DESVELOS
Narrativa Contra la Violencia de Género
Autora de la colección: Teresa Iturriaga Osa
Ilustradora: Sira Ascanio
A continuación: 8º relato
EL CASTILLO DE ARENA
El recuerdo es una materia prima
que la lengua tiene que desmenuzar.
(Herta Müller)
César dejó dos billetes de avión sobre el escritorio para que ella los viera al despertarse. No sabía cómo pedirle perdón y pensó que un viaje lo arreglaría todo. Era su muñeca, su perla negra particular, y no estaba dispuesto a perderla. Pero, cuando volvió a su apartamento al anochecer, se encontró con la casa cerrada y una cama vacía. Aquella sería la última vez.
Tras su nefasta experiencia amorosa, Alina había huido y ahora estaba acogida por una fundación de ayuda a mujeres maltratadas y estudiaba un módulo sobre ecología medioambiental para olvidarse del mono de amor que la tenía loca de la cabeza. Para ella era una droga. Estaba colgada, pasaban los meses y seguía enganchada a una ilusión que le iba a quitar la vida cualquier día. Por eso, me llamó angustiada por teléfono, buscando en mí el consejo de una amiga, tenía que descargar sus emociones.
-Tenemos que hablar, Laura, estoy fatal. Me he marchado de su lado, pero me estoy destruyendo… le he dejado porque no podía más.
-Calma, mi niña, ten calma… a ver… cuéntame… -le susurré con voz tranquilizadora.
-Lo que oyes… que me he ido –intentaba controlar su llanto y apenas entendía sus palabras.
-Has hecho bien. Ya era hora. Recuerda aquello que me escribiste una vez: castillo de arena es tu amor… Tú lo destruyes y tú lo levantas.
-Entonces yo escribía poemas, me gustaba contemplar el cielo y el mar, pero desde que le conocí, ya no escribo nada.
-Pues ya va siendo hora de que retomes tus dotes literarias. Una mujer con tu potencial creativo no puede desperdiciar la oportunidad de desarrollar sus talentos.
-Es cierto, Laura, yo valgo mucho. Y creo que el tiempo me dará la razón. Mi amor no tenía límites y, algún día, tarde o temprano, él lo apreciará.
-Estás muy dolida, veo que te cuesta mucho olvidarle.
-He aguantado porque creía que la única solución para salvar nuestro amor era aceptarle como era. Pero me he ido cansando, he visto cómo mi cara de niña linda se ha ajado poco a poco. De tanto llorar y sufrir por él, he perdido interés por las cosas bellas de la vida.
-Bien, y si lo tienes claro, ¿por qué retrocedes ahora? Te veo un poco confusa…
-Él jugó conmigo y he tenido que marcharme. No tenía otra salida. Y me cuesta muchísimo, sí, no lo voy a negar. Es como una droga que te gusta y la sigues consumiendo aunque sabes que es nociva para ti…
-Es muy peligroso seguir por un camino tan resbaladizo, Alina, esa actitud te arrastrará al vacío. Hazme caso: tú debes cortar la baraja, debes ser dueña de tus emociones. Tú repartes las cartas. Controla las riendas del caballo de la pasión y céntrate en tus objetivos.
Al día siguiente, quedamos en la Plaza de las Ranas. Allí charlamos durante horas de su vida en Rumanía, de los años que hizo ballet, una afición que tuvo que dejar por su disciplina militar. Imposible compaginar la danza con más actividades. Alina prefirió empezar una carrera y dedicó tres años a los estudios de marketing en la universidad. Hablamos hasta el anochecer. Sobre todo, de los problemas con su familia. Una moral antigua y un control desmedido le forzaron a marcharse de aquel ambiente y probar suerte en España. Las palabras de su padre al marcharse se le quedaron grabadas en el cerebro: busca un marido como Dios manda, con dinero, posición y estabilidad.
-Yo siempre he huido de la imagen de mujer callada y sumisa, no puedo aguantar lo que hace mi madre, la perfecta ama de casa y devota esposa de su señor. Ser como ella… No, por ahí no voy a pasar.
-Exacto. Y ahora tu corazón y tu cabeza están en lucha.
-Yo me fui de mi casa por eso, Laura, para sentirme una mujer independiente y libre. No podía aceptar la mentalidad que se me imponía. Yo quería más de la vida y no tenía miedo de vivir sola. Para mí, lo principal era no depender de nadie, no perder mi dignidad ante ningún hombre.
-Pues te has equivocado de sujeto, y no una, sino varias veces… Hay algo en ellos que te seduce y te ciega.
-Lo sé. Parece que me atraen los hombres de ese estilo, dueños de sí mismos, seguros… los que me hacen sentirme muy mujer. Durante los tres años que viví en Madrid, el único que me dio independencia y respeto fue mi hermano, que siempre ha estado ahí para ayudarme a crecer y a ser feliz.
-Podrías volver con él otra vez a Madrid. Sería bueno que pusieras mar de por medio.
Llevaba un año en la isla, y de lo anterior, de su vida amorosa en Madrid, mejor no hablar, porque fue más de lo mismo. Un perfil erróneo, con frases del calibre “el amor mata”, justificaban sus caídas, una tras otra, en la misma piedra. Hombres protectores con niveles muy altos de testosterona que actuaban como los cavernícolas de las eras primitivas, por aquello de la estrategia de caza y la posesión absoluta de la pieza. Exhibición, disfrute y dominio, control sobre la belleza, fuente de placer. Ésas son las claves del éxito de los machitos que hipnotizan a su conveniencia a los corderitos descarriados de su centro.
-Cambia el chip o se te repetirá la historia…
-Sí, a veces tengo la sensación de que vuelo en círculo, me mareo dando vueltas en pirueta.
-Pues aprende a fijar tu mirada en un punto de referencia estable antes de movilizar tus músculos y lograr el equilibrio. Luego, utiliza la técnica de la danza para avanzar con la mente y el corazón puestos en la música y la coreografía.
En efecto, su cuello de gacela, su porte airoso y elegante, delataban un potencial artístico evidente. Caminaba como una modelo. Y aquella misma noche, Alina soñó que estaba en su país natal, como si nada hubiera pasado en su trágico viaje a Occidente. Era como si se hubiera pinchado con una rueca por descuido, cosas del destino. Dicen que las ranas despliegan su magia en los lugares donde habitan… y puede que eso le despertara de su letargo inconsciente. Las hadas del sueño la habían llevado hacia sí misma, había recobrado su voz original y sus miembros de carne y hueso se movían en piruetas y gráciles movimientos de danza sobre el escenario. Convertida en una bailarina de clásico, actuaba en el Teatro Principal de su ciudad y todos le aplaudían. El público la aclamaba en pie y, en la primera fila, sus padres y hermanos lloraban de emoción, orgullosos de su gran Alina. Ella les mandó un beso y una flor, en una larga y elegante reverencia.
Todo eso me contó por teléfono aquella preciosa mañana de abril, nada más despertarse, mientras yo desayunaba tomando un café en la ventana de mi cocina frente al mar. Yo la escuchaba con emoción cuando, de repente, un perro blanco apareció sin dueño en el parque situado frente a mi casa. Era una señal. Aquella belleza abandonada me recordó a Alina, una princesa que había estado viviendo durante años en medio de una soledad sin sentido.
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