Fotografía de Pixabay:CC0 |
Sé que la lavadora centrífuga a un toque de diana presuroso, en tanto la mañana muere en aras de su antecesora. Sé que la vida ¡ah la dulce vida!, arrincona gritos por oscuros cuartos, desgarradores gritos. Pero esa vida no es la que vivimos, y anhelo que vengas a devorarme, a estrujar la mirada de este yo que te ama.
Saberme aquí, flotando en la espuma de unas pestañas que me deshojan por dentro, es la consecuencia de haber dado un paso tras de otro. No somos sino: dos copas de amor, de árboles libres como las palabras que dejan escapar las jaulas al mar. El azul de algún verano se ha quedado entre nosotros, en esa pequeña orilla que perfila tu mejilla.
Así seguimos, raudos al encuentro de la esquina que dobla el acero más maleable: un amor destinado a soportar los envites del invierno más hostil, porque nos queremos bien, sólidos como una via de tren que nos lleva con firmeza: como el viento que soplaba la veleta que miraba hacia Córdoba.
Córdoba, Córdoba que fue, aquella tarde nuestra, tú salías de mi mano con la esperanza de que yo jamás abriera la mía. Enlazados de la mano continuamos, y entramos en aquel bar de turistas que nos hizo tan humanos. Todo mi pasado descolgado de tu boca, y en la tuya la Mezquita y el mejor regalo de dios: nuestra Elvira.
Seguimos a dos palmos de la boca de la fuente, transparentes como las verdades que nos velan, como el último beso que nos brinda la noche mientras observa la luna de este sur, que jamás ha perdido el norte. Te hallé perdida aquel invierno, perdida entre lo que no decías y lo que yo callaba, los gatos tiritando de frío compartian la rota ventana que los protegía de la lluvia, así compartiríamos cama y sabanas; sueños y fantasmas.
Hablar es fácil, sentir sencillo, mas soplar tu pelo es viajar en primera clase encima de las rodillas de una abuela que muestra el mundo con desparpajo. Por eso supimos que no era completa tu cintura hasta, en tanto no la ocupo Maitena.
Ultimá la palabra, después el punto que la cierra, la coma no, pues siempre responde a una pausa que quiero tomarme para daros un beso. Soy el albañil de confianza para esta obra que me arde por dentro: La sagrada familia.
Sigue el viento, las imagenes se repiten sinceras como las vueltas al bolsillo cuando no te guardas nada, hay un tinte de nostalgia por la eternidad de la vida, que ha de continuar con o sin nosotros, hasta que alguien detenga el viento.
El tiempo apremia, me llamas a lo lejos, te observo, estás sentada en una caricia con las niñas. Hecho un terrón de azúcar, lo disuelvo, contemplo, me regodeo. Estáis frescas como un paseo por la plaza de Abastos. Doy un sorbo, luego otro, soy feliz.
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