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miércoles, 28 de febrero de 2024

Dama de mis tormentos

 


Desconocida dama,

me asomo a tu ventana,

sin querer ser atrevido,

para ofrecerte un poema.


Vives en mis sueños

y a mi alma desnudas.

Naces con la noche

y das luz a mis dudas.


Tu presencia me trastorna,

como el viento de poniente,

mi barca se deforma,

el timón se me resiente.


Recreas en mi mente,

deseos imposibles

y mi cuerpo lo acaricias

con tus manos invisibles.


Siento tu aliento

y tus besos.

Te siento muy dentro,

Dama de mis tormentos.

Recuerdos de infancia.

 



Arrastrando las botas, 

desatados los cordones,

calcetines sin colores, 

pantalones, cortos, 

de pana y llenos de remiendos,

ellas con faldas de paño, todos con camisetas de algodón,

camisas de franela,

jersey de lana hechos por la abuela, 

alguna bufanda y nuestro gorro.


Cualquier día, 

de un noviembre frío,

entre las hojas, 

marrones, sienas y ocres, 

acumuladas en la orilla del camino,

estrellas muertas, que fueron verdes,

piel perdida por los castaños, ya desnudos,

que bordeaban la vereda hacia la escuela.


Ese es mi recuerdo, repetido y mágico, de cuando apenas tenía ocho años, el recuerdo de un niño.

El camino, enorme entonces y de apenas un par de cientos de metros, que nos llevaba de nuestras casas a la escuela, y que recorríamos a diario, mi hermano, mis primas, mis primos y yo.


Formábamos un grupo, una procesión de niños de entre seis y ocho años, que arrastraban los pies y sus libros, haciendo un inolvidable ruido entre la hojarasca, húmeda y mullida, alfombra siempre llena de pequeñas vidas, hacia nuestro común destino, la escuela.


Mi primera escuela, de piedra y pizarra, recién hecha entonces, hoy desaparecida, nos esperaba con las chimeneas encendidas, una enorme estufa de serrín en el centro de cada una de las dos clases, una con las niñas, otra con los niños.


Estudiábamos separados, solo nos juntábamos al entrar, al salir y en el recreo, hasta que cumplíamos nueve años y, los que se lo podían permitir, marchaban a la ciudad de las grandes campanas a estudiar su bachillerato, internos en algún colegio de curas o de monjas, para volver al pueblo algún fin de semana, pocos, en un autobús grande y lento.


Solo había un maestro y la maestra, un matrimonio de edad madura, encantadores, siempre mal pagados, pobres pero honrados, eran las personas que mas respetaba en mi pueblo y a las que les guardé siempre un reconocimiento profundo, el maestro fue casi como un padre, mejor aún fue mi maestro, el que me enseño a amar a los libros, a descubrir el mundo desde una enciclopedia, a verlo dibujado en aquellos mapas de colores, que colgaban junto a la pizarra, a escribir con bella caligrafía, a tener disciplina y respeto.

La maestra, era una mujer menuda e inteligente, que ayudaba a escribir, con mucho esmero, las cartas a casi todo el pueblo.


Recuerdo los pupitres de madera, de un banco con dos asientos, tapa que se levanta, portalápices y tintero de cristal, que rellenaba el maestro con tinta recién hecha, de un color azul intenso y espeso.


En los recreos salíamos al patio, escaso y pobre, de suelo de cemento y esquinas de barro. Si llovía, como era la costumbre, nos cobijábamos debajo de los porches, a jugar a los juegos de entonces, con piedrecitas, trozos de cuero, tiza pintada en el pavimento, aquellos cuadros en forma de cruz, saltar a la pata coja, risas, caídas, arañazos en las desnudas rodillas, manos sucias de barro, uñas negras, mofletes colorados, pelos alborotados, con piojos casi siempre, ya no recuerdo como se llamaba el juego...


Algunos días, casi todos, nos daban un gran vaso de leche, sin azúcar, agua caliente y leche en polvo, regalada, decían, por los americanos del norte, recuerdo los grandes recipientes de cartón con unas palabras escritas en un idioma desconocido entonces. Nunca me gustó, pero me la bebía, había muchos, demasiados niños que solo eso tenían , solo ese vaso tomaban, caliente, muchas de sus mañanas.

España era pobre entonces y más pobre un pequeño pueblo perdido en las montañas, solo unas cuantas familias con prados de alfalfa, vacas, algún caballo, mulas y ovejas en pocas cuadras, un poco de madera en cada casa, recogida en el monte, para la lumbre.


La conocí entonces.

Ella era una chica lista, buena estudiante, ojos y pelo negro, seria, poco risueña, delgada, alta, un encanto, un buen proyecto de mujer.

Solo nos veíamos en los recreos, luego nada, ella a su casa con sus padres, yo a la mía, algún domingo a la salida de misa, algún baile, de niños, en la fiesta mayor, a finales de Junio por San Marcial.

Un día me guardé una onza de chocolate que me dieron en casa para merendar, todo un lujo, con mas harina que cacao, lo comíamos, muy de tarde en tarde, con pan, ese pan de pueblo grande, generoso, del que ya no hay, que sabía a pan, que olía a trigo y a leña. Conseguí proteger mi tesoro de las ansiosas bocas de mis primos y por la mañana, cuando la vi en el recreo, se la di envuelta en papel de plata.


Toma, le dije, es para ti.

Me miró solo un momento, me sonrió y me dio un beso, mi primer beso, rápido, casi furtivo, precioso, se encendieron mis mejillas y mi corazón cambió.

Ese día me hice mayor, había conocido lo que era el amor, mi primer amor.


A las pocas semanas mi familia emigró muy lejos, al sur, junto a un mar desconocido y bello en busca de trabajo, de calor, de un futuro mejor y no volví a verla.


Pasaron los años, muchos años.


Después de vivir, estudiar, trabajar, recorrer mil caminos, navegar por casi todos los océanos de este universo de pobreza y desigualdad, he vuelto a mi pueblo de visita.


La semana pasada la volví a ver, vino al pueblo también de visita, de turista, con su marido, un buen hombre, que la quiere, y mejor padre, con sus hijas, hermosas e inteligentes como su madre, maravillosas estudiantes de perfecta educación.


Estuvimos hablando, me presentó a su familia que ya me conocía por lo que ella les había contado, siempre supo de mi a través de otros, conocía mi vida, siempre siguió mis pasos sin yo saberlo.


Con las bendiciones de su esposo y de sus hijas, nos fuimos a dar un paseo por el camino del río, y ella habló y habló, y me contó, en lo que para mí fue un momento, todo su vida desde que también se marchase del pueblo con su familia a buscar mejores pastos.


Ahora está enferma, con un doloroso tratamiento que acepta resignada, que supera con esa entereza, esa fuerza interior que siempre la acompaña, ha perdido peso, está muy delgada, se le ha caído el pelo y sus ojos son profundos y tristes.


Hablamos de nuestros recuerdos de infancia.

Siempre me acuerdo de ti, tú fuiste mi primer amigo, el que me dio aquella onza de chocolate, aquel fue el primer regalo de un niño y mi primer beso.


Siempre me acordé de ti, la dije, también fuiste mi primer amor, mi primer beso, la que cambió, para siempre, mi corazón.


Casi sin querer nos pusimos a llorar los dos, como dos niños, como dos amigos que se quieren, nos fundimos en un abrazo, largo, sentido, único, irrepetible.


Después de secarle las últimas lágrimas, nos volvimos en silencio, uno junto al otro. De vez en cuando nos dábamos la mano un momento, solo un instante, ella debió sentir mi calor y yo la falta de él que en su cuerpo había, estaba muy enferma y lo sabía.


Nos dijimos adiós junto a toda su familia, no quise casi mirar, se me rompía el alma.


Hoy la he vuelto a recordar.


Cuando paseábamos por la vereda del río, me contó su último deseo, reposar junto a sus padres, en el pequeño cementerio del pueblo, junto a unos chopos que plantamos cuando éramos dos críos.


Hoy han traído sus cenizas.

Tengo el alma rota.


Llueve, la tierra tiene hoy mil tonos ocres.

El cielo se llena de nubes grises, muy tristes.


Voy arrastrando las botas, entre las hojas muertas, en la orilla del camino que nos llevaba a la escuela.


domingo, 18 de febrero de 2024

Llueve

 




Llueve,

tras mis cristales llueve,

y desde mi ventana,

veo paraguas que corren,

 y charcas, sin ranas,

que los niños pisan

con botas de agua.

 

Llueve,

tras mis cristales llueve,

y se alfombraron de espejos

las callejuelas.

Y en el parque de la alameda

los árboles brillan 

de otra manera,

con otros verdes,

brillos de seda,

el agua limpió sus hojas,

de polvareda.

 

Llueve...

 

 

Besos te mando

 


Amiga, alma gemela,

con el viento de mis montañas,

besos te mando.


       Abre ya tú ventana...que están llegando.

 

 


 







Cierra las cortinas, vecina.

Hola vecina,
puedo hablarte un momento?
soy tu vecino,
el de enfrente,
perdona mi atrevimiento...

Pero quiero pedirte una cosa,
si no te es molestia,
no quiero ser atrevido,
pero por las noches...


verás,

cuando te desnudes,
como haces cada día
en tú salón,
cierra las cortinas,
por favor.

No puedo dejar de mirar,
no puedo estudiar,
que llevo ya tres suspensos,
mi padre me va a matar.

Y tengo llena de callos,
la mano con la que escribo.


Me quedo sin aliento,
tengo mi cuerpo contento, 
pero ya no puedo mas.

Solo era eso,
vecina,
que cierres las cortinas,
nada más.

sábado, 17 de febrero de 2024

Piel adentro, de Luis Ramiro. De su libro "TE ODIO como nunca quise a nadie"

Piel adentro


No soy quien todos creen ni por asomo,

me guardo las miserias piel adentro, 

las penas no las cuento, me las como,

no busco ni atención ni ser el centro.


Soy más de lo que ves tras mi sonrisa,

un cúmulo de dudas y ansiedades,

más débil que la vida con su prisa, 

más frágil que un gorrión en las ciudades.


Y a veces soy feliz a mi manera,

me basta una mujer sobre la cama

fingiendo que me quiere aunque no quiera.


La vida con sus gritos me reclama,

me pone cada día una escalera

y subo a por un nuevo melodrama.







viernes, 16 de febrero de 2024

Retomando el blog.

 Después de mucho tiempo, diez años, quiero volver a escribir en este blog y a exponer los dibujos que realizo, normalmente, por encargo.

Un cordial saludo.

José Luis Romeo


viernes, 5 de diciembre de 2014

Solo tú.

Solo tú, con mirarme,

ya conoces mi pena.

Solo tú a mi alma seduces,

tu corazón es mi faro,

en mi noche oscura sus luces,

y el mas deseado abrazo.

jueves, 11 de abril de 2013

Soy un hombre hecho de barro

Soy un hombre hecho de barro,
que va manchando senderos,
dejando siempre mi rastro,
andando ligero, siempre ligero,
sin subirme a ningún carro.

Soy un peregrino sin nombre,
sin pueblo, sin techo...muy pobre.


Retrato a lápiz de la serie Sereos, Vigo, 2012. Indigente sin techo.

Mi mundo?

Mi mundo? 
cuatro paredes,
techo pintado de estrellas,
cama grande,
 un armario,
mesilla llena de libros
y una ventana pequeña
por la que observo mi barrio.


retrato a lápiz de la serie Sereos; Vigo 2012. Indigente sin techo, anónimo.

miércoles, 20 de marzo de 2013


"Son las ocho de la mañana...las siete en Canarias..."

Este jodido despertador alemán que tengo en la mesilla no falla...puntualidad germana...la radio se pone en marcha, cada día, a las ocho de la mañana...las siete en mis queridas islas Canarias.
En verano me despierta a las seis y media... pero ahora, en este lluvioso invierno en Málaga,  tiene mas compasión de mí y es de agradecer.
Que pereza...afortunadamente ya ha amanecido y la luz invade el cuarto  que tengo alquilado en un piso compartido ( 9 metros cuadrados, cama de matrimonio, armario grande, mesita de noche llena de libros de la biblioteca municipal, a la que voy una vez en semana, soy un lector que se atreve casi con todo lo que allí encuentra, mesa de dibujo y caballete con algún lienzo sin terminar), un habitáculo desprovisto de cortinas pero con visillos blancos que me ocultan de la vista de los vecinos y de los pájaros.

"El senado aprobó ayer, con la abstención de..."

Un par de revolcones mas...están tan calentitas las sábanas...
Cuando vuelvo a abrir los ojos el puñetero despertador ya marca las ocho y veinte...
No puede ser, protesto no se a quién, si hace un momentito eran solo las ocho...
El tiempo pasa volando cuando mejor estoy...siempre es así, aquí y en Pekín.


"...malas noticias, el delantero del Real Madrid estará de baja al menos..."

Me levanto de un salto y me dirijo derechito a la vieja nevera que comparto con mis dos compañeras de piso (algún día os hablaré de ellas) me sirvo un vaso de zumo, procedente de concentrado, de naranja o de piña, me caliento un vaso de leche en el microondas, me preparo un descafeinado soluble del Mercadona con poca azúcar y me tomo la pastilla diaria para mejorar mi tensión, casi siempre algo alta.
Lavo los vasos, sana e higiénica costumbre de los buenos solitarios, y los dejo en su sitio.
Voy hasta la ventana y observo el día que hace...así elijo la ropa que debo ponerme, mas de abrigo, mas de agua...
Hago la cama con esmero, me desnudo, doblo bien el pijama, dejo la ropa sucia en mi cesta para la colada y así, fresquito y en bolas me dirijo al cuarto de baño, y entonces de mis compañeras de piso, que suelen estar despiertas a esa hora, simulan, riéndose, escandalizarse por el espectáculo. En la ducha, dejo correr el agua para que esté bien calentita mientras hago, con mucho alivio, el primer pipí del día.
Uso desde hace muchos años un magnífico gel con sales marinas que me tonifica el cuerpo y deja un aroma a mar en el baño muy agradable.
Es una ducha rápida...enérgica...sin ponerme a cantar...saludo a mi pene mientras recibe un potente chorro de agua caliente...hoy quizás tengamos suerte, le digo cada día, pero la mayoría de los días... para disgusto de los dos...no es verdad.

"...nubes y claros y en el Pirineo se esperan tormentas que pueden llegar a ser fuertes..."

Después de secarme, lavarme los dientes (no me afeito cada día, solo un par de veces por semana) ponerme algo de desodorante y una gotas de Eau de Toilette de Dolce & Gabbana, dejo bien limpio el baño, pasando la fregona si ello es necesario, y ya estoy listo para vestirme, el slip y los calcetines están en su sitio y ordenados, los pantalones y las camisas en el armario...hasta el viernes no suelo tener problemas para elegir...pero al llegar el fin de semana me voy quedando corto de camisas planchadas.

Una vez vestido y calzado, ando corto siempre de zapatos, empiezo a llenar mis bolsillos con esas cosas que las chicas llevan en el bolso...pañuelo de tela y de papel, llaves de casa, tabaco de liar, boquillas y papel, mechero, algún chicle, (estoy intentando dejar de fumar...una vez mas) y el billetero de piel, con mas papeles que dinero. Me cuelgo al cuello mis gafas para leer...y ya estoy listo para enfrentarme a la vida.

"...y ahora un resumen de las noticias mas import..."

Apago la radio, son las nueve menos diez...llegaré, como siempre puntual a la oficina de empleo, y seré de los primeros en la cola que se forma para sellar el paro.




Retrato a pastel de la serie Mujeres maltratadas, a las que atendía como voluntario en Vigo

Dama de mis tormentos

  Desconocida dama, me asomo a tu ventana, sin querer ser atrevido, para ofrecerte un poema. Vives en mis sueños y a mi alma desnudas. Naces...