Te colocabas el antifaz negro, rojo oscuro, con tu mejor
sonrisa, mientras yo me dejaba besar por el camarero del Titanic la primera
noche del año. Eras guapo, mucho, probablemente el chico más guapo del local, pero
yo jamás me habría fijado en ti, pues siempre me gustaron los feos,
convirtiendo sus taras y defectos en algo maravilloso y extraordinario, algo
que les hace especiales e irresistibles para mí. Te besabas con una chica
preciosa, de infarto, probablemente la chica más preciosa del local. Pero en mi
mente encajaba más un perfil homosexual en tu persona, porque cuando nos
presentaron te asocié –sin querer- a la loca de pajarita roja a la que ahora
gano a los bolos, tal vez porque fue él quién te saludó con más efusividad.
Buscaste mi conversación y yo te respondía completamente embriagada por las
nuevas sensaciones de la noche, un mundo se abría ante mí, estaba a punto de
cambiar mi vida y yo sin saberlo me dejaba mecer por un deseo tullido, algo
corrompido, por el paso del tiempo. Dejaba que el color de las luces
refulgentes acelerara mi pulso tambaleante a las burbujas de la copa. Bailamos,
creo, me hablaste de un sentimiento triste por la lejanía de tu familia, me
parece. Y tu flequillo rebelde desapareció en la noche o fui yo, que me fundí
con tu amigo y compañero, el del Titanic uniformado. Esa noche no advertí la
importancia de tu presencia.
No pensé en ti, no reparé en ningún momento contigo, no se
me había pasado por la cabeza volver a encontrarnos. Siempre voy creando una
película en mi mente con todas las cadenas de sucesos, como ir encolando cada
fotograma hasta que consigues un film de puta madre; es divertido y me ayuda a
vivir las cosas una segunda vez, una tercera o quizás muchas veces seguidas. Era
extraño, tu nombre salía en muchas conversaciones sobre el mantel de la mesa entre semana,
entonces a mí sólo me venía a la cabeza la imagen de tu pelo revolucionario y
todos rodeándote en círculo para reírte la gracia, para aplaudirte en tu baile
más estrafalario. No te voy a engañar, sólo había hueco para Jonathan en mis
pensamientos, su beso, sus labios y nuestros cuerpos siendo uno en mitad de la
pista, el idioma era lo de menos. Fueron curiosos los días en los que pensaba
que había sido una triste pero excitada Cenicienta, una princesa rescatada de
las mazmorras de un castillo tenebroso solamente por una noche, una en la que
todo valía y yo era una persona más fuerte, no tenía miedo a las represalias,
luz verde en el camino, diría B. Pero después volvía a ser encarcelada por un
verdugo maldito, volvían mis ilusiones a ser sueños de papel quemado,
esfumándose todo lo que había conseguido por unas horas noctámbulas.
Unas semanas más tarde un hermoso ángel se apareció en mi
celda, abrió una ventana por la que me ayudó a escapar, aunque siempre debía
volver, para que el carcelero no me descubriera, así hasta saber cómo romper
definitivamente estas cadenas. Ese ángel sisea cerca de mi oreja, me lleva de
un sitio, a otro, y me muestra qué mundo hay ahí afuera, qué puedo alcanzar yo,
qué no debo perderme. Y el día cambió cuando me compré aquella camiseta naranja
de Mickey Mouse, una copa de bienvenida, la música perfecta y tú hablándome pegado
al oído para no despistarme.
La carretera uniendo puntos estratégicos con ruido de fondo. Una pequeña Italia donde el aroma se funde sobre la fruta de tus
cabellos, donde los pingüinos nos hacen cosquillas hasta reventar las tripas.
Tubos en la bolera donde los ombligos al descubierto recogen las babas de tú
(también yo) despierto. Nuestros cabellos revueltos en el piso, mechones cortados mientras el té reposa. Y siempre hay una cena que inventar, un menú de
tu inteligencia creativa, desayuno en la cama, la ducha sin agua fría resbala
en las espaldas enjabonadas, mis camisetas en tu cajón, los ensayos del grupo
los lunes por la mañana, la barbacoa y las fiestas post-incineración, música
nueva, el cine sin subtítulos, el curry y perder unas partidas al billar. Y las
luces de la feria, las bombillas brincando sobre nuestras cabezas mientras el
agua se desliza campante bajo nuestras piernas. Un charco, otro charco, orgía
en la discoteca, se ha hecho luz y tu cama me está esperando. Compartir tu hierba y caernos de risa con tomates en los ojos. Buscar un trío y acabar enredados en tres lenguas. Devorar la playa en una noche, inyectar la arena con
la linterna buscando lo perdido en mitad de una borrachera. También pedalear y
pinchar la rueda trasera de tu bicicleta, las tapas y las cuarenta y dos
cervezas cuando "la lola" acabó pasando la revisión. Los cumpleaños, el
legendario y el mundo naranja, una mosquitera, un festival, tarjetas. El hambre invisible acaricia mi nuca mientras llegas, cruzas el umbral, te espero, me
rodeas y ya no puedo distinguir el azul o verde de tus ojos, sólo la suavidad
de tu piel aferrada en mi cadera.
Y ahora ¿qué te digo, amor? he atravesado todas las barreras
posibles de tu mano, lo inimaginable son los alicientes que aún me hacen seguir
caminando. Otra vez tu cama, la vainilla, la piedra con luz alumbrando mi
primera vez, nuestra entrega. ¿Dónde estabas? te digo. Y mientras mis piernas
se abren, mis entrañas acarician tu polla que nunca encuentra fin, mis pezones
se revelan cuando la perfección de tus colmillos intenta dejar huella. Estamos haciendo el amor. No me
voy, me quedo, porque tus sábanas y tu mundo es el único lugar en el que
siempre quiero vivir. Porque ya conoces mi universo, no quieras perderte en el
pasado que me encerró, ya no hay carcelero, solos tú y yo, y si no…, si no,
siempre nos quedará Sudáfrica.