Hace unos diez días llegó al despacho de Nacho una invitación a la pre-inauguración de una exposición sobre fotografía de desnudos artísticos. Lo cierto es que cuando me habló de acudir me pareció algo verdaderamente interesante. Ya había oído hablar de algunos de los autores y conocía sus obras a través de algún artículo que había llegado a mis manos y por mi curiosidad a través de la red. Me parecía una buena idea acudir y descubrir aquello que llamaban porno artístico que, por lo visto, también había algo.
Intento excusarme de todos estos encuentros pero éste creaba en mí cierto morbo. Y solo dos días antes mi marido me dice que no puede acudir debido a que le había surgido otro compromiso que era mucho más importante y que estaría bien que acudiese en nombre de los dos. La idea no me sedujo lo más absoluto. No me apetecía ir sola a un encuentro así.
¿Por qué no llamas a una de tus amigas y que te acompañe?
¿A cuál? Me pregunté. ¿A Nuria que tiene complejo de clarisa? ¿O podía decidir llamar a Marina, sabiendo que podía tirarse a cualquiera que estuviera dispuesto a follársela? Creo que pocos se negarían y seguro que muchos también se reprimirían de hacerlo ahí, aunque yo creo que la idea de poder ser pillados podría dar un plus a un polvo inesperado.
No estaba segura de que Marina quisiera acompañarme pero, al final accedió. Pasó a recogerme en su coche. Iba vestida muy acorde al acto pero me sorprendió aquel descaro suyo. Ni corta ni perezosa, levantó un poco más su falda -sentada ya tapaba poca piel- y vi su sexo depilado del que asomaba una cadenita de entre los labios de su coño. Me dijo que era un tanga que daba mucho gusto. Me limité a sonreír. Y pensé que yo iba atrevida por llevar un vestido rojo tan corto y tan escotado. ¡Joder! Intento ser tan puritana en su presencia que me avergüenzo de mí misma.
Justo al entrar, mientras entregaba mi invitación y el chico comprobaba que estábamos en la lista, mi móvil sonó, aunque no lo cogí de inmediato. Yo no me desesperó ante una llamada o un mensaje.
-"
¿Dónde estás?"
- Acabo de entrar en una exposición... -respondí.
- "
¿De qué?"
- Sobre fotografía erótica.
- "
Mmmm... Eso suena... muy... ¿Estás sola?"
- ¿Por qué?
- "
Porque estaba pensando en ti y me apeteces... Ahora."
Por un momento pensé en cortar el juego pero por otro, me apetecía ponerle los dientes largos y dejarlo a medias con mi consiguiente castigo en nuestro próximo encuentro... Y sus castigos... Eran penitencias enloquecedoras. No respondí. Si algo quería, tenía que trabajárselo más.
Luces y sombras esculpiendo pies desnudos, pies con tacones; piernas separadas, piernas cruzadas; pechos grandes, pechos pequeños, pechos sutilmente cubiertos; pubis depilados, sin depilar, perfecta, sensual y eróticamente adornados con oro, plata y perlas... Rostros masculinos, rostros femeninos... Sutiles, sensuales...sexuales... Cuerpos preparados, cuerpos esculturales, cuerpos... y más cuerpos.
Inmersa en sensaciones y pensamientos que parecían llevarme mucho más lejos de donde me encontraba, no pendiente de mi amiga Marina y de lo que pudiera hacer y con quién. "Soy placer sobre tu piel", leí bajo aquella fotografía, sin darme cuenta de una presencia muy cercana a mí. Pude percibir el aroma que desprendía. Me resultó familiar pero permanecí inmóvil. Reflejados en el cristal de aquella imagen se percibían siluetas que iban de un lado a otro, y otras se detenían detrás mía sin permanecer demasiado tiempo. Tal vez porque aquella imagen tan arriesgada despertaba sensaciones y enervaba deseos: "Su mano en mi fuego". Me sentí estremecer y cuando noté una mano a un lado de mi cadera, me sobresalté ligeramente. Intenté girarme pero un susurro al oído me lo impidió.
- Sshhhh... Estoy aquí por ti. -La situación me resultaba, en la misma medida, excitante como sobrecogedora. Me costó reconocer aquel susurro. Al mirar en el cristal vi mi silueta y la suya detrás. Mi cuerpo quedaba silueteado por el de él y las manos masculinas de un hombre no desconocido se aplicaron sobre mis caderas, apretando suavemente, empujándome hacía él-.
¿Te has puesto algo como tu amiga? -Ahora ya sé cómo me había encontrado. Marina tenía la culpa. ¡Qué puta! -Te voy a meter toda mi polla dura en tu coño, como a una puta, hasta que me corra, y luego me la vas a comer hasta que te corras tú. Ve al baño y espérame -ordenó rozándome la oreja. Un cachete en el culo, como un "hale, nena" o, mejor dicho, como un "tira, puta", lo separó de mí. Le observé. El corazón me latía fuerte. Notaba mi respiración acelerada y como mi sexo se lubricaba.
Supongo que en reuniones como esas no es muy habitual usar los baños. Los busqué, al tiempo que con mi mirada intentaba hallar a Marina. Hacía un buen rato que no la veía por ahí rondar y aseguro que complicado era el no verla. Era como un luminoso parpadeante que decía "fóllame", "cómeme el coño" o cualquier otra clase de alerta. Creo que a veces exagero pero es que cada día tengo las ideas más claras respecto a ella. Es golfa, rematadamente golfa, por eso pienso que tirarme a Lucas no sería ninguna locura si no fuera el mejor amigo de mi marido. Esa frase me mortifica: "mejor amigo de mi marido".
Entré en la zona de aseos, espaciosa y minimalista. No había nadie. Se oía la música procedente del hilo musical. La misma que se oía en la sala. Me puse delante del espejo y respiré profundamente. Acomodé mis tetas al escote, mostrándolas un poco más. Justo después entró él. No dijo nada pero su mirada era todo fuego. Se frotaba las manos mientras se acercaba y yo me dí la vuelta para no quedar demasiado indefensa. Con la espalda cubierta parece siempre que nos vamos a proteger del ataque. ¡Qué ingenuos somos! Y yo, la que más. Frente a mí, con una sola mano, apretó mis mejillas y presionó para que mis labios se separaran. Su lengua pareció relamerse por entero mi boca, después mordió mis labios. Primero uno, luego el otro; mientras su mano libre subía por entre mis muslos en busca de mi sexo. No podía controlar la entrada al baño. Me dio la vuelta y me pegó a él, comenzando a caminar hacia uno de los excusados. Cerró con el pestillo y, casi al mismo tiempo, mi vestido cayó en el suelo. Me quedé en ropa interior: mi braga, mis sujetador, mis medias de liga y mis taconazos...
Yo seguía de espalda a él, contra la pared fría de azulejos. Su cuerpo me mantenía presa, al igual que sus silencios. Lo siguiente, su corbata alrededor de mis muñecas. Se acabó el juego. Me cogió de las caderas, me dio un azote en el culo y separó mis piernas. Noté su mano por encima de mi braga, dirigiéndose hacia mi coño. La última vez que hizo algo así, me la rompió y me la puso en la boca a modo de mordaza. Dibujó con sus dedos sobre mi mojado clítoris hasta endurecerlo del todo. Metió sus dedos en mi interior. Por entonces ya podía empaparse de mí. Sus dedos llegaron directamente húmedos a mi boca y me los introdujo hasta que casi desapareció todo sabor de mí.
Ni una palabra parecía hacer falta aunque le dije que quería más. Sabía que siempre exigía, que acababa claudicando y, al final, suplicando. Pensé que me lo comería, que mi sexo volvería a perderse bajo los lametones y presiones de su lengua... Pero no... Me llevó hasta el límite más desesperante, balanceante, sujetada solo a él por los cruces de la corbata. Y, a punto de explotar, ambos lo sabíamos, me separó más las piernas. Ahora sí me dejó mucho más inclinada y sin opción a sujetarme en alguna parte. Me folló sin clemencia alguna, entrando hasta lo más profundo de mi sexo, notando cada envite suyo como una puñalada alevosa que me hizo "sangrar" de puro placer. Sentí mi corrida, mis néctares, resbalarse entre mis muslos. No por ello dejó de embestirme. Por su boca salían epítetos más o menos "sucios" que, en otras circunstancias, jamás le hubiera permitido. Cuando se detuvo supe que iba a correrse y que nuestros líquidos no se iban a mezclar el uno con el otro.
Cogió mi braga y me secó con ella el resto de mis fluidos. Anudó el preservativo, lo envolvió en papel higiénico y lo tiro a la papelera. Sonrió mirándome. Su boca era puro pecado, una dulce tentación que podría estar dispuesta a comerme en cualquier momento. Debió leer el celo en mis ojos y mi desesperación en el gesto de mojar mis labios con la punta de la lengua. Me besó. Lo hizo tan profundamente y con tanta fuerza que creo que mis labios llegaron a perder su tono. Me desató. Me giró y se agachó. Pasó su lengua por las últimas gotas de fluido que se perdían entre los vellos de mi coño. Me alcanzó el vestido y metió mi braga en el bolsillo de su chaqueta. Tres veces he estado con él y he perdido dos bragas.
Me quedé pasándome el vestido y cuando salí, me estaba esperando en la puerta, como si nada hubiera pasado. Perfecto como cuando entró pero con mi braga en el bolsillo y con el sabor de mi coño en sus labios porque no oí el grifo.
La mirada de aquella mujer entrando en el baño me azoró un poco. Saludé con naturalidad aunque casi tartamudeé.
- Has estado fantástica... Y voy a decirte algo...
- ¿Qué?
- Que te encanta ser mi puta...
- Sshhhh... -le mandé callar o, al menos, ser más discreto.
- Preséntame a una mujer.
- No conozco a nadie aquí... salvo a Marina.
- Intenta que sea otra... Búscate la vida.
- Pero, ¿para qué?
- Para dejarle el sabor de tu coño en su mejilla.