Despertar y volver a nacer, es una sensación que a veces y sin que sirva de precedente no logra colmar nuestra felicidad sino que supone volver a nacer en un entorno hostil, en días en los que las horas son eternas y el tic tac del reloj se clava en nuestro pensamiento como una aguja en la retina.
Recordamos momentos, lugares, sensaciones, el tacto de esa persona acariciando nuestro pelo y sentimos un escalofrío que nos invade a la vez que evade por un momento de la realidad; nos vemos prisioneros en una montaña rusa de sentimientos que no hacen sino atraparnos en su laberinto de colores para luego susurrarnos al oído que nuestra vida real es en blanco y negro, y que hace tiempo que ya no prestamos atención a los matices.
Luego, no sin antes decirnos a nosotros mismo que el presente nos está invitando a superar nuestros propios retos, nos abandonamos a la inercia de los días. Nos levantamos de la cama despacio, cansados, como recién salidos de un largo letargo y emprendemos un nuevo día que a simple vista puede parecernos uno más pero en el fondo es único; irrepetible, un regalo de nuestro cuerpo para unos obcecados corazones, los nuestros y los de los nuestros, que se empeñan en hacer de la monotonía una forma de vida desechando la esencia de nuestro ser.
Ese ser que en mi alcanza su plenitud cuando cada noche cierro los ojos e imagino como al despertarme al lado del despertador yace un Bic, sí, la cosa más insignificante,esa que existe por y para que mientras dormía dibujaras en mi dedo anular de la mano izquierda un anillo. Delicadamente e impregnando en cada milímetro de mi piel tu cariño incondicional. No es de Cartier ni tiene un gran diamante talla princesa pero atesora la esencia del compromiso; el paso del tiempo lo va borrando y cada noche lo repasas con dedicación mientras yo te doy mi por y para siempre.
Me quieres tal como soy, como el viento ama al mar.
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