Siguiendo la propuesta de La trastienda del pecado, Mag, mi aportación es la que sigue
─ Hoy sí
que sí.
─ Bueno, eso lo dices tú
─ Claro, es la cuarta cita, toca.
─ No sé por qué te empeñas en creer que en la cuarta cita toca.
Recuerda a Susana, en la primera cita pasasteis la noche juntos.
─ Una excepción que confirma la regla. Dime si no, con Paola
ni en la quinta cita, claro, que no hubo más.
─ Hasta tú sabes que una cuarta cita no quiere decir que
acabes con final feliz, claro que, ahora te empeñas en tu teoría porque Lola
está para chuparse los dedos.
─ Lo está amigo mío. Pero me hace reír, es inteligente, y no
me digas que esa manera de mirar no te hace sentir cuán viva está.
─ Vale, y ese lunar que tiene cerca del labio, que un poco de
morbo sí te da. Mucho circunloquio para no reconocer lo obvio. Que te inspira,
no lo niegues.
─ Pelín de concupiscencia, vale, no lo
negaré.
─ Estoy seguro que no caerá esta
noche. Es más, no te llevas al catre, Diego, y si no, al tiempo. No eres su tipo.
Te mira así porque es miope.
─ Me tienes harto. Estoy hasta los
cojones de ti. O paras de ser mi Pepito Grillo o…
─ ¿O qué?
El puñetazo en el espejo le dejó una
herida en los nudillos. Se puso un poco de Betadine y las tiritas
transparentes. Se perfumó, dándose el visto bueno en otro espejo y llegó
puntual a la cita con Lola.
Cuando llegaron a su casa, tras unos preliminares más que apetecibles y una velada estupenda, Diego no puso conseguir ni una erección medio pasadera. Su alter ego, para variar, le había boicoteado una aventura que prometía. Ya en pijama, a sus cincuenta primaveras, "un día u otro conocería a su media naranja", se dijo cabizbajo
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