Un Jueves, Un Relato
Monstruos
Decidida a perderme en el hueco de sus silencios y reptar más allá de donde los pasos pudieran alcanzarme, rompí la noche y atravesé todas sus sombras. No le solté la mano ni un solo momento. Atrás, la verja que se abría a la libertad... y a la incertidumbre. Todo mi cuerpo se estremeció. No me importó que mis pies tocasen todos los charcos del camino o mis rodillas, en la lánguida huida, sintieran el duro impacto de la caída. Mis ojos no veían nada de atrás pero tampoco perfilaban hacia adelante. Mi mente estaba obtusa. Solo en ella reinaba una idea, una convicción, una decisión: Liberación.
Liberación de los yugos que nos mantenían blindados a la dura y vacía disciplina de unas manos que no sabían más que de cesarismo, a las impronunciables palabras rodando sobre la humildad de nuestros seres y cuyos golpes fresaban nuestra sensatez, nuestra simetría.
Todo lo dejaba a mi espalda, mas nada perdía.
Todo estaba por delante, mas nada tenía.
«Si es preciso, desciendo al tártaro, me arranco las entrañas y libero mi alma, me extirpo los ojos y me abro en llagas antes de volver a ser una pieza en su mano», les decía a mis compañeros. «Me niego a la oscuridad donde cortan nuestras alas cada amanecer, donde la sangre tiene menos valor que la de un cochino, donde nos miden a varazos o donde nuestros nombres quedan presentes solo para los rezos en silencio». Todos, imbuidos por el miedo se llevaban las manos a la cabeza. Unos albergaban la esperanza del logro. Otros, rechazaban la idea de la muerte. Le miraba a él. Sería mi sombra o, tal vez, sin saberlo, mi luz.
Me perturbaba el látigo partiendo el aire y arrancar, agreste y sin piedad, la piel de quien osaba levantar la vista o mirar hacia atrás, de quien no fuera lo suficientemente rápido o insuficientemente lento, de quien olvidaba agradecer la desgracia o implorar un perdón que jamás llegaba. Ni las oraciones recomponían el grano de dignidad que aún nos quedaba y que no habían logrado despedazar.
No temo a los demonios del averno porque nada es comparable a la cruel, despiadada y sádica realidad que infligen estos atroces endriagos desde la que imponen cadenas y se erigen dueños y señores con una lealtad extraída del látigo y la humillación.
Esta semana, Moni, ( convocatoria) nos convida a hablar de monstruos en cualquier de sus diferentes acepciones. En su blog, "Neogéminis", podéis ver las distintas versiones que cada participante ha tomado.