La muerte se había convertido para ella, casi, como en un
animal de compañía. Las noticias, y cualquier programa sensacionalista de los
muchos que ocupaban la pantalla de su televisor, no eran más que un altavoz de
los miles de trágicos sucesos que, desgraciadamente, ocurrían diariamente.
Cada día, al bajar
la escalera de su casa para ir a comprar el pan, solía pegar la oreja en la
puerta número 13 «no podía ser casualidad»; y no porque fuera una fan
incondicional de Hitchcock, e imaginara escenas de crímenes en el corredor de
aquella finca, sino porque, a pesar de sus ya desgastados huesos, le encantaba
bajar a pie por si pillaba al vuelo cualquier cotilleo que la mantuviera
entretenida el resto del día. Pero, sobre todo, la 13… Lo que se guisaba tras
esa puerta, era un misterio que la tenía preocupada y cavilosa rozando la
obsesión.
Tras esa puerta vivía
un hombre solo, de unos cincuenta años. Nunca se había visto entrar o salir a
nadie más de su casa. Sin embargo, ella estaba convencida de que, a menudo,
había alguien con él «cosa de lo más normal del mundo».
En aquella ocasión,
no pudo más que mantener la respiración y echarse las manos a la boca para contener
un grito de pavor. Esta vez parecía grave; tanto, como esas películas que veía
con su esposo mientras comían palomitas, o tan macabro como algunos de esos
sucesos que escuchaban en las noticias mientras almorzaban.
Estaba segura; su
rostro le ardía… Y no por los cuarenta y siete grados de un verano casi
apocalíptico, sino por lo que acababa de escuchar tras esa puerta.
Se olvidó de
comprar el pan y volvió a subir las escaleras de dos en dos y de cuatro en
cuatro, porque sin apenas aliento, estaba frente a su esposo contándole lo que
acaba de suceder.
—Vicente, se la ha cargado, ¡se la ha
cargado!
—¿Qué estás diciendo, mujer?
—El de la 13. Te lo dije, ¡te lo dije!
Sabía que no era trigo limpio; que ocurriría una desgracia. ¡Hay que llamar a
la policía!
—Cálmate, por Dios. Cuéntame… ¿Qué has
escuchado?
—Le decía a esa pobre chica: “No te me
escapas… no te me escapas… De aquí no sales viva. Ya me he cargado a unas
cuántas antes que a ti, y tú no vas a ser menos, maldita…”
Tras escuchar las sirenas de la ambulancia
y la policía, y los gritos aterradores de la señora del séptimo indicando a los
agentes el lugar del crimen, muchos de los vecinos se echaron a la calle asustados,
mientras que otros se encerraron a cal y canto en sus casas.
De pronto se hizo el silencio…
A la del séptimo, y tras ver al hombre de
la puerta 13 salir a la escalera en gayumbos y con un matamoscas en la mano,
tuvieron que asistirla los de la ambulancia porque estaba al borde de un
infarto.
El de la 13 siguió matando moscas:
—¡Putas moscas!
©Ginebra Blonde
(Adaptación y reestructuración
de mi bitácora de relatos)
(Relato perteneciente
a la propuesta