viernes, 30 de diciembre de 2016

LA SUBIDA DE LAS PENSIONES PARA 2017: DESEANDO UN FELIZ AÑO NUEVO PARA TODOS



     El problema de las pensiones, o la cuestión para decirlo en unos términos más apropiados, no es la cuantía individual de las mismas, que sigue siendo modesta y en ocasiones muy escasa, sino las dimensiones colosales de la cifra que suman todas juntas. Se pagan actualmente unos nueve millones y medio pensiones y la cantidad crece a un ritmo de unas 200.000 personas más cada año. La nómina mensual supera los 9000 millones de euros, de manera que a los responsables de este negociado les tiemblan las piernas cuando se acercan las fechas de las pagas extra.

    En los últimos ejercicios, el Partido Popular, que tanto advertía sobre las presuntas intenciones socialistas de “meter la mano en la hucha de las pensiones”,  ha preferido tirar de esos ahorros en lugar de cubrir el déficit de la Seguridad Social con la emisión de deuda pública. Quizá debiera haber hecho esto último (que  de todos modos lo va a tener que hacer) en lugar de dar pie a ciertas visiones catastrofistas sobre nuestro sistema público de pensiones.
    
     Y si a los responsables (léase los ministros Montoro y Báñez) les tiemblan las piernas cuando llegan las pagas extraordinarias, qué decir del vértigo que sienten cuando llega la hora de hablar de la subida anual. En la actualidad, después de años subiendo con arreglo al IPC, el incremento de las pensiones tiene un “suelo” del 0.25% para los años de vacas flacas y un “techo” del IPC + O,50% para los años de vacas gordas. Pero vacas gordas, lo que se dice gordas, parece que no vamos a ver en mucho tiempo. Así que para este 2016 que ya casi termina se anuncia una pequeña pérdida de poder adquisitivo de las pensiones, después de dos o tres ejercicios de leves ganancias gracias al período de inflación negativa que hemos atravesado.    
     


     Con vistas a 2017, todo parece indicar que habrá un repunte de los precios, casi con toda seguridad por encima del 0,25 que quiere subir el Gobierno del PP. Los sindicatos y la oposición parlamentaria han pedido un incremento del 1,2% que tiene algunas posibilidades de salir adelante en el Parlamento mediante enmienda parcial a los presupuestos del Estado. ¿Qué pasaría si tal cosa ocurriera? Veamos algunas cifras.

      El gasto total previsto para 2016 asciende a unos 135.000 millones de euros. Una subida del 1,2% supone 1600 millones más, a lo que habría que sumar el gasto de pagar a los nuevos pensionistas que se incorporarán al sistema en 2017. Los “nuevos” a día de hoy se jubilan con pensiones mejores que las ya existentes, y atender sus derechos puede suponer un gasto adicional de otros 3000 millones de euros. De modo que el gasto total pasaría de 135.000 millones a unos 139.500. Esto representa un crecimiento del 3,33% en el gasto anual para pagar las pensiones. 
      Si tenemos en cuenta que nuestro PIB previsto para 2016 asciende a 1,115 billones de euros, podemos decir que el gasto actual representa el 12,10% de la riqueza total que produciremos los españoles  en 2016 y pasaría a representar el 12,08 en 2017, siempre y cuando tengamos un crecimiento nominal (crecimiento real más inflación) de al menos el 3,5%. El crecimiento real previsto por el Gobierno en sus comunicaciones a Bruselas es del 2,5%.

     Esta relación entre el gasto en pensiones y el PIB es absolutamente crucial, mucho más decisiva que la relación entre activos y pasivos o cotizantes y no cotizantes. Por una sencilla razón: la recaudación necesaria se puede cubrir con cotizaciones o con impuestos, pero si el porcentaje de riqueza que se dedica a las pensiones supera un cierto límite, nos quedaremos sin margen para otras políticas de gasto, como la educación, la sanidad, la protección por desempleo, la conservación de las infraestructuras, etc.  ¿Cuál es ese límite? Nadie lo ha fijado hasta ahora con precisión y no existe una cifra  mágica, pero sí existe el consenso de que nos acercamos año tras año a ese tope.
     En 2001, primer ejercicio del presente siglo, el gasto en pensiones ascendía a 65.000 millones y el PIB a 700.000. Quince años después, el presupuesto de las pensiones se ha duplicado mientras que el producto nacional sólo ha crecido (en términos nominales) un 60%. Y así la nómina de los pensionistas ha pasado de representar el 9,3% del producto al 12,10%. Un incremento de casi dos décimas de PIB por año, incremento que, obviamente, no puede continuar por tiempo indefinido. Podría decirse, pues, que la contención del gasto en pensiones es una necesidad tan ineludible como la contención en el consumo de agua cuando uno se dispone a emprender una travesía por el desierto.

     De modo que si la limitación del gasto es una obligación ineludible, parece que lo más lógico es aplicar la subida del 0,25% prevista en la ley y defendida por el Gobierno, lo cual no impedirá que siga subiendo la cuantía de la pensión media, que ya está cerca de los 1050 euros mensuales para el caso de las pensiones contributivas por jubilación. Compárense esos 1050 euros mensuales con las cifras de los salarios más frecuentes que hoy día se pagan en España. Cierto que habrá una pequeña pérdida individual de poder adquisitivo. Pero hay una realidad con la que tendremos que aprender a convivir y que ningún político reconocerá rotundamente, salvo que sea una Juana de Arco dispuesta a inmolarse en la plaza pública: ese deslizamiento a la baja del poder adquisitivo de las pensiones (confiemos en que no muy pronunciado) es el precio que habremos de pagar a cambio de la seguridad de recibir puntualmente nuestra nómina de jubilados cada día 30.  

                                          FELIZ 2017      
 

     
     



     



     

 

martes, 6 de diciembre de 2016

HASTA LA VICTORIA (DE LA DEMOCRACIA) SIEMPRE

Aquí os ofrezco, queridos lectores de Zulema Digital, el texto publicado hace unos días en el diario Alcalá Hoy, con ocasión de la muerte del líder de la revolución cubana.



     Resulta un poco estomagante este culto a la personalidad desatado en Cuba con ocasión de la muerte de Fidel Castro. Para ser sincero, debo decir que no veo grandes diferencias entre las colas de gente para desfilar por delante de su retrato en la Plaza de la Revolución y las que se dieron aquí hace 41 años con ocasión de la muerte de otro dictador cuyo nombre no merece figurar en este medio de información y opinión libres.
  “La historia me absolverá”, había dejado escrito Castro a modo de justificación de sus decisiones más controvertidas y de sus actos más sangrientos. “La historia le juzgará”, ha dicho en estos días el prudente y templado Barack Obama, haciendo equilibrios para no molestar a los cubanos y tampoco a la opinión pública de su propio país. Pues bien, quizá podamos juzgarlo ya hoy, con sus cenizas aún calientes, a la luz de las palabras dichas por otro gran hombre del siglo XX en la hora de su muerte: “sepan ustedes, ciudadanos de mi querida patria chilena, que mucho más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por las que pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.
      ¿Se han abierto en Cuba, durante los sesenta años de poder castrista, las grandes alamedas por las que pasan los hombres libres para construir una sociedad mejor? La respuesta, lamentablemente, es no. Y con eso me parece que está dicho casi todo. Ni la revolución Bolchevique ni la revolución Maoísta ni la revolución Cubana ni la revolución Sandinista ni ese adefesio al que llaman revolución Bolivariana han conseguido hacer realidad los sueños de justicia y libertad que inspiraron a quienes lucharon y dieron sus vidas por ellas. Algunos, como aquellos Mencheviques rusos insultados y vilipendiados por Lenin y los suyos, lo tenían muy claro desde el principio: la toma del poder al asalto y la consiguiente supresión de las libertades políticas y sindicales no conducirían a la eliminación de la explotación del hombre por el hombre, sino a la implantación de una nueva y feroz tiranía.
     Pero otros muchos, en muchas partes del globo, siguieron creyendo – o seguimos creyendo- que el camino para acabar con las injusticias del capitalismo y del imperialismo era la dictadura del proletariado, sin darnos cuenta de que una y otra vez tales intentos degeneraban en la dictadura de un solo hombre que se creía en posesión de la verdad absoluta. Es verdad que la dictadura cubana no ha sido un horror de magnitud comparable a la dictadura estalinista, pero lo cierto es que a Castro tampoco le temblaba mucho la mano a la hora de enviar al paredón a sus enemigos o a quienes se atrevían a poner en cuestión su poder absoluto en la isla.
     Y ahora va el Secretario General de lo que queda del Partido Comunista de España, José Luis Centella, y nos dice que “Castro es lo mejor que ha dado América Latina, un ejemplo de comunista”. Y se atreve a comparar a Castro con el poeta comunista español Marcos Ana, recientemente fallecido a la edad de 96 años. Eso es poner a las víctimas y a los verdugos en el mismo plano, querido Centella. Castro pudo haber sido una víctima, y de hecho lo fue temporalmente, de la dictadura de Batista; pero su movimiento triunfó y con ese triunfo él acabó siendo un verdugo para muchos. Si Castro es un ejemplo y un referente para los comunistas, entonces debemos deducir que el proyecto político del señor Centella es implantar en España una dictadura como la que padecen los cubanos.



     Desde mi punto de vista, lo que se había demostrado en Cuba, como en otros muchos sitios y desde mucho antes de la muerte de Castro, es el fracaso gigantesco que ha supuesto el movimiento comunista, después de haber despertado grandes esperanzas en una buena parte de la humanidad en los albores del siglo XX. En donde Marx había previsto un extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas que conduciría a una sociedad de la abundancia donde cada uno daría “según su capacidad” y recibiría “según sus necesidades”, lo que ha aparecido es ineficacia económica, estrecheces materiales y ausencia asfixiante de libertades. No hay mejor metáfora de lo que ha sido el comunismo y de lo que ha sido el régimen castristra que esos bellísimos edificios de La Habana cayéndose literalmente a pedazos.