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Breve sol, Cambio permanencia, Circe Maia, De lo visible, Dos voces, En el tiempo, La pesadora de perlas, La tasadora de perlas, María Teresa Andruetto, Presencia diaria, Tacuarembó, Uruguay, Vermeer
III
La muerte
I
A las tres de la tarde anocheció de golpe.
Se le voló la luz, el piso, las agujas
del tejido, la lana verde, el cielo.
Ves qué fácil, que fácil
un golpecito. un hilo
que se parte en silencio
a las tres de la tarde.
Y después ya no hay más. De nada vale
ahogarse en llanto, no entender, tratar
de despertarse.
Muerte, de pie, la muerte
altísima, de pie, sola, parada
sobre mayo deshecho.
II
Recordarte es borrar, empecinadamente
una vez y otra vez, esta sustancia oscura
que de ti me separa.
Cadáveres de días que no viste, te cubren.
Llueven sobre tu rostro gotas lentas, espesas
y de beber, amargas.
Y bebo a grandes sorbos, y dolorosamente
este tiempo que crece entre tú y yo, borrándote.
Una y otra vez, contra olas de plomo
contra de la corriente, partiendo el oleaje
–olas sombrías, noches que no viste, te cubren–
Como un nadar terrible, ahogándose
y ver tu rostro lejos, en una playa ajena
que no puede tocarse.
III
Pronto se irá el invierno. Como un mar retirándose
al bajar la marea,
deja esas suaves islas, finas, lisas, lavadas,
-estos días livianos, fríos, como de arena.
Y me acuerdo de ti. Así, de arena húmeda
que el agua ha de golpear y ha de aventar el aire,
así, de arena fría, volandera, liviana,
nuestros días, cristales
quebradizos, piedritas costaneras,
arena, arena, arena,
horas de arena suelta,
días barridos, frágiles.
Y me acuerdo de ti. Pronto se irá el invierno.
Vendrán, derrochadores de luz, días azules,
blanqueará nuestro almendro.
(Ya tiene la retama
dos flores amarillas)
Qué injusto, qué vergüenza,
de estos ojos bebiendo los colores, los días
que tus ojos no vieron!
. . .
Junto al muro
Junto al muro crecen plantas de hojas grandes
verde muy oscuro.
Tienen pintas blancas, como huellas dejadas
Por un llover de leche.
No sé su nombre. Miro sus flores blancas, chicas
juntas como en racimos.
Se inclinan a la tierra, no se ven casi, ocultas
entre las grandes hojas.
Hay plantas muy solares, con flores estiradas
hacia los amarillos resplandores del cielo.
Pero esta planta dobla sus hojas a la tierra,
gusta de la humedad, y de la fría sombra
del aire del invierno.
No sé cómo se llama, pero sé que es la misma
que cuidaban en los patios de sus casas, las manos
arrugadas y viejas.
En macetas antiguas, en patios con baldosas
gastadas, o en los fondos con parrales, las riegan
las miran con dulzura.
Ahora miro las flores a la luz, están húmedas
son dos pétalos juntos y una luz irisada
recorre su blancura.
Flor cerrada y oculta, junto a una hoja gruesa
irregular, manchada.
Racimos en sombra y frío, inclinado hacia el suelo
sus cabecitas puras.
. . .
I (EL TREN NOCTURNO)
Haz como si viajáramos
en los trenes nocturnos.
Enfrente de nosotros,
caras ajenas, serias.
Detrás del vidrio un viento
frío, oscuro, jadeante.
En los trenes nocturnos a menudo se cierran
los ojos. Es muy fácil
que el monótono ruido cierre los ojos.
Alguien
apoya, a veces
su frente contra el vidrio.
Con una mano tapa la luz del vagón, suelta
sus ojos a la noche.
Y ve pasar los árboles
derechos, juntos, negros.
En una estación trata de leer un letrero.
Quedan detrás las letras, la estación, la
mirada
de un empleado, solo
en el andén vacío.
El pasajero vuelve sus ojos a los rostros
de los que con él marchan.
Sí, mejor olvidarse del mundo fugitivo
detrás de los cristales.
. . .
Todavía la muerte
I
Afrontemos ahora
la posibilidad de estar ya muertos
—definitivamente, realmente—
un día de verano, como éste.
Resplandor que no toque la retina.
Humedad de la tierra en madrugadas.
El rocío en el pasto y no poder siquiera
quitarse los zapatos. . . Ya ves, ¿no es una lástima
no es una lástima
que ni zapatos ni ya pies tendremos?
Que ya al deshecho oído
no llegue del sonido ni la sombra
—ecos de risas, pájaros, reflejos
de amadas voces—.
Ni siquiera su falta:
el momentáneo, silencioso hueco.
Pensarlo fuertemente
y no prenderse a tibios,
acogedores, débiles apoyos.
Un día
un día no remoto
un día de tan sólida presencia
de peso tan real, igual a éste.
II
Es posible
que lo que nos rodea y nos protege
nos sea, sí, quitado.
Despojados de ropa, casa, muebles,
y aún del propio cuerpo,
es posible
que un ser incomprensible, sólo alma
un inimaginable ver sin ojos
un lastimoso resto, sobreviva.
Tal vez, posible.
¿Qué miraremos, pues, así, hamacándonos
en transparentes hilos sostenidos?
¿Qué hacer, cómo vivir la sobrevida?
Hasta el mínimo gesto necesita
un apoyo de piel, algún pequeño
movimiento real… Pesada, opaca
y mil veces bendita, densa tierra
donde pisar seguro, mientras tengas
el hueso y los tejidos todavía
y todavía puedas.
. . .
De Cambios, permanencias 1978
Cibernética
III
¿Qué nos queda?
Lo torpe
lo confuso
el pensamiento-bruma
el grito destemplado
última zona oscura
rebelde
(¿por ahora?)
refugio
(¿por ahora?)
no reductible a cifras de sistema binario.
(Otra vez como entonces, la linterna de Diógenes
en busca de lo humano.)
. . .
De Presencia diaria 1964
Junto a mí
Trabajo en lo visible y en lo cercano
-y no lo creas fácil-.
No quisiera ir más lejos. Todo esto
que palpo y veo
junto a mí, hora a hora
es rebelde y resiste.
Para su vivo peso
demasiado livianas se me hacen las palabras.
. . . .
De Destrucciones, 1986
Golpes
Se oyen los golpes del hacha sobre el tronco de un arbolito joven. Se sacude el follaje en lo alto. La mirada se detiene un momento en las ramas más finas, las que tienen hojas todavía enrolladas, recién nacidas, y que más bien parecen flores.
Luego es el hachazo final y todo cae, con estrépito, sobre el suelo. Rápidamente las ramas son arrancadas y el tronco raspado, eliminando todo rastro de corteza. Esta tarea es como un despellejamiento. El tronco desnudo queda atado al alambrado y allí empieza a secarse y a ennegrecerse con el paso de los días.
Ya todo es definitivo. No es posible ver al árbol erguido otra vez, cuando parecía sostenerse más en la luz que en la tierra. No es posible verlo cayendo nuevamente. El acontecimiento se cerró sobre sí mismo, pero no quedó aislado.
En otro lugar, en otro tiempo, un joven yace inmóvil sobre la tierra húmeda. Tan ciego como el árbol, tampoco vio venir hacia él el golpe mortal.
Una maraña espesa de días y de noches crece ya sobre su cuerpo, tratando de cubrirlo.
. . .
Discrepancias
Dice la voz de la lluvia:
-Soy la misma de hace mil años
y de aquí a otros mil, seré la misma.
Pero una gota, rota en la ventana,
no está de acuerdo.
. . .
V
Hoy me puse a cantar canciones tuyas
cuando no había nadie.
Y venía tu voz, alzándose, venía
borrándome la ajena luz, volando
tu voz hacia la mía
como por otro aire.
Venía como niebla de cariño
–y como tan de lejos–
un ansia dolorosa
de querer acercarse
y aunque casi llegaba
–ya más cerca, ya más cerca–
no podía alcanzarme.
Porque tu voz volaba
ay, querida, querida
por otro aire.
De En el tiempo (1958)
VI
Me dicen: siempre sigue con nosotros.
Y yo pienso, de pronto, oscuramente
que este papel escrito por su mano
tiene ya algunas letras muy borrosas.
La palabra «domingo» está muy tenue,
es posible que pronto no se lea.
… Domingo, era verano, el reloj mostraba
alguna hora, mientras tú escribías.
Haría sol, quizá viento, pasaría
por la calle la gente, conversando,
la cabeza inclinada, la mirada
sobre el papel, el corazón tranquilo
y la querida mano describiendo
lentamente, los trazos: de, o, eme,
Domingo…
Ah, cómo siento así crecer la muerte.
Qué ganas de llorar, decir llorando:
-Todo se ha muerto, sí, todo se ha muerto
y nada se ha salvado, todo muerto,
las letras, el papel, la luz que daba
sobre el papel, el lápiz que corría
la hora aquella, sí, la hora, el aire
muertos como la mano que escribía.
VII
Para buscarte hay que cerrar los ojos
porque ya es demasiado azul, ya es demasiado
azul frío e intenso
y abrir los ojos es como embarcarse
y echarse a navegar por un azul violento.
Y yo no quiero.
Vuelan días contigo
y azules viejos.
Y cómo duele ahora la danza de colores
y me duele la blanca luz, y el amarillo
de la flor de retama.
Hay un ahogo, un grito
detrás de estas doradas
semanas reideras.
Que de días como estos se disfrazó la muerte
sobre días como estos pisó su enorme peso
quebrándolos, rompiéndolos.
IX
Hoy estamos rodeados de ceniza.
Vuela de altas hogueras, a donde no se sabe
qué días nuestros nos están quemando.
(Se quema el tiempo muerto, y la ceniza
vuela, y ahoga y vuela).
Ahora cae, despacio, con la lluvia
y cae fría luz nacida muerta
ceniza de algún gran temblor dorado:
un viejo mediodía, un fuego antiguo
que recién se ha apagado.
Vuela y ahoga y cae
despacio, con la lluvia.
Si se cierran los ojos
se empieza a descender grado por grado
una honda escalera
un laberinto circular, bajar, hundirse siempre
y dar vueltas y vueltas.
Es entonces que viene
en una tibia ráfaga
un trozo de canción que ella cantaba
y llueven como nunca y más que nunca
harapos de este día ceniciento.
X
En una hora así, con viento
blanco de agua, con campanas, cuando han salido todos
que no se puede imaginar que andas
por otros cuartos
que no hay nadie, y nadie conversa
y nadie canta,
cómo duele el silencio cuando es hecho de voces
ausentes, de palabras
que nadie dice:
risas de sombra, voces,
conversaciones muertas.
Cuando duele el vacío y es un filo de hierro
y pesa al corazón como un pájaro muerto.
Cuando la ausencia es dura presencia de la muerte,
dura presencia, muro para golpear llorando
y ensangrentar el puño y golpear todavía.
No abren, no se abre, no van a abrir más nunca.
. . .
Los que iban cantando
Los que iban cantando
tan de mañana,
¿iban al río?
Rato se oyó su canto
por el camino.
Los que dormían
no lo sintieron
pero el canto abrió puertas
ventanas, cielos
del corazón, cerrados.
Por entre el sueño
sólo era alegre y sola
voz en el viento.
De aquel confuso canto
-voces mezcladas-
no se pensó en las bocas
que lo cantaban:
Solo era un canto
por el camino
de madrugada
. . .
No aquella eternidad
No aquella eternidad de la dicha, ni aquella
eternidad del llanto.
No el continuo aletear de ala de cielo
ni la continua llama,
sino la eterna vida de estar, de haber estado
desde que todo fue por vez primera
y no morirse más, seguir con todos
y siempre fuéramos.
Porque no sé de dicha pura, sola
limpia, limpia y sin sombra
polvo ni arena
sino de aquel surgir de la alegría
como que amaneciera
como reír después de haber llorado
como luz sobre el agua y en la tierra.
No sé, en realidad no entiendo
pero sí que quisiera
mirar desde muy lejos sobre días y años
haber estado entonces
estar después que muera
conocer los que no han nacido ahora
-no sé de qué hablarán, ni sus vestidos-
pero seguramente habrá horas como ésta
el viento como ahora
noches como las nuestras
igual caer de luz y de agua triste
igual miedo de muerte
el mismo llanto y risa y la gran ansia
de vida para siempre.
. . .
De Presencia diaria, 1964
. . .
Los límites
Puedes dejar que caigan
en ti y se disuelvan
los blancos días quietos
los saludos, las cartas
el sabor previsible de las horas que quedan.
Cada mañana el viento
trae sonidos, pasos
conversaciones fáciles
conocidos reflejos:
en la luz de estos días podemos apoyarnos.
Pero qué hemos de hacer
—no puedes, no podemos—
recibir totalmente cierto infinito peso
la hondura desmedida
el golpe inesperado.
Por pedazos, pequeños fragmentos dolorosos
se reciben entonces
como la lluvia en gotas
como la hoguera en chispas
para no aniquilarnos.
. . .
Estas tardes
Estas tardes de paz, de cielo liso
de gritos infantiles en las calles
y ladridos y juegos.
van navegando juntas siempre iguales
con sus mismo aire limpio
sus árboles sin viento
sus veredas de idénticas baldosas
y el lento oscurecerse de sus horas
de despacioso tiempo.
Y no es posible entrar dentro de ellas
—real, realmente dentro—
antes de haber pasado ya están hechas
de la misma sustancia del recuerdo.
. . .
Tarea inútil
Hay un trabajo amargo
como de fatigados pescadores
arrojando sus redes
—ansia y desesperanza—
recogiendo sus peces
de aletas frías, muertos.
Así, a duros golpes
se cree traer vivos todavía
viejas escenas en fragmentos, restos
de diálogos, perdidos
brillos de las pupilas enterradas.
No quiero más, no quiero.
Porque sé que de un modo que no entiendo
de algún oscuro modo, está presente
en mí, total, entero
el sumergido mundo que no alcanzo
No quiero alzar pedazos, restos, sombras
ya fríos, en mi mano.
De El puente, 1970
. . .
El puente
En un gesto trivial, en un saludo,
en la simple mirada, dirigida
en vuelo, hacia otros ojos,
un áureo, un frágil puente se construye.
Baste eso sólo.
Aunque sea un instante, existe, existe
Baste eso sólo.
. . .
Palabras
Tantos millones de bocas
tienen pasadas.
Pedro Salinas
En este cuarto me rodean muebles
que no conoces: tengo puesto ahora
este vestido que no has visto y miro
-¿hacia adentro, hacia afuera?- No lo sabes.
Pero ahora y aquí y mientras viva
tiendo palabras-puentes hacia otros.
Hacia otros ojos van y no son mías
no solamente mías:
las he tomado como he tomado el agua
como tomé la leche de otro pecho.
Vinieron de otras bocas
y aprenderlas fue un modo
de aprender a pisar, a sostenerse.
No es fácil, sin embargo.
Maderas frágiles, fibras delicadas
ya pronto crujen, ceden.
Duro oficio apoyarse sin quebrarlas
y caminar por invisible puente.
. . .
Raíces en De lo invisible 1998
Hoy de mañana
tuvimos que arrancar unas hierbas
que creían por todas las ranuras.
Se arrancaron las hierbas
y quedaron al sol temblando las raíces
como sorprendidísimas… ¿y esto?
¿De lo oscuro a lo claro en un instante?
Muerte invertida, rara:
de la tierra cerrada y ciega
al ojo azul, que todo lo traspasa.
Abrirse a todo aire: perderse.
Soltarse a toda luz: también perderse
dicen las raíces
temblando.
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Foografías:
http://www.academiadeletras.gub.uy/innovaportal/v/128721/46/mecweb/circe-maia?parentid=36899
https://ladiaria.com.uy/tags/circe-maia/
Los poemas que se detallan arriba pertenecen a los libros:
En el tiempo 1958
Presencia diaria 1964
El puente 1970
Cambios, permanencia 1978
Dos voces 1981
Superficies 1990
De lo visible 1998
Breve sol 2001