Inexplicablemente, me habían invitado a un congreso en Mugrienta dedicado a las nuevas lupas tecnológicas para huelebraguetas o sea para detectives como yo, un tipo incapaz de resistirse a una tentación pagada por otros.
Lo malo es que tras tragarme todos los puntos del carnet me tenía que acoplar a un autobús de pasajeros que pintaba cojonudo.
Visto desde fuera.
Sin embargo, por dentro, desde la salida en Kaskarilleira las horas pasaban tan cargantes como en las antiguas torturas con ruedas, aunque los asientos ahora fueran ergonómicos, tuvieran un chisme para colgar las bebidas y reposabrazos adaptable.
Solo quería llegar al hotelazo de cuatro estrellas y relajar mis ardores.
La megalópolis me recibió como acostumbra: aparentando más de lo que puede ofrecerte. Todo a toda prisa y con desvarío para que no te acomodes a las cosas. Tras los trámites de rigor en recepción, con un tipo que parecía un crupier de casino, subí a mi habitación y me eché en la cama quitándome con gracia el sombrero Stetson. Hasta en la intimidad, siendo Fiz Arou, tienes que parecer cool.
Pronto me levanté y me dirigí al cuarto de baño.
Fue una visita rápida. Transcurridos treinta segundos volví a la habitación y con gesto destemplado, me colgué la cartuchera del revolver y me puse la chaqueta. El portazo retumbó en el pasillo desierto y me fui para abajo en uno de los dos ascensores en servicio.
El crupier estaba solo ante el monitor de recepción y me lancé a por él.
- ¿Dónde está el bidé?
- ¿El bidé?
- Sí, ¿Dónde coño han puesto el bidé en mi cuarto de baño?
- Señor... su habitación no tiene bidé.
- ¿Está de coña? ¿Me ponen una ducha con mampara y no me ponen un bidé para apoyar mi trasero?
Lo siento, fui un poco brusco, pero lo cierto es que agarré al empleado por las solapas a través del mostrador y le solté palabras muy ácidas:
- ¿Cómo se supone que debo enfriar mis entrañables posaderas tras un montón de horas de autobús? Y no me diga que debo ponerme debajo de una ducha y mojarme entero cuando existe una cosa muy antigua llamada baño de asiento. ¿Es este un hotel de cuatro estrellas o un nido de pulgas con ínfulas?
Soy un tipo muy insistente cuando se me mete algo en la mollera y no iba a soltar la pieza, por eso le agarré más fuerte.
- ¿Conoce usted los baños de asiento?
- Sí, claro que los conozco, pero es que aquí, para tener una habitación con bidé, hay que solicitarla previamente.
- Ah, claro -reí con desprecio- quien necesita un bidé cuando se puede disfrutar del servicio de habitaciones, de un frigo cargado de bebidas, de una bandeja lleno de chocolatinas y frutos secos o de wifi gratis.
El recepcionista tragó saliva y balbuceó alguna excusa sobre la falta de demanda y los gustos cambiantes de los huéspedes modernos.- ¿Me está llamando rancio por querer usar un bidé? ¿Es que la gente moderna no tiene culo?
Se desprendió de mí con un gesto altanero y llamó a un botones que había asistido atónito a la discusión desde la entrada y sin bajar al ruedo.- Edelmiro, ayuda a este señor a llevar su equipaje a la habitación 237.
- ¿Esa no era la habitación maldita de El Resplandor?
- ¿Quiere o no quiere bidé?
En el ascensor, el botones estaba nervioso y sudaba un huevo. Al momento percibí que quería decirme algo.
- Suelta lo que me quieras contar.
- Señor..., quizás no me va a creer, pero hay una conspiración mundial contra los bidés.
- Venga, hombre, no me jodas.
El botones miró hacia ambos lados, asegurándose de que nadie más nos escuchara, y continuó con voz trémula. - No tiene por qué creerme, pero en este hotel hay muchos congresos, muchas reuniones y se aprende mucho si uno sabe poner el oído. Los empleados tenemos la ventaja de ser invisibles para los peces gordos... cuando conviene. Así he llegado a saber muchas cosas.
- ¿Y por qué no vas al programa ese del Buque del Misterio de los domingos?
Le ofrecí un billete de 20 euros. Silencio. - Dime que cosas -le mostré otro de 50 euros que desapareció rápido.
- Hay una alianza entre los diseñadores de baños y el gremio de fontaneros y plomeros. Está financiada por la industria de la celulosa y la red de hoteles de postín, que por supuesto no quieren bidés.
- ¿Pero qué ganan con privarnos de ese artilugio? ¿No pensarán que si se nos calienta el culo, quizás no se nos caliente la cabeza?
- Eso lo tiene que averiguar usted, detective.
Ya estábamos delante de la habitación 237. El número de la siniestra habitación en el Hotel Overlook. La habitación con bidé en el hotel de Mugrienta. Despedí al tipo con alguna frase rotunda y otros 50 euros de bonificación.
Ni diseñadores, ni fontaneros, ni hoteleros, ni CEO de empresas papeleras, aquel botones era el verdadero conspirador contra el bidé.