Se acerca
Halloween, y con el, se acortan los días y se alargan las noches, la oscuridad,
hace que se nos presenten, viejos fantasmas, y leyendas tortuosas, no hay nada
mejor que leer cuentos de aparecidos al calor del hogar. A si que hoy vamos a
comenzar por uno de mis favoritos.
La Leyenda de Sleepy Hollow.
Cuando apareció en
1809 por el escritor norteamericano Washington Irving (1783-1859),
en Europa no se tenía noticia todavía de la existencia de una literatura
norteamericana. Poco después, Walter Scott, Balzac y Byron saludarían con gran
entusiasmo la obra inaugural de un autor, y de una literatura, de cuyo
magisterio se declararían deudores posteriormente escritores como Poe o el
poeta Walt Whitman. En 1832 Irving viaja a Europa y presenta sus cartas
credenciales como diplomático ante la reina Isabel II de España. Ese mismo año
publica su famosa Alhambra
(«Cuentos y leyendas de la Alhambra»), recreación de tradiciones arábigo-andaluzas
en las que la imaginación del estudioso aúna acontecimientos históricos con
episodios sobrenaturales.
Personalmente,
siempre de pequeña me había gustado la historia del jinete sin cabeza, y del
maestro Ichabod, Crane que aquí entre
nosotros siempre me pareció un poco cobardica.
Y cual fue mi
sorpresa cuando viajé por primera vez a Granada, y comprarme los “Cuentos de la
Alhambra”, cuando descubrí que este autor, era el mismo de uno de mis relatos
de infancia predilectos.
Todo ello, unido a
que me apasionan los cuentos, y relatos, me llevó el otro día a una gran cadena
de librerías, ( que no voy a nombrar por que no me pagan para ello) y me compré
unos cuantos volúmenes ( esto es un vicio), entre ellos, uno de una colección
que me encanta, “Valdemar-Gótica), de la
que poseo algunos ejemplares.
A si que por fin
tengo mi propio volumen de este cuento, junto con otros, pues este es
relativamente corto. En este volumen se han reunido algunos de los cuentos que
Washinton Irving, aportó a la literatura fantástica.
“Rip van Winkle” el hombre que quedó suspendido en el tiempo durante
varios años.
“Leyenda de la
rosa de la Alhambra” y “La leyenda del astrólogo árabe” (extraidos
éstos de la citada “Cuentos de la Alhambra”).
“El espectro del novio” inspirado en una leyenda alemana.
“La aventura del estudiante alemán” un cuento ambientado en los días de la revolución
francesa. Y la que nos ocupa hoy;
“La leyenda de Sleepy Hollow”, la historia de un jinete sin cabeza que aterroriza
a una tranquila población rural.
La historia tiene
lugar en un asentamiento holandés en el Valle Dormido, lugar de numerosas
leyendas sobre fantasmas. Ichabod Crane es un profesor de escuela que se
enamora de la joven Katrina Van Tassel y de su fortuna, a la que también
pretende el joven y rudo Abrahán "brom bones" Van Brunt. Volviendo a
su hogar tras una fiesta en casa de la familia Van Tassel, con aire alicaído,
Crane es perseguido por el jinete sin cabeza (el fantasma de un soldado que
perdió la cabeza por una bala de cañón durante la guerra de independencia
americana). A la mañana siguiente, sólo se encuentra cerca de un puente el
sombrero del profesor y los restos de una calabaza.
La leyenda fue
llevada al cine en 1922, de la mano del director Edward Vebturini, y
protagonizada por Will Rogers.
En 1949, Walt
Disney produjo “La leyenda de Sleepy Hollow y El señor Sapo” un largometraje
compuesto por dos cortos sin relación entre ellos, (vamos para rellenar) El
primero inspirado en el relato del Sin Cabeza, y el otro pues si, lo habéis
adivinado, sobre un sapo. Aunque es de animación, es el más fiel al relato
original, incluyendo el enigmático final.
En 1999, uno de mis
directores favoritos, Tim Burton, nos ofreció una nueva versión del relato,
contando con la estelar actuación de Johnny Depp, como Ichabod Crane, ( que
pasó de ser un feo y maltrecho profesor cobarde a un caballero apuesto, de la
policía de New York, eso sí, guapo pero cobardita también).
Christina Ricci
nuestra “miércoles” dio vida a Katrina Van Tassel y Chistopher Walken en el papel del Jinete sin Cabeza.
A si que mis hijas,
desde hace años la noche de Halloween, preparan palomitas, encendemos velas , y
nos pasamos la noche viendo películas de las denominadas “ de miedo”, entre
ellas, nunca falta, esta versión de Sleepy Hollow, que aunque no es fiel al
relato original, por otro lado, nos encanta Burton, no lo podemos remediar.
Os dejo con un
fragmento de este fantástico cuento.
“Era medianoche e Ichabold, alicaído y
desanimado, recorría la ruta de vuelta a casa, por las laderas de las
majestuosas montañas que se alzan sobre Tarry Town, y que había
atravesado tan de buen ánimo aquella misma tarde. Tan sombría era la noche
como su humor. A lo lejos, el Tappan Zee desplegaba su oscuro caudal de agua,
tansporando el alto mástil de un balandro, o arrastrando silenciosamente un
ancla por sus profundidades. En medio de aquel silencio mortal que envolvía la
medianoche, podía jurar que había oído el ladrido de un perro guardián en la
orilla opuesta del Hudson, pero el sonido había sido tan vago y tan débil que
solo le había permitido hacerse una idea de la distancia que le separaba de
aquel fiero compañero del hombre. De vez en cuando, también, el prolongado
gorjeo de un gallo, que por casualidad se había despertado, sonaba a lo lejos,
muy a lo lejos, procedente de alguna remota granja entre las colinas. Pero
todos aquellos sonidos eran como ensoñaciones. No percibía la menor señal de
vida a su alrededor, sólo ocasionalmente el melancólico cri cri de un grillo, o
acaso el croar gutural de una rana de alguno de los pantanos de los
alrededores, como si le costara dormir y diera vueltas en la cama.
En aquel momento, su memoria se pobló de
todas las historias de fantasmas y duendes que le habían contado aquella tarde.
La noche era cada vez más oscura; las estrellas parecían hundidas en el cielo y
alguna que otra nube las ocultaba a sus ojos. Jamás se había sentido tan solo y
taciturno. Se aproximaba además al lugar en el que habían ubicado muchas de las
escenas de aquellas historias de fantasmas. En medio del camino, se alzaba un
enorme tulipero, que descollaba como un gigante sobre el resto de los árboles
de la zona, y que se constituía en una especia de señal. Las fantásticas ramas
retorcidas del tulipero, lo suficientemente grandes para ser troncos de árboles
normales, se entrelazaban casi hasta llegar al suelo antes de volver a
ascender. El árbol estaba relacionado con la trágica historia del desgraciado
André, que había sido hecho prisionero muy cerca de allí, y todo el mundo lo
conocía como el árbol del comandante André. La gente sencilla lo veía como una
mezcla de respeto y superstición, en parte a causa del pesar que les producía
el destino del desventurado, en parte por las leyendas de extrañas visiones que
se contaban acerca de él.
Conforme Ichabold se aproximaba a aquel
tremendo árbol, empezó a silbar: pensó que su silbido había recibido respuesta,
pero no había sido sino una ráfaga de viento que había recorrido a toda
velocidad las ramas secas. Más cerca aún, pensó haber visto algo blanco y que
colgaba del árbol. Se detuvo y dejó de silbar, pero al mirar con más atención,
advirtió que era el punto en el que un rayo había caído sobre un
árbol y había dejado al descubierto la blanca madera. De repente, oyó un
gruñido. Los dientes le castañetearon y cayó de rodillas cobre la arena.
Pero tan solo había sido el roce de una enorme rama contra otra que se había
balanceado por efecto de la brisa. Pasó junto al árbol sin que nada le
ocurriera, pero nuevos peligros se dibujaban ante sí.
A unos doscientos metros del árbol, un
pequeño arroyo cruzaba el camino y se adentraba en una cañada boscosa y
pantanosa, conocida con el nombre del pantano de Wiley. Unos cuantos troncos, a
ambos lados del camino, servían como puente para atravesar aquella corriente.
El otro lado de la senda, donde el arroyo penetraba en el bosque, tenía un
aspecto lúgubre y cavernoso, gracias a unos cuantos robles y castaños
enmarañado con parras. Cruzar aquel puente era la prueba más dura. Había sido
precisamente ahí donde habían capturado al desgraciado André, y ocultos
tras los castaños y las parras se habían escondido los fornidos vasallos que lo
habían sorprendido. Desde entonces, aquel riachuelo estaba considerado un
arroyo maldito, y miedo es la palabra que describe lo que siente un escolar que
tiene que cruzarlo solo al anochecer.
Conforme se acercaba al arroyo, su corazón
empezó a latir con más fuerza; con todo, hizo acopio de valor, dio unas breves
palmadas al caballo en las costillas y se dispuso a cruzar con ánimo el puente.
Pero en lugar de avanzar, el malvado y viejo animal hizo un movimiento lateral
y se lanzó contra la cerca. Ichabold, cuyo miedo crecía a medida que corría el
tiempo, tiró de las riendas hacia el otro lado, y espoleó al caballo con el pie
contrario. Pero todo fue en vano: el corcel se puso en marcha, pero lo hizo
únicamente para adentrarse por el lado contrario del camino, donde más espesos
eran los matorrales y las zarzas. El profesor de escuela atizaba con todas sus
fuerzas al viejo Pólvora, que seguía avanzando, entre relinchos y resoplidos,
aunque se detuvo junto al puente de manera tan repentina que a punto estuvo de
proyectar por encima de su cabeza a su jinete. En ese preciso instante, el
chapoteo de unos pasos cerca del río captó la sensible atención de Ichabold. En
medio de la oscuridad del bosque, en una de las márgenes del arroyo, adivinó
algo inmenso, deforme, negro y gigantesco. No se agitaba, sino que parecía
estar al acecho, en la oscuridad, como un inmenso monstruo dispuesto a
abalanzarse sobre el viajero.
El vello del asustado viajero se erizó de
terror. ¿Qué debía hacer? Era ya demasiado tarde para dar la vuelta y huir, y
además, ¿acaso tenía alguna posibilidad de escapar de un fantasma o un duende,
si es que aquello era tal cosa, que podía cabalgar a lomos del viento?
Reuniendo, por lo tanto, algo de coraje, preguntó, tartamudeando:
-¿Quién eres?
No obtuvo respuesta. Repitió la pregunta con
un tono aún más timorato, pues seguía sin recibir respuesta. Una vez más,
palmeó el costado del imperturbable Pólvora y, cerrando los ojos, entonó con un
fervor involuntario un cántico religioso. Justo entonces, aquel objeto sombrío
se puso en movimiento y, moviéndose a saltos en medio del camino. Aunque la
noche era cerrada y lúgubre, era posible adivinar en cierta manera la forma del
desconocido. Parecía ser un jinete de grandes dimensiones, montado en un
caballo negro de poderosa constitución. No hizo el menor gesto de pasar al
ataque ni de mostrarse sociable, sino que se mantuvo distante a un lado del
camino, paseándose por el costado de Pólvora, manteniéndose a la distancia
idónea para que éste no pudiera verlo. El animal, finalmente, había superado su
miedo y su rebeldía.
Ichabold, en absoluto satisfecho con aquella
extraña compañía nocturna, y consciente del destino que habían corrido otros
viajeros, apresuró la marcha, confiado en que lo dejaría atrás. No obstante, el
extraño también espoleó a su caballo, que avanzaba con paso idéntico al de
Pólvora. Ichabold se adelantó y se dejó caer en el camino, con la esperanza de
quedarse rezagado. El otro hizo otro tanto. La desazón se apoderó del jinete;
se esforzó por retomar el salmo que cantaba, pero la lengua, reseca, se le
enganchaba al cielo de la boca, y no podía emitir ni una sola sílaba. Había
algo misterioso y abrumador en el violento y obstinado silencio de su terco
compañero. No tardó en darse cuenta de lo que era. Al ascender a un promontorio,
la figura de su compañero de viaje, de una estatura sin igual y envuelto en una
capa, quedó dibujada contra el cielo. Ichabold quedó petrificado al advertir
que le faltaba la cabeza. Pero su horror no hizo sino aumentar al observar que
aquella cabeza que debería estar sobre los hombros viajaba frente a la
silueta, a lomos de la perilla de la silla. Su terror se tornó desesperación;
proporcionó a Pólvora una lluvia de puñetazos y patadas con la esperanza de
que, por causa de un movimiento súbito, lograría librarse de su compañero, pero
el espectro se puso en marcha al tiempo que él. Y lejos cabalgaron, por
terrenos de todo tipo; las piedras volaban y los cascos de los animales
producían destellos con cada salto. Las ligerísimas prendas de Ichabold flotaban
en el aire, mientras el jinete alargaba su largo y desgarbado cuerpo hasta
superar la cabeza de su potranco, llevado por el entusiasmo de la carrera.
Habían llegado al punto del camino en el que
la carretera giraba hacia Sleepy Hollow; pero Pólvora, que parecía poseído por
un demonio, dio media vuelta en lugar de tomar esa senda, y se adentró en la
colina que quedaba a la izquierda. Ese camino atraviesa una hondonada arenosa,
cubierta por árboles durante casi medio kilómetro, cruza el famoso puente de las
historias de fantasmas y bordea la verde loma donde se encuentra la iglesia
encalada.
A pesar de todo, el pánico que inundaba al
corcel había dado a su torpe jinete una ligera ventaja en la carrera. Sin
embargo, cuando se hallaban en plena hondonada, las cinchas de la silla se
desprendieron, e Ichabold notó que caían bajo su cuerpo. Las agarró a la
perilla y trató de asirse con fuerza, pero fue en vano y, apenas se había
sujetado del cuello de Pólvora, la silla cayó al suelo y oyó cómo los cascos de
su perseguidor la pisoteaban. Por un momento, una terrible ira cruzó por su
cabeza, porque era la silla de los domingos. Pero no era el momento de
ocuparse de miedos menores; el fantasma estaba a punto de darle caza y (¡qué
jinete más torpe era!) le costaba lo suyo mantenerse en equilibrio; a veces se
deslizaba a un lado, a veces, hacia el otro, y a veces saltaba impulsado por el
montículo que formaba la espina dorsal de su caballo, con tal violencia que
temía que fuera a partirlo por la mitad.
Ante sí se abría un claro en el bosque con la
esperanza de que no quedara ya muy lejos el puente de la iglesia. El vacilante
reflejo de una estrella plateada en el caudal del arroyo le confirmó que no se
equivocaba. Vio los muros de la iglesia relucir tímidamente a través de
los árboles que divisaba a lo lejos. Recordó el lugar en el que había
desparecido el fantasmal perseguidor de Brom Bones. “Si pudiera llegar al
puente-pensó Ichabold-, estaré salvado”. En ese momento, oyó como casi se
abalanzaba sobre él el negro corcel y notó la respiración del animal a su
espalda, e imaginaba que podía sentir el cálido aliento de éste. Otro taconazo
en las costillas, y Pólvora se puso a correr hacia el puente. Tronó al
recorrerlo, Había llegado al otro lado. Y entonces Ichabold lanzó la vista
atrás para ver si su perseguidor se iba a desvanecer, según la leyenda, en un
destello de fuego y azufre. Y el fantasma se irguió sobre los estribos y
lanzó su cabeza contra Ichabold, que trató de esquivar aquel terrible
proyectil, pero lo hizo demasiado tarde. Impactó contra su cráneo con un choque
terrible. Cayó de cabeza. Y Pólvora, el corcel negro y el jinete fantasma
desaparecieron en un torbellino.
A la mañana siguiente, encontraron el viejo
caballo sin silla y con la brida bajo sus patas, pastando tranquilamente en la
puerta de su señor. Ichabold no llegó a la hora del almuerzo. Llegó la
hora de la cena, e Ichabold tampoco apareció. Los chicos se reunieron en
la escuela y recorrieron los bancales del arroyo, pero no dieron con el
maestro. Hans Van Ripper empezaba a estar algo inquieto por el destino del
pobre Ichabold… y por el de su silla. Peinaron la zona y, tras una diligente
investigación, dieron con el rastro. En un lugar del camino, que conducía
a la iglesia, hallaron la silla pisoteada. Las huellas de los cascos de los
caballos penetraban profundamente en la senda, y-sin duda a una velocidad
vertiginosa-llegaban hasta el puente. Al otro lado, en el bancal de la parte
más ancha del riachuelo, donde el agua era más profunda y adoptaba un tono
negruzco, encontraron el sombrero del desdichado Ichabold, y a su lado una
calabaza hecha pedazos.”