Me encontré aquel domingo del mes de octubre en una terrible encrucijada. Fede, mi hijo menor tenía a nuestro gato persa en una caja sellada donde había puesto un extraño sistema que consistía en un matraz junto a una cubeta con líquido venenoso que se esparciría en el momento en que Fede tocara el botón del dispositivo y el pobre gato moriría sin remedio. Decía que era un experimento para ver cómo el gato estaría vivo y muerto al mismo tiempo. Me llevé las manos a la cabeza. Respiré profundamente y pensé en todas mis posibilidades para hacer entender a Fede, que aquello era una barbaridad y no un experimento. ¡Qué paradoja mental tenía!
—Mamá, es el experimento de Schröder. Ciencia cuántica.
—Cariño —dije dominando mi rabia. —En esta interpretación para saber si el gato está vivo y muerto, no importará si abrimos la caja pues las ramas del universo son reales, pero sin duda no pueden interactuar entre sí.
—Mamá, siguiendo la interpretación de Schröder, en el momento en que abramos la caja, la sola acción de observar modifica el estado resultado que ahora observamos.
Suspiré, (Serafín maullaba y arañaba la caja intentando salir) sin que Fede percibiera mi verdadera intención y justo cuando llegué junto a él con suma rapidez le arrebaté el dispositivo.
—Mamá —¿qué haces? —Gritó.
Permanecí durante unos segundos en silencio observándole. Reflexioné. Mi mente dudó si era un joven inteligente, o un niño retorcido. Decidí que su inteligencia iba más allá de toda lógica. Abrí la caja, Serafín de un salto subió a los brazos de Fede. Qué ironía, pensé. Como si tal cosa, apareció en la habitación mi gatita Milu y sus dos gatitos que apenas tenían unas semanas enroscándose entre los brazos de Fede. Sentí algo de envidia.
—Fede —Señalé con toda la paciencia que pude reunir —que sea la última vez que usas a Serafín, o alguno de los gatitos para ninguno de tus experimentos, no son juguetes sino mascotas, o te quedarás un mes sin paga, ¿Entendido? —Esto último lo dije alzando la voz y señalándole con el dedo.
Fede agachó la cabeza y asintió. Lo miré un instante en silencio. Quizás había sido muy dura con él, sin embargo, tenía que entender que no se puede jugar con las mascotas poniéndolas en peligro, por muy experimento que fuera.
Volví a la cocina, anochecía y aún no tenía la cena preparada. A los pocos minutos, oí a Fede gritar. Corrí a su habitación.
—¡Dios mío! —Dije al ver el rostro de Fede.
—¿Qué te ha pasado?
—No lo sé, mamá. Serafín se puso como loco, maullando y bufando, tenía los ojos rojos y cuando quise cogerlo me atacó huyendo por la ventana. Mamá, es muy extraño.
Cerré la ventana para evitar que Serafín volviera. La cara de Fede estaba llena de sangre.
—No sufras hijo. Vamos a curarte. Tal vez todo ha sido por culpa del experimento. Ya avisaré a la veterinaria tal vez ella sepa como dar con él.
En esos momentos en otra zona de la ciudad unos jóvenes buscaban una casa con la única idea de buscar alguna ventana abierta por donde colarse y poder robar cuanto les fuera útil para vender y sacar algo de dinero. Vivían en un barrio violento en el seno de una familia desestructurada. Su padre alcohólico casi nunca estaba en casa y cuando aparecía siempre recibían alguna zurra. Su madre limpiaba escaleras y con lo que ganaba apenas subsistían con mucha dificultad.
Caminaban por las calles observando cualquier signo que les hiciera pensar que podían sacar algo. Al entrar en un callejón se toparon con Serafín. Este con el pelo erizado, los ojos enrojecidos les miró amenazante. Pablo miró a Juan. Este se agachó dispuesto a coger una piedra que lanzar al gato, pero el animal fue más rápido, se le lanzó al rostro y de un zarpazo le arrancó la mejilla derecha. Pablo, aterrado salió huyendo mientras gritaba:
—Es el diablo. Es el diablo.
Juan perdió el conocimiento y se desmayó sobre la acera. Al despertar le dolía mucho la cara. Entonces recordó lo sucedido. Se tocó el rostro y gritó de dolor. Aunque lo que más le intrigaba era saber que había sido de Pablo. El viento silbaba y el frío calaba sus huesos. Se levantó con dificultad, sin embargo, cuando se disponía a marcharse apareció aquel gato que parecía poseído por el demonio. De pronto entendió que el animal no le dejaría escapar. El gato pareció transformarse en un ser con enormes colmillos y garras. Juan sintió la muerte acercarse. El animal saltó sobre él y le arrancó la cabeza con sus garras. Aquella noche funesta otros dos jóvenes murieron a manos de lo que llamaron un animal diabólico.
María al leer la noticia en el periódico pensó en Serafín, pero enseguida se lo quitó de la cabeza (no es posible) se dijo. Fue a ver como se encontraba Fede. Entró a la habitación y comprobó que dormía. Retiró las cortinas para dejar entrar el sol y… ¡Serafín miraba desde el otro lado del cristal de la ventana! No obstante su rostro… Le caía saliva por ambos lados de la mandíbula y sus ojos… esos ojos rojos eran aterradores. No se atrevió a abrir la ventana. El animal embistió el cristal. María dio un respingo. Otra embestida. Esta vez María gritó de tal forma que despertó a Fede. Este al observar a Serafín le avisó de que debía llamar a la policía.
—¿A la policía?
—Sí mamá, creo que es mi culpa. Anoche recordé que al meterlo en la caja, le di de comer una mezcla de bilirrubina, barbitúricos y LSD para tranquilizarlo. Supongo que la líe, mamá.
—¡Dios mío! ¿Supones que esos chicos que dice el periódico los ha matado Serafín? ¿De dónde sacaste la droga?
—Mamá, del hijo del vecino, el drogata. Le di mis ahorros y [...] Lo siento. Yo tengo la culpa. Es como si lo hubiera poseído el demonio mamá. Tiene que morir, o nos atacará en cuanto logré entrar.
—¡Señor!…