Lo cual, la verdad, no veo qué tiene de malo. A mí bien me hubiese gustado trabajar para la Monogram o la PRC, haciendo de profesor chiflado, sacudiendo jorobados y alternando con glorias del celuloide como John Carradine, el gran Stanley Ridges o the great second mad doctor Lionel Atwill. Mejor no salir del mundo de los seriales que hacer películas en color como las de ahora, con niños bitongos y muñecas de plástico en medio de tramas de lo más inane. Sabiamente, les decía, George Zucco no pasó apenas de la serie B de verdad, que a estas alturas es de suponer todos sepan lo que es. Vayan unas cuantas pistas para los retrasados, que parece que abundan por aquí. Ay, ay, mucho Argento y mucho Takashi Miike, y no me saben nada de lo que de verdad importa.
A ver si adivinan de qué fantástico hablo: sesenta o setenta minutos de duración, riguroso blanco y negro, estrenos cada quince días, total respeto a las reglas del género, argumentos imposibles, presupuestos de pena y actores excelsos en lo que los pelagatos llaman horas bajas. Laboratorios ocultos, monstruos, héroes, señores mayores con sombrero, chicas perseguidas, exquisitos decorados; impecables las partes técnicas de fotografía, iluminación, puesta en escena y las cosas esas en que se fijan los cinéfilos. Películas casi siempre degustables, que más allá del encanto kitsch, cool o camp que gustan decir los enteradillos, son productos bien hechos, ágiles y que rezuman locura en no pocos casos. Celuloide del que crea adicción, con escenas de gloriosa bizarría que se infiltran bajo la retina y luego ya no te puedes desenganchar como si de drogaína se tratase. ¡Gloria eterna a George Zucco por no abandonar nunca tal uni
verso de maravilla y baratura!
EL MALVADO BURGUESÓNInglés, de Manchester, cosecha 1886, George hizo un poco de todo antes de dedicarse de lleno a su carrera cinematográfica. Artista de variedades; soldado en la Primera Guerra Mundial, de la que se trajo la parálisis en tres dedos de la mano derecha; actor de teatro con cierto prestigio en Canadá, tiene cumplidos los cuarenta cuando comienza a participar en producciones de cine británico, siempre en segundo plano. Hace de médico, de abogado, serio y tradicional, y hasta asoma en una fantástica, la rancia
El hombre que hacía milagros (1935). El caso es que aburrido de tanto comedimiento Zucco emigra a Hollywood, donde no puede entrar con mejor pie. Para entonces es un cincuentón bragado en mil escenarios, y no tarda en colocarse como secundario habitual en producciones de género de grandes y pequeños estudios. Después de participar en un montó
n de películas, entre ellas las series de El Hombre Delgado, de Charlie Chan, de Arsenio Lupin y de Bulldog Drummond (si no saben quienes son estos señores, me lo miran en internet, mocosos), recibe la primera señal del destino: le otorgan el papel del profesor Moriarty, el enemigo acérrimo de Basil Rathbone en
Las aventuras de Sherlock Holmes (1939). Por fin puede lucir esa malignidad subterránea que almacena tras su respetable fachada. El filme se estrena con aire de gran producción, y por un momento parece que la suerte de Zucco va a cambiar. Vana esperanza, pero mejor para nosotros, porque como consecuencia de su actuación como siniestro Emperador del Crimen intentando robar la Corona británica, Zucco empieza a ser encasillado como malvado. Elegante, distinguido y culto, pero con un fondo más negro que el carracuco.
CUANTO MÁS SABIO, MÁS LOCO
Veintiún títulos más se calza el amigo Zucco en los siguientes tres años, y es que muy pronto nuestra estrella adquiere fama como el hombre que jamás rechaza un papel. El motivo aún lo desconozco; el caso es que
su rostro cada vez más sombrío, sus ademanes graves y los monólogos de loco que de vez en cuando enfila con voz cavernosa se hacen habituales del cine de género. La inmortalidad le llega de la mano de la Universal con la modélica
The mummy´s hand (1940), alegre disparate que reinventa la leyenda de la Momia olvidándose por completo de Karloff. Zucco tiene papel estelar, Andoheb, imponente arqueólogo que esconde una doble vida –una constante en su filmografía- como Sacerdote del Templo de Karnak, un decorado de ruinas aztecas que pasan fácilmente por el Antiguo Egipto con cuatro jeroglíficos y la complicidad del espectador. La película crea una atmósfera tan de barraca de feria, tanto en los subterráneos del templo como en las apariciones de la momia, está tan excelsamente fotografiada y tiene un desarrollo tan deliciosamente discordante que desde su estreno se convierte en clásico bizarro. Zucco, magistral con su fez y con la sotana sacerdotal, resucitando muertos y jurando solemnemente por los poderes ocultos de Amon Ra. En las dos siguientes entregas de la serie es Andoheb otra vez, maquillado de viejo e interviniendo cada vez menos tiempo. div>
Del año siguiente es otra joyita más rara,
The monster and the girl, la primera vez que George hace de mad doctor, con un argumento bizarro donde los haya. Unos gangsters obligan a una chica a quien casan falsamente a trabajarse la calle como meretriz. Pero el siniestro profesor Perry roba el cadáver de su novio, ejecutado poco antes, y trasplanta su cerebro al de un gorila que en cuanto despierta la emprende con todos los malvados. ¡A ver quién da más!
E
L FABRICANTE DE MONSTRUOS1942 es su año má
gico. Además de figurar en alguna major como El Cisne Negro, el clásico de piratas de Tyrone Power, o rodar la secuela de La mano de la Momia, interviene en la serie del detective Ellery Queen y aún le sobra tiempo para afrontar sus primeros papeles protagonistas en dos obritas maestras donde se consagra de una vez como el mayor de los mad doctors. Sus poéticos nombres:
The mad monster y
El secreto del Dr. Renault, cánones del cine de bajo presupuesto, en los que se fijan definitivamente arquetipos, escenarios y lugares comunes. O sea, que ambas están más locas que una cabra, emanan delicioso aroma a naftalina y proporcionan gozosos momentos cumbre: Glenn Strange deambulando por los bosques transmutado de paleto en licántropo, o los int
entos, látigo en mano, de domar al Mono Hombre que el Doctor Renault en su demencia ha creado.
Por fin Zucco reina en el abismo. El hombre aparentemente sin carisma ha fabricado un personaje que repetirá más a menudo de lo que hubiese deseado. Sus ademanes autoritarios, la mirada torva, el resentimiento que atesora y su profundo desdén por la humanidad constriñen su carrera a un encadenamiento de felices títulos de similar cariz:
Dead Men Walk (1943)Zucco haciendo de dos hermanos
gemelos, uno bueno y con pelo y otro calvo y vampiro;
The mad ghoul (1943), tal vez su mejor creación como sabio loco; esa cima absoluta del cine majareta que es
Voodoo Man (1944), en la que no duda en encasquetarse un gorro de plumas de gallina para dirigir las ceremonias vudú que han de devolver el alma a la esposa de Lugosi, un cadáver ambulante de muy buen ver; o el extraño caso de
Return of the Ape Man (1944), una majadería en la que Zucco consigue lo que parecía imposible: figurar en el reparto oficial como el Hombre Mono y no aparecer ni un solo segundo en pantalla. ¿Lograría además cobrar?
Y LA SERPIENTE VOLÓVano es el mundo y voluble su gusto, y la preferencia por las películas de miedo desaparece al acercarse el fin de la Guerra Mundial. Probetas y telarañas pasan de moda, bien que Zucco tenga tiempo de colocar pequeñas apariciones en clásicos de lo bizarro como
House of Frankenstein (1944) o
The Mummy´s Ghost (1944), con la Momia trasplantada desde Egipto a los pantanos de Louisiana de la mano del inmortal Lon Chaney. Toda la industria B emprende una lenta retirada que todavía ha de proporcionar instantes memorables. George se refugia en el policial, rodando varios durante 1945; alguno con su habitual personaje de maldad encubierta, como el Leo Grainger de
Fog Island, que se distrae montando en su mansión cámaras secretas de muerte lenta.
La hiperactividad de años anteriores se frena en 1946, cuando sólo rueda el remake de
The devil bat (1940), una de las más locas aportaciones del Tío Bela a los fondos de la Monogram. Aquí en vez de murciélago es un ofidio malo,
The Flying Serpent, cuya natural inclinación a seccionar
yugulares ayuda a nuestro hombre a componer su última y melancólica obra maestra. Al parecer poco después cae enfermo y trabaja mientras puede, haciendo de contrincante de Bela Lugosi y Angelo Rossitto en
Scared to death (1947); enfrentándose a un fondón Johnny Weismuller en la decadente
Tarzán y las sirenas (1948) o llegando a la autoparodia en
Who killed Doc Robbin? (1948), junto a un grupo de jóvenes sosainas, Curley´s Gang, de esos que en USA gustan tanto. Está llegando el fin. Tanto trabajar algo tiene que rendir y George Zucco, deteriorado, pasa sus últimos años en una residencia, dicen que confortablemente. En 1960 decide abandonar del todo este mundo, de neumonía, cuentan unos, o según afirman otros por su propia mano y voluntad. En todo caso, ustedes guarden un minuto de silencio, ignorantes.