Quod si vivere in delectatione est Peccātum gloria est infernum.

El Tacto del Pecado

He aquí el Pecado, enarbolado en el Ser y en el Sentir, encumbrado en su gloria y en ella, sacralizado.


lunes, 30 de diciembre de 2013

Hoy te toca a ti...

Me he desvelado porque he oído un ruido. Te he notado pegado a mi espalda, abrazado a mí, con tu brazo por encima de mi cintura y tu polla pegada a mi culo, inerte, dormida...
Cojo tu mano y la llevo hasta mi pecho mientras me acerco más a ti, pasando mi pierna libre por encima de las tuyas, como encadenándote entre mis curvas. Te mueves y notó como coges mi teta, como la apresas bajo la palma de tu mano, como tus dedos van palpando en busca de mi pezón. Adormilado, localizas mis dos pechos, aunque te recreas en ese, enfatizando la erección de su saliente: redondo, tierno, sonrosado... Una especie de gruñido, de sonido gutural me avisa que de despiertas un poco más. Besas mi hombro y empiezas a morder con los labios en tanto tu mano desciende por mi costado. La mía sobre la tuya acompaña el descenso. Acaricias mi glúteo y se emplea sobre mi sexo humedecido, oculto todavía bajo la suavidad de mi ropa interior.
Me dejo acariciar, sintiendo tu aliento en mi nuca, humedeciendo la piel. Percibo el crecimiento de tu sexo presionando contra el centro de mis glúteos. Mi respiración se profundiza y ese tibio jadeo aumenta tu deseo sobre mí, la avidez de poseerme y las ganas de follarme. 
No lo sabes porque nunca ha pasado pero me voy venciendo hasta quedar boca abajo y no tardas en acomodarte sobre mí. Muerdes de nuevo mis hombros, pasas la lengua por donde mi piel queda desnuda, pero me dejas presa entre el colchón y tú. Siento el empuje de tu polla haciéndose camino y el glande llega a tocarme la abertura de mi ano. Empujas suave. Me gusta percibirte así y tú lo sabes. Me gusta el roce de tu miembro en mi sexo.
Te frotas contra mí, utilizando la presión de mis muslos para calentarte más... y calentarme más... llegando a introducir ligeramente la punta de tu polla en la entrada ardiente de mi mojado coño, pero no quiero que entres todavía.
Lamo los dedos que me ofreces, esos que antes han estado pellizcando y jugando con mis pezones. Entran en mi boca y mi lengua los humedece y saborea. Salivo, salivo mucho. Mi excitación, a pesar de ello, seca mi garganta.
Y levantó mis caderas, flexionó mis piernas y apoyó mis rodillas en el colchón. Quedo resta ante tu sexo, ofreciendo el mío. Mi postura es cómoda y me permite una apertura completa que aprovechas para comprobar el grado de humedad de mi coño. Te recreas en mi clítoris. Primero frotas con la mano, luego con los dedos ante de introducir estos, ligeramente separados ya en el interior, moviéndolos de adentro hacia afuera, hasta que una palmada, de abajo a arriba, en mi glúteo me avisa de tu embestida. Apoyado sobre el final de mi espalda te vences sobre mí...
Dentro...
Fuera...
Te alejas y te acerca, pero nunca te separas. Cierro mis manos sobre la sábana, arrugándola, sufragando mis gemidos y mis ganas de gritar por el placer que siento ante tus envites, tu respiración, las caricias de tus manos y el sonido de tu voz diciéndome cosas que no me detengo a escuchar pero que a ti te encantan.
Aprieto mis músculos, reteniendo entre ellos tu erección, y, cuando noto que te retiras para empezar un nuevo empujón, retrocedo, para que te siga teniendo dentro y para que cuando empujes, entres hasta lo más profundo de mi coño, hasta hacerme gritar de placer.
Sabes que estoy a punto e intensificas tus movimientos. No te importa que lo haga ahora, sin esperarte. Tú ya llegaras. Te recreas en mi placer, en mi corrida, en el líquido caliente y a presión que inunda mi interior y sobresale, rebosando tu sexo. No cejas en tu empeño. Tu combate: asaltas, chocas y golpeas; te arrojas en mi interior y aquel rugido que no contienes me dice que te vacías en mí, que tu esencia infiltra las paredes de mi sexo... hasta que consumado, te postras sobre mí...

Saliste de la cama y me miraste antes de empezar a vestirte. No pude reprimirme. Salté sobre ti, abrazándote. Era como si no quisiera que te fueras, pero tenías que hacerlo... 
Antes de irte, me abrazaste. 
Te esperaba una gran cita, un gran encuentro.
Dos hombres solos a priori: mi marido y tú. Tú con el sabor de mi cuerpo en tu piel y en tus entrañas. Él dispuesto a sentirlo... Pero eso será más tarde... Después de que le deje libre, después de que, como tú, me haya hecho suya todavía con tu estela en mi interior. Traémelo a casa.
Sí, muy guarra, muy puta... Como a los dos os gusta. 
Luego seremos dos parejas que salen a cenar juntas.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Esposados...

Si te suelto, ¿prometes descubrirme?
Poco a poco...

 

Y, cuando por fin, me tengas, átame...
... pero a ti...
y si te apetece, fóllame o hazme el amor...
... para sentirte plenamente.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Dulce Pecado...

Desnúdame despacio: Los zapatos.... y acaricia mis piernas hasta las comisuras de mi vestido.
Baja la cremallera de mi vestido y deslízalo hasta que enrede en tus manos.
Bésame... Por encima de mi ropa interior... Y despréndete de ella porque me sobra y me estorba.
Nos perjudica.
Coge mis medias. Primero una, desde donde ejerce presión sobre mi muslo, y deja que se resbale hasta que, en un arrebato de seda, acaricie mi pie. Luego, la otra.
Sube por mis piernas. Las palmas abiertas, oprimiendo suavemente, hasta que encuentres el velo oscuro que cubre mi desnudez. Piérdete entre sus hilos y descubre el ámbar que refleja mi humedad. Coloca tus dedos, como palillos chicos ante una bolita de miel...Toca, táctil, sensual, sensorio... y explora. Piérdete entre los matices de mi sexo, entre su follaje y sus cumbres, sus laderas y sus montes... Haz que empape el velo de encaje y deshazte de él. Besa la primera meta superada.
Asciende, que tus manos marquen el camino de tu boca y que ésta se abra ante la opulencia e impaciencia de tu lengua. Dibuja rectas y curvas húmedas sobre mi piel y llega al cerro de mis pechos. Salva la prominencia que los encumbra con tibieza de tu lengua y delicadeza de tus dientes, y lubrica tus pasos mientras te anclas en el vértice de mis piernas...
Y solo entonces te diré: ¿Un poco de dulce para condimentar el Pecado?
Sólo tengo los ingredientes: Mi cuerpo, miel y tú.
Usa mis medias... Utilízalas para sentir la viscosidad de la miel bajo tu piel y deja que me embriague de tus jugos y de tu juego.
Derrama un poco sobre mi espalda... pero solo un poco... Su tacto tibio me calma y el roce de tu boca me exalta.
Y devórame bajo las ondulaciones de oro. Y sigue buscando el aroma de mi cuerpo, poro a poro, trozo a trozo... De mi pecho a mi sexo. 
En busca del cáliz en el que se ahoguen los jugos: los míos y la miel. 
Vierte, vuelca y extiende el acaramelado entre el hueco de mis glúteos. Deja que escurran y rebosen y desborden mis curvas. Bebe el néctar que nace entre mis piernas y endulza el camino, prepáralo para mi gloria.  
Deja que tu sexo se impregne de mi miel y pon en guardia mi cuerpo y en alerta mis instintos. Azórate sobre el calor de mi sexo. Defiéndete como si tu lengua fuera uñas y como si tus dedos fueran dientes...

Absorbe hasta la última gota. Toma cuanto puedas porque tras tu lucha, llega tu descanso y seré yo quien devore tu piel bajo mi miel. No me detendré en tantas palabras...

martes, 24 de diciembre de 2013

Ego te absolvo a peccatis tuis...

Que la grandeza de tu misericordia borre mis excesos...
  Porque hoy mi boca sabe a pecado.
Riégame con tu gracia... de arriba a abajo,
 en cada extremo de mi reo cuerpo hasta llegar a la cumbre de mi pecho: tenso, extenuado y erguido.
Derrama tu gloria y lléname de ti. 
Y así, en cuerpo y alma, a tu esencia me entregar��.
Amén.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Que caiga la lluvia...

Estuve un rato hablándole de lo que había hecho durante todo el día. No era mucho. Había sido un día de esos que pasan con más pena que gloria, mientras mantenía la flacidez de su miembro en mi mano, moviéndola de arriba abajo, desde la base hasta la punta. Poco a poco lo fui sintiendo crecer a lo ancho y a lo largo... Y con ello, también iba creciendo mi excitación hasta que llegó el momento en que sus palabras me sonaron lejanas, tanto, que dejé de oírlas y más, de escucharlas.

Podía notar su mano acariciar mi muslo y mi glúteo. Luego buscar el cruce de mis piernas. Me acomodé, separándolas lo suficiente como para que toda la palma de su mano me palpara entera, apretara mi vulva y perdiera las yemas de sus dedos sobre mi vello.
Pasé suavemente mis dedos por su glande. Se iba adaptando a la presión que ejercía sobre él. Me gusta ese tacto y me gusta rozarle con el pulgar, dibujando círculos, ese pliegue que une la cara inferior con la superficie interior del prepucio. Sé que eso le gusta, le encanta y le causa mucho placer. Estaba dispuesta a dárselo para obtener mi premio más tarde. El masaje hacía que se lubricara con su propio fluido. Lo aproveché para untar mis dedos y extenderlo a lo largo del tronco y detenerme en la base, mientras con mi lengua me aplicaba en al glande, apretándolo con los labios, acariciándolo con los dientes, succionando y disfrutarlo como si de un caramelo se tratase. Sus gemidos y las ligeras convulsiones que le hacían brincar me indicaban el nivel de excitación que tenía. Había dejado incluso de hablar. Estaba tan entregado a mis caricias que, inclusive, había disminuido la intensidad de las suyas en mí. 
Levanté su pene y sus testículos, después de lamer éstos y de haberlos empapado con mi saliva. Disfrutó de esas caricias y, como una gata, arañe con suavidad la piel que los cubría. Aproveché para mirarle. Tenía lso ojos cerrados, se acariciaba el pecho con la mano y apretaba mi pubis con presiones arrítmicas, lo que me daba sabida cuenta de que mi trabajo estaba causando el efecto que buscaba.
Me separé de él. Me miró perplejo y me pidió que no parara, que estaba a punto de correrse pero no le hice caso. Separé sus piernas y me arrodillé en el hueco que dejaban. Con mis dedos humedecidos por la mezcla de mi saliva y de su líquido preseminal, acaricié mis pezones, erectos por la excitación, delineando su base sobre la aureola  y, lentamente, bajé hasta mi sexo, bien lubricado, como si estuviera preparado los jugos previos a una buena comida. Separé mis labios y le dejé ver el resto. Empezamos a acariciarnos uno frente al otro, acomodada yo en en sus muslos, dejando cerca nuestros sexos.
Intenté que no se incorporara pero no lo pude evitar. Quería continuar pero él estaba loco por poseerme. Me tumbó sobre mi espalda y acudió, como vampiro a la sangre, a mi coño. ¿Por qué iba a oponerme si me encanta como me lo hace? No podía menos que retorcerme ante cada acometida de su lengua. Recorría todo mi sexo: mordisqueaba mis labios mayores, succionaba los menores, extendía su saliva sobre mi flujo, tropezando con firmeza de mi clítoris, sonrosado, henchido y preñado de deseo.
Y como una serpiente enfurecida, me revolví de tal modo que dejé mi sexo bajo su boca y el suyo al alcance de la mía. Un perfecto sesenta y nueve que nos hizo gemir y gritar. A veces la excitación es lo que tiene, que no controlamos la fuerza con la que nos aplicamos y dedicamos. Su pene entraba en mi boca provocandome a veces cierta agonía. No sé cómo podía respirar. El exceso de salivación y la autoridad de su sexo me hacían perder la noción de lo que estaba haciendo. Aquellos golpecitos en mi coño y el delicado maltrato de su lengua me llevaban a lo máximo por lo que con unos golpes en el brazo pude avisarle de lo inevitable. Apartó la cara y dejó salir todo mi líquido, como una manantial entre la roca.
Él, sintiendo que llegaba su orgasmo, se levantó lo suficiente como para que mi cabeza quedara cerca de su pene y pudiera ver su espasmo. Con su mano lo meneó hasta que soltó toda esencia sobre mi pecho. Respiré profundamente y lo vi recuperarse. Espetar cuatro o cinco palabras y echarse a reír. Me reí con él. Nos acabábamos de dar un buen homenaje y estábamos exhaustos. Cuando me dí cuenta, fuera, en la calle, había empezado a llover con cierta virulencia.
Afuera llueve... dentro nos mojamos.

La erótica de la leche...

Hoy estaba mirando la prensa digital. No es algo que haga muy a menudo. Me gusta el papel, su tacto, su textura, el ir hacia delante y hacia atrás... Si lo paro a pensar tiene su erótica. Como decía, he descubierto una anotación sobre un fotógrafo ruso, Andrey Razumovsky, conocido por su fotografía erótica y me he puesto a curiosear. No sabía yo que la leche pudiera tener esta visión tan sensual y provocadora. No cabe duda de que su obra es muy, muy picante. Desde luego, los artistas encuentran su inspiración en los momentos y lugares más insospechados... y con el elemento más sorprendente por inesperado. Este autor sabe cómo hallar un nuevo sentido al concepto de la sensualidad.
Estoy pensando en hacerme un vestido de leche... Pero no sé si será leche de vaca...




Andrey  Razumovsky - Milk


sábado, 21 de diciembre de 2013

La esencia del Pecado...

Poner al límite un sentimiento, sin miedo a nada, con amor o sin amor y hacer comunes los más extraños con auténtica pasión... inundando el sexo de sensaciones y  de esos sentimientos.

jueves, 19 de diciembre de 2013

El juego de la prenda...

Hace unos diez días llegó al despacho de Nacho una invitación a la pre-inauguración de una exposición sobre fotografía de desnudos artísticos. Lo cierto es que cuando me habló de acudir me pareció algo verdaderamente interesante. Ya había oído hablar de algunos de los autores y conocía sus obras a través de algún artículo que había llegado a mis manos y por mi curiosidad a través de la red. Me parecía una buena idea acudir y descubrir aquello que llamaban porno artístico que, por lo visto, también había algo.
Intento excusarme de todos estos encuentros pero éste creaba en mí cierto morbo. Y solo dos días antes mi marido me dice que no puede acudir debido a que le había surgido otro compromiso que era mucho más importante y que estaría bien que acudiese en nombre de los dos. La idea no me sedujo lo más absoluto. No me apetecía ir sola a un encuentro así.
¿Por qué no llamas a una de tus amigas y que te acompañe?
¿A cuál? Me pregunté. ¿A Nuria que tiene complejo de clarisa? ¿O podía decidir llamar a Marina, sabiendo que podía tirarse a cualquiera que estuviera dispuesto a follársela? Creo que pocos se negarían y seguro que muchos también se reprimirían de hacerlo ahí, aunque yo creo que la idea de poder ser pillados podría dar un plus a un polvo inesperado.
No estaba segura de que Marina quisiera acompañarme pero, al final accedió. Pasó a recogerme en su coche. Iba vestida muy acorde al acto pero me sorprendió aquel descaro suyo. Ni corta ni perezosa, levantó un poco más su falda -sentada ya tapaba poca piel- y vi su sexo depilado del que asomaba una cadenita de entre los labios de su coño. Me dijo que era un tanga que daba mucho gusto. Me limité a sonreír. Y pensé que yo iba atrevida por llevar un vestido rojo tan corto y tan escotado. ¡Joder! Intento ser tan puritana en su presencia que me avergüenzo de mí misma.
Justo al entrar, mientras entregaba mi invitación y el chico comprobaba que estábamos en la lista, mi móvil sonó, aunque no lo cogí de inmediato. Yo no me desesperó ante una llamada o un mensaje.

-"¿Dónde estás?"
- Acabo de entrar en una exposición... -respondí.
- "¿De qué?"
- Sobre fotografía erótica.
- "Mmmm... Eso suena... muy... ¿Estás sola?"
- ¿Por qué?
- "Porque estaba pensando en ti y me apeteces... Ahora."

Por un momento pensé en cortar el juego pero por otro, me apetecía ponerle los dientes largos y dejarlo a medias con mi consiguiente castigo en nuestro próximo encuentro... Y sus castigos... Eran penitencias enloquecedoras. No respondí. Si algo quería, tenía que trabajárselo más.

Luces y sombras esculpiendo pies desnudos, pies con tacones; piernas separadas, piernas cruzadas; pechos grandes, pechos pequeños, pechos sutilmente cubiertos; pubis depilados, sin depilar, perfecta, sensual y eróticamente adornados con oro, plata y perlas... Rostros masculinos, rostros femeninos... Sutiles, sensuales...sexuales... Cuerpos preparados, cuerpos esculturales, cuerpos... y más cuerpos.





Inmersa en sensaciones y pensamientos que parecían llevarme mucho más lejos de donde me encontraba, no pendiente de mi amiga Marina y de lo que pudiera hacer y con quién. "Soy placer sobre tu piel", leí  bajo aquella fotografía, sin darme cuenta de una presencia muy cercana a mí. Pude percibir el aroma que desprendía. Me resultó familiar pero permanecí inmóvil. Reflejados en el cristal de aquella imagen se percibían siluetas que iban de un lado a otro, y otras se detenían detrás mía sin permanecer demasiado tiempo. Tal vez porque aquella imagen tan arriesgada despertaba sensaciones y enervaba deseos: "Su mano en mi fuego". Me sentí estremecer y cuando noté una mano a un lado de mi cadera, me sobresalté ligeramente. Intenté girarme pero un susurro al oído me lo impidió.
- Sshhhh... Estoy aquí por ti. -La situación me resultaba, en la misma medida, excitante como sobrecogedora. Me costó reconocer aquel susurro. Al mirar en el cristal vi mi silueta y la suya detrás. Mi cuerpo quedaba silueteado por el de él y las manos masculinas de un hombre no desconocido se aplicaron sobre mis caderas, apretando suavemente, empujándome hacía él-. ¿Te has puesto algo como tu amiga? -Ahora ya sé cómo me había encontrado. Marina tenía la culpa. ¡Qué puta! -Te voy a meter toda mi polla dura en tu coño, como a una puta, hasta que me corra, y luego me la vas a comer hasta que te corras tú. Ve al baño y espérame -ordenó rozándome la oreja. Un cachete en el culo, como un "hale, nena" o, mejor dicho, como un "tira, puta", lo separó de mí. Le observé. El corazón me latía fuerte. Notaba mi respiración acelerada y como mi sexo se lubricaba.

Supongo que en reuniones como esas no es muy habitual usar los baños. Los busqué, al tiempo que con mi mirada intentaba hallar a Marina. Hacía un buen rato que no la veía por ahí rondar y aseguro que complicado era el no verla. Era como un luminoso parpadeante que decía "fóllame", "cómeme el coño" o cualquier otra clase de alerta. Creo que a veces exagero pero es que cada día tengo las ideas más claras respecto a ella. Es golfa, rematadamente golfa, por eso pienso que tirarme a Lucas no sería ninguna locura si no fuera el mejor amigo de mi marido. Esa frase me mortifica: "mejor amigo de mi marido".
Entré en la zona de aseos, espaciosa y minimalista. No había nadie. Se oía la música procedente del hilo musical. La misma que se oía en la sala. Me puse delante del espejo y respiré profundamente. Acomodé mis tetas al escote, mostrándolas un poco más. Justo después entró él. No dijo nada pero su mirada era todo fuego. Se frotaba las manos mientras se acercaba y yo me dí la vuelta para no quedar demasiado indefensa. Con la espalda cubierta parece siempre que nos vamos a proteger del ataque. ¡Qué ingenuos somos! Y yo, la que más. Frente a mí, con una sola mano, apretó mis mejillas y presionó para que mis labios se separaran. Su lengua pareció relamerse por entero mi boca, después mordió mis labios. Primero uno, luego el otro; mientras su mano libre subía por entre mis muslos en busca de mi sexo. No podía controlar la entrada al baño. Me dio la vuelta y me pegó a él, comenzando a caminar hacia uno de los excusados. Cerró con el pestillo y, casi al mismo tiempo, mi vestido cayó en el suelo. Me quedé en ropa interior: mi braga, mis sujetador, mis medias de liga y mis taconazos...
Yo seguía de espalda a él, contra la pared fría de azulejos. Su cuerpo me mantenía presa, al igual que sus silencios. Lo siguiente, su corbata alrededor de mis muñecas. Se acabó el juego. Me cogió de las caderas, me dio un azote en el culo y separó mis piernas. Noté su mano por encima de mi braga, dirigiéndose hacia mi coño. La última vez que hizo algo así, me la rompió y me la puso en la boca a modo de mordaza. Dibujó con sus dedos sobre mi mojado clítoris hasta endurecerlo del todo. Metió sus dedos en mi interior. Por entonces ya podía empaparse de mí. Sus dedos llegaron directamente húmedos a mi boca y me los introdujo hasta que casi desapareció todo sabor de mí.

Ni una palabra parecía hacer falta aunque le dije que quería más. Sabía que siempre exigía, que acababa claudicando y, al final, suplicando. Pensé que me lo comería, que mi sexo volvería a perderse bajo los lametones y presiones de su lengua... Pero no... Me llevó hasta el límite más desesperante, balanceante, sujetada solo a él por los cruces de la corbata. Y, a punto de explotar, ambos lo sabíamos, me separó más las piernas. Ahora sí me dejó mucho más inclinada y sin opción a sujetarme en alguna parte. Me folló sin clemencia alguna, entrando hasta lo más profundo de mi sexo, notando cada envite suyo como una puñalada alevosa que me hizo "sangrar" de puro placer. Sentí mi corrida, mis néctares, resbalarse entre mis muslos. No por ello dejó de embestirme. Por su boca salían epítetos más o menos "sucios" que, en otras circunstancias, jamás le hubiera permitido. Cuando se detuvo supe que iba a correrse y que nuestros líquidos no se iban a mezclar el uno con el otro.
Cogió mi braga y me secó con ella el resto de mis fluidos. Anudó el preservativo, lo envolvió en papel higiénico y lo tiro a la papelera. Sonrió mirándome. Su boca era puro pecado, una dulce tentación que podría estar dispuesta a comerme en cualquier momento. Debió leer el celo en mis ojos y  mi desesperación en el gesto de mojar mis labios con la punta de la lengua. Me besó. Lo hizo tan profundamente y con tanta fuerza que creo que mis labios llegaron a perder su tono. Me desató. Me giró y se agachó. Pasó su lengua por las últimas gotas de fluido que se perdían entre los vellos de mi coño. Me alcanzó el vestido y metió mi braga en el bolsillo de su chaqueta. Tres veces he estado con él y he perdido dos bragas.
Me quedé pasándome el vestido y cuando salí, me estaba esperando en la puerta, como si nada hubiera pasado. Perfecto como cuando entró pero con mi braga en el bolsillo y con el sabor de mi coño en sus labios porque no oí el grifo.
La mirada de aquella mujer entrando en el baño me azoró un poco. Saludé con naturalidad aunque casi tartamudeé.

- Has estado fantástica... Y voy a decirte algo...
- ¿Qué?
- Que te encanta ser mi puta...
- Sshhhh... -le mandé callar o, al menos, ser más discreto.
- Preséntame a una mujer.
- No conozco a nadie aquí... salvo a Marina.
- Intenta que sea otra... Búscate la vida.
- Pero, ¿para qué?
- Para dejarle el sabor de tu coño en su mejilla.


La táctica del Pecado es enredarse hasta hacerte sucumbir.

La táctica del Pecado es enredarse hasta hacerte sucumbir.
Llegar al final tiene su interés. Puedes sorprenderte con sus pasos.