Hacía ya días que circulaba por dentro de mi bolso aquella tarjeta. Era una tarjeta profesional pero se veía que era un diseño propio: Nombre y apellidos, titulación, servicios, una ubicación, una dirección de correo y un par de números de móvil.
¿De dónde había sacado yo esa tarjeta? Igual la habían dejado en el buzón o la había cogido en la peluquería, en la cafetería... No sé. El rozarse con los demás objetos de mi bolso le habían dado alguna que otra arruga.
Hacía tiempo que había dejado de acudir al masajista. No me venía nada mal pero no sé bien por qué dejé de ir. Decidí llamarle pero no logré hablar personalmente con él. Al cuarto intento, cuando me saltó el buzón de voz, le dejé un mensaje bastante breve y proseguí con mis cosas, hasta que al cabo de una media hora o tres cuartos me devolvió la llamada. Estuvimos hablando un rato. Una charla breve, muy sintetizada, muy profesional en la que apenas tuve que preguntar nada pues se adelantaba a cada uno de mis posibles interrogantes.
El sonido de la cafetera aceleró la finalización de aquella conversación de la que saqué dos conclusiones evidentes:
Una, que tenía una voz profunda, muy varonil y muy sensual... Una de esas voces que parece que te seducen y que pueden follarte en cualquier momento.
Dos, que me había provocado cierta curiosidad por lo que había accedido a un encuentro, una pequeña entrevista previa a contratar sus servicios.
El olor a café volvió a embriagarme. Es un aroma tan penetrante como suave, al menos para mí.
Aquella cafetería quedaba a medio camino entre ambas partes: mi casa y su lugar de trabajo. Me sorprendió su aspecto físico. Por teléfono hubiera jurado que era un hombre más joven, aunque seguía siéndolo... Puede que tuviera mi edad o apenas unos años más: estatura media, constitución atlética, pelo cano con un corte actual; muy bien vestido: vaqueros, una camisa semi entallada y un jersey de marca que dejaba asomar los bajos de la camisa... En realidad, creo que todo él era una marca en sí mismo. Supe que era él por como miraba mientras se adentraba en el local, y supongo que al ver que le miraba con semejante atención, él debió pensar que era yo a quién él buscaba. Su nombre, Isaac. El mío, qué más da... Yo sé quién soy, dónde estoy y con quién...
Tras unos minutos de charla, consistentes en un principio en el dèjá viu reconvertido de la conversación telefónica. Es cierto que no me dejó de sorprender una "entrevista" en una cafetería. El lugar era lo menos importante, la verdad. Lo que me extrañaba era que quisiera tener un encuentro conmigo previo a sus servicios. ¿Lo haría con todas o era una especie de tanteo de un "por si acaso"?
- Si quieres, podemos ir hasta el local. No está demasiado lejos para ir andando. Así te haces una idea de lo que veras.
- ¿Hace falta? ¿Es necesario?
- No, no lo es... Pero si no tienes nada mejor que hacer... -preguntó mientras cogía la nota de las consumiciones y dejaba un poco más del importe marcado en el ticket. Parecía estar decidido a enseñarme su lugar de trabajo.
Su compañera, según había entendido -reconozco que había partes de la conversación a las que prestaba poca atención debido a que me perdía en la inmensa y profunda mirada de aquellos ojos entre grises y azules-, trabajaba en horario de mañana. Él empleaba el horario de tarde. Ambos tenían otra faceta profesional con la que compatibilizaban el tema de los masajes terapéuticos, aunque alguna vez coincidían a las tardes.
Hasta aquel bajo nuestra conversación fue, ciertamente, algo trascendente. Me habló de la Grecia Antigua, de los mitos y leyenda, de autores contemporáneos y me recomendó un par de libros -alejados muy mucho de mis temáticas habituales y actuales y que, hipócritamente, dije que los miraría en la librería aunque él se ofreció a dejármelos. Amablemente, denegué el ofrecimiento.
Su consulta estaba entre una oficina bancaria y una tienda de móviles. Al entrar se respiraba un ambiente muy relajante y se percibían los aromas de los aceites esenciales naturales, todo ello ambientado en una decoración que bien recordaba a la Antigua Grecia. Eso me sorprendió puesto que lo más habitual es una decoración Zen u oriental, incluso árabe, pero con reminiscencias griegas no hasta ese momento. Evidentemente, había cierta inversión en todo aquello. De masajes no entenderé mucho pero de planes económicos, inversiones y demás... tengo algo más de idea.
- Espera a que encienda todas las luces.
- No te preocupes. Se ve -dije observando como cerraba la puerta con llave y la dejaba colgada en la misma cerradura. No me sentía incómoda pero tampoco estaba muy tranquila. No por lo que él pudiera hacerme, que sabía bien que no iba a hacerme nada que pudiera ocasionarme daño alguno, sino porque yo había sido lo suficientemente atrevida para ir hasta ahí sin necesidad alguna.
Me vi de pie en aquel recibidor, decorado como una especie de salita, donde había una mesa de cristal con un ordenador, imagino, para registrar las respectivas agendas y procedían con todas las gestiones de cobro. Me llamó la atención el friso dibujado en toda la pared de la derecha, en la que se apoyaba aquel sofá blanco muy al estilo Luis XVI, en la que se había recreado una bucólica escena acorde al lugar donde me hallaba, algunos pequeños muebles auxiliares y un lugar para una estantería en la que había diferentes productos terapéuticos para la venta al público. Una puerta corredera, de esas que se incrustan en la pared, daba paso a un corto pasillo en el que luego adiviné unas pocas estancias más...
- Dame un par de minutos. Siéntate. Ponte cómoda que ya regreso.
- De acuerdo -acepté tomando asiento. Sonó música -muy tántrica diría yo. En algún sitio había leído que el arte del Tantra viene definido como una conjunción de sexo y meditación. Yo nunca he meditado mientras follaba... Y desde luego, mientras follo no tengo tiempo para pensar en más. Fijé mi vista en aquel cuadro de madera colgado en la pared, tras la mesa. En realidad, era un imaginario griego que reflejaba una escena "cotidiana" de una pareja, en una perspectiva muy bien estudiada para no ver lo que en realidad era...
No sé cuántos minutos pasaron hasta que regresó Isaac. Había dejado atrás su atuendo de calle y había pasado a lucir un uniforme turquesa, consistente en una larga falda tipo pañal, y una casaca relativamente larga anudada a base de cordones y lazadas. No sé si estaba viendo un monje a punto de entrar en estado de meditación o a alguien con ganas de echarme un polvo. Supongo que mi cara debió ser un poema...
- Tengo mi primera cita de la tarde en una hora y media -sonrió-. Ven, te enseñaré un poco todo esto. Le seguí y, tras tres estancias comunes, llegamos a una completamente diferente del resto, tanto en decoración como en sentido: amplia, muy bien decorada, más espiritual, más velas en el suelo y sobre los muebles, incienso encendido, un pequeño altar frente al que en un cuenco con agua flotaban unas flores..., ¿una bañera?, una gruesa colchoneta muy bien acondicionada con cojines y almohadas... Me encanta ese estilo moruno y la combinación de colores azules, morados, ocres... las lamparitas...
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Apoyado en el suelo, un espejo horizontal enmarcado en una gruesa moldura dorada... No pregunté pero tampoco quería quedarme con la duda. Preguntarle directamente si hacía masajes "
senxuales" resultaba un tanto directo pero me respondió él... Debe ser muy intuitivo.
- Soy muy bueno dando masajes tántricos...
- ¿Si? -No lo ponía en duda en absoluto pero respondí de tal manera que parecía pedirle a gritos que me ofreciera una sesión gratuita, por supuesto.
- ¿Quieres probar?
- ¿Me vas a cobrar?
- Por ser tú... lo haré por devoción... -sonrió mostrándome una pícara sonrisa-. Pero quiero que disfrutes plenamente de ello aunque lamento decirte que, al no contar con ello, no puedo hacértelo tan largo como es habitual mas no por eso, menos eficaz... ¿Cómo vas de energía sexual?
- Plenamente liberada -respondí con pleno convencimiento.
- Un poco de abstinencia ayuda a acumular la energía sexual... -me encogí de hombros. Ahora resulta que es mejor no follar.
Me explicó durante un buen rato en qué consistía todo aquéllo. Su explicación fue magistral, mística y una convincente manera de ver el mundo. Continuaba la música de fondo. Me ayudó a desnudarme mientras la bañera se iba llenando y la habitación se llenaba de ambiente muy, muy sugerente, relajante y, al mismo tiempo, muy embaucador. Tomó mi rostro entre sus manos, indicándome que yo hiciera lo mismo y cerrara los ojos.
Después se quitó la casaca pero permaneció con la falta anudada a la cintura mientras yo me dejaba hacer dentro de la bañera. Apunté mi vista en la pared que tenía frente a mí. Primero dudé qué era lo que estaba viendo. No podía ser aquello la imagen de un demonio porque no venía a cuento...
- Es el aparato reproductor femenino -me aclaró en voz baja, sin romper aquella magia.
Él, desde fuera, pasaba sus manos muy lentamente sobre mi cuerpo, como en un ritual. Luego, me secó suavemente. También parecía un masaje. Sus ojos, nuestras miradas. Su abrazo, tan denso como sutil. Parecía jugar al deseo. Aquellas sensaciones eran nuevas para mí y quería disfrutarlas. Sus manos en el centro de mi pecho, abriéndose hacia los lados... parecía estar conectando con los latidos de mi corazón mientras una extraña sensación de deseo se iba acumulando al tiempo que mi mente parecía evadirse y aquel momento me parecía realmente mágico... Su respiración, la mía... iban ahondando en ritmo con la música ambiente...
- Sshhh.... libera tu mente... disfruta... El orgasmo no es lo esencial... -me dijo mientras sus manos se perdían alrededor de mi sexo sin llegar a tocarlo... Las yemas de sus dedos parecían formar parte de mi piel. El compás de nuestras respiraciones. Él inspiraba... Yo aspiraba...
Me ayudó a girarme. Tan apenas me dí cuenta de ese gesto. Sus manos suaves, aplicadas, expertas... y la energía que transmitía estando tan cerca parecían haberme hipnotizado...
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