foto sacada de internet |
Húmeda y
fría la mañana del martes, llovía y el viento helado del norte se enmarañó con
la vieja bufanda. Los besos jugaron a las escondidas al abrigo de un paraguas
color primavera. El rumor de las olas abrazó la postal como el marco de un
retrato en blanco y negro.
El miércoles
le confió travesuras al poema de su oído. Impregnaron con su esencia la línea
de la vida, la que decora la mano, y los huecos de los dedos se acomodaron declarándose
devotos del calor de la piel. Encendieron sueños para regresar al caer la noche.
Amaneció el
jueves en la comisura de sus labios. Las ganas asaltaron la trinchera de sus
cuerpos dominando y conquistando la escondida virtualidad. Mordieron el silencio con la resonancia
de sus pretensiones. Bebieron del néctar saciando su sed.
Le compraron
al viernes un sombrerito verde esperanza, un manto bordado con hilo de
estrellas y unos zapatitos con estampas de felicidad. En la arena escribieron
deseos que el mar celoso se tragó con su lengua de espuma.
Salpicó el
sábado con gotas de locura. Humedad estrellándose en sus cuerpos desnudos,
mezclándose, batiéndose… bebiéndose. Ya no eran sus voces, ni sus gemidos, ni
sus palabras chocando en la piel, era el deseo de quedarse el uno en el otro.
De pertenecerse, de anclarse.
Brilló el
sol sobre sus corazones de domingo. Estrenaron latidos nuevos, escribieron
originales guiones en sus vidas, sellaron mil y una fantasía en la historia de siete
días, cinco palabras y dos personas.