mano y acercó la suyas hasta que su polla entró directamente en mi desesperado coño. Sus embestidas eran decididas, fuertes, como a mi me gustan: sin contemplaciones. El sonido del choque de nuestras pieles, de la abundancia de mis fluidos empapando su sexo y dilatando el mío... Mis gemidos aumentaron y antes de que se convirtieran en gritos, banda sonora de mi orgasmo, metió los dedos en mi boca y por la reacción de su cuerpo, más intuitivamente que asegurándolo, supe que se iba a correr. Lo hizo al final de la espalda mientras mi corrida prendía sobre el suelo como pocas veces, dejando un charquito en el suelo que caía sin control alguno. Yo no podía pararlo, simplemente mi coño lo dejaba salir.
- Creo que aún sacaré provecho y haré algo de ti -me dijo jadeante al oído, caído sobre mi espalda y apoyados ambos sobre el capo del coche. Yo estaba demasiado extenuada para responder en ese momento. Qadesh había echado su hechizo con aquel guiño. Y una cosa tenía clara: Hoy Pablo no se llevaría mis bragas.

sábado, 1 de marzo de 2014

I´m afraid of falling.
I´ll catch youI´ve wings.
- Tengo miedo a caer... -Ella confesó sin bajar ni la cabeza ni la mirada.
- Te cogeré. Tengo alas.  -Él musitó con una sonrisa en su boca.


La táctica del Pecado es enredarse hasta hacerte sucumbir.

La táctica del Pecado es enredarse hasta hacerte sucumbir.
Llegar al final tiene su interés. Puedes sorprenderte con sus pasos.