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Foto de Internet |
Michogato es esa mascota perdida, que vive en la calle, pero que no apatrulla la ciudad. Quiero creer que una tieta de Serrat cualquiera se fue hace unas semanas, y sus sobrinos, huérfanos de mimos que ella regalaba como soltera irredenta, cerrando el piso de la "tieta Marta", no han sabido mantener al gato castrado y viejo en sus respectivas casas. O él no quiere alejarse de su portal de auroras tibias.
Atigrado en gris, bigotes finos, y ojos de terciopelo acostumbrados a la penumbra de las tardes, navega ahora por las calles, a la espera de una Marta al rescate de sí mismo, que esta vez ya no vendrá.
Le he estado viendo, de sombra en sombra por las paredes de los edificios del barrio, sin alejarse el portal 48 de una avenida que no quiere dejar el sabor a extrarradio calé y febril de guitarras y palmas al caer la noche estival.
Acepta que te acerques, pero no que intentes tocarlo, cosa que ni intenté jamás. Le miro, sin más, cómo vegeta sus días en estado de espera sin relojes. Le he visto adelgazando, a pesar que hay latitas delatoras de alguna alma caritativa y felina que le suministra lo necesario para vivir, ...pero sin Marta.
Cada noche dormita o duerme, vegeta o sueña con una mano huesuda, artrítica seguramente, que le trajera la luna blanca por la ventana de sus deseos, con gatas de angora sabiendo a miel entre algodones.
La furgoneta azul marino, con su escalera de trabajo en su lomo, le servía de abrevadero de luces de quita y pon por esta noche, y sólo cuando un mando a distancia ha activado las luces intermitentes de los delirios de un finde en ciernes, se dignó mirar al tipo de mono amarillo que le rompía la madrugada.
Le vi tranquilo, mirando a un balcón, hasta que el sujeto, viendo que se inmutó bien poco con las lucecillas, le ha gritado un -¿vete!, y bajando sin prisas, Michogato ha trepado a un techo de lata blanco, como mi luna azul.