Subí a una escalera, por acceder a la caja de los abalorios de Navidad, para bajarla luego, cargada de miedo a caerme y pavor a que un gato necio se interpusiera en mi camino, estando yo de esa guisa. Con ambas manos ocupadas.
Desistí pronto de montar un
pesebre, por la obvia imposibilidad de colocar las figuritas, y que se mantuvieran
quietas. No es que se movieran solas, es que apenas las intentaba alinear se iban
en pos de una de sus pata delanteras.
Los arañazos para afilar
sus uñas contra el corcho que simulaba un portal para cobijar un nacimiento, sonaban
a gloria para sus oídos, y ese musgo recién comprado, aun en la bolsa, sin
haberlo colocado, ya había llamado su atención.
Eché de menos a Alfred, quien con algún conjuro literario me quitase de en medio a un personaje molesto de un relato navideño, pero las letras tienen la consistencia de las palabras, y tampoco me hubiera servido para alejar a un predador de una aventura de caza que parecía desplegarse ante sus ojos.
Entonces saqué el árbol, de
segunda mano, de una caja con asa. Ese que no había desplegado el año pasado ante
la adolescencia del minino. No sé cómo explicarles que no llegué a abrir sus
ramas tampoco esta vez, pues con mis primeros movimientos para armarlo se me
hizo evidente que las bolas podían durar unos segundos, o tal vez minutos, y poco más. Las
bolas de mi casa no se rompen, y le sirvieron de pelotas relucientes y juguetonas, así que
volví a guardarlas. De hecho, procedí a guardar todo menos unas cintas de espumillón y
algunas bolas, para decorar las paredes.
La mesa de Navidad tuvo que
estar preparada con cerradura previa del gato en una habitación, porque le
resultaba tentadora, y le habíamos visto con su pose de felino en la sabana, al
acecho. Pero todo resultó bien. Lloró poco desde su habitación de aislamiento,
o le escuchamos poco.
Ya pasada la etapa de montar
un Belén, o el pesebre, recordé un río de papel de aluminio, que de tan limpio
parecía imposible, y esas palmeras que luego rociábamos con nieve...que ya me
dirán que contradicciones. Por recordar, recordé a ese
niño Jesús tan desnudo. Y a un abeto de navidad, que manda narices el gusto de
comprar uno natural y la bobada de uno sintético como el mío, pero que en ambos
casos hay que calcular tamaño de adornos y número, porque no quede un perifollo
abigarrado, o de una pobreza de espíritu que quite el alma. En caso de poner
los dos ornamentos, siempre recuerdo echar en falta ese máster de cálculo y física cuántica
como poco, para acabar cabiendo sin deshacer la sala de cada casa.
Los agobios de las comidas de
Nochebuena o de Navidad son tan dulces como cómicas a ratos. Recuerdo esas
mesas de amor y paz donde no faltan cuñados pesados en enseñar su ipod. O esas en
Cataluña, con invitados con afán independentista, y abuelas beatas, porque
entonces ya la comida se convierte en una maratón de diplomacia!.
Lo de la noche vieja será de mayor
estrés si cabe, pero esta vez, si lo celebro en casa será de mucho más agobio, porque
además este acontecimiento viene con límites
de reloj en mano. Las compras para esa cena son de episodio de guerra de
obstáculos, y su preparación es uno de tetris en acción. Se ha de cuadrar la cena con la
preparación de uno mismo. Y es que está feo empezar el año hecho unos zorros!.
Y ojo a los preparativos para el brindis con las doce uvas.
Cuidado con no
descontarse al preparar la docenita exacta, y rezar porque no tengan semillas!
porque entonces, ya si hay que pelarlas y quitarles los pipos, requieres un
tiempo y una destreza que a esas alturas ya no tenemos. Los rizos quieren alisarse, la raya de los ojos buscó esa noche destinos más lejanos, y esa ropa
roja de estreno nos aprieta ya tras atracarnos en la cena.
El gato el año pasado jugó con dos uvas que rodaron de los platillos de cerámica azul para las grandes ocasiones.
Se sobrevive, eso sí. Tragando o engullendo, para brindar y darse un beso ¡con la boca llena! Feliz año, eeeeh, felicidades, grfdddfd... Y ahora suerte que no suenan los teléfonos!. Porque nos pillaban los buenos deseos con la boca sin poder hablar, diría que farfullando como cerdos. Vaya manera de empezar el año, ¿no?
Si hay fiestuqui después, o se
celebra fuera de casa, se corre el riesgo de que alguien te sujete por la cintura
gritando Congaaaaa, y otros riesgos, como que se colisione con otra conga. Si
hay heridos, tras la ambulancia sigue una fila de congueros hasta el
hospital, donde el personal de guardia aún lleva los gorritos y/o, los collares
de hawaianos, porque estar de guardia no implica no celebrar un poquillo la
Nochevieja. Porque seamos francos...si uno no disfruta de estas fiestas...¿cuándo
va a disfrutar uno, no?
Igual toco las campanas con un tenedor sobre una botella, a la hora en la que el sueño me llame, y desisto de alegría impostadas, histerias de mininos y alusiones a lo que nos trajo un año. Pero eso sí, el mío trajo un curso de narrativa, festonado de gente maravillosa, a las que deseo, como a todos, un feliz año nuevo
Igual toco las campanas con un tenedor sobre una botella, a la hora en la que el sueño me llame, y desisto de alegría impostadas, histerias de mininos y alusiones a lo que nos trajo un año. Pero eso sí, el mío trajo un curso de narrativa, festonado de gente maravillosa, a las que deseo, como a todos, un feliz año nuevo