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2012-05-04

Fog Island

FOG ISLAND
Director: Terry Morse. Con George Zucco, Lionel Atwill, Veda Ann Borg, Jerome Cowan, Ian Keith. U.S.A., 1945
Hala, se dirá más de uno entre ustedes: ya está otra vez el Abuelito dando la tabarra con otro de esos filmes sólo aptos para fans, del año de la nana y repleto de actores de los que veneran él y cuatro chalados más de su misma cuerda. Razón puede que no les falte, mas despreciar producciones menores tan disfrutables como esta no dejaría de ser un craso error. No hay cine para fans: hay cine entretenido y bien hecho y otro que es tostón y cenizo. Y esta Isla de la Niebla, mal que les pese, pertenece a la primera categoría.
Cierto que es festival de actores, de aquellos secundarios habituales de la serie B genuina capaces con su sola presencia de animar cualquier función, de aportar credibilidad a lo inverosímil, de interpretar sin parapadeo lo que les echen. Verdaderos maestros, qué quieren que les diga, modestos y solventes como nadie. Ahí están los dos grandes gentlemen británicos, George Zucco y Lionel Atwill, cuyas virtudes nunca me cansaré de glosar; la bella y gélida Veda Ann Borg, dama de la serie negra de reducido precio; Ian Keith, el actor elegido en principio para personificar a Drácula, desbancado por San Bela Lugosi; o Jerome Cowan, melifluo y gomoso, uno de esos rostros de fino mostacho y reptilesco ademán, malo habitual frente a Sam Spade, el Santo y otros paladines de la Era Pulp.
Es Fog Island policial gótico, mezcolanza muy de mi gusto, con mansión aislada -en una isla, literalmente-, pasadizos, criptas, telarañas y trampas mortales, casi una sucursal en pobre del clásico Diez negritos. Como en aquella, involuntarios huéspedes conviven en un caserón, mirándose de reojo para ver quién es el primero en largarse violentamente al Otro Barrio. Gente elegante, fina, de la que viste de etiqueta para cenar. Y es que esta alianza de la educación con la villanía es combinación difícil de resistir para quien les habla.
Y en eso nadie gana a Lionel y a Zucco, enzarzados en duelo mortal, capaces ambos de mantener sus modales mientras apuñalan, estrangulan o amenazan a sus víctimas. Todo antes que perder la clase, algo de lo que por fortuna van sobrados. Una hijastra inocente, un pipiolo, una medium con turbante, un siniestro mayordomo y un grupo de financieros son los invitados a la enrevesada trampa que el resentido Zucco ha preparado y de la que no se librará ni el apuntador.
Bien merecido lo tienen, qué caray, que para eso son gentes de orden de las que no pierden la compostura mientras asestan la puñalada trapera, como acostumbran a hacer banqueros, leguleyos y otras rapaces criaturas de despacho, ya lo habrán experimentado en sus carnes todos ustedes.
Una realización sencilla, que no plana, sobria, sin alardes y estrictamente funcional, hábil a la hora de crear la necesaria atmósfera y precisa como pocas para no aburrir en ningún momento al espectador. Ya les digo, conformarse con llamarlo filme sólo para fans es hacer flaca justicia a cine tan refrescante como este. Y quien no lo entienda así, que se pregunte de dónde le viene tal cortedad de miras...

2012-01-31

The Monster and the Girl


THE MONSTER AND THE GIRL
Director: Stuart Heisler. Con Charles Gemora, Ellen Drew, Robert Paige, Paul Lukas. USA, 1941
Por una vez, gracias a que un nietuco me lo ha recordado, he caído en que hoy es el Día Mundial del Traje de Gorila.
Ya saben ustedes que aquí en el Desván pasa con esta fecha como con los No Cumpleaños del Sombrerero de Alicia: que para mí todo el año son días simiescos. Mas ya que coincide la cosa, aparte de conminarles que LEAN MI ARTÍCULO AL RESPECTO EN EL ÚLTIMO MONDO
BRUTTO, voy a informarles de una de las cumbres del Cine Primate, perla rara y extraña que constituye a la vez la obra máxima del eximio Charles Gemora, aquel pequeño e ingenioso filipino, factor de efectos especiales, escultor y pionero del cine que fuese uno de los miembros de los Tres Titanes del Traje de Gorila. O lo que es lo mismo, el más nombrado caballero que jamás vistió uniforme semejante. Si quieren información abundante sobre él y sobre el tema, ya les digo: rásquense el bolsillo y compren el último Mondo Brutto, demonios, que está a precio anticrisis y ya está bien de dárselo todo gratis, carallo!

Incorporado al departamento de maquillaje de la Paramount Charles Gemora rueda durante los años cuarenta un buen puñado de filmes en donde aparece bajo su hirsuto uniforme, alegrando las más de las veces funciones que de no ser por su intervención hoy serían piezas completamente olvidadas. No es el caso de esta secreta joya del Fantástico Clásico, poco conocida e indudablemente merecedora de mejor suerte. Para el filipino es su obra maestra, el único filme de miedo en el que tiene papel protagónico y hasta con matices psicológicos, que para eso encarna una fantasía repetida en noveluchas y tebeos que hasta el momento no había asomado a las pantallas: la del gorila con cerebro humano.
La historia de The Monster and the Girl, prístino título, es algo enrevesada. Mitad serie negra, mitad película de monstruos, cuenta la peripecia de una cándida joven de pueblo que se pierde en la gran ciudad, acabando engañada por un falso marido que le hace creer que está casada con él y la vende después a una banda de malhechores que la coloca a trabajar de puta. Para acabar de arreglarlo, su novio, quien aspira a rescatarla, es juzgado y ejecutado por un crimen que no cometió, yendo a parar su cadáver a manos del maestro de sabios locos George Zucco, de quien les hablé largo y tendido AQUÍ, habitante glorioso de las cavernas del fantástico más abyecto. Zucco, muy en su línea, proclama a voces el propósito de “dar un paso de mil años en la evolución de la especie humana” y con tal objeto trasplanta el cerebro del muerto al cuerpo de un gorila. Desde entonces la criatura no piensa más que en escapar de la jaula y matar a palos a cuantos se compincharon para perderle a él y a su novia…
Bellos planos del simio, asesinatos de ritmo milimétricamente cronometrado, una fotografía en preciso blanco y negro y unos actores malencarados que devienen perfectos arquetipos son factores más que sobrados para incrementar al máximo el disfrute de esta pulp fiction cruel e inverosímil. Sus personajes amorales, chungos o fracasados, los gángsters de sombrero, bigotillo francés y ojos que taladran y esos dos gloriosos iconos del Pop que son el mad doctor y el gorila acaban por dotar a la cinta de un halo malsano que la eleva hacia las cumbres del género.


Buena parte de su fuerza cabe atribuirla a un increíble Gemora, capaz de expresar las emociones del monstruo como lo había hecho años antes Karloff bajo el maquillaje también aparentemente opaco de Frankenstein. Pero así como a San Boris le valió convertirse en estrella, el nombre de Gemora, la auténtica estrella del filme ¡¡ni siquiera aparece en el reparto, y eso que hasta se molestan en mentar el de un perro que interviene en un par de secuencias!!

2009-04-21

La mano de la Momia

THE MUMMY´S HAND
Director: Christy Cabanne. Con George Zucco, Peggy Moran, Cecil Kellaway, Dick Foran, Tom Tyler. USA, 1940.

No tienen muy buena prensa entre los cinéfilos de pro estas películas de La Momia de la Universal. Aferrados como están a la sacralización del primer título, no son capaces de ver estas secuelas mas que como subproductos pobremente realizados poco dignos de atención. Sabrán que son cuatro los filmes de la serie, considerando a la de Karloff como una cosa aparte, que lo es, sobre todo por las condiciones de producción.






Estamos en 1940, el público ya no busca tanto ser sorprendido por una peli de miedo como encontrar en ella los elementos que definen el nuevo género con los que se halla familiarizado. El placer de la iteración o de cómo la poesía macabra propia de la década anterior deviene género puro, con sus leyes y sus lugares comunes.

La mano de la Momia resulta en este sentido canónica. Primera de la saga, se olvida de la producción de 1932 y empieza con nuevas premisas, insertas de lleno en el universo de la serie B. Sacerdotes malignos habitan un templo como custodios de la Momia de Kharis, guardián inmortal de la tumba de la Princesa egipcia Anhanka. No importa de dóde salen ni por qué están ahí: todo es puro arquetipo.


La irrupción en el sepulcro de un grupo de arqueólogos botarates irrita sobremanera a George Zucco, un titán del terror por el que en este desván se siente especial devoción, glorioso en su papel de sacerdote Andoheb con esa hipnótica mirada torva y esa maldad afectada de exquisitos modales que acostumbra exhibir.

Él y no su siervo Kharis es el verdadero monstruo. La Momia no es mas que una pobre adicta a las hojas de Tana, dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de meterse un poquito. Por una infusión le quita a usted de en medio a quien haga falta.





Terror liviano, hecho de tópicos, que descarta la atmósfera gótica y malsana de las producciones de los años treinta. Nadie espere esa escultura de las sombras tan de la Universal: aquí la puesta en escena es sobria hasta decir basta; sólo el templo final -tomado de otra película- escapa al raquitismo general.

Y a mí, ¿cómo no iba a gustarme esta fantasía egipcia tan asumidamente menor? Esta tanto como las otras tres del lote, que otro día les hablaré de ellas. Ya verán como Kharis resucita, marcha a América, encarna en la figura del gran Lon Chaney Jr. y acaba en los pantanos de Louisiana. Hay que ver cuánto dieron de sí las cenizas inmortales del primigenio Im Ho Tep...

2008-09-06

Dr. Renault´s secret

CINE PRIMATE presenta
EL SECRETO DEL DOCTOR RENAULT
Director: Harry Lachman. Con J. Carrol Naish, George Zucco, Lynne Roberts, John Shepperd. USA, 1942

Uno de los mejores títulos del cine primate de todos los tiempos toca hoy; su recientísma reedición en impecables condiciones vale como excusa para volver sobre un filme someramente abordado en una antigua entrada del Desván.
Joya secreta, vaya por delante, perla metafísica del fantástico de los cuarenta infravalorada por los lechuguinos de siempre por su carácter de serie B, y eso a pesar de que una producción barata de una major como la Fox es siempre superior en medios y profesionalidad a cualquiera de los estudios pobres Monogram o PRC... en fin, dejémoslo, ellos se lo pierden.


Película tanto de actores como de atmósfera, que se eleva al Olimpo gracias a la intervención de J. Carrol Naish como Noel, el hombre simio creado por el Dr. Renault a partir de un gorila de Borneo, y de George Zucco, el divino calvo, que compone aquí su más sabroso papel de sabio loco. Comparte mucho con Frankenstein, ya que como en aquella el peso del relato recae en la relación que se establece entre creador y criatura, expresada en esta ocasión con unos tintes teológicos evidentes y turbadores.

Naish, condenado sin elegirlo a la tortura de la existencia consciente por un dios malvado e incomprensible, evidencia en cada uno de sus gestos grotescos el patetismo de su condición y de la nuestra; como los seres que crease Moreau en su isla sólo puede afirmarse a sí mismo destruyendo a quien le dio la vida. Nada tiene que envidiar su rica interpretación, cargada de matices, a la de Karloff como Monstruo de Frankenstein. Imaginen qué sublime.


Zucco, demiurgo sin sentimientos como los dioses de verdad, intenta guiar tiránicamente la patética existencia de su remedo humano a latigazos si es preciso. Todo en medio de una puesta en escena sobresaliente, en la que no faltan mansión siniestra, paneles secretos, laboratorio subterráneo, mazmorra, alambiques y pipetas, noche, niebla y telarañas: la parafernalia del género al completo.
Escenografía perfectamente fotografiada, en la tradición de la escultura de sombras que conforma las mejores imágenes del fantástico amado; una narración bien hilvanada, si acaso perjudicada por las premuras que impone su escaso metraje; un argumento maravilloso dado a múltiples lecturas y unos actores de quitar el hipo. Emoción pura, poesía en movimiento, oscura y absurda como la carne palpitante misma.

2008-01-23

Las cuatro coronas de George Zucco






THE MAD GHOUL
(James P. Hogan, 1943)

Para birlarle la novia, el dr. Morris convierte a su rival en zombi gracias a un gas de los antiguos aztecas. No preocuparse, que para salir de su estado cadavérico le basta con ingerir cada día un corazón humano bien fresquito. Una gema de la Universal con un Zucco que se sale como científico malo.



THE MAD MONSTER

(Sam Newfield, 1942)

El profesor Lorenzo Cameron crea una droga que transforma en hombre lobo, y pretende convencer a otros sabios para que la inoculen a las tropas aliadas para derrotar a Hitler con un ejército de licántropos. La propuesta no agrada demasiado a sus colegas, lo que provoca las iras de Zucco que decide convertir en monstruo a Pedro, un jardinero de pocas luces que asesina a niños y adultos para cumplir la venganza del doctor loco, mal que le pese. Formidable muestra de lo que es el horror de la genuina serie B (cuyo nombre toman ustedes tantas veces en vano, desdichados).


DR. RENAULT´S SECRET

(Harry Lanchman, 1942) La más atmosférica y lograda de todas las películas de Zucco, en buena parte gracias a su papel, un mad doctor salvaje que ha transformado a un simio de Borneo en hombre, su criado el gran J. Carrol Naish que se pasa el metraje pegando brincos, asesinando, enamorándose y llorando su selvático paraíso perdido. Obra magna del cine fantástico, tan incoherente como genial.




THE FLYING SERPENT (Sam Newfield, 1946) Canto de cisne del fantástico de los cuarenta, enternecen su ingenua dedicación a lo inverosímil y el voluntarioso muñeco de culebrón con alas que se atreven a mostrar. Zucco guarda en jaula al dios Quetzalcoatl, la Serpiente Emplumada, que se encarga de acabar a mordiscos con quien estorbe a su amo. Esencial y decadente.

2008-01-20

George Zucco el grande

¡Bip, bip, aquí el Abuelito emitiendo desde Radio Desván, rastreando como siempre las ondas del pasado! ¡Atención, huyan quienes aborrezcan de lo rancio! ¡Bienvenidos sean todos los zotes, porque a garrotazos los desasnaremos! ¡Acudan pronto los aprendices, que hoy toca semblanza del Rey de la serie Z, el más ilustre actor que hayan tenido la fortuna de contemplar! ¡Cuidado, no se escape algún monstruo malo y les muerda en la entrepierna! A descubrirse, sosainas, que no todos los días se entera uno de quien fue nada menos que...

GEORGE ZUCCO, EL SABIO MÁS LOCO DE TODOS LOS TIEMPOS

Hala, a sentarse, zangolotinos, que hoy van a tener el placer de conocer a uno de los más queridos y distinguidos amigos del Abuelito... un señor de respeto, serio, trajeado y cincuentón, como los de antes. Con ojos oscuros y penetrantes, rostro afeitado, venerable calva y tupidas cejas. Con esos andares arrogantes y desenvueltos y esa gravedad elegante y discreta, tan británica. Les presento al hombre que siempre figura en los últimos lugares: en el reparto, en la guía telefónica, en el padrón municipal, en los diccionarios de actores... aquel cuya tumba es un nicho sin nombre en la parte más baja del rincón de un cementerio de Hollywood. Su nombre, ignorantes, es George Zucco. Y no se confundan, que aunque lo hayan visto más bien poco (¡qué van a saber ustedes, idiotizada generación del País de las Tentaciones!), en buena ley don Jorge debería ocupar panteón junto a Lugosi y Karloff. O sea, en la cima de mundo.
Participó en nada menos que noventa y seis películas en veinte años, todas de género y la mitad extravangancias. Fue vampiro, trasplantacerebros, resucitador, Sumo Sacerdote del Templo de Karnak, asesino, detective, enemigo de Tarzán, fraile, obeah man... todo sin abandonar jamás su honorable aspecto, como de señor notario. Nadie como él ha hecho de mad doctor tantas veces, manejando látigos y probetas, ni ha sabido mantener la dignidad incólume en medio de los guiones más inenarrables. Pero ay, no contó con la suerte de tener un personaje carismático, como Bela y Boris con los suyos. Ni tuvo decadencia, eso que tanto gusta a los mitómanos, sencillamente porque nunca salió de los gozosos infiernos de la serie B, y quien jamás asciende difícilmente puede caer.


CON Z DE ZUCCO
Lo cual, la verdad, no veo qué tiene de malo. A mí bien me hubiese gustado trabajar para la Monogram o la PRC, haciendo de profesor chiflado, sacudiendo jorobados y alternando con glorias del celuloide como John Carradine, el gran Stanley Ridges o the great second mad doctor Lionel Atwill. Mejor no salir del mundo de los seriales que hacer películas en color como las de ahora, con niños bitongos y muñecas de plástico en medio de tramas de lo más inane. Sabiamente, les decía, George Zucco no pasó apenas de la serie B de verdad, que a estas alturas es de suponer todos sepan lo que es. Vayan unas cuantas pistas para los retrasados, que parece que abundan por aquí. Ay, ay, mucho Argento y mucho Takashi Miike, y no me saben nada de lo que de verdad importa.
A ver si adivinan de qué fantástico hablo: sesenta o setenta minutos de duración, riguroso blanco y negro, estrenos cada quince días, total respeto a las reglas del género, argumentos imposibles, presupuestos de pena y actores excelsos en lo que los pelagatos llaman horas bajas. Laboratorios ocultos, monstruos, héroes, señores mayores con sombrero, chicas perseguidas, exquisitos decorados; impecables las partes técnicas de fotografía, iluminación, puesta en escena y las cosas esas en que se fijan los cinéfilos. Películas casi siempre degustables, que más allá del encanto kitsch, cool o camp que gustan decir los enteradillos, son productos bien hechos, ágiles y que rezuman locura en no pocos casos. Celuloide del que crea adicción, con escenas de gloriosa bizarría que se infiltran bajo la retina y luego ya no te puedes desenganchar como si de drogaína se tratase. ¡Gloria eterna a George Zucco por no abandonar nunca tal universo de maravilla y baratura!

EL MALVADO BURGUESÓN
Inglés, de Manchester, cosecha 1886, George hizo un poco de todo antes de dedicarse de lleno a su carrera cinematográfica. Artista de variedades; soldado en la Primera Guerra Mundial, de la que se trajo la parálisis en tres dedos de la mano derecha; actor de teatro con cierto prestigio en Canadá, tiene cumplidos los cuarenta cuando comienza a participar en producciones de cine británico, siempre en segundo plano. Hace de médico, de abogado, serio y tradicional, y hasta asoma en una fantástica, la rancia El hombre que hacía milagros (1935). El caso es que aburrido de tanto comedimiento Zucco emigra a Hollywood, donde no puede entrar con mejor pie. Para entonces es un cincuentón bragado en mil escenarios, y no tarda en colocarse como secundario habitual en producciones de género de grandes y pequeños estudios. Después de participar en un montón de películas, entre ellas las series de El Hombre Delgado, de Charlie Chan, de Arsenio Lupin y de Bulldog Drummond (si no saben quienes son estos señores, me lo miran en internet, mocosos), recibe la primera señal del destino: le otorgan el papel del profesor Moriarty, el enemigo acérrimo de Basil Rathbone en Las aventuras de Sherlock Holmes (1939). Por fin puede lucir esa malignidad subterránea que almacena tras su respetable fachada. El filme se estrena con aire de gran producción, y por un momento parece que la suerte de Zucco va a cambiar. Vana esperanza, pero mejor para nosotros, porque como consecuencia de su actuación como siniestro Emperador del Crimen intentando robar la Corona británica, Zucco empieza a ser encasillado como malvado. Elegante, distinguido y culto, pero con un fondo más negro que el carracuco.

CUANTO MÁS SABIO, MÁS LOCO

Veintiún títulos más se calza el amigo Zucco en los siguientes tres años, y es que muy pronto nuestra estrella adquiere fama como el hombre que jamás rechaza un papel. El motivo aún lo desconozco; el caso es que su rostro cada vez más sombrío, sus ademanes graves y los monólogos de loco que de vez en cuando enfila con voz cavernosa se hacen habituales del cine de género. La inmortalidad le llega de la mano de la Universal con la modélica The mummy´s hand (1940), alegre disparate que reinventa la leyenda de la Momia olvidándose por completo de Karloff. Zucco tiene papel estelar, Andoheb, imponente arqueólogo que esconde una doble vida –una constante en su filmografía- como Sacerdote del Templo de Karnak, un decorado de ruinas aztecas que pasan fácilmente por el Antiguo Egipto con cuatro jeroglíficos y la complicidad del espectador. La película crea una atmósfera tan de barraca de feria, tanto en los subterráneos del templo como en las apariciones de la momia, está tan excelsamente fotografiada y tiene un desarrollo tan deliciosamente discordante que desde su estreno se convierte en clásico bizarro. Zucco, magistral con su fez y con la sotana sacerdotal, resucitando muertos y jurando solemnemente por los poderes ocultos de Amon Ra. En las dos siguientes entregas de la serie es Andoheb otra vez, maquillado de viejo e interviniendo cada vez menos tiempo. div>
Del año siguiente es otra joyita más rara, The monster and the girl, la primera vez que George hace de mad doctor, con un argumento bizarro donde los haya. Unos gangsters obligan a una chica a quien casan falsamente a trabajarse la calle como meretriz. Pero el siniestro profesor Perry roba el cadáver de su novio, ejecutado poco antes, y trasplanta su cerebro al de un gorila que en cuanto despierta la emprende con todos los malvados. ¡A ver quién da más!

EL FABRICANTE DE MONSTRUOS

1942 es su año mágico. Además de figurar en alguna major como El Cisne Negro, el clásico de piratas de Tyrone Power, o rodar la secuela de La mano de la Momia, interviene en la serie del detective Ellery Queen y aún le sobra tiempo para afrontar sus primeros papeles protagonistas en dos obritas maestras donde se consagra de una vez como el mayor de los mad doctors. Sus poéticos nombres: The mad monster y El secreto del Dr. Renault, cánones del cine de bajo presupuesto, en los que se fijan definitivamente arquetipos, escenarios y lugares comunes. O sea, que ambas están más locas que una cabra, emanan delicioso aroma a naftalina y proporcionan gozosos momentos cumbre: Glenn Strange deambulando por los bosques transmutado de paleto en licántropo, o los intentos, látigo en mano, de domar al Mono Hombre que el Doctor Renault en su demencia ha creado.
Por fin Zucco reina en el abismo. El hombre aparentemente sin carisma ha fabricado un personaje que repetirá más a menudo de lo que hubiese deseado. Sus ademanes autoritarios, la mirada torva, el resentimiento que atesora y su profundo desdén por la humanidad constriñen su carrera a un encadenamiento de felices títulos de similar cariz: Dead Men Walk (1943)Zucco haciendo de dos hermanos gemelos, uno bueno y con pelo y otro calvo y vampiro; The mad ghoul (1943), tal vez su mejor creación como sabio loco; esa cima absoluta del cine majareta que es Voodoo Man (1944), en la que no duda en encasquetarse un gorro de plumas de gallina para dirigir las ceremonias vudú que han de devolver el alma a la esposa de Lugosi, un cadáver ambulante de muy buen ver; o el extraño caso de Return of the Ape Man (1944), una majadería en la que Zucco consigue lo que parecía imposible: figurar en el reparto oficial como el Hombre Mono y no aparecer ni un solo segundo en pantalla. ¿Lograría además cobrar?

Y LA SERPIENTE VOLÓ

Vano es el mundo y voluble su gusto, y la preferencia por las películas de miedo desaparece al acercarse el fin de la Guerra Mundial. Probetas y telarañas pasan de moda, bien que Zucco tenga tiempo de colocar pequeñas apariciones en clásicos de lo bizarro como House of Frankenstein (1944) o The Mummy´s Ghost (1944), con la Momia trasplantada desde Egipto a los pantanos de Louisiana de la mano del inmortal Lon Chaney. Toda la industria B emprende una lenta retirada que todavía ha de proporcionar instantes memorables. George se refugia en el policial, rodando varios durante 1945; alguno con su habitual personaje de maldad encubierta, como el Leo Grainger de Fog Island, que se distrae montando en su mansión cámaras secretas de muerte lenta.
La hiperactividad de años anteriores se frena en 1946, cuando sólo rueda el remake de The devil bat (1940), una de las más locas aportaciones del Tío Bela a los fondos de la Monogram. Aquí en vez de murciélago es un ofidio malo, The Flying Serpent, cuya natural inclinación a seccionar yugulares ayuda a nuestro hombre a componer su última y melancólica obra maestra. Al parecer poco después cae enfermo y trabaja mientras puede, haciendo de contrincante de Bela Lugosi y Angelo Rossitto en Scared to death (1947); enfrentándose a un fondón Johnny Weismuller en la decadente Tarzán y las sirenas (1948) o llegando a la autoparodia en Who killed Doc Robbin? (1948), junto a un grupo de jóvenes sosainas, Curley´s Gang, de esos que en USA gustan tanto. Está llegando el fin. Tanto trabajar algo tiene que rendir y George Zucco, deteriorado, pasa sus últimos años en una residencia, dicen que confortablemente. En 1960 decide abandonar del todo este mundo, de neumonía, cuentan unos, o según afirman otros por su propia mano y voluntad. En todo caso, ustedes guarden un minuto de silencio, ignorantes.