LA FIGLIA DI FRANKENSTEIN (Lady Frankenstein)
Director. Aureliano Luppi. Con Joseph Cotten, Rosalba Neri, Paul Muller, Paul Whiteman. Italia, 1971.
¡Qué desacato! Pues no acabo de enterarme de que el doctor Frankenstein, un hombre algo enloquecido pero siempre revestido de clase y dignidad, ha procreado una hija de lo más desvergonzado. Y yo que creía que Basil Rathbone era el único vástago de tan ilustre varón...
Esto de los años setenta, con tanta desmitificación a cuestas, conlleva tales disgustos que me confirma mi decisión de quedarme a vivir en el pasado. Allí don Joseph Cotten era un galán de prestigio que había trabajado en El tercer hombre, Luz que agoniza o Ciudadano Kane, nada menos.
Aquí, en este desgraciado presente, es un pobre Frankenstein patilludo, envejecido y falto de firmeza y decisión que recibe la visita de su hija cuando está a punto de concluir uno de sus monstruos deformes. La niña, algo talludita, regresa de finalizar sus estudios para dedicarse, siguiendo la tradición familiar, a ayudar a su papá en sus eternos experimentos. Entrambos pergeñan, cómo no, una criatura monstruosa, calva, tuerta y más fea que Picio, que llena de instintos asesinos como está mandado, no tarda nada en enviar al otro barrio a palos al veterano y sufrido doctor, para lanzarse a ver mundo que es en el fondo lo que estos seres contra natura prefieren hacer sobre todas las cosas.
Hereda el laboratorio la moza, que resulta ser un zorrón desorejado que coge al tonto del pueblo -tonto, pero musculoso- y cerebro por aquí, operación por allá, trozo de muerto por acullá, se construye a su medida un hombre artificial especializado en satisfacer los caprichos sexuales de su insaciable ama. ¡Venga de zís y venga de zás, menudo escándalo!
Menos mal que la criatura de su padre, escarmentada en sus campestres excursiones por un público que en nada simpatiza con su otredad, acaba finalmente por regresar para poner las cosas en su sitio...
Y todo tomado en serio, sin chispa de humor, con una realización de modos modernos nada desdeñables, mal que me pese, como queriendo imitar a la Hammer esa yé-yé que tanto les gusta. Aunque lo que es a mí el soponcio ya no me lo quita nadie. ¡Serán sinvergüenzas estos italianos...! ¡Qué falta de respeto, dónde iremos a parar...!