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Autor: GTorres https://pixabay.com/es/users/gtorres-229479/ |
Me desperté con energías renovadas, me sentía muy bien. Mi madre ya se había ido a trabajar, en la cocina me había dejado una nota deseándome un buen fin de semana.
Desayuné, y tras la ducha me vestí, y me disponía a coger la mochila cuando sonó el teléfono. No me gusto su ring y descolgué de mala gana. No eran buenas noticias, Raquel me avisaba de un imprevisto en el trabajo y de que le era imposible acompañarme. Lo entendí, incluso le quite importancia, aunque me sentía un tanto fastidiada por dentro. Tenía unos días de vacaciones y mi idea era empezarlas ese fin de semana en la casita de verano del pueblo.
Me quedé un rato pensando si suspendería o no mis planes, finalmente decidí que no. A mis 30 primaveras me consideraba lo suficientemente joven para comerme el mundo y lo suficientemente madura como para arreglármelas sola. Cogí el coche y puse rumbo a mi descanso en soledad, o más bien en completa libertad, tenía de nuevo el ánimo por las nubes.
El día transcurrió feliz, con baños de mar y paseos por la playa, el tiempo era espléndido. Tocaba regresar a mi casita de verano y decidí pasar por la tienda a coger una cerveza, de acompañamiento al sandwich que sería mi cena. Rebusqué con fastidio en la bolsa de playa, y nada, no había traído la cartera. Una vez confirmado, solo me quedaba echar a andar sin más por el paseo que une la playa con mi casa. Son solo 20 minutos, unos 2 km. pero esta vez se me hizo especialmente largo.
Ya en casa, tras comer el sandwich, me volvieron las ganas de tomarme una cerveza fresquita y aunque me daba pereza volver al pueblo, me calcé y me puse en camino. Al llegar me di cuenta de que era bastante tarde y la tienda ya estaba cerrada, así que me acerqué al bar del camping, con su maravillosa terraza en la que pude localizar un sitio donde sentarme. Tengo la costumbre de llevar siempre conmigo un libro de bolsillo, así que tomando mi bebida, con los últimos rayos de sol del día, me enfrasqué en la lectura. Perdí la noción del tiempo, el libro era realmente interesante. De pronto, me di cuenta de que la luz había bajado muchísimo, estaba oscureciendo. Me incorporé de la silla y recogí mis cosas rápidamente. La vuelta a casa era por un paseo bien iluminado con farolas cada pocos metros pero muy solitario, y la idea de hacerlo de noche, sola, me puso algo nerviosa.
La oscuridad se fue haciendo dueña de todo, y la acera, que discurría bordeada de preciosos árboles, me parecía desolada. Hasta en las ramas de esos bellos acompañantes había un aire tétrico que no sabría explicar. Con cierta sensación de opresión en el pecho avanzaba en total soledad con paso ligero, dispuesta a llegar a mi destino lo antes posible. Tenía un mal presagio, esa famosa intuición que a menudo nos atribuyen a las mujeres. Ya había hecho mas de tres cuartas partes del recorrido y empezaba a relajarme, cuando oí el ruido de un motor y me giré hacia atrás.
A lo lejos venía un coche. La compañía no me agrado precisamente, empecé a notar que mi corazón se aceleraba al percibir que ese coche aminoraba su marcha al acercarse a mi. Pude ver, mientras me adelantaba de forma asombrosamente lenta, a un solo pasajero. No recuerdo bien la cara de ese conductor, pero sí el coche, era un modelo familiar, viejo y de color naranja como las bombonas de butano, ese detalle me quedo grabado en la mente. Y tras detenerse unos cuantos metros por delante de mi, observe aterrada como se apagaban sus luces.
Mi corazón empezó a latir a un ritmo frenético, ya había dejado de sentirlo en el pecho, me latía directamente en la boca, a la vez que tragaba saliva compulsivamente, en un intento desesperado de hacerlo descender antes de que se desbocase definitivamente.
Y en ese instante, con una angustia que no se puede explicar, llamé a mi ángel de la guarda, con el pensamiento. Mi abuela de pequeña me decía siempre que cuando tuviera algún problema lo llamase, que él acudiría en mi ayuda. No sabía como llamarlo, y aún así le invoqué:
-- Ángel protector, nunca te he llamado, porque nunca te he necesitado tanto, ven en mi ayuda, por favorrr.
Transcurrían los segundos, o minutos ¿quién sabe? el tiempo había dejado de existir. Mis pasos continuaban, uno tras otro, sin que yo diese ninguna orden, era como si mis piernas se moviesen por su cuenta.
Llegue a la altura del coche y lo sobrepase, siempre mirando al frente, mi cuerpo estaba como robotizado, en mi interior yo temblaba como una hoja, pero mi cuerpo avanzaba decidido, como si siguiera un programa. Cuando estaba ya casi preparada para lo peor, sentí el ruido del coche que se ponía de nuevo en marcha. Recuerdo que me pareció oírlo como muy lejano, pero al momento note que algo me adelantaba y pude ver como el coche naranja se alejaba ganando velocidad rápidamente.
El resto del trecho que me quedaba a casa lo hice como entre tinieblas, en un estado zombi total. Cuando cerré y aseguré la puerta de mi casa, sentía que las piernas me temblaban y las fuerzas me abandonaban, como pude me serví un vaso de leche que ni me molesté en calentar, me lo bebí, y me fui a la habitación para dejarme caer sobre la cama. En un último esfuerzo me desvestí y me puse el pijama, y ya acostada cerré los ojos. Me dormí casi al instante.
Esa noche soñé con mi abuela, que una vez más se metía en la cama conmigo tras una pesadilla, y me tranquilizaba, y me decía que no me preocupase, que si algún día ella no estaba, mi ángel de la guarda me acompañaría.
Y soñé también con un hombre muy alto y corpulento, de pie, frente a mi, mirándome. En un primer momento me entró desazón, pero entonces habló, y su voz era tan paternal que me calmé por completo. Me dijo que era mi ángel de la guarda, y me lo creí. Le di las gracias por haberme ayudado en esa carretera desierta, y le pregunté qué había hecho para que el coche arrancase y se fuese sin más.
-- Soplé en la nuca del conductor, y no le gustó, me respondió.
Me quedé atónita con su contestación. Pero pensé que tenía sentido, igual le provocó miedo, dudas... Alguna sensación desagradable... Le aseguré que había aprendido la lección, que ya no volvería a meterme nunca más en semejantes atolladeros. Él se río, de forma contundente como era toda su persona, pero con una risa franca, casi cómplice. Entonces se acercó, poniendo su mano sobre mi hombro justo antes de desvanecerse.
Oí el ruido de las olas del mar al deshacerse en la orilla y tuve la impresión de que estaba en la playa. La claridad era inmensa, casi cegadora, mis ojos parpadeaban y aprecié una ventana, y un armario, me encontraba en mi habitación, incorporada sobre la cama. Estaba despierta y la luz del sol entraba a raudales porque se me había olvidado bajar la persiana.
Creo que nunca he pasado tanto miedo como esa noche. Necesitaba una lección, y vaya si la aprendí. La prudencia es algo que debería de ser innato, pero si no eres capaz de desarrollarla, el miedo se encarga de hacerte consciente de ella. En esa ocasión asimile una lección de vida que no olvidaré jamás.
Todavía hoy me pregunto si existirá el ángel de la guarda, suena tan infantil. Y resulta extraño que un adulto se lo plantee. Pero si existiera, creo que he tenido el placer de conocerle.
*** Esta entrada la hice como reto de octubre de Ginebra Blonde ***