Un Jueves, Un Relato
Argumentos con algo de real
En la penumbra de las noches, Alexander, un hombre solitario de alma inquieta, encontró un placer inusual en las conversaciones ajenas. Habitualmente frecuentaba un pequeño café al final de la calle, donde las sombras danzaban con los susurros de los parroquianos. Se sentaba en una esquina, protegido bajo la luz mortecina, y escuchaba atentamente las voces que llenaban el lugar.
No tenía intenciones maliciosas, sino una curiosidad voraz por las vidas que yacían más allá de la suya. A medida que las palabras de los desconocidos se deslizaban hacia sus oídos, creaba historias en su mente. Un pintor desilusionado, un amor prohibido, un trato oscuro con lo sobrenatural. Cada conversación se convirtió en un mosaico de sombras y misterios, tejido por la pluma de su imaginación.
Un día, escuchó a una joven hablar en voz baja con un hombre mayor, extrañamente mayor. Sus palabras parecían una plegaria suplicando algo insondable. Decidió pedir otro café y aprovechar que la mesa más cercana estaba libre y había un periódico con cuya fingida lectura podía atender mejor aquella conversación. Percibió desasosiego, miedo, temblor en la mirada de la joven. El hombre, más de cerca, aunque de espaldas ahora, le parecía un ser casi espectral.
Poco después abandonaron el local.
Intrigado, Alexander decidió seguirlos para llegar a un rincón olvidado de la ciudad, donde un edificio abandonado se erguía como un monumento a la decadencia.
Allí, la joven entregó algo al anciano, quien le prometió un favor que parecía sacado de un cuento de brujas. Las palabras y la expresión desesperada de la chica insinuaron un pacto con fuerzas más allá de lo común, algo que iba mucho más allá de lo que era moralmente aceptable. Alexander sintió un escalofrío. Aquella no revelación despertó en él una inquietante sospecha sobre la presencia de oscuros secretos y tratos turbios que acechaban en las sombras de la ciudad, en aquel rincón olvidado de ella, trascendiendo los límites de la realidad y la ética.
Decidió no buscar más respuestas. Su obsesión por las conversaciones ajenas había revelado una realidad perturbadora. Al día siguiente, evitó el café y la tentación de escuchar los susurros. Cerró ese capítulo, pero las sombras de las historias que había creado lo acompañaron para siempre. Sabía que no podía escapar de la oscuridad que había descubierto en las palabras de los demás, una oscuridad que ahora formaba parte de su propia alma.
Este es mi aporte (401 palabras y disculpas por la extensión) para el reto juevero que anfitriona Demiurgo desde su Hurlingham, donde podéis ver el listado de participantes y, si os hace, seguir sus historias.