Observé el sombrero de plumas de pavo y piedras azules sobre el secreter, junto a los libros apilados y los enseres de escritura. Los papeles estaban como húmedos y tenían un toque agrisado. Levanté la vista hacia la balconada. Tras los cuarterones helados, como si fueran el marco de una estampa navideña, la campiña bañada por el rocío de la madrugada y que el sol ni siquiera acariciaría.
Mis pasos se arrastraban pesados como el bajo de mi vestido sobre los tableros del suelo. El fuego chisporroteaba en la chimenea. Me permití el silencio mientras mis dedos paseaban ligeros sobre las teclas del piano. Un golpe secó en una de ellas llegó a sobresaltarme y devolverme a la realidad.
La realidad de esos momentos que no siempre son sinceros, donde nos ponemos esas máscaras transparentes que dibujan sonrisas que no siempre se sienten, a los regalos buscados por obligación y sin deseo, a los manjares de no hambrientos que irrumpen sin atino sobre la mesa...
Tomé la llave que escondía en mi vestido y abrí el cajón que se ocultaba tras uno de aquellos otros. Ahí guardaba pocos secretos pero sí la joya que nunca me había pertenecido pero sentía que era mía, por derecho. Esa noche la luciría aunque se despertara la tormenta. Tenía derecho a ser feliz, a disfrutar de la vida, a percibir en mí la serenidad de quien soy, a contemplar en el rostro de los demás lo que siempre había escondido en el mío, a brindar a copa alzada por las esperanzas interpuestas, por las ilusiones postergadas, por los deseos no realizados, por los sueños perdidos... Por mí que, cansada de caminar con zapatos prietos, caminaría descalza por los nuevos senderos de la vida donde yo, no dudaré, en tomar las riendas de mi Renacer.
elaborado por Ginebra Bonde con todos los relatos participantes.