Corría descalza y distraída, a veces ausente marcando huellas sobre la calidez de la arena, cuando la tarde se recostaba en el horizonte pintando el manto de su cielo. Fue en ese momento en que se topó con aquellos brillantes ojos que albergaban en las pupilas el fuego, y quedó atrapada ante esa atenta mirada, que desde hace cuánto la observaba?. Pensó.
Se atrevió a acercarse tendiéndole sus manos que en las de él se hicieron molde perfecto, y en su cobijo la calma la envolvió con tanta prisa como anhelaba. Se miraron fijamente al paso de los días, solo ocultándose tras las sonrisas, y en un súbito suspiro ella le dijo: "Hazme sirena, báilame en el alma que yo seguiré tus pasos".
Plateada se torno su piel como el aliento fresco de la mañana, su pelo fue ave en manos del viento, le brotó música desde el canto de sus versos y su hipnótica coquetería fue miel para todo aquel que pudiera observarla. Encontró su verdadero nombre y se hizo aire apenas rozando por entre los dedos, después de tocar más allá del cielo.
Así, en tardes doradas, cuando el ocaso se adueña del brillo de las aguas, ella se asoma a la orilla para encontrarlo, porque solo ante el tacto de quien le concedió su deseo vuelve a ser mujer fundida en la pasión de las pieles. Dos mundos se encuentran, dos corazones emiten la misma melodía y ella navega a través del océano agitado por la voluntad de su amor.
Y él que la espera ansioso del otro lado, se convirtió en su lucero, en su casa de luz en las cuatro direcciones hacia donde ella mira cuando cae la noche, para decirle: "Estás dentro, en lo más profundo de mí. Tú, quien me agita la piel y la vida."
"Cuento para una niña"