REGALO
La tromba de agua que nos cayó encima hizo que llegáramos empapados a casa
⎯¿Por qué no nos bañamos primero? ⎯ Sugirió mi pareja
⎯Claro es buena idea.
Nos desvestimos y nos dirigimos a la ducha juntos.
Muchos dicen que a pesar del tiempo que llevamos juntos, aún parecemos novios o recién casados.
Una vez en la ducha comienza el juego de calentamiento, un besito por aquí, otro por allá; una palmadita, tal vez un apretón; una chupadita en los pechos; yo le pongo el jabón a él y aprovecha para acariciarme hasta el último rincón de mi preciosa existencia; y aunque ese jugueteo me calienta enseguida, no pasó más, terminamos de bañarnos, nos secamos y aún desnudos nos fuimos a la cama.
Él cogió el portátil y yo un libro, este tenía unas escenas eróticas bastantes subidas, fue en una de ellas, que comencé a removerme en la cama.
Mi pareja me dirigió una mirada, y vio que mi cara quería algo, su mano la llevo a mi entrepierna, estas se abrieron ampliamente mientras me masturbaba.
Mi excitación iba en aumento al igual que la de él, una de las fantasías que queríamos compartir era la confianza que teníamos el uno en el otro.
Después de calentarnos y darnos unos minutos de placer, decidimos que sería una buena idea dejarnos llevar por la iniciativa del otro.
Fue así como me ato las manos a la cama y me puso un pañuelo en los ojos.
Desde ese momento estaba a su merced.
Oí, como salió de la habitación, fueron unos segundos, cuando de repente sentí, algo sobre mis pechos, frío.
Confía en mí, estos hielos pondrán tus pezones erectos tan duros que serán una golosina para chuparlos.
Fue, raro, oír la voz sin verle, su tono era diferente y aquellos hielos hicieron su cometido, mis pezones eran estalactitas.
Aquel collar de perlas, que me regalo para mi cumpleaños, lo sentí entre mis muslos, llegando a mi pubis, en él hizo su parada, abriendo mi intimidad, lo paseo con delicadeza, sentí cada bolita como llegaba hasta mi clítoris y hacía que este palpitara de gozo.
Mi cuerpo ardía, pues el placer era tan intenso que desee algo más.
Despacio, me dijo, hoy te haré disfrutar de diferente manera, goza, solo tienes que sentir, dejarte llevar.
Nunca habíamos practicado este tipo de sexo, aunque lo pensamos muchas veces, hoy sería mi estreno como sumisa, me costaba aceptar estar allí atada y no poder participar en el juego erótico, pero estaba siendo un aprendizaje placentero.
Sus dedos penetraron en mí, sin previo aviso, sentí una ola de elixir recorriendo mis piernas, su voz se había transformado, no la reconocía, era más ronca, sus dedos más fuertes, entraban en mí como visitantes, no como Amo.
Cuando fui hablar, note que me ponía una mordaza en la boca, gire la cabeza, pero no me dio tiempo, sentí una asfixia, me calmo mi pareja, diciéndome que todo estaba bien, que gozara, que no pasaba nada.
En ese momento me tranquilicé, en mi cuerpo no había un hombre, era dos, recorría mis senos con la yema de sus dedos, el otro seguía con su juego de manos, llevándome al límite del placer.
Sentía correr lágrimas de satisfacción sobre mis mejillas, mis brazos me dolían de querer soltarme.
Mis orgasmos eran uno detrás de otro, no podía creer que tal placer existiera, mis pechos eran amasados y acariciados dependiendo de quien los tocara.
Al igual que mi vagina, ya no tenía más jugos dentro de ella, cada masturbación era una agonía delirante, hasta que me quitaron la mordaza y pude decir basta.
Sus labios se posaron en mi boca y nuestras lenguas jugaron a desearse, fue cuando en mí, otra entrada, una lengua acariciaba mi clítoris, mi gemido fue tan intenso, que mi cuerpo se desvaneció de placer.
Aquella noche descubrí que el sexo se puede vivir de muchas maneras.
Campiela__