Ir al contenido

Página:Obras completas de Homero - bdh0000247979.pdf/288

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
RAPSODIA XXII
MUERTE DE HECTOR

LOS teucros¡ refugiados en la ciudad como cervatos, se recostaban en los hermosos baluartes, refrigeraban el sudor y bebían para apagar la sed; y en tanto, los aqueos se iban acercando a la muralla, con los es­cudos levantados encima de los hombros. La Parca funesta sólo detuvo a Héc­tor para que se quedara fuera de Ilion, en las puertas Esceas. Y Febo Apolo dijo al Pelión:

  8 Apolo.—¿Por qué, oh hijo de Peleo, persigues en veloz carrera, siendo tú mortal, a un dios inmortal? Aún no conociste que soy una deidad, y no cesa tu deseo de alcanzarme. Ya no te cuidas de pelear con los teucros, a quie­nes pusiste en fuga; y éstos han entrado en la población, mientras te extra­viabas viniendo aquí. Pero no me matarás, porque el hado no me condenó a morir.
  14 Muy indignado le respondió Aquileo, el de los pies ligeros:
  15 Aquileo. —. ¡Oh tú, que hieres de lejos, el más funesto de todos los dio­ses! Me engañaste, trayéndome acá desde la muralla, cuando todavía hubieran mordido muchos la tierra antes de llegar a Ilión. Me has privado de alcanzar una gloria no pequeña, y has salvado con facilidad a los teucros, porque no temías que luego me vengara. Y ciertamente me vengaría de ti, si mis fuerzas lo permitieran.
  21 Dijo, y muy alentado, se encaminó apresuradamente a la ciudad; como el corcel vencedor en la carrera de carros trota veloz por el campo, tan lige­ramente movía Aquileo pies y rodillas.
 25 El anciáno Príámo fué el primero que con sus propios ojos le vió venir por la llanura, tan resplandeciente como el astro que en el otoño se distingue por sus vivos rayos entre muchas estrellas durante la noche obscura y recibe el nombre de perro de Orión, el cual con ser brillantísimo constituye una se­ñal funesta, porque trae excesivo calor a los míseros mortales; de igual mane­ra centelleaba el bronce sobre el pecho del héroe, mientras éste corría. Gimió el viejo, golpeóse la cabeza con las manos levantadas y profirió grandes voces y lamentos, dirigiendo súplicas a su hijo. Héctor continuaba inmóvil ante las puertas y sentía vehemente deseo de combatir con Aquileo. Y el anciano, ten­diéndole los brazos, le decía en tono lastimero:

38 Príamo.—¡Héctor, hijo querido! No aguardes, solo y lejos de los ami-

Biblioteca Nacional de España