En 1959, declaró: «[...] he llegado a la certeza de que
la hormiga es un ser superior.
Para conocer bien una cosa,
es
menester comérsela,
y estas hormigas se comen el tiempo [...]
El cajón de mis miedos era extenso,
profundo, porque
tuve muchas fobias,
ya ninguna.
Filias y fobias
eran elementos
que junto a los
prejuicios ignorantes
fui dejando caer
en mi camino.
Ese cajón está vacío.
Los insectos me
aterraban,
me levantaba de
un brinco, viéndolos.
Corría como loca, huía,
dejando atrás todo, hasta la merienda.
Con las abejas y
avispas era igual.
Por eso entiendo
a las fobias
para mí, nada cómico.
Con las hormigas
en especial
mis hermanos,
sabiendo de mi pavor
no me avisaban,
por ver un espectáculo barato:
la niña correrá como
una liebre.
Sólo a los ocho años,
cargada de valor,
maté a una.
Miedo a los
perros, hasta los veinte,
a las cucarachas
hasta los treinta.
Mis prejuicios
duraron mucho más,
lo admito,
pero eran tantos
que se iban cayendo
de uno en uno
con el paso de la
vida, de la edad.
El cajón de mis terrores ya tiene
telarañas, creo.
Porque ya ni saco
ni pongo nada.
Ni la muerte me
da miedo.
Por dos veces la
he esquivado, o ella a mí,
quién sabe.
Sólo me aterroriza, y cómo
perder la
memoria, no saber quién fui,
y no saber quién soy.