Siguiendo la propuesta de Voravela, sobre amores imposibles, mi aportación es la que sigue.
Por la vibración ligera sobre el mueble, sabía que Pablo regresaba
a casa. Tenía asumido que primero, tras quitarse
los zapatos, Morfeo subiría a recibirle. O a su regazo, o contra las piernas,
en un frotar de saludo. Pero llegaba la noche, cuando las luces del techo
otorgaban al saloncito de muebles de Ikea unas sombras espeluznantes.
Se encendía un aparato parlanchín, que también emitía luz propia,
cambiante según el programa, y cuando sonaba al fin la sintonía de los anuncios,
Pablo se acercaba, se inclinaba, y cogía un pellizco de material como arenoso,
que depositaba en la superficie. Él devorada con apetito la comida, mientras veía
esa cara, la única familiar. Se preguntaba si tendría algún amigo, como ellos se
tenían el uno al otro, pero nunca llegó a saberlo, o si lo supo, lo olvidaba
deprisa.
Reinaba la noche y Morfeo se sentaba a mirarle, se
aproximaban las caras y él hacía amago de sorber un bigote. Morfeo hacía como que quería atraparle, porque
en verdad querría, pero para acariciar esa piel resbaladiza, naranja,
brillante, y amada. Cuando escuchaban que Pablo se iba al dormitorio, Morfeo decía
adiós con un gesto, y se iba tras los pasos humanos. Se lamía con cuidado las patas, se limpiaba los
bigotes con sus puños, se desperezaba y dejaba acariciar. A veces escuchaba las
palabas de Pablo, pero casi siempre acababa por quedarse cuajado. Dormía sobre
el edredón, o dentro, según la temperatura. Soñaba casi siempre con Azar, que bailaban,
como cuando viera a Pablo con aquella chica de camisa azul.
Como otras noches se despertó en medio de una pesadilla. En
ella mordía a Azar, sin querer, y, agitado y aterrorizado fue a verle. El
acuario, cual esfera encantaba, albergaba a ese amigo que tanto le importaba,
bien tranquilo. Se sentó, y tocó el cristal con su nariz. Hablaron un rato,
bajo la luz de la luna que entraba por los ventanales.
Sospechaba que de las largas conversaciones, pocas cosa retenía
en el recuerdo, pero era tan grato charlar con él, era tan emociónate explicar sus
cacerías de moscas o peripecias con una pelota de papel, que se le hacía el
tiempo muy corto. Esa noche, con aquella iluminación casi mágica, mientras Azar
le miraba embelesado, se puso a declamar versos de amor. A sabiendas que su
amor era imposible.
Palabras :390