Director: William Berke. Con Johnny Weissmuller, George Reeves, Virginia Grey, Lita Barton, Rick Vallin. USA, 1948
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Se pensaba el pobre Juanito Weissmuller que una vez desemabaraza-do de su taparrabos tarzanesco, y después de finiquitar las últimas y muy lamentables películas de la serie (caída ya en una decadencia total de la que Tarzán y la cazadora (1947) y Tarzán y las sirenas (1948) son prueba indiscutible) iba a poder alejarse al fin de las ajardinadas selvas en que había pasado dando tumbos los últimos dieciseis años.
Y no iba a ser así. Siguiendo el destino común a tantos actores del cine de género, Johnny debía apurar su copa de hiel hasta no dejar ni gota. El cuerpo no lo tenía ya para muchas exhibiciones pectorales, avejentado como estaba pese a su buena forma, así que vistiéndole camisa y pantalones los productores decidieron convertirlo en explorador y mandarlo de regreso a los territorios exóticos de mentiras donde había transcurrido su vida.
Ahora se llamaba Jungle Jim, criatura concebida en la historieta por Alex Raymond, que ya contaba con un serial cinematográfi-co de 1936 -la era de oro del personaje-, y que había de vivir en la piel de Weissmuller durante trece filmes nada menos de 1948 a 1954, llegando incluso hasta la televisión dos años más tarde en su última aparición.
Esta que hoy traigo bajo el brazo es la primera de todas. Habita Jim de la Jungla en el pequeño paraje hollywoodense de rocas y arbustos donde deambulan en círculos cuantas expediciones han partido hacia la serie B, y que lo mismo resulta ser el Far West como el norte de África, un bosque europeo o el planeta Marte. No falta su estanque para que se bañen el antiguo campeón de natación y los cocodrilos, ni montañas de stock-shots de otras películas con toda clase de fieras y primates.
Esta que hoy traigo bajo el brazo es la primera de todas. Habita Jim de la Jungla en el pequeño paraje hollywoodense de rocas y arbustos donde deambulan en círculos cuantas expediciones han partido hacia la serie B, y que lo mismo resulta ser el Far West como el norte de África, un bosque europeo o el planeta Marte. No falta su estanque para que se bañen el antiguo campeón de natación y los cocodrilos, ni montañas de stock-shots de otras películas con toda clase de fieras y primates.
Los nativos que moran en tan indeterminado lugar no son nunca negros, sino latinos, orientales, italoamericanos y en general cualquier clase de gente con los cabellos morenos. Acompañado por ellos -a los que se empeña en llamar massais- Jim emprende expedición a la búsqueda de un templo perdido donde la ignota tribu de los brujos se dedica a realizar sacrificios humanos.
Todo de forma harto cansina, sin apenas emoción (ni guión, hay que decirlo), en un ambiente paupérrimo. No es de extrañar, porque produce Sam Katzman, veterano administrador de los estudios ínfimos de Hollywood (los del llamado Callejón de la Pobreza), que hace que incluso Sol Lesser, el extraordinariamente tacaño productor de los últimos filmes de Tarzán aparezca como Rey de la Esplendidez comparado con él.
Todo de forma harto cansina, sin apenas emoción (ni guión, hay que decirlo), en un ambiente paupérrimo. No es de extrañar, porque produce Sam Katzman, veterano administrador de los estudios ínfimos de Hollywood (los del llamado Callejón de la Pobreza), que hace que incluso Sol Lesser, el extraordinariamente tacaño productor de los últimos filmes de Tarzán aparezca como Rey de la Esplendidez comparado con él.
Triste suerte la de Weissmuller, condenado a convertirse en una versión de segunda mano de sí mismo. Si este filme torpe y depauperado es el título estrella de la serie, mejor no imaginar como han de ser los últimos... aunque saliendo el enano Angelo Rossitto en uno de ellos y gorilas de trapo en varios más lo mismo otro día los veo y se lo cuento, que ya conocen ustedes mis debilidades...