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Sesenta y nueve maneras de versarte

Sesenta y nueve maneras de versarte


Clavis



Colección: Clavis 10
Idioma: Idioma: es español
Páginas: 83
Libro
libro físico
15,00 €

Un poeta no escribe para ser inmortal, tampoco lo hace para que sus versos perduren en el tiempo ni para que se esculpan en otras caligrafías alejadas del papel. Una voz no quiere permanecer en el aire por más tiempo que el necesario, cumple un cometido, sirve a un propósito. A la poesía le ocurre lo mismo. Un poeta escribe para ser leído, recitado, expuesto, castigado si es preciso. Los versos necesitan ser consumidos en todas sus acepciones. Por lo tanto serán destruidos, extinguidos, utilizados para satisfacer necesidades o deseos, gastados, convertidos en comunión, desazonarán, deben apurar, afligir y consumar. La poesía es, sobre todo, una cuestión de tiempo, sucede en el presente, está aquí, solo reconoce el ahora. Este aire que acabas de exhalar es su único hábitat: el suspiro, pero a la vez el temblor, la emoción y el grito, la denuncia, el amor, su declamación y su silencio.

Rita Turza es una de las poetas más interesantes del panorama actual, su obra es de contornos indefinidos, aunque resulta instantáneamente reconocible porque pone al servicio de la comunicación, en estado puro, la absoluta libertad del lenguaje y ambas herramientas, en la fragua de su creación, templan de reflexiones y de amor lo necesario, mucho más allá de lo real y de lo posible. Eso ya no importa.

Estamos ante una obra poética desarmada de efectos, alejada del pedestal grandilocuente, mucho más cerca del fuego de la vida y de esa gran equivocación que a todos nos fascina. El error de todas las latitudes, el único que nos permitirá, más tarde o más temprano, recordar que hemos sido felices, y ya es bastante, el amor.

Rita escribe utilizando la cooperación del intelecto, inventa, sin nombrarla, una nueva palabra “corrazón”, y a renglón seguido se deshace de la “r” repetida, porque si el verso es la mínima expresión de la poesía, el beso es la esencia del corazón. Ahí radica el velado secreto de este libro. El beso se convierte en el color de la emoción en muchos de estos 69 poemas, hasta el punto de dibujar con cuatro letras los labios de su poética:

Me besaste en la comisura de mis labios...

justo al lado de mis palabras.

Ya no es necesario explicar nada. No se define al poeta. En el acto poético no es necesaria ninguna lógica, solamente se vive. Es la única manera de no sentir vacía la existencia. Quienes sacian su sed entre los versos, saben, mejor que nadie, que nunca es suficiente. Por eso es necesario escuchar la voz de los poetas, porque la vida sola ya no alcanza, y existe un más allá de la conciencia que se escribe para ser recitado, incluso en el

Infierno

Vi fuego descender por mi piel,

vi al sol fundirse entre tus latidos,

y en medio de nosotros nuestras palabras ardían.

Si tengo que arder en el infierno

que sea contigo.

Nuestra poeta sabe que la poesía no puede ser algo concreto, reconocible por todos en cualquier momento y en cualquier circunstancia. Por ello propone un modelo sencillo y comprensible, al alcance de lo cotidiano. Escapa de fórmulas y trucos, en busca de un denominador poco común: la sencillez está al servicio de la sinceridad.

Se confiesa poeta y se sabe mujer de voluntades firmes, como la propia necesidad y su solitaria compañía:

Necesito un poeta

que no me regale flores,

que me escriba letras.

En otro momento, en la respiración de otras emociones, es capaz de alejarse;

Necesito poner distancia entre nuestros besos.

Aunque puede regresar como lo hacen los dueños de los secretos, a destiempo, a cualquier hora, sin previo aviso ni razón, con ese “corrazón” del que antes hablamos y que destapa la alcoba de la piel:

Cerca de mis labios,

al lado de mis caderas,

en medio de mis noches.

Al poco de haber iniciado el recorrido entre los paisajes de esta publicación, habremos comprendido que la poesía es sobre todo enemiga de la prisa, y por lo tanto capaz de traspasar el tiempo, las urgencias, todo lo innecesario, para que al final brillen, como destellos ciertos, las verdades que duelen, las que nadie recoge, las que hemos perdido por caminar sin vernos.

He inventado tu nombre con los restos de mi olvido.

Y Rita, nos deja pensativos, sentados en el primer escalón de la duda, el segundo se llama soledad, intentando recordar el nombre de ese amor, que se quedó tan dentro que ni puede, ni quiere parecerse a todo lo demás que conocimos.

Esto es amor,

y no lo que me habían contado.

Juan Andrés Pastor Almendros


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