viernes, 20 de enero de 2012

Primera Parte ILUSIÓN

Estoy frente al espejo, me miro y no me reconozco.
¿Qué ha sido de esa niña dulce e inocente que se abría al amor en un mundo surrealista de cuentos de hadas?
Era tan joven.
Me pregunto qué habría sido de mi si jamás le hubiese sonreído. Como me arrepiento.
¿Por qué algo tan efímero como una pequeña sonrisa casi inapreciable pudo traerme aquí?
¿ Hacerme tanto daño? Cuánto he llorado.

Nací en un anejo cerca de un pequeño pueblo en Granada. Mi madre era de allí al igual que mi abuela.
Mi padre era catalán, rubio, alto, de ojos verdes. Se conocieron en el mercadillo que se celebraba todos los jueves en el pueblo donde mi madre y mi abuela vendían huevos, pollos ,conejos... Mi madre se enamoró perdidamente de él y él se dejó llevar por unos preciosos ojos negros, una larga melena azabache ondulada y brillante, unos labios carnosos y un cuerpo joven, prieto con curvas de mujer.
Para mi padre ella solo fue un entretenimiento de verano.
Bajaba en moto a buscarla y se perdían entre los campos de olivos donde retozaban y donde mi madre perdió mucho más que su honra.

Fue en septiembre cuando mi madre supo que estaba embarazada. Él ya la había dejado. A finales del mes de agosto regresó a Barcelona, a su vida. Mi madre se quedó destrozada.

Mi abuela no se sorprendió. Sabía que aquello ocurriría y lo tomó con resignación. Estaba acostumbrada a sobrevivir. Se quedó muy joven viuda con una hija de meses a la que sacó adelante como mejor pudo y en aquel momento supo que también sacaría a su nieta.

En el pueblo todo el mundo habló durante mucho tiempo pero la familia de mi padre nunca quiso saber nada de mí.

Nací a finales de abril de 1970. Mi madre nunca se recuperó. Cuando cumplí mi tercer mes de vida se  ahorcó en el olivar donde un año atrás mi padre y ella retozaban felices.

Recuerdo una niñez buena al lado de mi abuela que siempre se preocupó de mi, me mimaba, me cuidaba me daba todo el amor, el de abuela, el de madre y el de padre. Era una mujer única de una pasta especial, la vida la trataba mal y ella volvía a renacer cada vez más fuerte, más sabia.
Ojalá yo hubiese heredado una sola parte de su fortaleza.

A los seis años me internó en un colegio de monjas que había en el pueblo. Los fines de semana venia a buscarme y los lunes me volvía a llevar. El primer día lloré mucho pero con el tiempo me acostumbré. Durante la semana estudiaba y hacía todo lo que las monjas me decían. Aprendí a rezar, a bordar, a sumar, a restar... y los viernes por la tarde era la primera en salir del colegio y lanzarme en los brazos de mi abuela. El fin de semana era mi gran premio. Pasaron los años y me convertí en una alumna aplicada y estudiosa durante el curso escolar y recuerdo cómo esperaba ansiosa la llegada de los fines de semana y las vacaciones para volver a mi casa.

Erámos inseparables. Entre las dos cuidábamos del campo y de los animales y fue así como sin darme cuenta llegó el verano.Tenia 14 años y en la mesa camilla del comedor rellenaba mis papeles para ir al instituto.