La rapidísima
progresión que el Islam desarrolló en Arabia y
Siria durante el siglo VII obligó a la utilización
de artes y estéticas ya existentes en los pueblos ocupados.

Se acepta
que las primeras manifestaciones artísticas de palacios
y mezquitas no son otra cosa que el resultado del empleo de
artistas bizantinos y persas. De Persia el mundo musulmán
tomó la elegancia y la armonía y de Bizancio su
suntuosidad.
Pero
no hay que confundir este continuismo con parasitismo. Como
ya se ha dicho, los gobernantes musulmanes del nuevo poder político
y religioso se limitaron a seguir contratando a los mismos artistas
que trabajaban antes para las autoridades bizantinas o persas.
Posteriormente
y lentamente, se empieza a conformar un arte musulmán
propio, pero siempre será un arte de adaptación,
empleando formas antiguas con originalidad propia.
En Al-Andalus,
ocurre un fenómeno parecido. La primera fase de la Mezquita
de Córdoba de Abd
al-Rahman I emplea un lenguaje formal originario de la España
hispano-romana-visigoda, como el arco de herradura, la alternancia
de ladrillo y piedra e incluso la superposición de arcos
en dos niveles, que algunos autores llegan a relacionar con
los acueductos romanos españoles.

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