Yo quería ser administrativo de la Schweppes.
Pasaba muy a menudo
por delante del edificio de sus oficinas.
Estaba cerca de casa.
A través de las enormes ventanas
veía a muchas chicas guapas que trabajaban allí.
Cada una de ellas era un sueño posible.
Yo era un adolescente atolondrado.
Y creía que trabajar allí era lo mejor que podía pasarme.
Algo seguro y para siempre.
Como si la vida pudiera paralizarse y ser eterna.
Viviría con mis padres y hermanos.
Trabajaría junto a aquellas chicas tan guapas.
Iría de casa al trabajo en un suspiro.
Y seguro que la Schweppes no quebraría jamás.
Al final la vida me llevó por otros caminos.
En teoría mejores.
Pero eso tampoco lo tengo muy claro.
La Schweppes se fue de aquel edificio.
A no sé dónde.
Las chicas guapas ya son mayores.
Suponiendo que no hayan fallecido.
Se casarían con otros.
Tendrían hijos con otros.
Ninguna me esperó.
Je.
La Schweppes sigue existiendo.
Mi familia fue alejándose poco a poco, año tras año...
Yo me dedico a escribir poemas amargos.
Y lo peor de todo es que jamás me gustó la maldita tónica.