Miren qué buena condición sigue teniendo qué bien se conserva en nuestro siglo el odio. Con qué ligereza vence los grandes obstáculos. Qué fácil para él saltar, atrapar.
No es como otros sentimientos. Es al mismo tiempo más viejo y más joven. Él mismo crea las causas que lo despiertan a la vida. Si duerme, no es nunca un sueño eterno. El insomnio no le quita la fuerza, se la da.
Con religión o sin ella, lo importante es hincarse en la salida. Con patria o sin ella, lo importante es arrancar la carrera. Lo bueno y lo justo al principio. Después ya agarra vuelo. El odio. El odio.
Su rostro lo deforma un gesto de éxtasis amoroso.
Ay, esos otros sentimientos, debiluchos y torpes. ¿Desde cuándo la hermandad puede contar con multitudes? ¿Alguna vez la compasión llegó primero a la meta? ¿Cuántos seguidores arrastra tras de sí la incertidumbre? Arrastra sólo el odio, que sabe lo suyo.
Talentoso, inteligente, muy trabajador. ¿Hace falta decir cuántas canciones ha compuesto? ¿Cuántas páginas de la historia ha numerado? ¿Cuántas alfombras de gente ha extendido, en cuántas plazas, en cuántos estadios?
No nos engañemos, sabe crear belleza: espléndidos resplandores en la negrura de la noche. Estupendas humaredas en el amanecer rosado. Difícil negarle patetismo a las ruinas y cierto humor vulgar a las columnas vigorosamente erectas entre ellas.
Es un maestro del contraste entre el estruendo y el silencio, entre la sangre roja y la blancura de la nieve. Y ante todo, jamás le aburre el motivo del torturador impecable y su víctima deshonrada.
En todo momento, listo para nuevas tareas. Si tiene que esperar, espera. Dicen que es ciego. ¿Ciego? Tiene el ojo certero del tirador Y solamente él mira hacia el futuro con confianza.
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Wislawa Szymborska, Poesía no completa, Fondo de cultura económica 2014