sábado, 31 de agosto de 2024

Mensaje en una botella

 

Una llamada de socorro; una historia de amor inconclusa; un poema lanzado al mar…
Mensajes sin un destino en concreto, pero con la intención de que llegue a algún lugar; a algunas manos que abran esa botella y capturen lo que en ella alberga y que ha navegado quizá meses, años…, con ese fin; o tan solo con el único deseo de que el mar acune un sentimiento incapaz de ser pronunciado…  
Un recurso utilizado en innumerables historias que resulta simbólico y poético; pero nosotros dejaremos al mar respirar, y lo haremos por aquí.

Así pues, que la imaginación navegue por este nuestro mar de letras... 

Espero que hayáis pasado unos muy bonitos y felices días, y… ¡Feliz septiembre!




“A veces, lo hago…
A veces, dejo caer mis letras a un vacío inexistente que me sostiene en equilibrio sin temor a caer; como gotas de rocío sobre esa hierba que juega con mis pies; como aliento rebelde y pizpireto que se me escapa; como mensaje en una botella que lanzo con todas mi fuerzas a ese profundo mar que es mar y es vida; tan lejos, a veces; tan sola; tan cerca que me oprime el alma. Y entonces quiero…; quiero echar a correr; quiero ser esas letras que se derraman; esas que se ti��en con la tinta roja de mi ser y que me ahogan; me gritan; y quiero huir…, huir sin mirar atrás hasta desfallecer; morir en ellas una y otra vez; volver…; volver a ser esa voz preñada a punto de nacer; ese instante de magnánima luz que rompe aguas para ser; ser…”.

©Ginebra Blonde

Mañana regreso después de tres décadas de esta institución a mi hogar, o lo que queda de él.
Os juro por Dios que yo no robé esas joyas y menos maté a mi amada.
Ser el jardinero me culpó de los hechos, pero jamás pasó por mi mente asesinar ni robar.
Ella fue mi amor, desde aquel día que corté para ella un ramo de margaritas, yo tenía quince años, ella apenas trece, nuestras miradas fueron el secreto de aquel amor que no podía ser, yo era el hijo del jardinero, ella la señorita de la casa.
Todo sucedió muy rápido, jamás tuvimos contacto íntimo, y aquella noche turbulenta de tormenta, alguien entró en la mansión, robó y por la fatalidad de nuestros encuentros a la luz de la luna, al regresar a su cuarto allí mi amada quedó tendida en el suelo ensangrentada.
El resto, yo detenido y treinta años de mi vida pensando cada minuto en mi venganza, hoy dejo este pergamino dentro de la botella que me ha acompañado todo este tiempo, para si alguien la ve, sepa que yo David Errante, no pararé hasta encontrar al verdadero culpable.
Isla del Diablo, Francia, 1875.

Segundo mensaje...

Una, dos y tres al escondite Inglés, sin mover los pies…
—Elia, has movido los pies otra vez, te vas al final.
Estaba harta, siempre la pillaban, así, pues que no jugó más y se fue a un rincón donde el agua chocaba con las rocas.
¡Chicas venid, corred, mirad lo que encontrado!
Sus gritos no dieron resultado, nadie apareció, todos seguían jugando.
Cogió la botella, era de un azul intenso, la abrió, allí no había un mensaje, era un pergamino.
Al abrirlo, una luz destellante salió de él, cuando volvió abrir los ojos, no estaba en aquella playa sino en un bosque de hadas.

 
©Campirela



Llegaba el fin del verano y nada importante había sucedido para contar a la vuelta de las vacaciones. Sobre su vieja colchoneta se dejaba mecer por sus fantasías y el vaivén del mar. Aquella paz la hizo imaginar que era una náufraga a la deriva, y que el oleaje la depositaría en alguna isla desierta olvidada de la faz de la tierra.
Se vio a sí misma ideando la manera de ser rescatada. Lo más inmediato sería escribir una nota en una botella y lanzarla al mar. No pondría un mensaje alarmante, menos aún añadiría drama a la situación. Sería como una invitación:
"A quien corresponda.
Te invito a que me rescates.
Me encuentro en algún lugar del océano Pacífico.
Atentamente, Catalina"
Se sonrió de la ocurrencia y acto seguido escuchó con nitidez su nombre.
Abrió los ojos, se incorporó lo suficiente, colocó su mano a modo de visera y pudo vislumbrar que un montón de gente se había congregado en la orilla haciendo aspavientos. La figura que más sobresalía era la de su hermano desgañitando su garganta. Entonces, pudo apreciar que la corriente casi le hace cumplir su fantasía de escribir un mensaje en una botella.
 
©Auro



Al atardecer, caminaba sola por la playa, con la mirada perdida en el horizonte. Llevaba semanas, sintiéndose atrapada en la rutina, anhelando algo que la hiciera sentir viva. En sus manos sostenía una botella de color verde: pensó que su abuela no la echaría de menos. Dentro, puso una nota cuidadosamente doblada con un mensaje:
 
«A quien encuentre esto: Me llamo Sofía. Busco una señal de que hay algo más allá. Si lees esto, por favor, responde. Estoy al otro lado del inmenso mar.»
 
Sus dedos temblaban ligeramente mientras lanzaba al mar la botella con todas sus fuerzas. Mecida por las olas, la observó alejarse. Durante días y meses, volvió al mismo lugar, observando el horizonte, esperando. Con el tiempo, entendió que, aunque la botella no regresara, su mensaje había navegado por los mares más profundos.
 
©Nuria de Espinosa