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Alicia Genovese, amigas, amistad, Biblioteca argentina Dr. Juan Álvarez, Blanca Varela, Cintia Ceballos, Estela Figueroa, Gabby De Cicco, La gran Nilson, Mary Oliver, poesía, Uno a uno los pájaros, Verónica Laurino
Dice Cintia:
No hay nada que no pueda entenderse
del mundo
en este mundo pequeño.
Todo lo que aquí se guarda, florece.
Cuando leí estos versos de Uno a uno los pájarosme pregunté qué rincón iba a elegir de ese mundo pequeño para contarles, alrededor del fuego de la celebración, lo que me fue dado entender:
Leer Uno a uno los pájaros es una experiencia de inmersión en la luz con todo lo que tiene de sombra e incandescencia esa lucidez reverberante que Cintia nos participa en cada poema, también en aquellos poemas, de noche cerrada, donde la extrañeza, lejos del hogar, levanta vuelo en un despojarse hacia el goce y la ensoñación del malbec.
Sus poemas son pequeñas compañías que dialogan con quienes deseamos recibirlos. La misma compañía que son para Cintia las voces de Maillard, Varela, Oliver y nuestre queride maestre Gabby De Cicco, por mencionar sólo a los epígrafes de este libro.
Sus poemas no se nos presentan como un truco de magia ¡plaf! que se nos revela además como una flor bajo una campana de cristal: inaccesible e inalterable. No. Sus poemas están vivos, se dejan tocar. Cambian con el tiempo, como un cuerpo; cambian de color, como el follaje; cambian de perfume. Tienen ojos, voces, grietas como cuevas o cavernas, donde existe siempre la posibilidad de guarecernos húmedos y latentes. Como un musgo: con lo necesario.
No es fácil escribir así. Entregar un poema y que sea un acontecimiento en belleza y también un alimento o una herramienta de supervivencia. Se necesita oficio, dedicación, y deseo, mucho deseo para sortear todo el egoísmo que se opone a que crezca la belleza. La escritura de Cintia es como el eucalipto de su poema que se bebe de a sorbos el sol y no mide su sombra. Yo me permito decir, y no mide [la grandeza de] de su sombra.
Entonces elijo sentarme bajo esa sombra del deseo y la vitalidad de Uno a uno los pájaros, y hablarles desde esas fisuras-pasaje, desde esos intersticios donde sucede la poesía: entre los silencios y la respiración del poema, esa materia incandescente donde centellea el aliento oscilante y contingente del sentido: un territorio insular, otro mundo pequeño, otro patio en espejo que viene a acoplarse a este manojo de poemas-pájaros a los que Cintia les extiende los brazos, y nos los entrega para que los, y nos, completemos en la lectura, ese ejercicio de mutualismo y combinación. Arco y flecha.
Su poética nos hace carne la mirilla por la que, a través del tiempo, contraemos y desplegamos el párpado de la revelación y el sentido, esa flecha que, como un velo al descorrerse, nos acierta en la experiencia de nuestro propio y pequeño mundo común, el de todos los días.
Vuelvo a los mismos versos del comienzo:
No hay nada que no pueda entenderse
del mundo
en este mundo pequeño.
Podríamos creer que ese mundo pequeño es la intimidad de su patio, ese herbario viviente, museo-nido y hasta territorio de preservación, pero no, el territorio del patio es el fondo del que se despega la forma singular de la mirada de Cintia, su mirada es ese mundo pequeño que nos permite entender.
Nos dice Estela Figueroa: No es para hablar de mí que escribo de la glicina
La mirada de Cintia, tan próxima a la naturaleza, se posa sobre ella y nos trae sus albricias para hablarnos de otras cosas. ¿Qué cosas? Cada quién tendrá la fortuna de aventurarse y descubrirlo.
En cada silencio, en su fértil disponibilidad, pueden posarse una a una nuestras miradas como esporas, como el polvo mismo del transcurrir, polvo que la escritura de Cintia insiste en agitar en un gesto de polinización del sentido, o mejor, de polinización del sin sentido. La potencia de la inutilidad, de lo efímero y la rebeldía de lo inasible.
Todo el tiempo, a lo largo del libro, como un rumor de viento entre la regularidad de las hojas, nos dice que somos parte de la naturaleza y hasta nos iguala con la materia inerte. El sentido del sin sentido.
Tal vez en esa igualdad equiparada resida la potencia del riesgo y la continuidad de la vida con toda su ternura, como la necesitamos: La primera libertad posible es comprenderlo, dice en el poema que abre el libro.
La certeza que Cintia tiene de esta verdad, le da a su poética y a su voz la armonía, el misterio, la perseverancia y la valentía de una gramilla que se extiende. Lo dice así:
Resistir la piedra/ que se acerca con fuerza y escribir/ la gramilla que se extiende.
Su voz alcanza un poder balsámico, logra que sobrevolemos el territorio de su escritura impregnándonos con sus imágenes, como lo hace ella en su cotidiano:
La mariposa que vuela en dirección a mí me roza con sus alas y me deja algo de su color en la piel. ¿Acaso hay alguien que dure más que eso? O cuando dice:
paso cerca de las aromáticas/ le doy un apretón a una hoja de menta peperina/ llevo los dedos perfumados a mi nariz/ sonrío/ todo es más bello.
Dice Alicia Genovese: Al final el poema canta y Cintia Ceballos al final canta con toda la belleza que le trajeron Uno a uno los pájaros porque como nos dice el poema Todo lo que aquí se guarda, florece.
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Coda: De verdad deseo que en este presente -y en los tiempos venideros- cada une de nosotres al recibir la belleza y las revelaciones que estos poemas nos conceden, nos empeñemos en resguardar, como lo hace Cintia en este libro precioso, lo que aún, y, sin embargo, florece.
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Este texto, que para mí no es otra cosa que una carta para mi amiga Cintia, lo leí en la presentación de Uno a uno los pájaros, el miércoles 9 de Octubre de 2024 en la Biblioteca Argentina Dr. Juan Álvarez. Fue un honor y una inmensa alegría poder acompañar a Cintia, junto a Verónica Laurino, en la presentación de su libro. Siento infinita gratitud ♥