Quod si vivere in delectatione est Peccātum gloria est infernum.

El Tacto del Pecado

He aquí el Pecado, enarbolado en el Ser y en el Sentir, encumbrado en su gloria y en ella, sacralizado.


sábado, 30 de noviembre de 2013

Más de dos...

Por fin habíamos decidido pasar ese fin de semana en la casa de Lucas, ésa que tiene en la playa. Hace tiempo que no vamos por una razón u otra, pero nos iba a venir bien a todos un cambio de aire. Las dos noches que pasamos ahí habían sido completamente diferentes. La primera salimos a cenar en plan tranquilo y a tomar un par de copas. Nos retiramos temprano. En cambio, la segunda, había sido pura locura, totalmente intensa. Lo hicimos todo al revés.

Llegamos a casa con todas las que pudimos. Las copas se habían alargado hasta bien entrada la madrugada y, siendo yo la menos perjudicada, iba fatal. No sé si habían sido las copas que nos habían desinhibido de aquella manera pero me había sorprendido cómo tonteábamos los unos con los otros. Me había parecido divertido ver que Lucas me comía la oreja delante de mi marido y éste no decía nada o como, cuando bailábamos, se pegaba a mi y podía notar cierta rigidez pegada a mi culo o su erección apretarse contra mi pubis. Me parecía excitante y divertido.
Somos demasiado amigos y nos conocemos bien como para ver cualquier acto de mala intención en todos aquellos gestos. La noche nos era propicia y necesitábamos divertirnos. Aquella última copa fue la puntilla que me remató. Me vi perdida en los brazos de mi marido como una adolescente, comiéndole la boca y metiéndole mano sin importarme absolutamente nada ni nadie. Y mientras en aquel medio reservado él se hacia dueño de mis tetas, Lucas se hacía dueño de mi culo. Podía sentir su presión en él. Y, a pesar de todo ello, era incapaz de rechazarle.

Las copas se habían alargado hasta bien entrada la madrugada. Pasamos por la playa de regreso a casa. Eso me despejó un poco. Ya en casa, aquella escalera que conducía a la planta de arriba, donde Nacho y yo teníamos la habitación, se hacía tremendamente larga y muy, muy cuesta arriba. Los escalones parecían demasiado altos, y yo tenía la sensación de llevar botas de hierro. Ya en la cama, me entraron ganas de hablar, para no variar, y lo cierto es que también de un poco de meneo. Al hablar de meneo me refiero a que me apetecía follar. De entrada pensé que Nacho me iba a dar lo que yo quería cuando se pegó a mi cuerpo, cuando me rodeó con su brazo y su mano buscó mi pecho y cuando empezó unos ligeros envistes contra mi culo. Pero Nacho cayó en dos segundos. Su respiración era profunda y se quedó dormido tal cual. No tuve opción a mucho más porque, aunque intenté mantenerlo en vigilia, ni mis toqueteos ni la mejor de mis intenciones, que en cualquier otra circunstancia no hubieran sido necesarias,  causaron el efecto deseado. Sólo logré sacarle un par de sonidos que más bien parecían protesta que otra cosa.
Me sentí sin ganas de dormir pero la cabeza me daba vueltas. Estuve pensando en lo que había acontecido durante las horas previas: las miradas de Lucas, esas manos que parecían tocarme más de lo normal, comentarios que nunca me había dicho... Y a saber de lo que se dirían mi marido y Marina, porque tampoco se separaron demasiado. No sé en qué momento debí de dormirme pero no pasó demasiado tiempo hasta que me desperté con aquellos ruidos que me estaba costando definir. Parecían rumores y un golpe me hizo poner más atención. Desperté a Nacho. Lo zarandeé repetidas veces hasta que lo logré. Tiene un sueño muy pesado. A veces pienso que si se despertaría si pusiera a otro en la cama o si me fuera una hora...

- ¿Qué pasa? -me preguntó con voz adormilada, abriendo los ojos como platos ante semejante interrupción.
- Se oyen ruidos abajo.
- Serán estos... Duérmete.
- No. Llevo un rato escuchando... Y no me da que sean ellos.  -Volví a zarandearlo. Le podía más el sueño que las ganas de salir de la cama pero sé ser muy convincente. Se pasó el pantalón y salió del dormitorio. La curiosidad ocupaba en mí el mismo espacio que el nerviosismo. Podía sentir mi corazón repicando en el interior de mi pecho. Me quedé sola en el dormitorio, ajena a todo lo que pudiera acontecer fuera de aquellas cuatro paredes. Lo cierto es que pasaron muchos minutos. El rumor se había acabado pero yo seguía en pura incertidumbre. Decidí bajar. Descendí la escalera. Lo hice con cuidado, con sigilo, con el alma en un puño pero no pude llegar a imaginarme lo que estaba a punto de ver: Al fondo, más allá del amplio salón, se veía la cocina. Allí, apoyada en una silla, con el respaldo a su derecha, Marina. Desnuda, con la melena sujeta por la mano de su marido que, desde atrás se la estaba cepillando. Hasta allí no dejaba de ser una escena con cierto morbo. Pero también estaba mi marido, delante del rostro de Marina, quien le comía la polla con verdadera devoción. Me quedé blanca. ¡Joder! Yo se los ponía a mi marido. Puro vicio lo mío, pero lo de Nacho, qué era lo de Nacho. En ningún momento pude llegar a imaginar que mi marido pudiera estar pegándomela con otra y menos con Marina, pero, ¿cómo imaginar que Marina se sometía a aquel juego? ¿Cómo Lucas había perdido toda inhibición? El aire me dolía al pasar por la garganta, una presión se intensificaba en mi pecho, y me mantenía paralizada al pie de la escalera. Mi mano sobre la boca me impedía casi respirar. No quería ser descubierta y tampoco sabía qué hacer. El impacto me mantenía con los pies clavados en aquel escalón. Y me pregunté por qué lo estaba tanto. ¿Por qué no podía creer que mi marido hiciera algo así si yo lo estaba haciendo? En nuestras conversaciones de tipo sexual habían surgido cientos de temas pero no había sido ninguno el hecho de que a él le gustase en algún momento o hubiera practicado en alguna ocasión un trío. A mí, por mi parte, me gusta ser puta para uno solo.

Lucas levantó la vista después de dar una fuerte palmada en el trasero de su mujer, y la dirigió hacia mí. Al verme envistió a Marina con más fuerza. Tuve la sensación de que me estaba follando a mí. Pude moverme. Subí la escalera todo lo rápido que pude y me refugié en el dormitorio. El corazón me latía todavía más fuerte. Cientos de pensamientos se agolpaban en mi mente pero ninguno lo suficientemente claro. Me acosté y me tapé. Estaba helada: por dentro y por fuera. Estaba confundida pero estaba siendo pagada con la misma moneda. ¿Desde cuándo? En esos momentos no lo sabía. Tal vez siempre. Tal vez, desde hacía muy poco... Lejos de sentirme con rabia, me sentí dominada por la situación... Intenté contenerme y evité que saltaran de mis ojos más de un par de lágrimas.

Le oí abrir la puerta con sigilo y entrar en el dormitorio. Permanecí inmóvil a pesar de que él sabía que no estaba dormida. Lo intuí parado bajo el quicio de la puerta, observándome. Se acercó y se situó tras de mí. Se inclinó y me acarició el lóbulo de la oreja muy despacio, muy suave, muy provocadoramente... Y me sentí estremecer. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y más cuando su barbilla me rozó.... Y aquella barba de unos días no era la de Nacho. Sabía que era Lucas.
Su mano empezó a acariciarme desde el hombro, dibujando el perfil de mi cuerpo: la cintura, la cadera, el muslo, la rodilla... subiendo el camisón. Y reaccioné. Reaccioné para zafarme, para apartarlo de mí... Me quedé boca arriba, sujeta bajo la fuerza de su cuerpo y con su boca sobre la mía, sin llegar a rozarme...

- Ssshhh... -bisbiseó-. Tranquila... No pasa nada...
- ¿Qué haces aquí? -Lejos de alzar la voz, musité.
- Terminar lo que todavía no he empezado...  -No me sonaron amenazantes aquellas palabras. Más bien eran una invitación, una tentadora pero rechazable tentación.
- ¿Y Nacho?
- Follándose a mi mujer... Y nosotros vamos a gozarla, cielo... Ssshhh...- volvió a bisbisear antes de besarme. No sé por qué me dejé. Igual en el fondo era esa mezcla de rabia que se cobijaba bajo mi piel, pero me revelé, protesté, me aparté y salí de la cama, quedándome de pie, cruzando los brazos sobre mi pecho. No reconocía a ese Lucas pero, es que tampoco reconocía a mi marido. De haberme cogido en otro momento, no le hubiera dejado hablar tanto y hubiera dejado que me follase. El problema estaba en que debía de sentirme extrañada, ofendida, no receptiva... Y todo porque mi marido estaba ahí y Lucas era su mejor amigo. Sin embargo, no renuncié a otro beso, uno de esos besos que te muerden la boca... Y no me sentí tan mal en el fondo. Mi mundo era una pura contradicción en esos momentos. Lucas se arrodilló sobre la cama. Su cuerpo se llenaba de sombras a contraluz pero podía distinguir su anatomía. Tenía un buen cuerpo, no cabía duda. Mientras estábamos hablando, Nacho apareció en la habitación.

- Sshhh, cielo... -musitó-. No pasa nada... -me dijo mientras se acercaba a mí, estirando el brazo y abriendo la mano, como si quisiera calmarme. Iba desnudo y todavía era visible una ligera erección. Me pregunté dónde estaría Marina pero me mantuve en silencio durante unos largos segundos, al menos a mí me lo parecieron.
- Pero, ¿de qué va esto? -pregunté más alterada. Nacho estaba casi a mi lado. Lucas seguía en la misma posición, imperturbable, relajado, esperando...
- Cálmate... No pasa nada... Sólo es un juego...
- Pero, ¿tú estás tonto? -incidí apartándome de él para intentar dejarlo atrás. Lucas me sujetó al vuelo, cogiéndome de la muñeca y Nacho aprovechó para abrazarme, pegándome a su pecho, rodeándome con los brazos. Yo podía hacer dos cosas en aquel momento. Estaba claro el consentimiento. ¿Qué problemas podía representar para mí? ¿Qué me follaran dos? Doble sensación de placer... Y sería la reina, la más puta, la más perra... y la más deseada en ese momento.
Mientras Nacho apartaba mi melena y comenzaba a besarme desde el cuello; Lucas, arrodillado en el suelo, hacía lo mismo desde mis pies, subiendo por las rodillas. Era una sensación extraña aquélla de sentir dos bocas recorriéndome entera, por delante y por detrás... Y mi coño empezó a sentir aquella desconocida sensación, empezando a empapar mi braga...
Sentí el aliento de mi amigo quemándome el sexo y las manos de Nacho tomándome las tetas, abarcando una en cada mano, manoseándolas, levitándolas y juntándolas, como si las ofreciera. Podía notar su erección pegada a mi culo, a Lucas empezando a lamerme los pezones e introduciendo la mano por debajo de mi braga, mojándose con su humedad, notando el tacto de mis pelillos mojados...  Me incliné ligeramente para sentir el nabo de mi marido hacerse hueco entre mis nalgas, apretándose contra la raja, y sus manos, que habían dejado libres mis tetas, retiraban mi camisón mientras Lucas me bajaba la braga.
Quería que alguien me comiera el coño y esperaba que fuera Lucas. Quería saber cómo lo hacía y el tacto de su corta barba producía sobre mi piel una mezcla que me excitaba. La raspaba y, al mismo tiempo, su lengua parecía calmarla. Parecía olvidarme de mi marido y centrarme más en Lucas. Él era para mi la novedad. Y esa novedad estaba provocando que mis fluidos resbalasen tímidamente por mis piernas. Sólo esperaba que no apareciera Marina porque, entonces, aquello ya sería mucho más complicado para mí. Una experiencia que no sé si sabría terminar. Ya tenía bastante con mi orgía mental como para que fuera también física. Puede que para ellos, a estas alturas de la fiesta, fuera eso, una fiesta... Para mí... De momento, no tengo palabras para semejante acontecimiento. Supongo que después de que se la follaran los dos habría quedado extenuada. Yo estaba a su disposición y ellos a merced de mí.

No sé si fue mi marido o fue Lucas o los dos al tiempo que me guiaron para que me recostara. Permanecí un rato observándolos. Mientras Nacho se mantenía de pie, cogiendo su polla con una mano y sin dejar de meneársela, Lucas se acomodaba entre mis piernas, dejando su cabeza a la altura de mi coño. Me había separado las piernas, acariciándolas desde las rodillas y lamiéndolas a continuación... Metió un par de dedos en mi caliente, excitado y mojado coño después de apretarme el clítoris y juguetear con él. Mi cabeza quedaba justo debajo de la polla de mi marido, a muy pocos centímetros... Sentí que iba a estallar. El dejarme llevar iba a provocar en mi una especie de locura que a saber cómo iba a terminar.
Lucas empezó a penetrarme con sus dedos. No lo hacía suavemente. La fricción provocaba un sonido excitante. Creo que a los tres nos puso cachondos. Cogí la polla de mi marido entre mis manos. Estaba húmeda y el glande cubierto de una fina textura que ayudó a que se deslizara en mi mano. Mi cuerpo se arqueaba ante los envites de mi amigo y, conociéndome, no sabría si podría llevar el ritmo acompasado para chupársela a Nacho. Me daban y daba. Lucas se detuvo y arrodillado, caminó por la cama hasta que su polla quedó más o menos alineada con la de Nacho. Ante mis ojos se abrían dos manjares: erectos, gruesos... ¿Qué pretendían? ¿Qué se la chupara a ambos al mismo tiempo, como quien come un helado de dos bolas? Uno a mi derecha y otro mi izquierda, aguardando cada uno su turno. Me dediqué a saborear el glande de uno, después el del otro... lamiendo luego y combinando los juegos de mi boca y de mi lengua con los de mis manos. Y las de ellos, como quien toca un piano a dos manos, en mis tetas y en mi coño... Creí morir antes de que me llegara aquel orgasmo. Dejé empapada la mano de Nacho... y la sábana... Supongo que Nacho le habría dicho cómo me corría porque Lucas no dudó en regresar a la posición inicial y sus caderas quedaron entre mis piernas. Me cogió de las mías y me levantó un poco, lo justo para que su polla entrase en mí decididamente. Un gemido se ahogo en mi boca, ocupada por completo por el miembro de mi marido que, cruelmente, disfrutando empujaba hacia el interior de mi garganta, provocándome auténticas situaciones angustiosas.
Nacho se entendía en que su polla fuera follada por mi boca. Lucas llevaba el resto del peso. Era quien se hacía dueño de mis tetas y de mi coño. No sé qué debía pasar por la cabeza de mi marido pero estaba segura de que le excitaba muchísimo ver a su mujer follada por otro... o por Lucas... quien empezó a bombear dentro de mí como si fuera a ser lo último que hiciera en los pocos segundos siguientes. Sus embestidas hacía que mi cuerpo se moviera a ese ritmo, haciendo que Nacho apenas tuviera que moverse. Mi boca se tragaba su polla al tiempo que Lucas me la metía hasta el fondo... Podía oír palabras que no llegaba a entender aunque imagino que debían ser palabras de esas que a los tíos tanto les gusta, que tan cachondos les pone. Si me estaba diciendo "puta", lo decía bien; si me decía "guarra", tampoco se equivocaba...
Sí existe el infierno, éste estaba a la mano derecha de la gloria.

Noté los espasmos de Lucas sobre mi cuerpo y sus manos sujetándome fuertemente las caderas. Cuando estaba a punto de correrse, retrocedió, derramando toda su leche sobre mi vientre...
Fue entonces cuando me puso a cuatro patas... Me encanta esa postura... Y Nacho se movió hasta situarse detrás mía. Pasó la mano por mi coño, comprobando lo mojada que estaba. Su polla se metió entre mis nalgas, sin penetrarme, rozándose, mientras Lucas se dedicaba a acariciarme...a presionarme los pechos, a pellizcarme los pezones, sensibles al máximo. Dolían pero mis gemidos no eran más que sonidos que le incitaban a no detenerse. Grité de placer cuando mi marido empezó a follarme. Se recreaba en cada empujón, golpeaba suave mis nalgas y se apoyaba en mis caderas... No dejó de zumbar hasta que se corrió, incluso cuando mi corrida hizo que casi se saliera su nabo...
Lucas no había dejado de decirme cosas al oído; cosas que me ponían a mil... Cosas como que me iba a dormir bien follada aquella noche y que iba a tener unas comidas de coño que me volverían loca. ¿Iba a comérmelo él? Por que estaba dispuesta a dejarme hacer y a disfrutar de su lengua...
Sabía que tenía ganas de follarme. No me cabía ahora la menor duda. Ya no sólo era que me hubiera imaginado que él, a su vez, se imaginaba que me follaba mientras se tiraba a su mujer. Ahora sabía que estaba loco por hacerlo. Debía aprovechar, creo que más él que yo, porque estaba segura de que una situación así jamás volvería a repetirse. Ni una así ni una a solas con él. Era Lucas, sí; un tío estupendo en todos los aspectos pero también el mejor amigo de mi marido y, aunque me hubieran compartido una noche, eso no lo iba a pasar por alto. Quería tener mi vida como hasta entonces para hacer lo que me apeteciera y tirarme a quien yo quisiera, sin darles a ninguno argumentos para pensar que lo hacía.

Cuando desperté estaba sola en la cama. Era habitual. Nacho se levantaba siempre antes que yo. Lo hacía despacio para dejarme dormir. El camisón cubría mi cuerpo y la braga estaba en su sitio. Dudé. Pensé. Recapacité. ¿Había perdido la noción de la realidad en algún momento determinado que no recordaba? La cama no estaba tan deshecha como tal vez hubiera estado de habernos revolcado por encima...
Me di una ducha y me arreglé antes de bajar al salón. Al lado, en la cocina, estaban Lucas y Nacho hablando relajadamente. Uno leía el periódico mientras disfrutaba de un café. El otro hacía algo en el móvil. Había galletas y cruasanes en un plato. Todo parecía de lo más normal. EL corazón empezó a latirme con fuerza y mi rostro fingía una sincera sonrisa.

- ¡Buenos días, preciosa! -me saludó Lucas. Nacho levantó la vista y sonrió. Me acerqué a él para darle un beso y me rodeó con su brazo en torno a la cadera, dando unos suaves golpes en la pierna. Un gesto lleno de ternura. Me incliné y besó mis labios.
- ¿Cómo has dormido, cariño?
- Bien. ¿Tú?
- También. Anoche, qué pasó.
- ¿Por?
- Te dije que bajases...
- ¡Ah, sí! Estaba Lucas con un arrebato de hambre asaltando la nevera... Me entró hambre a mi también y aquí nos liamos a hablar. Cuando subí ya te habías dormido.  -Intenté no sorprenderme, no poner en duda lo que me estaba diciendo pero me parecía todo tan sumamente extraño que no sabía qué decir. Miré a Lucas. Sonreía y su sonrisa parecía sincera. No parecía haber un doble fondo. ¡Joder! Sí lo había soñado qué real me había parecido pero, de haberlo sabido, no me hubiera puesto tan puritana de entrada y hubiera dejado volar mi mente y recrearme en fantasías que sé que jamás llevaré a cabo. No volví a sacar el tema aunque estuve durante un par de días indagando sobre el tema. Al final, si me habían follado estaba claro que en mi vida había habido un gran lapsus...
... O alguien quiere que lo tenga.
A lo mejor mi gran sueño es tener a dos tíos en mi cama... Y no lo había logrado soñar hasta ahora.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Perfecto caballero...

Le aguardé en el dormitorio, sentada en una silla. Llevaba ya un rato. Sabía bien a qué hora iba a llegar. Además, siempre me avisaba cuando salía del despacho y sabía el tiempo que iba a tardar en llegar a casa. Me había puesto mis bolas chinas durante casi toda la tarde. Su roce habían provocado en mi unas tremendas ansias de apagar el fuego que me incitaban. Me había puesto aquella camisa de chorreras que tenían cierto toque romántico y sensual, aquellas medias para llevar con liguero, una braguita de encaje que dejaba intuir los pelillos de mi sexo recortado y un sujetador de esos que levantan más los pechos a pesar de que mis tetas ya son voluptuosas de por sí pero una ayudita nunca viene mal, al menos para resaltarlos...

No le dije nada. Tan sólo le miré al entrar. Entró en el dormitorio y se sorprendió en cierto modo. No era la primera vez que lo esperaba para follar, aunque intentaba que fuera cada vez de un modo diferente. Le estaba pidiendo guerra y estaba dispuesto a dármela, batalla a batalla... Y puedo asegurar que como guerrero es uno de los mejores que han pasado por mi cama... Sabía de sus tácticas, de sus estrategias: desesperar hasta aniquilar.  Más bien se lo tomó todo, sin pedir parecer alguno.
Empezó a jugar como quien deshace una margarita. Un perfecto caballero que se fue desprendiendo de cada prenda que cubría mi piel, a bocados, de manera decidida pero sensual, con aquellos ojos que me vuelven loca... Si con esa mirada era capaz de dominarme, no esperaba menos que su virilidad estallara dentro de mí... Empecé a tocarme, a acariciarme despacio, a colar mi mano bajo mi braguita y sobre mi coño... Para entonces ya estaba muy mojada...
Tiene aspecto de ángel, pero es un auténtico demonio que sabe muy bien lo que hace. En esta ocasión no iba a ser menos.
Me da mucho morbo. Me pone. Me busca... y me encuentra. No hace falta tener demasiadas fantasías por que él acaba siendo pura fantasía.
No dejé de mirarme mientras sus manos tanteaban el terreno. Mi sexo se humedeció  y al tacto de sus dedos penetrando, mi coño se encendió y mi cuerpo se estremeció. Su sonrisa pícara me quemaba sobre la piel. Mis tetas se endurecieron y mis pezones se pusieron erectos. Él no evita jamás el contacto. Tomó uno y lo aprisionó bajo su mano, dejando libre el pezón. Me lamió la pierna, justo el trocito de piel que había acabado de descubrir bajo mi media. Con su lengua dibujó círculos sin dejar de observar mi pezón. No lo tocaba pero éste se erguía. Despacio, subió sus manos, mirándome, desde las rodillas hasta el principio de mi intensa humedad, provocando a su paso un resurgir de gemidos que parecían querer apaciguarse lamiéndome los labios.
Sentado de cuclillas frente a mí, desnudo de cintura para arriba, yo me sentía a su merced. Me dejaba hacer y podía percibir su erección por encima del pantalón. Sus dedos empezaron a definir círculos sobre mi clítoris y dibujando subidas y bajadas entre los pliegues de mi sexo, impregnando sus dedos de mi flujo, permitiendo que entrasen  y saliesen son tanta facilidad que no sé si había metido dos o tres... o cuántos... Yo estaba completamente entregada, atrapada en aquella silla nada cómoda, sin más salida que su cuerpo. Mis piernas temblaban apoyadas en sus hombros y notaba aquellas acometidas tan placenteras en el centro de mi coño. Sacó los dedos y los llevó hasta mi boca... Saboreé mi propia excitación, la textura de mis flujos... Y él sonreía pícaramente.
Me dejó bien mojada y se detuvo cuando estaba a punto de correrme. Lo sabía. Era parte de su estrategia, de su castigo. Me apartó las piernas, las apoyó en el suelo y se puso de pie para quitarse el pantalón. Su miembro marcaba la bragueta y cuando su bóxer quedo a la vista, su polla lo tensaba. Sabía que iba a ser completamente mía, mi juguete preferido... Y saqué el que llevaba dentro... No pude evitar correrme. El roce de las bolas saliendo de mi coño provocaron que le siguiera un chorro tibio de puro placer.
Él entornó la mirada. Sonrió mientras se acercaba y puso su polla a la altura de mi cara, de mi boca... mientras él frotaba su mano en mi corrida. Me comí su polla directamente. Abrí la boca y la dejé entrar hasta el fondo, hasta que sus huevos me dieron en la barbilla. Sentí una pequeña arcada pero aguante por un ligero movimiento. Me dejó hacer. Acaricié sus piernas hasta sus caderas, hasta sus huevos... oprimiéndolos entre mis manos mientras mi lengua se recreaba en su dura polla. Lo follé durante unos segundos, que no me parecieron suficientes. Nunca me parece suficiente lograr su placer y el mío. Luego decidí cambiar el ritmo, empezando por un beso suave en la punta del glande. Esa parte dulce, sonrosada, blandita... Predispuesta para rechazar de entrada el roce fuerte de unos dientes. Se conformó con el calor de mi aliento y luego el contraste de un soplido que le hizo estremecer entero. Pude percibir bajo el tacto de mis manos el escalofrío de su piel. Mientras lamía toda su longitud, de arriba a abajo, por delante y por detrás, levantándola, dejando desamparados sus testículos, de su garganta salían gemidos de gusto. Una de sus manos se amparó en uno de mis pechos, jugando, apretando, pellizcando, mientras con la otra me acariciaba el pelo, forzándome de alguna forma a que cogiera su polla con la boca. Así lo hice. La fui introduciendo lentamente, con mucha salivación, lubricándola bien, apretando con mis labios para hacer más intenso aquel acto que sé le encantaba.
- ¡Joder!
Se apartó y, a pesar de decirme algo que no entendí, comprendí lo que quería. Me puse en pie y me apoyé en la silla con las manos en el asiento, mostrándole mi culo por el que notaba el escurrir de mi corrida. Sentí la palma de su mano en mi coño empapado, frotándolo, y extendiendo mi corrida hasta la entrada de mi ano. Su dedo pulgar hizo una ligera presión y apreté mis nalgas, como avisando que no había acceso posible.
Sentí el roce de su boca en uno de mis glúteos y, a continuación, sus dientes hincándose de modo suave; varias veces, como pellizcos... Mi boca no pudo silenciar ninguno de los gemidos que de mi garganta nacieron. Al retirar la mano y darme una palmada en el culo, su polla me penetró, sin contemplación alguna, empezando a entrar y salir a ritmo rápido, entrando hasta el fondo, golpeando con los huevos. Sus embestidas eran fuertes, intensas, obligándome a agarrarme fuerte en la silla. Tenía la sensación, y así me sentía, de ser la yegua sobre la que cabalgaba, a la que fustigaba para que corriera con más energía, a la que hacía relinchar con cada uno de sus taconeos en el anca. Cogía mis caderas con fuerza, como si tirara de las riendas, llevándome, totalmente desbocada, camino de un éxtasis total...

El obelisco enjoyado...

domingo, 24 de noviembre de 2013

¿Quieres adorarme?

No es que te lo pregunte en sí, es que te lo ordeno...


Tendrás que ganarte lo que quiera darte... Porque yo mando y tú obedeces...
Hoy estarás a mi mando... Como un esclavo a mis caprichos. Sabes que puedo doblegar tu voluntad. Voy a ser la dueña de tus actos.


Bajo la tela que te cegará, me imaginarás con un corpiño, con unos guantes largos de encaje que dejen ver mis dedos, con un tanga que acaricie el centro de mis glúteos y con un liguero que, desde mi cintura, sujete las medias negras que cubrirán la mayor parte de mis piernas. Me imaginarás con esos tacones altos y con una fusta que nunca he utilizado.
¡Desnúdate! Y no pondrás oposición a las telas que te inmovilicen. No me importa si te sientes dolido o confuso porque a ti tampoco te importó cómo me sentí cuando me sometiste a tus órdenes. No me pediste si quería someterme, si quería ser tan sumisa. Oí y callé, y obedecí. Hoy es tu turno. Hoy tú vas a ser quién se someta a mis deseos... Sólo preocúpate de cumplirlos. Ni a mis pies ni en mi mano. No te humillaré. Sólo te utilizaré a mi antojo. Hoy vivirás en el Walhalla.

¡Túmbate! Serán mis órdenes las primeras caricias. Voy a ser la valkiria que te guíe pero es posible que acabe siendo una Freyja que reclame todo de ti.

- ¿Te has leído eso de las cincuenta sombras y vas a ponerlo en práctica? -Crees que eres gracioso y que con esa misma gracia voy a tomarme las cosas.
- ¿Te atreves a preguntar? ¿Te he dicho que puedes hablar? -inquiero en tanto termino de anudarte una de las cintas de tela que va a sujetar tu muñeca a la esquina de tu cama. Y acto seguido utilizo por primera vez mi fusta.
- ¡Joder, nena!

Oirás el sonido de los tacones sobre el piso. Cogeré una vela. Tal vez pensarás, cuando las veas todas encendidas, que serán para dar ambiente. No todas son para la misma utilidad. Me esperarás, perdido en todas las percepciones que crees intuir. Te equivocarás. Sabrás que me pongo de pie sobre la cama, con mis piernas abiertas, con los tacones clavados en las sábanas, y tu cuerpo, tu cuerpo a mi merced. No verás que me apoyo en la pared pero sí notarás el tacto de mi tacón acariciar tus testículos y rozar tu polla, y el suave golpear de las colas de mi fusta subir desde ahí hasta tu boca. Me acomodaré en altura. Te pasaré la lengua por la boca y me sentaré a horcajadas sobre tus caderas. Miraré como cae la cera desde la vela sobre tu pecho. Protestarás. Expresarás un grito que se volverá cobarde. Te retorcerás atrapado entre las "cuerdas" que se tensarán ante tu impresión. Sisearé mandándote callar. Quemará y dolerá pero mi lengua calmará ese intenso calor momentáneo. Dibujaré el mismo camino con una húmeda caricia que intensificaré con uno de aquellos cubitos de hielo que mantienen el cava frío. Sí, ese con el que te prometeré una noche fantástica noche romántica.  Tus labios se humedecen y el hielo se irá deshaciendo conforme lo resbale sobre tu piel. He dejado tus pezones salpicados de cera.



El frío líquido se escurrirá sobre tu cuerpo, siguiendo un camino que discurrirá pasando por tu cuello, por el centro de tu pecho, por tu vientre y acabará rozando tus huevos. Los veré palpitar y a ti estremecerte. Apretarás los dientes y los labios, callando maldiciones contra mí, preparándote una revancha... Sentirás el calor de mi aliento en tus testículos que iré lamiendo despacio para meter uno primero y otro después en mi boca.

- ¡Puta!

¿Puta? Grave error. Si antes dejé que la cera cayera desde más alto para que el calor no fuera tan quemador, ahora no tendré tanta contemplación y bajaré un poco más cerca de tu piel. Ahora podrás llamarme cómo quieras.
Me pregunto si tanto trabajo va a tener la recompensa que espero. Este papel de dómine es demasiado nuevo para mí y no lo llevo tan bien preparado.
Tu cuerpo está en carne viva, tu polla tan tiesa y dura como tibia; tus huevos, con toda la excitación desplegada. Y poco a poco, consecuencia de mis propios actos sobre ti, me siento tan excitada como tú.

Decidiré reptar por tu cuerpo, siguiendo el camino de mi fusta sobre tu piel. Arquearás la espalda, apretarás los puños y levantarás, apenas unos centímetros, tus pies atados. Levantarás las caderas cuando toque tu sexo. Mi boca se posará sobre la tuya. Más bien la intuirás porque sólo percibirás mi aliento. Buscarás mi boca, sacarás la lengua para intentar alcanzarme pero no hallarás más que el roce del cuero de la fusta. Tu pecho asciende y desciende, levantas las caderas porque mi mano apretará tu polla y se deslizará en su largura en una especie de tirabuzón que no hará otra cosa que desear follarme.

Te destaparé los ojos. Ya no me intuirás. Ahora me sabrás. Parpadearás varias veces. Tu rostro no va a mostrar una sonrisa. Fruncirás el ceño y yo reiré. Lo haré abiertamente antes de comerte la boca. De coger tanto tu labio de arriba como el inferior con mis dientes, suavemente, tirando...

- ¡Eres una cabrona!  -Sonreiré. Sonrío. Ya no tengo que contarte nada...

Te dejo libre un brazo y una pierna. Lo justo para que puedas defenderte en su justa medida. Tendrás que desnudarme. Deshacerte de mis tacones, de mi sujetador, de las medias y de mi braguita... Y vas a ver cómo paso los flecos de mi fusta por mis pezones erectos y por mi coño...



Y cabalgaré sobre ti, reteniéndote entre mis piernas, con tu  mano en mi, sin poder ver  mis pechos a pesar de la poca distancia que hay de ti, con la imposibilidad de poder hacer más de dos cosas a la vez... Salvo intentar que te deje clavarte en mi... Este va a ser tu castigo...
¡No imaginaba que iba a disfrutar tanto haciéndote "sufrir"!

lunes, 18 de noviembre de 2013

Asuntos pendientes...

Esta mañana me levanté algo más temprano de lo normal, de lo normal que es en mí. Tenía que ir al banco y realizar algunas gestiones. No sabía qué ponerme pero del armario saqué aquella falta a ras de rodilla en color negro, con una abertura lateral que llegaba hasta casi medio muslo y una camisa blanca de chorreras en el delantero pero con un amplio escote abierto desde las grandes solapas que bordeaban el cuello. Unas medias y unos zapatos de tacón rematarían el atuendo. Todavía en camisón, desayuné en la cocina mientras veía si tenía algún mensaje. Nadie se había acordado de mí, al menos, nadie lo había demostrado salvo Nacho. No faltaba ni un solo día en su agenda: "Buenos días, princesa". Me dí una ducha rápida y salí lista del baño para vestirme. Cogí mi coche y puse rumbo al banco. No encontré aparcamiento a la primera y dí varias vueltas hasta encontrar un hueco. Hacía viento y mi abrigo corto se abría, dejando que la falda se viera y, por ende, mi muslo. Cuando llegué a alcanzar la puerta de la oficina del banco, Guille, el director y con quien quería hablar, la abría.
- ¡Hola! -saludé con ese tono que me caracteriza.
- ¡Hola! ¿Vienes a hacer alguna gestión o quieres hablar conmigo?
- Vengo a hablar contigo. Tienes que resolverme unas cuestiones.
- Voy a tomarme un café. Lo necesito -me sonrió-. ¿Vienes? Te invito y luego regresamos y resolvemos esas cuestiones.  -Lo cierto es que su voz es como un chorro de sensualidad y su físico había cambiado algo desde la última vez que lo había visto. Estaba más delgado y parecía que iba al gimnasio, un nuevo corte de pelo y algo más de alegría en su cara, pero no tenía tanta confianza con él como para empezar a preguntarle por ese cambio. Los treinta y tantos largos le sentaban estupendamente.
Cuando entramos en la cafetería se quitó el chaquetón oscuro que llevaba. La camisa ajustada no mostraba una gran musculatura pero le hacía realmente atractivo. Nos sentamos en aquellas banquetas de la barra. Al sentarme, la falda se subió a pesar de tener cuidado. Ya me había dado cuenta cuando me senté en el coche que debía de tenerlo si no quería que alguien me viera el negro de mis bragas. El muslo quedo al descubierto pero apoyé mi abrigo sobre las piernas. Me di cuenta de que Guille había dirigido su mirada a ellas y que antes de subir a mis ojos, se detuvo en mi escote. Sí, me había puesto uno de aquellos sujetadores que levantan los pechos, aunque a mi no me hiciera falta. Desde mi perspectiva se veía más pecho del que los demás pudieran ver, pero era evidente el canalillo y el alto nacimiento de mis tetas. Además, el frío había hecho que mis pezones se erizaran.  Durante unos minutos le puse al tanto de lo que quería. Le miraba a los ojos pero le dejaba intuir mi mirada en su paquete. Estos pantalones de vestir tan ajustados para los hombres, es lo que tienen: que marcan lo que hay debajo... Y Guille... en eso iba bien dotado. Podía imaginarme esa polla aumentando progresivamente, empujar contra su boxer y apretar la bragueta. Sonrió al sentirse descubierto. No dije nada. ¿Qué estaba haciendo? ¿Estaba coqueteando con el director de mi banco? Provocando o no, él correspondía y su mirada me lo confirmaba.
- ¿Nos vamos? -le pregunté. Ya habíamos terminado los dos nuestros cafés.
- ¿Has venido en coche?
- Sí, claro -respondí con notable evidencia mientras una loca idea se me cruzaba en la mente. Si acertaba, yo sería tan infiel como él. Me imaginé que estaba casado pero no me importó ver su alianza en el dedo. No dijo nada. Regresamos a la oficina.
- Espera aquí -me indicó a unos pasos de la puerta. Ni siquiera entró. Avisó a la chica del mostrador que salía y que no sabía cuándo llegaría. Le miré entre sorprendida y excitada. ¿Habría conectado conmigo? ¿Habría leído mis mensajes o yo los suyos?
Lo cierto es que todo sucedió demasiado rápido y de forma muy espontánea. Me pidió las llaves de mi coche y se las entregué. Se puso al volante y yo a su lado. Mis muslos quedaron al aire y vi la erección de su polla por debajo del pantalón. Estaba ya mojada pero no sabía qué me esperaba. Desaparcó y nos perdimos calle arriba. No sé cuánto tiempo estuvimos en la carretera pero sí que su mano derecha se discernía entre el cambio de marcha y mis muslos, la colaba entre ellos y buscaba el fondo. Junté las piernas para sentir la fuerza de su mano. Las acometidas de humedad en mi coño y escalofríos de excitación eran constantes. Alargué la mano y noté más excitado de lo que ya suponía. Su polla estaba dura y mi tacto me indicaba que tenía un buen tamaño.
Hubo un momento en que no supe dónde estaba, ni por dónde habíamos llegado. Al fondo había una casa solitaria. Parecía una especie de nave, pintada de blanco y con tejado de tejas rojas. Una gran puerta metálica aparecía en uno de los laterales. Pensé que íbamos a entrar pero paró el coche al otro lado. A mi derecha quedaba la fachada; al otro, el campo abierto. Nos miramos. Se inclinó sobre mí y su boca se pegó a la mía, tan fuerte, tan intensamente, que me dolieron los labios.
Hace tanto tiempo que no follo en un coche...
Nos besamos ávidamente. Su lengua se hundió en mi boca. Se movía ágil y rozaba mi paladar. Me limité a corresponder mientras buscaba su polla. Le abrí el cinturón y bajé la cremallera. Cuando la cogí en mi mano y oprimí, Guille gimió. Bajó por mi cuello, buscando mi escote y la voluptuosidad de mis tetas. Las apretó e incidió en mis pezones, centrándose en uno. Me desabrochó la blusa y su mano se coló bajo el sujetador. Por fin su piel tocaba la mía. Resbaló la mano por mi vientre y sus dedos rozaron mi coño por encima de las medias y de la braga. Estaba tan mojada que cuando presionó yo gemí. Lo aparté de mí para quitarme la falda y bajarme las medias que al final decidí quitarme. Él se desnudo también, después de reclinar el asiento todo cuanto se pudo. No sabía que se tumbaran tanto. Se abrió la camisa y se bajó el pantalón y el bóxer. Su polla saltó como un muelle. Me encantó. Iba a disfrutar como una loca con aquel nabo... Y a él también esperaba que lo hiciera gozar pero me importaba más quedarme yo satisfecha y salir de aquel coche con la convicción de haber sido bien follada. Eso sí que eran intereses a mi favor.
La masajeé antes de introducirla entre mis labios. Estaba tan caliente como mi boca. La mojé bien mojada y luego me recreé en lamerla de cabo a rabo. Una de sus manos, apoyada sobre mi cabeza, parecía seguir mi ritmo. La otra me acariciaba la espalda, llegando hasta mi culo. Noté mi coño bien mojado, impregnando mis bragas. Quería que me lo tocase, que me follase con sus dedos y luego... con su polla. Me daba igual el orden, pero lo quería en ese momento. Le lamí siguiendo una línea imaginaria desde su polla hasta su garganta y luego me comí su boca... o su boca se comió la mía.
Pude ver el deseo en sus ojos y saltando de cada uno de sus poros. Estaba tan cachonda que me dejé llevar. No seguía un plan, simplemente quería follármelo. Sentada a horcajadas sobre sus caderas, me froté contra su polla. Me golpeaba fuerte, quería introducirse en mi coño pero no quise. Me agarraba fuerte del culo y subía las caderas. Estaba loco por metérmela. Apenas nos decíamos nada. Acaso palabras indescifrables que nos ponían más cachondos. Su polla estaba cada vez más dura y me la metí un poco antes de abandonarla. Subí por su cuerpo, en aquella misma postura, hasta que mi sexo, lubricado, mojado, caliente, quedo a la altura de su boca. Respiró profundamente . Pude notar su aliento quemándome. Sus dedos buscaron la entrada de mi coño. Lo tocó. Mojó sus dedos y dejó paso a su lengua. Me lamió entera. Su saliva se junto con mis flujos. Yo le miraba pero el gusto que me estaba dando, la locura que estaba viviendo, la excitación ante la que mi cuerpo sucumbía, hacían moverme sobre él. Tal vez por eso me dio una fuerte palmada en mi culo para que me estuviera quieta. Así pude percibir como introducía la punta de la lengua en mi coño. Podía sentir cada roce sobre mi sexo recién depilado. Tengo que decir que es una experiencia que no pienso volver a repetir. Me siento algo violenta viendo mi sexo tan desnudo, pero el roce de su barba de quince días es una sensación que me pone a mil.
 Me hizo bajar un poco más.

- Tócate... -me pidió. Lo hice. Lo estaba deseando y lo necesitaba. Me levanté un poco y me acaricié mi clítoris. Estaba muy sensible. Lo acaricié despacio. Si lo hacía con la fuerza que lo precisaba, no tardaría en correrme y quería que aquello se prolongase durante un buen rato. La presión de su lengua me hizo tener una pequeña corrida. Guille murmuró, dejo salir un sonido gutural de su garganta y sus dedos pasaron a ocupar su lugar. Aquella fricción emitía un ruido que parecía encantarnos a los dos. Sus dedos me follaron con tal intensidad que las acometidas de placer me parecían incontrolables pero no quería correrme. Tenía que controlar aquello.

- ¡Fóllame! -le pedí. Me indicó que bajara, que me pusiera de nuevo como antes, con mi coño sobre su polla. Mis labios se abrieron a sus roces y  mis tetas quedaron a su merced. Me las comió y las sobó todo cuanto quiso mientras me penetraba despacio. Subía sus caderas mientras yo le apresaba su nabo en el interior de mi coño. Aquello le excitó tanto que me mordió el pezón. Protesté y busqué los suyos. No dudé en estrujarlos con las yemas de mis dedos, intencionadamente. Lo vi retorcerse y aceleró el ritmo. Comencé a cabalgar sobre él. Saltaba escuchando el choque de su pubis con el mío, la entrada de su polla en mí, chocando sus huevos contra mi carne. Conforme ella entraba, salía con fuerza la fluidez de mi corrida. Él acentuó el ritmo. Sus manos seguían agarrando mis tetas. Noté sus espasmos...
- ¡Voy a correrme! - musitó. Supongo que me lo dijo porque no estaba seguro de si debía hacerlo dentro.
- ¡Correte!
- ¿Dentro? -dudó. Hice ademán de retirarme pero me retuvo. Noté como mi coño se inundaba de más flujos, como daba acometidas y como se detuvo, dejando su nabo dentro de mí. Me encanta sentir una polla dentro de mi coño y me encanta, también, retenerla dentro hasta que pierde su erección-. ¡Ufff...! ¡Qué pasada, chica! -sonreí con picardía y me aparté. Me relajé sobre el asiento del copiloto, sintiendo como salía el semen de mi interior.
- ¿No tenías pensado follarme?
- No tenía pensado ni verte pero te aseguro que me ha encantado hacerlo.
- Ya sabes mi teléfono...
- ¿Y tu marido?
- Mi marido es cosa mía. ¿Tu mujer?
- Mi mujer es cosa mía y esta noche me la follaré pensando en ti -aseguró acariciándome un pezón con el reverso de su mano.


Tenemos pendientes unos cuantos asuntillos...

Ese extraño tartufo blanco...


… O el deleite de comerse una polla.


Todo mi cuerpo tiembla ante la emoción de tomar un dulce como ese. Perfecto tronco para dos bolas de claro chocolate con leche... Mi aliento se pega a una de ellas... Inhalo su olor. Su aroma me envuelve y me incita a pasar la lengua... despacio, recreándome. Mi boca saliva y la lengua pasa a la otra bola. Mantengo bien sujeta la base sobre la que se apoyan. Mi mano tibia el elemento y su roce produce la temperatura que el postre necesita para deshacerse en mi boca. Las aprieto con suavidad, intercambiado mi boca y mi lengua entre una y otra. Lo hago con sutileza, arañando con los dientes cuando van entrando en mi cavidad bucal.


Esa sensación me domina... Dejo un poco para el final. Quiero disfrutar. Ir poco a poco. Me aplico en el barquillo que gotea. Chupo. Absorbo... No quiero dejar nada. Aprieto con los labios la punta. Está blandita, brillante, con una tonalidad más rosada. Tierna. Inocente. La punta de mi lengua apura el agujerito por el que quiere salir el líquido que contiene...
Me encanta.

Mordisqueo con lisura, como recortando la parte más dura y más gruesa; esa donde se marcan los surcos henchidos por la presión que ejerzo sobre él, dejando que entre lentamente en mi boca, sin oprimir con los labios, retirando la lengua, y sin piedad. La fricción calienta mi postre. Me relamo y miro con avaricia y cierta lujuria lo que hay entre mis manos... Pecados capitales. Sin perdón, sin rendición, sin lamento... Jadeo al volver a saborear semejante aperitivo y no dejo de hacerlo hasta que termina por deshacerse. Mis manos me ayudan a tragarlo, a alimentarme de él, hasta que como el bocado más gourmet, más exquisito y más delicado, como el manjar mejor tratado por manos expertas; el exterior permanece duro y el interior se mantiene templado, jugoso, líquido...
Hasta que en el último bocado, estalla en la boca, llenándola de sensaciones y sabores como el mejor de los tartufos blancos.


domingo, 17 de noviembre de 2013

Fruta prohibida...

No sé... Se me ocurrió algo, tal vez no demasiado original, pero estaba segura de que podría gustarle. Ya lo había hecho con mi marido hacía algunos años, cuando por equis circunstancias tuvimos que mantenernos un par de meses separados. Sé que me echaba de menos. Nuestras sesiones de sexo virtual y telefónico nos habían permitido satisfacer nuestros propios deseos. No era igual que cara a cara pero, al menos, nos sentíamos más cerca. 

Soy como una hormiguita, así que lo guardo todo... Mis fotos estarían escondidas en alguna carpeta de mi ordenador personal, junto con las suyas de las que él había perdido todo interés. Lo importante era encontrarlas. Unas de nuestras fantasías... Éramos más jovenes y más atrevidos... (creo que yo he mejorado con el tiempo pero también sé que mi marido es un cofre de sorpresas). Las fotos también ayudaron.
Antes de que partiera, habíamos pasado la semana más fantástica que recuerdo _y han habido muchas_. Él tiene un buen amigo fotográfo y le habló de la idea. Qué decir tiene que al otro le encantó. No era algo que le pidieran habitualmente. Al principio me negué. No me parecía bien que alguien ajeno a mi marido pudiera verme desnuda, pero ambos terminaron por convencerme. Así que después de mucho buscar subcarpeta tras subcarpeta, las hallé. Elegí unas cuantas y se las fui enviando poco a poco. No quería enseñar más de lo necesario. No quería que mis fotos cayeran por error, o no, en manos ajenas.

No escribo nada. Sólo mando las fotos... Y espero la respuesta...


No recibí nada: ni mensaje ni llamada. Y tardé en mandar la siguiente imagen.


 ¡Coooño! ¡Buenas tetas me he comido! 


¡¡¡Huuu!!!

 
Tengo los huevos que me van a explotar y el pantalón me aprieta... Pero sólo necesito unos veinte minutos para llegar a casa y verás lo bien que mi polla se cuela entre tus tetas. ¡Menuda cubana!

Para entonces creo que yo estaba ya más excitada que él . Mi coño se había humedecido y mi braga, empapado.
Ya tarda.

Esclava de mi deseo...

Estaba sola en casa. Mi marido había salido. Tenía que pasar por el despacho para hacer unas gestiones. Luego regresaría e iríamos a comer fuera, a algún lugar bonito... A pasar una tarde fantástica en alguna parte... Pero mientras tanto, Sergio hacia ruidos en el piso de arriba. Pensé en llamarlo, en pasarme por su casa, pero no me arriesgaría a ser pillada. No tenía seguridad acerca del tiempo que pudiera ausentarse, aunque tenía cierto morbo correr por las prisas.

Aún tenía en mi piel el aroma de la piel de Nacho y en mi boca el sabor de su polla. Mi cuerpo seguía desnudo.  Me imaginé a Sergio sentado en el sillón orejero de la esquina. Volví a acariciar el contorno de mis tetas con las palmas de las manos, por encima y por debajo de mis pezones que se erguían bien erectos. Me los pellizqué suave y tiré de ellos antes de moverlos entre las yemas de mis dedos... a la derecha... a la izquierda... Junté mis pechos, los levanté y los observé. Mis pezones sonrosados eran la culminación y mis pensamientos, junto a mis caricias, provocaron que mi coño se mojara... Mas aún cuando me imaginé a Sergio aparecer entre mis piernas, lamiendo desde mis tobillos hasta mi clítoris, sin dejarse un trozo de piel: rodillas, muslos... y cada uno de los dedos de uno de mis pies...
Le llamé por teléfono. Oí sonar el aparato desde mi cama, donde yo seguía acostada. Escuché su voz responderme. Intenté decir algo pero de mi garganta sólo salió un sonido gutural, un gemido largo...
- ¿Estás caliente, guapa?
- Sí... -susurré mientras con dos dedos me penetraba  la suavidad de mi sexo.
- ¿Está tu marido?
- No, pero no está fuera... No sé cuándo puede venir.  -Mi voz era entrecortada, evidenciando los hechos de mis manos y lo cachonda que estaba a base de las embestidas de mis pensamientos.
- Oírte me la pone dura... ¿Estás mojada?
- Mucho... ¿quieres jugar conmigo?
- ¿Dónde estás?
- En la cama...
- Sabes que me pones a tono enseguida.  -Sonreí mientras acariciaba mi vulva, pasando la palma de la mano sobre ella, rozando mi clítoris y mojándola en el flujo que continuamente salía de mi coño-. ¿Por qué no subes? Te follaría en un momento...
- Por qué no sé cuándo va a llegar mi marido...
- Seguro que tienes una excusa perfecta si te ve bajar la escalera... -ironizó-. Vístete y sube. Te espero en mi cama. 

Y colgó. Me dejó caliente como una perra, llena de rabia, llena de deseo y llena, también por qué no decirlo, de salvar aquellos veinte escalones que nos distanciaban. Vi mi camisón negro hecho un ovillo sobre el sillón... Una idea se me cruzó por la cabeza. Supuestamente, Nacho aún tardaría. Acababa de marcharse, y a riesgo de haberse olvidado algo, no volvería ya. Me levanté de la cama, sintiendo flaquear mis piernas. Me pasé el camisón. Mis pezones se marcaban sobre el satén, enmarcados bajo algo de encaje. Noté cierta humedad descender por el interior de mis muslos y una corriente de aire fresca rozar mi coño. Al lado del sofá seguían los zapatos que había llevado la noche anterior a aquella cena con Lucas y Marina que, por cierto, no entendí muy bien lo que Lucas me propuso en un momento dado, cuando, casualmente, nos quedamos solos en la mesa. Me abrigué con la bata a juego. Apenas la llevaba pero había que volver a sacarla del armario. Me calcé aquellos zapatos de tacón y antes de salir de casa, me miré al espejo y me cepillé los dientes. Me aseguré de llevar el móvil y las llaves. Subí rápido aquellos escalones. No quería encontrarme con algún inoportuno vecino. Notaba la tela rozarme la piel y la puerta del piso de Sergio apenas cuatro dedos abierta. Mi corazón iba a mil.
Entré. Había silencio y todo estaba como en una media penumbra. El día fuera estaba nublado y aquellas amenazantes nubes grises tapaban el sol. Me dirigí hacia la habitación con cierta decisión. Mis tacones golpeaba en suelo de tarima y llegué a su dormitorio. La cama estaba deshecha todavía pero él no estaba. Miré rápidamente hacia atrás. No pude girar mi cuerpo y apenas me dio tiempo de verle. Sus brazos me hicieron su presa  y su boca me devoró el cuello. Pude notar su erección por encima de mi ropa, chocando contra mis glúteos.
Creo que para ellos no debe haber mucho más erótico que las piernas de una mujer erigidas sobre unos buenos tacones. Deben ser un mensaje digno de no ser ignorado. No me dejó girar la cabeza. Me agarró fuerte con la mano, por la barbilla y me impidió movimiento alguno. Me empujó hacia delante, sin soltarme, lo justo para entrar en la habitación.


- No me mires -me ordenó. Empezó a descender sus manos por mi cuerpo, hacia mis piernas, permaneciendo detrás de mí. Noté su boca desde la nuca hasta mi culo. Allí mordió mientras me levantaba el camisón. Y sin demasiados preámbulos me lo quitó. Ya iba preparado porque casi sin soltar la prenda, me echó las manos hacia atrás y pasó una cinta en torno a mis muñecas. Intenté zafarme. Fue un movimiento instintivo, como el de girar la cara para mirarle. Me tapó la boca con la palma de la mano y me obligó a seguir mirando hacia el frente-. He dicho que no me mires. Hoy vas a ser mi puta de verdad y estarás a mi merced. No te haré daño pero te vas a correr como una perra-. Aquellas palabras golpearon mi mente como espinas de una cruz en pleno día de penitencia. Le conocía desde hacía tiempo. Es verdad, pero tampoco lo conocía tan íntimamente como para adaptarme de repente a semejante práctica. Debía confiar en él o no disfrutaría como estaba deseando hacerlo. Me cubrió los ojos con otra cinta o con un pañuelo. Olía a su perfume pero me atrevería a decir que también se entremezclaba con otro que no reconocía. Así que lo único que cubría mi cuerpo eran dos cintas y unos zapatos... Supongo que debió de sentirme más que nerviosa y con un tono más calmado, casi tierno me dijo que confiase en él. Hacía tiempo que no experimentaba esa sensación. Con el Macho Alfa siempre corría algún riesgo de éstos, pero Sergio me estaba sorprendiendo.

Busqué su boca pero sólo encontré su aliento. Busqué el tacto de su cuerpo pero sólo noté el vacío y el calor de su cuerpo distanciándose. Me sentí confundida. Mi poder de indefensión aumentó conforme aumentaba el suyo de posesión. Él iba a ser mi Amo y yo... su sumisa... su zorra... su puta... su esclava...
Obedecer, no cuestionar, prestar atención y ser paciente... Superaré este magnifico sufrimiento... Pero a mi manera ya no podía ser... Tenía que ser a la suya. Él manda..., sólo porque me tiene atada y ciega. Me animó a arrodillarme. Me resultó complejo pero al final mis rodillas tocaron el suelo, y mis manos rozaron su polla erecta. Me tiró del pelo, obligándome a echar la cabeza hacia atrás. Mi boca se abrió al sentir el roce de la suya y me estremecí cuando su mano libre atrapaba mi teta.

Oí el sonido que la cama hace al sentarse alguien. Sergio me cogió de un antebrazo, y me acercó a él. Caminé de rodillas por el suelo y me pregunto todavía ahora por qué no me atrevía a protestar (algo que se me suele dar muy bien). Posó dos de sus dedos sobre mi boca, la abrí y dejé que los metiera en ella. Levantó mi mentón, lamió mi boca e introdujo su lengua lo más que pudo, buscando la mía. Sentí como en mi coño se acumulaban intensas oleadas de corriente que no hacían otra cosa que ponerme poco a poco al límite. Dejó la lengua quieta y empecé a follársela mientras sus manos jugueteaban con mis pechos, preparándolos, estimulándolos... volviéndome loca con cada uno de sus gestos. No eran violentos pero se alejaban de todo encanto tierno. Me apretó más contra él. Noté el roce de sus piernas, sentí como cogía mis tetas, como las levantaba y como su polla dura y gruesa se colaba entre ellos. Sentí enloquecer. No podía ver. Sólo imaginar y sentir.  Estaba indefensa, inmersa en mi nuevo papel.
Volví a sentir los pellizcos en mis pezones y después de aquel presionar de mis tetas a su polla, me inclinó la cabeza. Pasó todo su nabo por mi boca, golpeando en ella y cuanto más la abría, más me golpeaba los labios hasta que me lo metió casi de golpe. Lo sentí en lo más profundo, tanto que predije una pequeña arcada pero no por eso dejé de tenerlo dentro. Me sujetó la cabeza y empezó a guiarme para envestir. Su polla entraba y salía de mi boca, ésta se la comía por entero, en toda su largura y en todo su grosor. El ritmo era lento, dejándome sentir el glande en mis labios... Y así iba aumentando de tamaño. Podía percibir los latidos de su polla y me apuré en seguir tragándomela, sacando la lengua, jugando, lamiendo... Podía sentir las venas hinchadas de placer al paso que se perdía en mi garganta. La lamí..., como lamí sus testículos, esos mismos que apenas unos minutos antes habían tocado en mi barbilla. No era mi opción. Era la suya.
- Lámeme -me pidió, apartándose un poco de mí. Lo cierto es que no sabía bien por dónde empezar. Me guié desde su sexo y descendí por una de sus piernas-. Sigue... Hasta los pies...
- ¿Hasta los pies? -pregunté. Nunca había lamido tanto y menos hasta los pies.
- Quieres ser una perra, ¿no? Pues, lámeme.

Obediente, sumisa, obedecí. Recorrí su piernas a lametones hasta llegar a los pies y me hizo continuar con los dedos. Luego proseguí con la otra pierna. Cuando llegué de nuevo a sus caderas me dí cuenta de que estaba recostado. Mi cara rozó de nuevo su polla y volví a mamársela hasta que decidió que debía de dejar de estar de rodillas. Me ayudó a levantarme. Me masajeó las rodillas un segundo (qué gesto más amable) y volvió a dejarme de rodillas. Ahora sobre la cama, en pompa, con mi culo dispuesto para él. Me palmoteó suave los dos glúteos, con cierta fuerza. Me molestó y protesté pero sólo me sirvió para que la fuerza se acentuara. Me sentí una yegua a la que azotaban con la mano para que acelerara el ritmo. Tal vez no debiera decir más y dejarme hacer. No sé por qué me estaba comportando así. No sé por qué acepté aquellas palmadas en mi trasero y por qué acepté en realidad subir a su casa. En el fondo no sé si esa sumisión no es más que algo de masoquismo.

Aquella postura no me resultaba demasiado cómoda pero me adapté a ella. Noté su mano frotar mi coño, desde el ano hasta el clítoris. Lo hacía despacio para estimularme. Por un momento me sequé y que él pudiera descubrirlo no me gustaba. Cuando me sintió mojada, no dudó en introducir directamente tres dedos, que metía y no llegaba a sacar dibujando una especie de espiral en una fricción que me hacía gemir. No decía nada. Sólo mis gemidos y sus sonidos roncos. Pasó la mano libre por la espalda y se detuvo a la altura de mi ano. Hacía tiempo que nadie jugaba con él y Sergio decidió hacerlo. Acarició mis nalgas y con un dedo empezó a masajear aquella zona: movimientos circulares que me pusieron en alerta. Lentamente aquello se fue dilatando. No sólo notaba sus movimientos en el agujero, también alrededor, relajando los músculos. Creí morirme en esa mezcla de dolor y placer, cuando sus dedos tanteaban tanto mi coño como mi ano...click

- Eres más puta de lo que crees... -me dijo jadeando y empujando más los dedos hacia mi interior, momento en el que sonó el móvil. ¡Por Dios! ¡Qué oportuno! Estuvo sonando un buen rato. Me puse nerviosa. No quería pensar que fuera Nacho y me reclamara por algo. Sergio apuró los gestos. Los intensificó y yo me creí morir hasta que retiró los dedos y, separándome las nalgas con ambas manos, no dudó en penetrarme. Parecía que iba a hacerlo despacio pero fue un único y firme empujón que me hizo gritar y morder las sábanas de dolor y sin querer, me corrí. Sus huevos se mojaron con mi corrida pero él no dejó de embestirme. Estaba claro que no iba a parar hasta que yo volviera a correrme o que le suplicara que parara. No recordaba muy bien aquella sensación pero cuando mi ano cedió por completo, el dolor, intenso de entrada, se convirtió en un ligero placer que Sergio se encargaba de complacer acariciándome también mi coño.
El teléfono volvió a sonar. Me puse más nerviosa todavía y sé que Sergio no se iba a apartar de mí. Seguía bombeándome. Me apretaba las caderas, me pegaba a él en aquel vaivén, palmoteaba mis nalgas y pellizcaba mis pezones. Mis gemidos se convirtieron en gritos de auténtico placer-. ¡¡¡No querías polla... pues toma polla, puta!!!... Y así aprenderás que conmigo no se puede ir de lista...  -El teléfono insistía y creo que eso le puso nervioso porque me soltó de golpe y fue a cogerlo-. Es tu marido -me informó-. ¡Contesta!
Mi respiración era jadeante. Todavía sentía como si la polla de Sergio estuviera dentro de mi culo y mi corrida seguía empapando mis muslos. Intenté controlarme pero me resultaba complicado.
- ¡Hola!
- ¿Dónde estabas? Llevo un rato llamándote.
- Sí... -y la polla de Sergio entró en mi coño sin contemplación alguna.
- ¿Estás bien?
- Sí. He ido a tirar la basura y al oír el móvil he subido corriendo.
- Bien... -Su "bien" me sonó extraño, como que no se lo creía. Creí que oiría mis movimientos sobre la cama del vecino.- Me retrasaré un poco. Me ha llamado Lucas pero pasaré a recogerte para comer.
- Bien... Sí...
- Pero, ¿estás bien? Te noto como sin aire...
- La falta de costumbre. He subido por la escalera.
- Te quiero. Luego nos vemos.
- Yo a ti. -Creo que colgué demasiado rápido pero las sensaciones me estaban embriagando. Los envites de Sergio eran cada vez más fuertes. Creo que hablar con mi marido lo excitó más, tanto que me zumbó con tanta fuerza que mi pecho se chafaba contra el colchón. Ya apenas sentía los brazos y decidió soltarme. Aquella sensación de libertad era incomparable. Me agarré fuerte a la sábana y aguanté sus empujones hasta que mi corrida hizo que su polla saliera de mí. Abofeteó mi glúteo derecho y volvió a clavármela. No dejó de hacerlo hasta que se corrió. Cuando terminó, se tumbó a mi lado y re retiró la tela que cubría mis ojos. No me atreví a mirarle. Cuando lo hice unos segundos después vi su sonrisa. Parecía un chico bueno. El beso que me dio fue intenso, profundo-. ¡Eres un cabrón! -le dije con cierto enfado. Él se carcajeó, me abrazó, me subió a su cuerpo, pasando su brazo entre mis piernas y apoyando la mano en mi glúteo.
- Sí, encanto, pero te encanta mi polla... Y me ha encantado darte por el culo.
- ¡Hijo de puta! -y volvió a besarme, incluso con más pasión que antes.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Cómeme... Bébeme...

He pasado de sentir tu boca en mi sexo a verme alzada de golpe, asida de mi culo, tomada de mis caderas, con tu cabeza de nuevo entre mis piernas, y apoyada tan solo en la parte más alta de mi espalda y de mis antebrazos... Y en tu pecho... Mi cabeza echada hacia atrás... Mi melena extendida sobre la sábana... Mis pezones resaltando erectos de mis pechos... bajo la presión de tu mano y de la mía. Hincas tu mano, aferrándote...
Te inclinas, sin arrodillarte ante mí, y de nuevo tu aliento en mi sexo húmedo y caliente, desesperado por tus excesos nunca suficientes... Tu lengua, lamiendo.. Tu lengua, acariciando... Tus labios, presionando mi clítoris... Aspiras... Absorbes... Tiras... Sueltas... Extralimitas mis sensaciones. Me haces perder la cabeza... Te vuelves loco prendido en mi sexo, calibrando cada movimiento atropellado pero, al mismo tiempo, sabio. Bebes de mí. Me sabores... Me inhalas... Me devoras...
Me corro...

Si tu follas... Yo follo...

Es un cabrón. No tiene otro nombre a pesar del derecho que tiene. Ayer se trajo a alguien. He oído música, he oído voces y he oído risas. Mi marido y yo estábamos en el salón. Le observé tumbado en el sofá de enfrente. Hacía algo con el Ipad. Yo me entretenía en hacer zapping mientras la rabia me comía por dentro.
- Éste tiene fiesta hoy -dijo sin apartar la vista del aparato.
- Parece -terminé de decir.
Seguramente esa noche los iba a oír follar. No se corta un pelo y desde que tenemos nuestra historia, creo que todavía pone más hincapié en hacérmelo saber. Luego se me olvida pero de entrada ya me tiene ganada. Es un puto cabrón. Y yo pensaba que era angelical. El demonio también era un ángel. El más bello, el más listo, el más cabrón... Así es Sergio.
Me retorcía pensando en que esas manos que habían discurrido por mi cuerpo, discurrieran también por otros. No me había importado las de antes pero parecía que sí me estaban importando las de después, aún a sabiendas de que carezco de derecho alguno a protestar. A lo mejor debía pagarle con una moneda parecida. Mi marido tenía la agenda repleta de viajes en los  meses siguientes.  Salir a la caza y captura de otro hombre... No lo tenía demasiado claro, la verdad. No hay que tentar tanto a la suerte. Camelarme a Sergio y dejarlo tirado al final... Podría ser una estrategia.
Al final, decidí irme a la cama, dejando a Nacho liado con sus cosas. Lo normal es que él se fuera antes a la cama pero ese día andaba algo ocupado con no sé qué. La verdad es que no me he preocupado nunca de lo que hace _me refiero a su móvil o demás artilugios electrónicos, como él tampoco se mete en eso conmigo_. Confío en él más de lo que él confía en mí. Saqué los cojines de encima de la cama y me metí entre las sábanas. Arriba, la música había parado y se oía conversación pero no alcanzaba a entender lo que se decía. Se entremezclaba con el sonido de la televisión. Los pasos se multiplicaban a lo largo del piso.  Parecía un paseo breve, entre la cocina y el salón. La distribución del piso de arriba es igual que la mía: Su habitación sobre la mía, su salón sobre el mío...
- ¡Cariño! -me llamó Nacho.
- Dime.
- Me dice Lucas que si vamos este fin de semana con ellos a la playa.
- ¿A la playa? -me extrañé. Era pleno mes de noviembre.
- Sí -respondió mientras lo oía ponerse en pie para acercarse hasta mí-. ¿Que le digo? ¿Te apetece? El resto de tiempo hasta navidad sabes que te voy a dejar sola mucho tiempo.
Lucas y Marina. Lucas me cae muy bien, además, me parece un tipo súper atractivo. Con quien no me termino de hacer con Marina. Sí , es una mujer de bandera pero tiene demasiada tontería en su cabeza. Ha tenido suerte. Por lo que Nacho me cuenta siempre había sido muy fantasiosa y había ido a topar con Lucas: un bendito. Ella es la mismísima reina de Saba, aunque yo no puedo quejarme tampoco.
No sé por qué al final accedí. Supongo que lo ví muy entusiasmado y que lo hacía más por mí que por él.
- ¿Te vienes a la cama?
- Sí. Cinco minutos, cielo y vengo. Termino de mandar un informe a Pablo y me vengo.
No sé... Me gustó verlo así. Siempre ha sido muy atento conmigo, muy cariñoso, entregado a mí... A veces me siento culpable de ponerle los cuernos pero mi cuerpo, como dice la canción, pide más. Lo cierto es que es muy, muy atractivo. Tiene unos enormes ojos oscuros, una boca bonita, una sonrisa envidiable y un cuerpo que se cuida aunque los resultados no son tan óptimos como puede ser en Sergio ni resulta tan impactante a primera vista como puede resultar nuestro amigo Lucas.
Sí, mi marido me gusta y mi marido me pone.
Los demás..., también.
Le esperé medio recostada.  Me quité la parte de abajo de mi pijama y me quedé en braga y camiseta.
Suelo tener varios libros sobre la mesita de noche. Cogí uno de ellos. Me habían dejado una de esas novelas eróticas que se han puesto tan de moda últimamente. En el fondo todas son iguales. Cuentos rosas con tinte erótico. Eso sí, una alabanza a la sumisión y una serie de reglas a cumplir a riesgo de ser castigada según determine su amo. ¿Y eso gusta a las mujeres de hoy? Creo que es algo contradictorio pero no voy a entrar en ello: "Manual de la buena puta". La protagonista me recuerda físicamente a Marina. Rió. No lo puedo evitar. Lucas no se parece al protagonista, es más, no me lo imagino capaz de hacer las destrezas de las que el tal William Scott parece ser un maestro. Pero la lectura sirve para despejar la mente y dejar que vengan pensamientos calenturientos. A veces las escenas me parecen un tanto escabrosas y las situaciones me extralimitan. ¿Las habrá experimentado la autora? Parecen demasiado pautadas. También me sirven para no escuchar nada de lo que pueda acontecer en el piso de arriba pero no para evadir mi mente de las calientes sensaciones  de las que Sergio y yo somos protagonistas.

No sé en qué momento después debí de traspasarme, quiero decir que me quedé dormida. No me sentía tan cansada y mucho menos con falta de sueño, pero sucedió... Y también me pareció extraño que no me diera cuenta de que Nacho llegaba a la cama. No suele ser muy discreto a la hora de acostarse, sí en cambio para levantarse. Me noté desbordada en su abrazo. Mi espalda apoyada contra su pecho, su polla pegada a mi culo y la mano del brazo que está por encima mía, la sentí presionando mi pecho. Sus besos se encaramaron en la parte más alta de mi espalda, debajo de mi nuca. Percibí el calor de su aliento y aún así, fui incapaz de moverme. Y me envolvió el calor. Supongo que mi último pensamiento era tan elevado de temperatura que me dejó ardiendo. Dejé que me acariciara. Me palpó, desde mi pecho, pasando por mi costado, por mi cadera, por mi muslo; primero por la parte exterior y luego, la mano se coló hacia la interior. Intenté girarme un poco pero su cuerpo me lo impidió. Le dejé ampararse en mí, subir ligeramente sobre mí. Su boca, sus besos, se perdieron en mi cuello, en mi hombro... Y su mano volvió a atrapar mi teta, y sus dedos rozaron mi pezón por encima de la camiseta... Empujaba su polla contra mí. Podía sentirla como un punzón en el centro de mis nalgas. Me movía lentamente y lo justo para que la posición de mi cuerpo no ocultase mi sexo. No quería abrir los ojos pero un golpe secó me hizo reaccionar. Pude intuir, sin asegurar, que era la cama de arriba pero estoy adormilada mas no tanto como para no sentir los dedos de mi marido entrando en mi sexo. Echó mi pierna hacia atrás, dejándole espacio... Sé que me iba a encontrar mojada, muy mojada... Su mano quedó presa bajo mi braguita. El calor, la humedad, el suspiro... Gimo... Y me quedé sin ellas... Y sin camiseta.
Mis pezones se pusieron erectos, ligeramente doloridos como consecuencia del deseo. Nacho se acomodó ligeramente sobre mí... Me besó la boca, la entreabrí y se la ofrecí adormilada. Su lengua acarició mis labios y se introdujo entre ellos, convirtiéndose en una especie de lanza que me penetró, rebuscando en cada uno de los rincones de mi boca.
Busqué a mi marido. Su cuerpo desnudo se rozó con el mío. Dibujé su costado hasta llegar a su culo. Palmoteé, presioné y volví a ascender hasta la nuca. Mis dedos se hundieron en su pelo, estrujándolo en mi mano. 
Me pellizcó ambos pezones, gruñí y me retorcí. La sensación al ser succionados terminó de estremecerme. Su lengua los presionó, sus dientes los mordisquearon y su lengua los masajeó. Mi mano buscó su polla. No tardé en dar con ella. Estaba tremenda y mi piel se humedeció con su glande. Empecé a acariciarla, a acompasar sus movimientos respecto a mi grado de excitación. Necesito más, fricciono más fuerte... Me relajo... Suavizo la fricción.
Siempre empiezo despacio. Esta vez no era diferente. Acaricié desde el glande hasta la base y noté como se estremecía. Sus respiración era agitada y ahogaba su sed en el interior de mi boca.

- Sube un poco -pedí. Quería mamársela. Se acomodó y se arrodilló muy cerca de mi cara. Una mano masajeaba y pellizcaba mis pechos y pezones a intervalos, mientras la palma de la otra se restregaba sobre mi coño, mojándose y extendiendo la humedad hasta mi ano. Pasé mi lengua por su polla, rodeando la punta, blandita, apetitosa, dibujando el anillo antes de introducirla en mi boca, presionándola con mis labios y arañándola suavemente, antes de ir introduciéndola en tu totalidad. La empujé hacia el interior, camino de mi garganta, llenándola de saliva, mientras sus huevos son como canicas en mi mano. Siento la humedad de mi coño resbalarse hacia mis músculos aunque todavía no me había corrido. Le miré. Me encanta pellizcar los pezones, casi con malicia, con intención y fue lo que hice. Su rostro se contrajo. Sé que le duele pero también que le gusta. Y yo disfruto. El ritmo de mi mano se aceleró al ritmo que impusiste con tus dedos dentro de mi sexo. Sé que a veces temes que te la arranque del frenesí que pongo pero no dices nada. Esta vez también guardaste silencio. Tampoco protestaste cuando mi mano palmotéo con fuerza tu glúteo y un dedo se resbaló hacia tu ano.
Me imaginaba a Sergio follando a su amiga un par de metros más arriba. A veces oía golpes. Supongo que eran de la cama contra la pared.

- Baja -le pedí. Quería que se pusiera entre mis piernas, que me follara y quería tocarme para él, para hacer más intensa mi corrida. Se acomodó y acaricié su nabo antes de que me lo tragara. Sabe que me gusta que entre despacio. Se lo pido a todos. Y que luego se enfatice el ritmo. Su polla se recreó rozándome el clítoris y el ano, una y otra vez, de arriba hacia abajo, hasta que introdujo la punta como sabe que quiero. Mi clítoris se estremeció bajo el tacto de mis dedos, mojados con su saliva. Círculos alrededor de él, pequeños golpecitos para estimularlo más... Y le embestía para que mi coño se comiera su polla más al tiempo que apretaba con mis músculos para sentir más su penetración y él me sintiera, al mismo tiempo, más intensamente, aumentando su excitación. Sabía que la mía aumentaba también. Él embestía; yo empujaba. La penetración era profunda. Entraba fácil su polla en mí, impregnándose de mis flujos, de mi aroma... Su mano se acompló a los movimientos de la mía. Yo jugué con una de mis tetas, recreándome en un pezón. Él hizo lo mismo con la otra, aunque sus movimientos eran más fuertes, más acentuados... Mis gemidos se incrementaron, el corazón me latía con fuerza y notaba la vibración de aquellas corrientes en en interior de mi coño, golpeado por la fuerza de su polla. Tomé sus hombros con mis manos, clavé los dedos y le marqué tus embestidas. Las quería más fuertes, más salvajes, menos compasivas... Mis uñas se resbalarón por sus costados y volvieron a subir. Sé que le dejarían marcadas. Me da igual. Me gusta marcar a mis presas. Pero él también tiene tu propio juego y sabe parar cuando más excitada estoy. Se convierte cada gesto en una llamada de súplica. Y le supliqué que no pasase, que me follara..., sin contemplaciones...
Su polla volvió a entrar en mí, después de pasar su mano por mi coño. Y yo me dejé llevar. Mis gemidos, mis gritos, mis súplicas... Permití que salieran más sueltas que nunca... Para que me oyera... Para que mi marido se excitara y Sergio se jodiera...
- Estás chorreando... Qué cabrona.... - Él no suele decirme palabras así mientras follamos pero a veces le salen. Me dan gracia pero en él no me excitan. Simplemente las oigo. Apenas había introducido su polla en mí que notó mi corrida. Una chorro de líquido salió de mi interior, mojó toda tu polla, todo tu pubis, todo el mio y se resbalo entre mis muslos... -¡Qué bueno! -se relamió mientras seguía con sus envites, apoyando sus manos en mi cintura o en mis muslos...

La oí gemir con fuerza. No llegaba a ser un grito. La muy puta se debía de haber corrido... Yo también... Y tenía a dos... A mi marido... y a él. Y los dos me habían follado...


La táctica del Pecado es enredarse hasta hacerte sucumbir.

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Llegar al final tiene su interés. Puedes sorprenderte con sus pasos.