Quod si vivere in delectatione est Peccātum gloria est infernum.

El Tacto del Pecado

He aquí el Pecado, enarbolado en el Ser y en el Sentir, encumbrado en su gloria y en ella, sacralizado.


viernes, 31 de enero de 2014

Con la boca llena...

Los sueños traen a veces consecuencias extrañas. Al abrir los ojos no recordaba bien qué había soñado pero me desperté sabiendo que había vivido una pesadilla. No me sentí asustada pero sí algo inquieta. A mi espalda dormía mi marido, tan apaciblemente como siempre. No me da rabia pero, a veces, envidio esa capacidad suya para dormir sin problema alguno. Me levanté y fui a beber un poco de agua. Le dejé durmiendo. Me asomé a la ventana. Todo era noche y una preciosa luna menguante ahí en lo alto, con alguna estrella centelleando alrededor...
Cuando regresé estaba durmiendo hacia el otro lado. Se había apoderado, extrañamente, de mi lado de la cama. Estaba medio destapado. ¡Cómo me molesta ver la ropa de la cama alborotada! Y en alborotarla, él es maestro. Intenté dormirme, abrazándome a Nacho. Él reaccionó a mi abrazo cogiéndome la mano. Emitió un sonido pero no creo que fuera consciente de haberlo pronunciado. Permanecí un rato así pero no el suficiente para quedarme dormida. Me dí la vuelta hacia el otro lado. El día empezaba a clarear y mi mente se iba llenando de pensamientos y cosas que no conducían a ninguna parte, salvo a disipar mi ansiado sueño. Y, como todas las cosas, como todas aquellas que parecen tener vida propia, completamente ajena a cualquier control voluntario, empecé a acariciar mi pecho y su pezón empezó a germinar de su flacidez.
Y si tenía antes ganas de dormir, ahora me apetecía otra cosa. Mi mano descendió por mi vientre hasta  el centro de mis caderas. Percibí la humedad que se había calado en mi ropa interior. Me abracé a mi marido y sentí las palpitaciones en mi coño, como la sensación de humedad parecía burbujear entre sus pliegues. Busqué su polla. Estaba flácida, encogida, relajada... Y empecé a jugar con ella con el frenesí decadente de mi mano y de mis dedos, despacio, despertándola...
Echó su mano hacia atrás, buscando mi cuerpo pero se encontró con mi cadera, donde la apoyó y presionó ligeramente con los dedos. Decidí colarme bajo la sábana, buscando el calor de su sexo medio despierto, y, sin tocarlo con las manos, incliné mi cabeza sobre el centro de sus caderas. Me tragué su polla por completo. En esa medida no era tarea ardua y era faena previa a lamerla lentamente, despertándola y haciéndola reaccionar... Empecé a sentirla dura bajo el húmedo tacto de mi lengua y de mis labios. Sé que él no dormía pero estaba profundamente adormilado, dejándose hacer. Sus huevos se mostraban ante mis ojos envueltos más en sombras que en luces. 

El tacto de mi mano me transmitió su forma ovalada, la suave rugosidad de la piel que los cubría, y empecé a manosearlos mientras seguía pasando mi lengua por todo el tronco de su polla hasta llegar a la punta, retirando el prepucio y dejando el glande al aire, libre... Esa sensación, ese falo emergiendo hacia mí... una tentación ante la que sucumbí... Volví a introducir aquel miembro en mi boca, moviendo la lengua en laterales vaivenes mientras entraba. Era el delicioso plato en su justo punto. No estaba del todo crecida y llegó a estarlo dentro de la humedad de mi boca... Para entonces, Nacho estaba más que despierto. Su respiración fuerte y entrecortada, su mano en mi cabeza, perdiendo los dedos entre mi pelo... sin forzar mis movimientos sobre su erección.
Me acomodé mejor de modo que su mano libre llegara a tocarme. Se encontró con mi pecho, con la lozanía y esplendor de un pezón que sucumbió a sus dedos, amos y señores de los roces y contorsiones que me hicieron dar un ligero respingo y evocar una protesta. La sensibilidad de mi pezón por la erección se sumaba a la fricción de aquellos dedos y se restaba con el grado de excitación que me hacía condensar y minimizar cualquier síntoma de dolor.
Sentía mi coño cada vez más mojado, chorreando desesperación por ser follado. Lo busqué con mi mano libre. Mis dedos se empaparon y se pringaron de aquellos flujos ligeramente mantecosos que mi sexo expulsaba.... Entraron fácilmente. Dos directamente... Tres... Intentaba mantener el ritmo acompasado: mis dedos follándome y mi boca follándose a su pene...
Notaba la convulsión de su cuerpo, el movimiento palpitante de sus muslos... El aviso previo a su erupción final. Yo estaba casi a punto pero estaba claro, también, que tenía que bastarme a mí misma.; pero aquel gesto, tan brusco como inesperado, hizo que los dedos salieran de mi coño tan rápidamente como me fue posible para apoyarme sobre el colchón. Su mano sobre mi cabeza había presionado hacia abajo, obligándome a tragar por completo aquella polla que minutos antes había sido mansa. Noté como me llenaba toda  la boca y como aquellas palabras, que parecían lejanas y como huecas, repicaban en mi mente:

- ... Sigue... sigue... zorra...
Yo no podía decir nada. Estaba pendiente de evitar que toda su leche inundara mi boca pero aquellos espasmo eran evidentes. Luchábamos en uno contra el otro. Su fuerza hacia abajo contra mi fuerza hacia arriba. Su carne golpeaba hacia el fondo de mi garganta y empecé a notar e líquido caliente que quería sortear. Conjugué mi respiración con mis apuros y toda su esencia me derramó en mi saliva, en las yemas de mis labios, salpicando mi barbilla y mi cuello...

lunes, 27 de enero de 2014

La joya de mi pecho...

Pensé que me había regalado un colgante y como tal lo puse a mi cuello, colgado de aquella cadena de eslabones.
Cuando me lo vio puesto, se echó a reír. Confundida y, relativamente enfadada, pregunté el por qué...

- ¿Por qué? 
- Porque es un adorno para envolver tu pezón...

Mis ojos se abrieron asombrados, mostrando mi gran sorpresa. ¿Una joya para un pezón? ¿Mi marido me había regalado una joya erótica? ¿De dónde había sacado la idea?
Me besó por mi inocencia... Y su aliento me quemó... mi ignominia y mi rubor, también.
 
Desabotonó mi camisa sin poder contener la risa pero disimuladamente envuelta en una sonrisa. Dejó caer la prenda sobre el sofá y me desprendió la cadena del cuello. Mientras parecía abrazarme, sus manos desabrocharon mi sujetador. Acomodé los míos y la prenda resbaló por ellos, cayendo finalmente sobre la camisa. Mis pechos parecieron guardar al molde de sus manos y observé, en el centro de mis aureolas, las pequeñas burbujas que todavía eran mis pezones...

Tomó mis pechos entre sus manos, acariciándolos suavemente. Jugó con la palma sobre sendos pezones, excitándolos, sin llegar a ser un masaje, como quien pasa un trozo de seda sutilmente produciendo una sensación de placer inacabado en mí, como un aleteo de suaves candelillas... Luego fueron sus dedos, el pulgar y el índice, y sentí el nacimiento de la erección, el resurgir de la pompa de jabón. Siguió su lengua, con su húmedo y lascivo calor... Lamió, jugó al dominio, me electrizó... envolviendo mis pezones... Sus labios, un mordisco tenue y ligero que elevó el grado de mi respiración...


Aquellas delicadas y provocadoras caricias empezaban a producir en mí algo más que la simple elevación de mis pezones en la voluptuosidad de mis pechos. Presionó con los dientes, con la suavidad que mi placer le estaba permitiendo hasta que, como en un juego de impúber, apretó un poco más, sacudiendo la cabeza con suavidad, haciéndome vibrar y logró sorprenderme con aquellos tirones... Volvió a darles calor, introduciéndolos en su boca por orden, primero uno, posteriormente el otro, sin dejar abandonado a ninguno de los dos; si no aplicaba la boca, degustaba con los dedos, como si se tratara del más exquisito de los manjares, presionando contra los dientes, sintiendo la punta de la lengua por debajo de la superficie de mi pezón...

Fue ajustando aquel anillo de tibia plata a la hechura de mi erecto pezón derecho... Me llevó hasta el cuarto de baño e hizo que mi mirara en el espejo... Mi pezón parecía una escultural obra de arte, como una flor abierta con una preciosa yema corolada de plata...

sábado, 25 de enero de 2014

Veneno...

Empecé en el yugo húmedo y candente de tu boca o, tal vez se trataba de una continuación, y acabé embebiendo de los diez pilares de tus pies, recorriendo cada retazo de tu piel con la rociada lentitud de mi lengua, siguiendo la vertical ascendente hasta la línea curva y tangente que se enmarca al final de tus puntales. Y se me llena la boca con ideas de manjares que todavía no he probado, adornados de las manos que se aferran a mi cuello, diligentes y seguras como las manos de un alfarero que trabaja la arcilla para hacer de ella su mejor obra. 

Mi cuerpo, abandonado de la calidez y suavidad de las sábanas, se muestra postrado. Tus ojos me asaltan con órdenes que no se dicen pero se perciben y mis manos, convertidas en mis estribos, temblequean sobre tus caderas. Mi cabeza, réplica contraria de un deseo a consumar, se inclina hacia atrás, formando el canal por el que tu vehemencia se abre paso, esa que yo voy humedeciendo con la esencia que brota de mi paladar, haciendo que la materia se afine y crezca bajo dóciles movimientos, degustando, entre aliento sofocado, cada uno de los frunces venosos de tu piel que sacian mi apetito vulgar y promiscuo. 

Apenas succiono, apenas aprieto, apenas siento mi aliento y se me ahoga el pecho. Me controlas porque mi apetito me sojuzga y me avidece mientras tu carne erecta se pierde entre mis labios y mi lengua, valiente y decidida, segura de la ausencia de mis deseos más oscuros, esos que en otras ocasiones te han derrotado frente a mi voluntad. 

Y entre mis angustias y deseos emergen tus palabras, recordándome que esta noche, en la que pierdo mi vergüenza y mi alma, la primera por estúpida y la segunda por embrujo, y gano en arrojo y bizarría, no la voy a olvidar jamás... porque mi cuerpo probó, en esencia, de tu balsámico veneno.


viernes, 24 de enero de 2014

Sintiendo el Pecado...

Desde que saliera de casa había recibido tres mensajes suyos y un par de llamadas. Sí, me estaba retrasando pero podía esperar. ¿Qué prisa tenía? Al último mensaje no respondí y a su última llamada, tampoco. 
Cuando aparqué el coche el parquing de aquel hotel que casi se había convertido en nuestro lugar de Pecado, el móvil volvió a sonar y, por descontado, no respondí. Entré, tomé el ascensor y subí hasta la segunda planta. Era un hotelito pequeño, con cierto encanto y, sobre todo, muy, muy discreto. 
Lucas debió verme desde la ventana puesto que la puerta de la habitación estaba entornada. Me aguardaba. Entré. Estaba al otro lado de la cama, de pie, con las manos en los bolsillos... No parecía enfadado pero no me dijo nada. Su mirada se clavó en mí de forma incisiva, como cuando un depredador está estudiando a su presa. Yo solo tenía un par de opciones aparentes: comportarme como si nada estuviera pasando o ponerme a su altura; guardar silencio y clavar mi mirada como lo hacía él, demostrándole que fácilmente no iba a ser su presa... 
Sobre la cama observé que había dejado un pañuelo grande de seda. Mi mirada fue todavía más inquisitiva, más punzante... Y recordé lo que me dijo: "...la próxima vez te ataré de pies y manos...".
Al final, decidí hablar:

- ¿Hemos venido a mirarnos o a alguna otra cosa?

Yo siempre tan correcta, siempre poniendo del dedo en la llaga, echando sal a la herida... Se acercó despacio, sin sacar las manos de los bolsillos y sin cambiar la intensidad de su mirada. Se situó frente a mí. Podía percibir el calor de su aliento en mi rostro y el perfume de su cuerpo me envolvió. El roce de sus labios sobre los míos fue superficial, un suave mimo intencionado, mientras nuestros pechos podían sentir sus movimientos casi concordados y percibir el calor del otro. Pero ni sus manos ni sus brazos se movieron. El resto de su cuerpo permanecía inmóvil. Y el mío parecía reaccionar de la misma forma.

- Hoy vamos a jugar a algo... -pronunció de pronto, tras una larga pausa de silencio. Se alejó de mí hasta quedar al otro lado de la amplia cama. Se desabotonó la camisa despacio sin dejar de mirarme-. ¡Desnúdate! -pidió suavemente en tanto se desabrochaba el pantalón.

Le hice caso. Estaba curiosa por saber hasta dónde iba a llegar...y, sobre todo, hasta dónde le iba a permitir llegar. De entrada, ya había llegado hasta allí portando aquel conjunto de lencería que me había encargado en aquella tienda y que tuve personalmente que ir a recoger. Me había parecido un juego divertido incluso el hecho de tener que probármelo, aunque reconozco que algo de vergüenza sentí, y mucha más cuando aquel tipo decidió dar su visto bueno. Él, evidentemente, estaría acostumbrado a eso y a mucho más pero no así yo. Era perfecto, según me dijo. Pechos casi fuera, elevándolos de un modo más que sugerente. La braga, de caderas altas, dándoles forma, y se encajaba perfectamente a mi cuerpo, dejando los glúteos a la vista... mis ligas negras con su liguero correspondiente. Aquellos lacitos al final de los tirantes y aquellos encajes le daban un encanto y coquetería especial.
He de reconocer que tiene muy buen gusto y un ojo excelente. Parecía una muñeca con tacones altos.
Se acercó hasta mí cuando ya estuve completamente vestida con mi sexy ropa interior. Me  observó detenidamente, haciendo una especie de radiografía, de abajo arriba y de arriba abajo, deteniéndose en mis pechos y en mis ingles. Me preguntaba, ante aquella tentativa, si realmente existía, y existe, placer en saberse que una no es dueña de sí misma, sino que deja en otro toda su voluntad, perderla de modo simulado, para hacer disfrutar al compañero; y me pregunto, del mismo modo, si bajo ese juego y ese cúmulo de fantasías de sumisión y dominación, se encuentran la vergüenza de pedir y la virtud de no dar, o la iniciativa con algunas prácticas sexuales que de otro modo no se permitirían.
Demasiado perdida entre mis pensamientos me mantuve poco atenta a los gestos de Lucas y reaccioné más por instinto que por haberlo oído, cuando me pidió que me detuviera, que me quedara como estaba, con la ropa interior puesta. Sus manos me recorrieron despacio, empezando en las mejillas, descendiendo por el cuello, los hombros, el borde de mis pechos, el centro de mi vientre, las extremos de mis caderas, los exteriores de mis muslos..., para subir desde su centro hasta el de mis pechos. Sus manos eran como mariposas que aleteaban tímidas sobre una piel que se encendía inevitablemente. Cuando regresó de nuevo a mis pechos, acarició con el reverso de sus dedos la línea de carne que el borde del encaje iba perfilando. No dejaba de mirarle mientras intuía que podía ser capaz de sentir los latidos de mi corazón. Lo que sí era evidente era el estado de excitación que aquella escena estaba produciendo y que se transcribía en aquel erizamiento de mi piel y en una respiración más acelerada que hacía que mi pecho subiera y bajara a un ritmo más acelerado de lo habitual. Fue entonces cuando cogió la seda y cubrió con ella mis ojos.

- Ssshhh... -bisbiseó-. Tranquila -musitó mientras yo notaba la presión de la cinta. Respiré profundamente y, a continuación, sentí como me desnudaba, como las prendas dejaban de cubrir mi piel muy, muy despacio, muy sensualmente, y como me cubría, a cambio, de besos, centrándose en mis pechos, en su cima, con los labios, con la lengua y con los dientes... maestramente. En mi boca, un par de sus dedos se introdujeron. Me limité a mantenerlos húmedos y calientes.
Me guió hasta la cama donde me dejo caer suavemente. Sus caricias se siguieron prodigando sobre mi cuerpo, despertándome, exultándome de ganas, hasta llegar al centro de mi sexo donde su lengua se dio de bruces con aquel tacto cremoso que mi excitación producía. No me dejo tocarle. Cada vez que yo, instintivamente, buscaba su contacto, él se encargaba de apartar mis manos o de frenar los impulsos de mi cuerpo. De fondo no se oía nada, salvo nuestras respiraciones, el roce de nuestros cuerpos sobre las sábanas... Jugó conmigo y se detuvo, cuando yo estaba ya en una situación algo delicada en la que lo último que necesitaba era que parase... Pero lo hizo. No supe qué estaba haciendo apartado de mí. A los pocos segundos oí música. No la reconocí pero tenía cierto toque místico.

- Ahora has de acariciarte, sin tocarme... Yo haré lo mismo -dijo tumbado a mi lado-. Sigue el ritmo de la música(click) déjate llevar... No hables. No me digas nada... 

Y así lo hice. Los compases empezaban llevándome a tierras de arena y desierto, a paisajes secos pero enigmáticos, y la serpiente de mis manos dibujaban las ondas sobre la arena caliente de mi piel... Mi respiración se aceleró. A mi lado podía sentir la de Lucas. Podía percibir la vibración de la cama respondiendo a nuestros movimientos, sobre todo al suyo. La música nos llevaba a subir y a bajar el ritmo de nuestras caricias mientras la respiración seguía su propio cauce. Entre mis piernas, mi mano jugaba a ser esa serpiente. Mis dedos eran la lengua bífida que tanteaba y olisqueaba la punta erecta de mi clítoris. Sabía que en cualquier momento podía correrme pero tampoco sabía en qué momento acabaría aquella pieza instrumental. El viento que movía la arena la hacía salpicar sobre mis pechos en forma de pellizcos que bordeaban su aureola y los hundían presionándolos. 
La combinación de instrumentos provocaba una orgía se sensaciones y, en aquel punto exacto de la melodía, mi cuerpo experimento una sacudida que se sumó a aquel gemido, casi alarido, que secó mi boca, que extenuó mi garganta y que se conjugó con el riachuelo que se deslizó entre los palmares de mi vulva, como en un húmedo y frondoso valle que se abría entre las montañas, duras y tensas como las rocas, de mis muslos.
Lucas no me dio tiempo a recuperarme. Sentí el calor de sus manos en mi sexo, frotándolo, extendiendo mis fluidos como quien quiere que empape la tierra. Apenas fui consciente de que la música empezaba de nuevo. Me quitó la venda que cubría mis ojos. Mis ojos tardaron unos segundos en adaptarse a la luz. El rostro de Lucas estaba sobre el mío. Su mirada me decía que el juego seguía. La presión de su pene sobre mi sexo, mojándose, desplazándose en lentos movimientos sin querer entrar en la oscuridad del valle, me lo confirmó. Y su instinto de macho depredador hizo que sintiera sus fauces en mis henchidos pechos y en mis endurecidos pezones. Mis brazos rodearon su cuerpo, las yemas de mis dedos serpentearon a lo largo y ancho de su espalda, anclándose ahí donde los músculos eran más protuberantes, descendiendo hasta la altura de sus glúteos. Mis dedos dejaron de ser lenguas bífidas, convirtiéndose en las garras afiladas de una gata enfurecida peleando panza arriba, enredando mis piernas en torno a las suyas y a sus caderas, asegurándome de que mi presa tampoco escapaba a pesar de la constante lucha ascendente y descendente de aquel macho sobre mí.   
Aquella contienda no quería tener fin y la prolongábamos enredándonos sobre nosotros mismos, como vuelta y vuelta sobre las arrugas de aquellas sábanas, intercambiando nuestros papeles, siendo al mismo tiempo presas que depredadores; jugando con nuestros sexos, aplicando en ellos el aliento de nuestras manos, el empuje de nuestras húmedas caricias o el vigor de nuestras lenguas... y las prendidas de su sexo dentro del mío, la envergadura de su pene rebozada de la lubricidad de mi coño... Y el éxtasis final, la glorificación del deseo, la extenuación de los cuerpos, el empecinamiento de los sentidos... La sublimidad del Pecado con sentimientos encontrados.
Recomendación: Escuchar con la música puesta.
Peter Gabriel, "the feeling begins".

lunes, 20 de enero de 2014

Haz lo que quieras...

- Tú haz todo lo que quieras que yo haré todo lo que me dé la gana...
- Siempre es así... -pero no te veo sonreír, aunque lo intuyo por los movimientos de tus labios y barbilla sobre mi piel.

domingo, 19 de enero de 2014

Polvo al atardecer...

"Fue ella quien, sobre la piel blanca de Yvonne, encima del triángulo del vientre, tatuó en letras azules, rameadas como las de los bordados, las iniciales del dueño de Yvonne.
— O no será tatuada -respondió Anne-Marie. O la miró. Colette e Yvonne callaban, desconcertadas. Anne-Marie titubeaba.
 —Vamos, dígalo —la animó O.
—Pobrecita, no me atrevía a hablarte de ello: tú serás marcada con hierros. Sir Stephen me los mandó hace dos días.
 ¿Hierros? —preguntó Yvonne.
— Hierros candentes."                                                             Historia de O. 

- ¿No decías que ibas a dejar de leer ese libro? -me preguntó Nacho dejando su americana colgada en el respaldo de la silla.
- Debí dejarlo en la página veinte pero a estas alturas... de no haberlo hecho, creo que llegaré hasta el final -sonrió justo antes de besarme-. ¡Total son cuatro páginas! Ahora ha pasado de ser el capricho de ellos a ser el capricho de ellas que, alguien así como una madame, la va a marcar como quien marca a una res... a fuego... ¡Ufff! Por que lo ha dicho su Amo, amén de las dos anillas a modo de piercing que le van a poner el coño... -Por la cara que puse él quedo callado mientras sacaba su impecable camisa de dentro del pantalón, y esbozó una ligera sonrisa que dibujó su rostro antes de abandonar el salón.
- ¿Qué tal tu tarde? -preguntó como si no le interesaran mis apuntes.
- Relajada. ¿La tuya?
- No sé si ha terminado -pareció dudar-. Necesito una ducha y un poco de relax -me comunicó desde la habitación.

Yo me notaba el corazón encogido por lo que llevaba leyendo en el último rato. Aquello era un continuo desatino y desasosiego de dominación y sumisión que llegaba más allá de lo que yo podía alcanzar a entender. Escenas que se han visto, escenas que he imaginado mientras leía... y escenas que por mucho de ignore no pude dejar de ver. Es como ver una película de terror: Si no dejas de verla en la primera escena, te tragas toda la película pero que no te pregunten por el argumento porque no sabes por dónde empezar.
Y, en ese momento, ya no sabía si estaba excitada o alterada. El caso es que me apetecía mucho mi marido y verlo desprenderse de su ropa enervaba más mis ganas. Al girarse y verme allí, sonrió.

- ¿Qué haces? ¿Por qué me miras así?

No respondí con palabras. Me acerqué a él y me detuve apenas unos centímetros antes de que su cuerpo tocara el mío, pero pude percibir su calor y la energía que transmitía. Mi mirada se clavó en la suya. Mi boca se entreabrió. Miré la suya a continuación.
Él me cogió por la cintura, con fuerza, con decisión. Mi pecho quedó pegado al suyo. Nacho fundió su boca con la mía y su lengua penetró como el aguijón que se clava inesperada y profundamente, envolviendo en saliva el enloquecimiento de la mía notando, al mismo tiempo, como mis pezones emergían de su descanso y se disparaban erectos contra mi ropa, provocando un roce tan estimulante como cuasi doloroso. Su aliento ahogaba al mío y nos estremecimos mutuamente, mientras sus manos recorrían con cierta avidez mi espalda, por encima de mi camisola. La presión de aquella mano bajó hasta mi trasero. Primero fue aquella caricia suave, como de dejándose caer y, luego, apretó con fuerza, levantando mi nalga y obligándome a ponerme de puntillas, mientras sus dientes mordían mi labio inferior. Apenas tuve tiempo de reaccionar... Más bien no lo tuve, y mi cuerpo quedó pegado contra la hoja del armario que un espejo cubría por su pare interior. Vi mi rostro reflejado en él antes de que mi mejilla tocara la frialdad del material. Nacho se apoyó en mí: su pecho pegado a mi espalda, su hombría erecta apurando la tela de su pantalón, empujando contra mi trasero; la humedad de su lengua y de sus labios en mi nuca, sujetando mi cabeza con una mano mientras la otra, astuta y delicada, acompañada de mi excitada y entrecortada respiración, se dirigía hacia mi cadera, bordeando la costura de mi braga para colarse bajo ella. Ahogué un gemido cuando sus dedos hallaron la cúspide de mis muslos, los primeros vellos de mi monte y tantearon, con curiosidad e interés, los labios que se escondían bajo ellos. Los separó. Me mordí los de mi boca, presa de una sensación que todavía no había llegado. Cuando tocó mi clítoris, creí hundirme en el espejo y tensé todo mi cuerpo. Su lengua saboreaba el lóbulo de mi oreja y yo, yo tenía suficiente con mantenerme erguida y sujetarme contra el espejo al que ya había atemperado.

- ¿Qué tenemos aquí? -ironizó pues bien sabía lo que tenía entre manos-. Estás empapada... y apenas te he tocado -pronunció mientras un par de dedos de su mano libre, aquella que había estado sujetando mi cabeza, se introdujeron en mi boca en tanto aquellos otros que curioseaban mi sexo, se adentraban su  oscuro, caliente y mojado hueco. Por un momento me imaginé, no en el lugar de O, pero sí atrapada por aquella violenta acumulación de sensaciones y pensamientos que iban más allá de lo que estaba viviendo. Un par de cachetes en mi nalga derecha me hicieron volver a la realidad y a sentirme envuelta en aquella hornada de gemidos y jadeos-. Sé que quieres jugar...
-Sí -respondí aún sin saber bien el significado de aquella cuestión. Nacho no era para nada violento. Era enérgico y muy racional, pero también muy, muy pasional. A veces, nuestros polvos eran rápidos, una especie de aquí te pillo aquí te mato, que duraban poco. Otras, en cambio, eran sesiones tan tremendamente largas que acabábamos más que extenuados, con su polla saturada y mi coño congestionado. Ésta tenía todas las pintas de ser como las segundas.

Me vi reflejada en el espejo, de rodillas sobre la cama, con mi marido detrás mía, terminando de desnudarse. Luego, arrodillado a mi espalda y acariciándome, me llenó de palabras excitantes que me provocaron cierto relax y, al mismo tiempo, una excitación que quería ahogar. Parecía contradictorio pero era así como lo estaba sintiendo.
Mi cuerpo quedó de bruces sobre la cama, presionado contra el colchón y bajo el peso de mi marido. Me mordió la boca, el lóbulo de mi oreja, lamió mis hombros, resbaló por la espalda, honró mis nalgas con suaves caricias de sus dientes y tibios y húmedos besos, sin que yo protestara, glorificada. Tomó fuerte mis caderas, mis piernas se replegaron y mi trasero quedó en pompa, presto y entregado. Apoyó su mano sobre el centro de mis hombros, presionó mi sexo, empapándose de mí y restregando la mano de delante atrás, deteniéndose en la entrada tímida, sonrosada y fruncida de mi ano. Sentí su miembro, erecto, firme, grueso, perderse de arriba a abajo, sobre mi raja y sobre la peque��a apertura que encauzaba la tirantez de aquellos pliegues.
Mis gemidos, mis palabras... se canalizaron en un solo propósito... Cuando su pene penetró entre mis carnes alcancé, casi de inmediato, la gloria de mi penitencia... Un arrebato de sensaciones, de fluidos, de gemidos convertidos en gritos de verdadero placer y entrega que me iban deshaciendo y consumiendo, mientras sus fuertes embestidas aún se me hacían débiles, tanto que yo las remataba empujando hacia él cuando venía contra mí...

Aquéllo se había convertido en la paz que necesitaba, en el sosiego que mi cuerpo pedía y replicaba.
No hay nada mejor que sentir la entrega y recibirla.
Mi ser intentaba recuperarse, que la respiración volviera a su normalidad, que los fluidos de mi cuerpo se retuvieran, que la sensibilidad de mis piernas reposara sobre el colchón, que mis ojos, al abrirse, vieran el cuerpo desnudo y rendido de aquel hombre que me miraba con media sonrisa, mientras  una mano descansaba sobre su pecho agitado y la otra, todavía buscaba el calor de mi piel, ahora mucho más comedidamente, más pausada...


- ¿Mi día? Ha terminado mejor de lo que esperaba -sonrió justo antes de besarme-. ¿Y el tuyo?
- Polvo que no se echa, polvo que se pierde... -¡Vaya ocurrencia la mía! Pero una carcajada brotó de él y eso hizo que yo riera con él.

viernes, 17 de enero de 2014

Susurros que advierten...

- ¡Que hija de tu madre eres! -exclamó Lucas a mi oído mientras nuestras respectivas parejas hablaban animadamente a nuestro lado, mientras todos disfrutábamos de una copa a aquellas horas de la noche.
- ¿Y eso? -le pregunté, sabiendo a qué se refería.
- ¿Tú sabes cómo me has dejado las piernas? ¡Parece que un tigre se haya afilado las uñas en ellas!
Le miré entre irónica y divertida y, sobre todo, satisfecha. Miré a mi marido. Seguía contándole algo a Marina y ésta se mostraba, aparentemente, muy interesada en lo que le decía. 
- Así sabrás a quién pones en tu cama...

- Te aseguro que la próxima vez te ataré de pies y manos... No podrás hacer nada... -concluyó, separándose un poco más para salvar aquellos dos pasos que le separaban de Nacho. Pero me sorprendió que retrocediera para proseguir. -Y tal vez merezcas algún que otro azote.

Después reinventó sus pasos y se sumó a aquella conversación.  Ante mis ojos se presentaron varias imágenes y, de entrada, no me sonaban demasiado extrañas.

Me quedé con las ganas de preguntarle, un poco en plan chulesco y altivo, "¿cuántos? ¿Tú y cuántos más?". Pero me abstuve. Primero, porque ya no seguíamos la conversación y segundo, porque no fuera a ser que los sueños se cumplan(click)... y aquél misterioso y dominante hombre de noches anteriores acabara siendo él, porque aquéllo sonaba a una liviana advertencia. 

Lo observé desde mi corta distancia. Me imaginaba aquellas marcas mías en su piel debajo de aquel pantalón... Y sí, debía de escocer lo suyo... Ya lo sabía... Sonreí. 

Atrás...

Dar para recibir...

Creo que en el fondo estaba jugando conmigo... A mí los juegos no me disgustan pero también reconozco que en determinados momentos me cabrean, porque me impaciento.
Su mano rodeaba mi cuello de manera muy sutil, lo suficientemente etérea como para retenerme en aquella posición. Veía muy cerca la precisión de aquel glande, pero solo lograba llegar a alcanzarlo con la punta de la lengua. Mis manos, clavadas como garfios a sus piernas, sujetaban la impaciencia de mi desesperado cuerpo. Mi boca, menos torpe que hambrienta, se abría, no solo a mi lengua sino también a la posible entrada de aquella polla, venosa y colmada, que se elevaba hacia el techo y que él manejaba maliciosamente ante mí, para mi zozobra y desazón, dejando libres unos hinchados testículos que se me ofrecían como delicias rosáceas. Se acercaba dejándome percibir el olor de su excitación, golpeando mis mejillas en sus cargas, y se alejaba rozando el pardo tronco de su sexo por ellas, casi en la misma proporción en la que aumentaba mi excitación y el deseo de retener aquella arma en el interior de mi boca y sentir su densidad y su solidez; pero debía conformarme con lamerla cuando él, intencionadamente, la ponía a mi alcance...
¿Quería que le suplicara, que le solicitara, que le pidiera..., que me lamentara de su postergación?
Él solo quería que me entregara... Pero yo también sé jugar...
En el fragor de la batalla, determinadas percepciones se minimizan o se mimetizan y si, hasta entonces, mis manos se habían mantenido fijas en sus muslos, aguerridas a ellos fuertemente por las yemas de mis dedos..., se soltaron y, como el zarpazo incontrolado de una gata acosada, lo que antes había sido suave ahora se convertía en un marcaje del territorio...Ocho largos arañazos, cuatro por cada lado, se dibujaron desde sus caderas hasta la mitad de sus muslos... Ahora no, pero más tarde, cuando la pasión se debilitara y dejara paso a sus secuelas..., mis marcas sobre su piel le quemarían...
A veces, soy esa gatita sumisa que se contonea tontorrona y se deshace por una caricia... Otras, soy esa otra gata vengativa que no se conforma con un solo zarpazo...

miércoles, 15 de enero de 2014

Oración...


Dios y hombre verdadero, príncipe azul y príncipe negro, 
por ser Vos quien sois, placer y castigo,
y porque, en ocasiones, se os ama por encima de todas las cosas.
Y si alguna vez, porque sois tantos Vos, he logrado la concupiscencia y la impudicia, 
no me pesa, porque podéis castigarme con las penas de vuestro infierno.
Animada en vuestra divina gracia,
el pilar elevado de vuestras bragaduras,
propongo firmemente nunca más ignorar lo que sois
y cumplir la penitencia que me sea impuesta,
para el pecado de mi carne y de mi alma,
de mis entrañas y mi esencia,
esa que brota sublime y excelsa, cuando vuestros vehementes tactos
inundan las plegarias de mis culpas,
 porque no me arrepiento de haber caído, 
pues mil veces lo haría...
 Pues no hay pecado más grande que no pecar para creerse libre de pecado
Y si es con Vos... Santo Pecado
 porque sois la sacralización  pagana de mis virtudes, 
eleváis mis pasiones y perturbáis mis cimientos;
hacéis de mí princesa y puta, vuestra y no vuestra, 
sierva y esclava, ama y señora... siempre en Vos.
Amén.

martes, 14 de enero de 2014

Esencia de mujer...

 
“Mujeres, ¡hum! que puedo decir. Dios debía ser un jodido genio. El pelo, dicen que el pelo lo es todo. ¿Alguna vez has enterrado la nariz en un monte de rizos y has querido dormirte para siempre? Sus labios cuando han tocado los tuyos es como ese primer trago de vino después de haber cruzado el desierto. Las tetas. ¡buf!, grandes, pequeñas, los pezones mirándote como si fueran reflectores secretos. Y las piernas, no importa si son columnas griegas o vulgares palos de escoba. Lo que hay entre ellas es el pasaporte al cielo.” 
Al Pacino- Teniente Coronel Frank Slade en "Esencia de Mujer"


La táctica del Pecado es enredarse hasta hacerte sucumbir.

La táctica del Pecado es enredarse hasta hacerte sucumbir.
Llegar al final tiene su interés. Puedes sorprenderte con sus pasos.