Este tarotista, con años de circo, o sea, llevado a sus ideas, observaba esas cartas, Reina de Oros y As de Oros, que su clienta, a todas luces, las intuía brillantes. Pero el tarotista las juzgaba una equivocación: ¿Cómo esta mujer, tan mal de salud, tenía sellado en su destino sobrevivir? “Le irá bien”, respondió mintiendo. Sin embargo, para demostrarse que no estaba equivocado, empezó a seguirla a escondidas por semanas, esperándola a la salida del hospital.
El día en que ella, por primera vez, abandonó el recinto riendo como nunca, el tarotista lo entendió: las cartas no se equivocan.