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30 de octubre de 2008

Bancos

Y resulta que una mañana en una plática animada y a tenor de una canción de los Mártires del Compás nos encontramos tratando el tema de la economía, raro en estos días, y su relación con el amor. Dice la canción en concreto: "Hay bancos pa´quererse, bancos pa´amarse y bancos de peces... y bancos por las esquinas que a tí y a mí nos quitan la sangre". Algunos de vosotros la identificaréis. En estos casos lo más importante es pensar ¿qué ocurre con los bancos para amarse cuando los bancos que te chupan la sangre se llenan de impagos, negativas, adeudos, insuficiencias (porque el cretinaje es fáctico)? Lo primero que acudió a mi cabeza era mi parque, el de las siete tetas, tan acostumbrado al amor, a un amor sublime porque se esparce, a través de los montículos, por toda la ciudad de forma sobresaliente y sólo choca de golpe con la distante sierra madrileña, pero conservando en sus picos un poco de hielo. Al día siguiente, y la verdad un poco obsesionado con el tema, dediqué la tarde a pasear por sus curvas y analicé los bancos, vacíos por supuesto; lo que antes eran remansos de amor, donde el mero paso cercano suscitaba un peligro de contagio, donde las puestas de sol eran llaves para entrar en el otro y hacer uso del enigma empático de los hombres, donde, donde, dónde están ahora esos personajes (antes actores). Como no podría ser de otra forma y para no caer en el agravio de la ignorancia (que es el no contraste) acudí la mañana siguiente a una sucursal de banco para preguntar sencillamente cuál sería el crédito máximo que podría pedir con mi nómina (que me colgaba de dos dedos), me senté a esperar mi turno el tiempo suficiente para observar decenas de parejas con caras de preocupación que, paradas en mitad del espacio y sin dejar de temblar, esperaban su turno, vivían con extraordinario miedo el momento en el que la pareja anterior se levantase (si había discusión previa entre amantes era aún peor) y dejara esas dos sillas vacías frente a un locutor con traje impoluto que parecía vivir al margen de la situación. Pensé entonces que no entendía realmente lo que estaba sucediendo y que si me vestía de negro, me ponía una pegatina a la altura del corazón que dijera: "el amor es gratis" y me pusiera en la puerta del banco (del que chupa la sangre) la gente saldría en manada a dotar de contenido el parque, como recordaba desde mi infancia; aplicar la lógica en un lugar como aquél se antojaba difícil pero me parecía de razón que ante el vacío monetario al que asistimos (antes de que los Gobiernos de medio mundo decidan dar los ingresos de todos a unos pocos para que puedan seguir prestando con interés, es decir, haciendo lo mismo) el lleno momentáneo y la vuelta al esplendor de los parques se hiciese latente (es decir una relación inversamente proporcional) pero la realidad irracional y enferma era que a mayor sangre extraída mayor vacío de amor y pensé que los bancos que te chupan la sangre te absorben también el corazón.

"¿Un crédito de nada le viene bien?", me dijo fanfarroneando. Por supuesto y ocupé, aun solo, el banco del que nunca debía haber salido. Allí vi ponerse el sol.


 
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