Una llamada de socorro;
una historia de amor inconclusa; un poema lanzado al mar…
Mensajes sin un
destino en concreto, pero con la intención de que llegue a algún lugar; a
algunas manos que abran esa botella y capturen lo que en ella alberga y que ha
navegado quizá meses, años…, con ese fin; o tan solo con el único deseo de que el mar acune
un sentimiento incapaz de ser pronunciado…
Un recurso utilizado
en innumerables historias que resulta simbólico y poético; pero nosotros dejaremos
al mar respirar, y lo haremos por aquí.
Así pues, que la
imaginación navegue por este nuestro mar de letras...
Espero que hayáis pasado unos muy bonitos y felices días, y… ¡Feliz septiembre!
“A veces, lo hago…
A veces, dejo caer mis
letras a un vacío inexistente que me sostiene en equilibrio sin temor a caer;
como gotas de rocío sobre esa hierba que juega con mis pies; como aliento
rebelde y pizpireto que se me escapa; como mensaje en una botella que lanzo con
todas mi fuerzas a ese profundo mar que es mar y es vida; tan lejos, a veces;
tan sola; tan cerca que me oprime el alma. Y entonces quiero…; quiero echar a
correr; quiero ser esas letras que se derraman; esas que se ti��en con la tinta
roja de mi ser y que me ahogan; me gritan; y quiero huir…, huir sin mirar atrás
hasta desfallecer; morir en ellas una y otra vez; volver…; volver a ser esa voz
preñada a punto de nacer; ese instante de magnánima luz que rompe aguas para
ser; ser…”.
Mañana regreso después
de tres décadas de esta institución a mi hogar, o lo que queda de él.
Os juro por Dios que
yo no robé esas joyas y menos maté a mi amada.
Ser el jardinero me
culpó de los hechos, pero jamás pasó por mi mente asesinar ni robar.
Ella fue mi amor,
desde aquel día que corté para ella un ramo de margaritas, yo tenía quince
años, ella apenas trece, nuestras miradas fueron el secreto de aquel amor que
no podía ser, yo era el hijo del jardinero, ella la señorita de la casa.
Todo sucedió muy
rápido, jamás tuvimos contacto íntimo, y aquella noche turbulenta de tormenta,
alguien entró en la mansión, robó y por la fatalidad de nuestros encuentros a
la luz de la luna, al regresar a su cuarto allí mi amada quedó tendida en el
suelo ensangrentada.
El resto, yo detenido
y treinta años de mi vida pensando cada minuto en mi venganza, hoy dejo este
pergamino dentro de la botella que me ha acompañado todo este tiempo, para si
alguien la ve, sepa que yo David Errante, no pararé hasta encontrar al verdadero
culpable.
Isla del Diablo,
Francia, 1875.
Segundo mensaje...
Una, dos y tres al
escondite Inglés, sin mover los pies…
—Elia, has movido los
pies otra vez, te vas al final.
Estaba harta, siempre
la pillaban, así, pues que no jugó más y se fue a un rincón donde el agua
chocaba con las rocas.
¡Chicas venid, corred,
mirad lo que encontrado!
Sus gritos no dieron
resultado, nadie apareció, todos seguían jugando.
Cogió la botella, era
de un azul intenso, la abrió, allí no había un mensaje, era un pergamino.
Al abrirlo, una luz
destellante salió de él, cuando volvió abrir los ojos, no estaba en aquella
playa sino en un bosque de hadas.
Llegaba el fin del
verano y nada importante había sucedido para contar a la vuelta de las
vacaciones. Sobre su vieja colchoneta se dejaba mecer por sus fantasías y el
vaivén del mar. Aquella paz la hizo imaginar que era una náufraga a la deriva,
y que el oleaje la depositaría en alguna isla desierta olvidada de la faz de la
tierra.
Se vio a sí misma
ideando la manera de ser rescatada. Lo más inmediato sería escribir una nota en
una botella y lanzarla al mar. No pondría un mensaje alarmante, menos aún
añadiría drama a la situación. Sería como una invitación:
"A quien
corresponda.
Te invito a que me
rescates.
Me encuentro en algún
lugar del océano Pacífico.
Atentamente, Catalina"
Se sonrió de la
ocurrencia y acto seguido escuchó con nitidez su nombre.
Abrió los ojos, se
incorporó lo suficiente, colocó su mano a modo de visera y pudo vislumbrar que
un montón de gente se había congregado en la orilla haciendo aspavientos. La
figura que más sobresalía era la de su hermano desgañitando su garganta.
Entonces, pudo apreciar que la corriente casi le hace cumplir su fantasía de
escribir un mensaje en una botella.
©Auro
Al atardecer, caminaba
sola por la playa, con la mirada perdida en el horizonte. Llevaba semanas,
sintiéndose atrapada en la rutina, anhelando algo que la hiciera sentir viva.
En sus manos sostenía una botella de color verde: pensó que su abuela no la echaría
de menos. Dentro, puso una nota cuidadosamente doblada con un mensaje:
«A quien encuentre
esto: Me llamo Sofía. Busco una señal de que hay algo más allá. Si lees esto,
por favor, responde. Estoy al otro lado del inmenso mar.»
Sus dedos temblaban
ligeramente mientras lanzaba al mar la botella con todas sus fuerzas. Mecida
por las olas, la observó alejarse. Durante días y meses, volvió al mismo lugar,
observando el horizonte, esperando. Con el tiempo, entendió que, aunque la botella
no regresara, su mensaje había navegado por los mares más profundos.
©Nuria de Espinosa