Recuerdo la Oda a Salinas de Fray Luis, quien al oír la música que su amigo interpreta al órgano dice:
el aire se serena...el alma, que en olvido está sumida torna a cobrar el tino...hasta llegar a la más alta esfera...música compuesta de números concordes...¡Oh desmayo dichoso!...¡Durase en tu reposo sin ser restituido jamás a aqueste bajo y vil sentido!...que todo lo visible es triste lloro.
Algo parecido me ocurre con algunas piezas, una elevación a un estado de consciencia estético en el que el tiempo es duración y por eso escribí el soneto:
En mi primer concierto morí vivo.
Murió el niño, naciendo la emoción.
La música mostró su ser lascivo
tomando posesión de mi razón.
Tras el primer concierto, ya sin piel,
sentí la quemadura de lo bello
que no da dolor y nos sabe a miel,
esclavo para siempre por aquello.
Todo fue consecuencia de la unión,
del brillante barniz del violonchelo
con la música en mi imaginación.
Genial abrazo del mayor consuelo
a un confuso ser en transformación.
Y así hoy digo "la música es el cielo."
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