Que a los devoradores de sueños no les gusta que las paredes hablen es un hecho por todos sabido, bueno lo que en realidad les gustaría a los devoradores de sueños, es que nadie ni nada hablara (excepto ellos por supuesto), por eso un día puedes encontrarte al devorador de sueños de turno clamando porque le han pintado un tren, y al día siguiente ese mismo tren aparecer cubierto por dentro y por fuera con la publicidad espantosa de una película de superhéroes americanos.
También puede pasar que algún alcalde mediocre y paleto al que disgusta muchísimo que las paredes hablen, decida cambiar el nombre de la primera y más castiza de las estaciones del metro de Madrid, y ( previo pago por supuesto), empapelarla con el nombre de una multinacional telefónica, o descubrir que han cambiado el nombre de uno de los teatros históricos de tu ciudad por el de una marca de helados, entonces el buen gusto, la estética y la limpieza ya no importan tanto, si pagas puedes guarrear cuanto quieras la ciudad que aquí no pasa nada.
Por supuesto que no estoy justificando ni defendiendo a esa panda de mongólicos descerebrados, que se dedican a destruir y garabatear escaparates con esos rotuladores indelebles que obligan a cambiar los cristales, ni a los que llenan paredes con su firma en un ejercicio narcisista, supongo que como no tienen nada interesante que decir dedican su tiempo al culto de si mismos, y muchísimo menos trato de justificar a los que andan pintarrajeando edificios históricos y monumentos cual simios enloquecidos, nada más lejos de mi intención.
Yo hablo de los que con sus grafitis y escritos nos cuentan algo, nos dicen algo y lo hacen en lugares donde el daño y el perjuicio es mínimo, o no existe, es más yo diría que muchas paredes están muchísimo más feas sin pintada que con ella, las hay poéticas, pesimistas, filosóficas, reivindicativas, de denuncia, declaraciones de amor, combativas, o simplemente un regalo para la vista.