viernes, 12 de agosto de 2022

Desintegración

  


  Cinco minutos es muestra vida en el devenir cósmico infinito. Tres minutos como seas consciente de ello. Un minuto, o un día, como las moscas verdes, es lo que nos llevaremos a la tumba.

Pero es verano y vuelven las tormentas tropicales, eléctricas, truenos y el rango térmico desierto. Y el olor a tierra, hierba y radón. Un puto minuto de plenitud que se parece a los orgasmos de juventud, eternos, transcendentes, tan definitivos como inigualables. Menos mal que vivimos, cosa que no podrán decir nuestros descendientes. 

Haber coincidido en este plano ha sido todo un lujo, un honor, por no hablar de inaugurar siglo y asistir a la desintegración de lo que nos vendieron como sociedad y raciocinio, eso que al final resultó ser una patraña.

 




miércoles, 12 de septiembre de 2018

ocho tumbado






Reiniciar. Apagar. Reiniciar. Apagar. Reiniciar..reiniciar, reiniciar, reiniciando...


continuamente, una y otra vez, y al final nunca ves la luz, ni ves tu camino, ni sabes dónde encajar. Y la historia se repite, todo al inicio y tú sin conectar. Y tú ya sólo quieres ver el final, porque el infinito sólo es un ocho acostado (8). Fin.



If i Fell - Evan Rachel Wood

jueves, 30 de noviembre de 2017

sábado, 1 de octubre de 2016

C'est la vie





a cualquiera, a cualquier parte donde sólo seamos tú y yo, donde formemos tu mundo y el mío, sólo de los dos, a cualquier parte lejos de las cosas que te atormentan o te hagan dudar, lejos de las cosas feas, absurdas y aburridas. A esa otra parte te quiero llevar de la mano, a mi lado, siempre conmigo. Ya tienes la parte más bonita de mí, la oscura hace mucho que desapareció, sí, al empezar a conocerte. Y lo más bonito sale al mirar tus ojos cuando ríes, despertar en la noche y ver que estás ahí, al otro lado de la cama, llamarte "mi pezqueñín" y comprobar que tu paciencia es ilimitada. Eres así y así te como, así te adoro, amor. Sólo te pido que no te pierdas, que no te rindas tan fácil y dejes que "estos cuatro días" sólo sea yo la que acaricie tu pensamiento.



Vicente Amigo - Tres notas para decir te quiero



viernes, 28 de agosto de 2015

Last time







Hablamos de la ebriedad, saturación en los altos grados de temperatura, la omisión de la voz en off y todas las señales avisando del peligro. Hablamos de dejar pasar oportunidades, como la de cerrar una maravillosa noche en aquel lugar, el escarpado de pinos, tragos en un coche, deleite en plena naturaleza. Una noche mágica en la que descubrir un pedacito de esencia, en la que cantar al viento de poniente. Aunque quizá sean las lágrimas de San Lorenzo. O que el cambio de polaridad solar me esté afectando. O todo lo que ya sabemos junto. En cualquier caso siempre me gusta que conozcas más de mí, aunque en esta ocasión la estúpida descerebrada volvió a usurpar mi inusual cordura y yo, una vez más, me avergüenzo al contártelo.


Siempre que me llaman voy. Siempre que me buscan me encuentran. Nunca se decir No, nunca un No se pagó a tan alto precio. Por eso acudí a la llamada, al auxilio, al desesperado intento de paralizar otra desafortunada tormenta. Nunca un triunfo me supo tan caro. 


Desplomé mi agonía en el asiento del quad aparcado en la puerta del bar. Me gané ese derecho justo un verano antes, mientras ensanchaba mi ego en el elevador la lengua de su conductor derrochaba saliva en mi cuello, incluso en los días de Pascua, cuando el dueño del quad emborrachó mi teléfono domo de Absenta, olvidando –posteriormente- un pendiente bajo la almohada. Estaba allí sentada, debatiendo con algún desconocido sobre la belleza de las playas de Gijón y los bulevares regados en sidra de Oviedo cuando me deje tirar por una mano no tan desconocida. La usurpadora estaba ahí, anegada en cólera, inyectada por la decepción y la hipocresía. Porque tú, el de la Harley del bar de al lado, apareciste ante mí con tu prepotencia y tu chulería presumiendo de harén, y la rabia se infundió en llamas dentro de mí, incautando la esquizofrenia cualquier vestigio de sensatez. 


Me empuja al baño de chicas y cierra la puerta tras de sí, urgentemente, con insidia y brutalidad. Esa misma fiereza le lleva a lanzarme contra el mosaico de azulejos vidriados color azul hielo, azul añil, azul brillante, azul perlado, cielo, mar, noche… Dos líneas gruesas, blancas, perfectas, reposan de manera seductora sobre la tapa del tanque del inodoro. Su mano con fuerza en mi nuca, me incitan sin acabar de empujar hacia el vicio, soy yo la que se deja hacer, llevar, la que bracea en las profundidades de todos los azules, ahora convertidos en un inmenso océano. No lo pienso, como cualquier decisión acatada en los últimos meses, no se me da bien pensar, no me riega el cerebro, me patina la neurona. Siempre fui una chica de impulsos, en su mayoría no acertados. En eso estaba instantes (tal vez horas) más tarde en el asiento trasero de un coche. Sé que contemplé toda la gama de pasteles en la pizarra de ahí arriba, una cámara lúcida, espejo transparente, luz de verano. Sé que mi casa ya no era hogar, era un vertedero invadido por ratas de alcantarilla, roedores depravados y corruptos, ávidos en la deshonestidad, en el hurto y el analfabetismo. También sé que aquello fue el fin, que nunca más irrumpirían en mi tranquilidad, en mi persona, en mi karma ni mi hogar. Nunca más. 


“Es miedo y la puta vida…” me digo segundos, minutos, horas más tarde, porque la inconsciencia también juega con el tiempo. Qué será la puta vida, me preguntó, un orgasmo tal vez, una nota de piano tocada una noche complicada, un cunilingus, una buena mamada. Analizo -como siempre, como esa infinidad de veces en las que intento justificar otro desliz, otro desvarío, otro despropósito sobre la cuerda que me sostiene y poco a poco vence- todas esas cuestiones para encontrar la respuesta, pero en realidad también se me da mal jugar al psicoanálisis. Esa correspondencia entre mi yo y mi otro yo desafía el horizonte de la acústica, ahí creo encontrarme, justo antes de darte el último beso y perderme por siempre.


Lana Del Rey - Gods and monsters


viernes, 3 de julio de 2015

Masturbación DeMente






Es cierto, nunca fui un chico, nunca sentí ese trozo de carne irracional balancearse en mi entrepierna, tampoco me regocijé o presumí en mi madurez envuelta en brumas testorerónicas perdidas. Pero sí, reconozco que me comporté como tal, admito haber usado vuestras bestias púrpuras una y otra vez, sin restricciones, con el único fin de saciar mi apetito voraz. Y es que la desazón en la oquedad -a ratos apática- clamaba justicia; un poco de niebla para esta sequía, me repetía continuamente. Sin embargo una noche más ha pasado lo que suele pasar, no supe aguantar el tsunami de hastío y alcohol, y en esta ocasión no acabé envuelta en brumas de testosterona, sólo me compadecí de mi mala estampa y mi poco juicio, descoser mi alma como cualquier mujer herida y no por ello quedarme en el intento. 

El caso es que aquí estoy, podría decir tres, cinco o seis y media de la mañana, pero el aturdimiento me impide distinguir. Madrugá de un viernes que empezó siendo jueves o de un sábado que empezó siendo viernes, ya te digo que aún ando apabullada por las circunstancias. Aquí estoy, lúcida, mientras otra víctima desconocida dormita muy cerca, habiendo ingerido una cuarta parte que yo, entiéndase de alguna bebida o sustancia pegajosa. Aquí estoy, planteándome cosas que pienso hablar con vosotros, contigo, en la semana que empezará muy pronto, más correcto sería decir próximamente. A ver si conseguimos estar un poco alterados de conciencia para paliar el desfase físico que tanto daño nos está haciendo, por cierto.  

Existe, también, eso otro… ya sabes, en realidad soy una tipa violenta. Odio a los perros oliendo mi rastro, pegados a mi culo. Odio las mierdas de los perros desperdigadas por la calle. Odio a los dueños de los perros, altivos, sabelotodos y empalados, con sus correas y sin bozal. Detesto a los niños, esos cachorros de otras perras. Odio sus chillidos histéricos cuando se acerca el camión de los bomberos. Odio con igual simpatía a mis vecinos a y a los viejos que colapsan la EMT recreando tanta maloliente senectud que dan ganas de vomitar. 

Soy una rara. 

Soy una chunga que, mientras su víctima duerme, desbarra cosas prohibidas a quien aún no duerme. A quien sea capaz de seguir este ritmo que, a veces, es tan fácil como los viejos Körn en un nuevo disco bramando el despertar de la paranoia. Nunca me sentí tan bien como eructando el peligro de aquellos amantes vuestros psicópatas, acechando algo que tardasteis demasiado en asimilar. O quizá fuimos los dos, pero ya importa poco. Ojalá nunca sea tarde porque sólo somos amantes de la muerte. 


Miro el reloj y sólo han pasado cinco minutos desde la última vez. Resulta fascinante la capacidad de las mentes y los cuerpos y sus esporas. Resulta perturbador pensar que dejé de escribir cuando encontré cierta pausa emocional más allá de cánceres psicópatas. Pero dejé de escribir, lo cual es MAL. Nada es suficiente cuando te mueves más al margen que en la red que los imbéciles solían leer. Recuerdo algún bilioso correo, todo perturbador y narcotizante a la vez que escandalizado, donde el tarado de turno me hablaba sobre el riesgo de conocerte y sodomizarnos con un arnés. Nunca me molesté en sacarle del error. Nunca le dediqué más de los tres minutos de rigor para mostrarme favorable a la mutua (tuya ó vuestra y mía) dilatación anal para su escándalo y desconcierto. 

Pero ahora empieza un tiempo nuevo. Ya pasaron las tormentas estériles, las que no protagonizamos, y los períodos de cadencia rozando el suicidio. Ya pasaron invierno y primavera. Ya pasó lo peor, amigos, y tenemos una edad. Ya sabemos lo que podemos esperar de nuestros mediocres acompañantes (entre los que nos incluyo) pues te sé tan bien como tú a mí. 

Siempre es lo mismo, la duda. Siempre la oscilación que puede empujarte al abismo. Siempre la armonía capaz de conciliarlo todo. Siempre el desgarro y la fugaz sensación de vacío a cambio de mediocridad. Siempre los filósofos violando analmente humanidades enteras, pero quizá sea posible cambiar. Pronto tendremos la charla y la necesidad. 

Pronto descubriremos lo que siempre estuvo ahí, o no. Pronto volveremos a degustar el lado raro de la moneda.



Korn - Paranoid and aroused


jueves, 18 de junio de 2015

Luces y sombras





... abril 2015



Permanecí inmóvil bajo el quicio de la puerta, acobardada por los fuertes golpes detrás del pequeño cristal y titubeando sin saber bien qué hacer después de un aletargado silencio. Temblaba al no escuchar respuesta cuando pregunté quién eras; enmudeciste, creo, porque ni tan siquiera tú sabías que hacías allí. Pero después oí tu voz y pensé que no podías ser tú, había pasado mucho tiempo y tal vez el deseo de saberte entorpeciese el recuerdo de tu sonido en mi memoria. Me sorprendió encontrarte hecho un ovillo entre los pliegues de la cortina al abrir la puerta de la calle. Te escondías, ocultabas tu rostro, y yo creo que también tu vergüenza, porque enseguida te sonrojas y bajas la mirada cuando descubres que, sin querer, te has deshecho de tu caparazón. Latía muy fuerte mi corazón, la respiración también se aceleraba a medida que tus pasos avanzaban hacia mí, y yo ya no sabía si tiritaba de frío o, simplemente, imitaba la reacción de una estúpida quinceañera cuando descubre que el chico con el que tantas noches ha soñado aparece en mitad de la noche tocando su puerta.

Eran las seis de la mañana, el vestido con adornos dorados aún caía sobre el respaldo de la silla, junto a las sandalias de tacón y el resto de abalorios. Probablemente escogiste la peor noche del año, probablemente mis ojos permaneciesen aún hinchados después de tanto dolor y tanto llanto, el maquillaje corrido en las mejillas y el pelo revuelto efecto de esa eterna lucha contra la almohada. También, probablemente, esa fuese nuestra última noche juntos. No me importaba el desorden, ni la hora, ni mi aspecto, sólo quebrantar la poca distancia entre tu cuerpo y el mío, verificar que aquello no era otro sueño, era tan real como los rizos que te habían crecido y ahora adornaban tu nuca.

Recuerdo tu olor; es increíble porque hoy, tres meses más tarde, puedo sentirlo sumergido en mi cuello, entre mis muslos, en mi ropa, en el resto de frunces y capas de piel. Nos acomodamos en el sofá, te pregunté por la escayola que cubría tu brazo derecho y enseguida te desvaneciste en mi regazo, te acurrucaste como un niño apoyando tu cabeza en mi pecho, buscando calor, comprensión y también una soledad compartida que te ayudase a entender cómo habías dejado pasar tanto tiempo… Quizás eso era lo que más pesaba en tu conciencia, tal vez –en esa primera noche del año- pusiste en orden tus ideas y llegaste a la conclusión de hilvanar cualquier pespunte suelto en las costuras de tu mollera, pasajes del pasado. Hablamos, recordamos, intenté traducir tu lenguaje, al menos el oral, ya que el corporal estaba mucho más claro. Y aunque no consiguiese esclarecer tu lengua, entendí la coherencia de tus palabras acorde a tus sentimientos y tus actos. Para entonces ya estabas explorando la humedad de mi boca, un poco más tarde te perdías para volver a encontrarte en una concavidad cuanto menos parecida.

Te quedaste dormido como hacen los bebés, muy cerca de mí, otra vez acariciando el calor y acomodando tu escayola en un arco perfecto entre mi pecho y mis caderas, mullido en mi cintura. Y así despertamos. Tu barba, demasiado larga ya, arañando mi mejilla y tu aliento alcoholizado pegado a mi espalda. Hablamos durante largo rato aquella mañana de primero de año; divagamos sobre algo que a mí me preocupó y no supe discurrir en ello tornándolo en algo superfluo y banal (como me arrepiento ahora de eso)… tu flirteo con sustancias alucinógenas, el abuso del lenguaje inexistente, el vicio de esa soledad que te empuja al precipicio. Quise advertirte o lo hice, pero a mi manera, sin que tú llegases a entenderme del todo. Me ofrecí, sin reservas, sin límites o contemplaciones, me ofrecí de manera descarnada, y tú –precisamente- la confundiste con el lado más interesado y libidinoso. 


Te veo ahora dormido, luchando con fantasmas del más allá y tus propios monstruos. Te toco pero tu piel se ha vuelto áspera y dura, apenas creo que puedas sentirme. Te hablo pero no puedo soltarme la lengua porque tu hermano está a mi lado, tampoco sé si puedes oírme y ni te imaginas cómo me gustaría que lo hicieras. Ahora, dos meses más tarde, sé que lo hiciste, mi voz llegó allí, tan lejos donde estuviste, y tu fuerza te trajo de nuevo con nosotros.


Tal vez debería seguir escribiendo la historia, sólo tendría que dejar que nuevos capítulos aconteciesen, pero no estoy segura de querer asomarme de nuevo al abismo.