Corazón y pases cortos

Hace unos años los supermercados del país, en un encomiable esfuerzo por preservar el planeta, evitar la contaminación y mejorar sus estados de resultado decidieron eliminar la entrega de las bolsas plásticas en que entregaron, durante décadas, los productos que comprábamos. A cambio, empezaron a vendernos unas bolsas de tela reutilizables muy bonitas.

Ahora bien, todo lo que compramos sigue viniendo envasado de la misma forma que antes, en hermosos y muy vistosos empaques de plástico descartables, lo cual sería suficiente para hacernos desconfiar de la motivación ecológica de la medida.

Algo similar sucede con el reciclaje de los desechos: le trasladan la responsabilidad de separar los residuos reciclables a los pobres usuarios, junto con una catarata de publicidad apelando a nuestra responsabilidad y por qué no, a la culpa.

Veamos: no es ningún secreto que los países más desarrollados son los responsables de las mayores emisiones de gases de efecto invernadero, del mayor consumo de combustibles fósiles y de la mayor producción de residuos per cápita, con mucha diferencia respecto de los países menos ricos.

Lo mismo sucede dentro de cada sociedad: los más ricos contaminan más (mucho más), lo mismo puede decirse de las grandes empresas. Sin embargo, en vez de legislar y controlar para que las grandes empresas tengan conductas más responsables hacia el medio ambiente, los gobiernos prefieren "concientizar" a la población para que separe en los residuos las toneladas de contaminantes que las grandes empresas siguen comercializando.

Una vez más, nos venden la bicicleta, el compost y nos dicen a qué temperatura debemos poner el aire acondicionado. Mientras tanto, en un lugar que no vemos hay una fiesta alucinante, que no se detiene nunca y a la que nunca nos van a invitar.